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Encuentro con Cristo II (Aparecida)

EL “ENCUENTRO CON CRISTO”. LA CLAVE CRISTOLÓGICA DE APARECIDA

1.- Contexto de elaboración del documento

– Debilitamiento del catolicismo latinoamericano

– Los diagnósticos coinciden: el catolicismo se debilita. Lo detectaba el Documento de Participación preparatorio de la Conferencia y documentos regionales que reaccionaron a este. Lo subraya con fuerza la Síntesis que reúne el parecer de todas las iglesias.

– En el presente concreto de América Latina, el mandato de Aparecida a misionar dice relación con una percepción de desgaste del catolicismo latinoamericano.
o La fe cristiana ha penetrado la cultura del continente.
o El cristianismo ofrece una religiosidad que alimenta la vida de nuestros pueblos.
o Los católicos siguen siendo una inmensa mayoría.
– Pero algo está cambiando. El Papa Benedicto dijo al inicio de la Conferencia: Se percibe (…) un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudoreligiosas (nº 2).

– La constatación de esta especie de fatiga, en principio amenazante para la cultura del continente y el futuro de la Iglesia Católica en el mundo, merece ser discernida. Si efectivamente Dios actúa en la historia, y Dios es trascendente al catolicismo, los cambios pueden abrir nuevas posibilidades.

– Globalización

– Este fenómeno se inscribe en uno mayor, el de la globalización, y se debe a él en buena medida.
– La interacción recíproca entre los más diversos modos de ser hombre, a una velocidad impresionante y a través de medios nunca imaginados sorprende, espanta y remueve los cimientos de la identidad colectiva y personal hasta lo más profundo.
– La pobreza y la injusticia endémicas de América Latina son barajadas en nuevos registros.
– La religiosidad experimenta mutaciones importantes.
– La Iglesia Católica evangeliza en un proceso de acelerada desevangelización: desinterés por los sacramentos (caen el bautismo y el matrimonio; la reconciliación tiende a desaparecer; no hay sacerdotes suficientes para celebrar la eucaristía; el orden sacerdotal se mira con sospecha); secularismo, hedonismo, indiferentismo, proselitismo, de los que habla el Papa, socavan el sustrato católico de la cultura; pérdida de autoridad de los pastores a causa de un clericalismo que no se soporta o de enseñanzas que son percibidas como irracionales; éxodo de fieles a iglesias pentecostales, absorción de nuevas ideas religiosas y ambiente de “cisma emocional”.

– El Documento de Aparecida, a propósito del desgate del catolicismo, sostiene que, en la sociedad del conocimiento, en tiempos de globalización, las personas necesitan mucho más información para funcionar, pero a la vez sufren la fragmentación de la información política, económica, científica, etc., resultándoles muy difícil unir tanta información y no frustrarse.
o El discernimiento de este “signo de los tiempos” se apoya firme en las ciencias sociales, pero no se reduce a ellas.
o El texto recuerda que Dios debe seguir constituyendo el fundamento de la unidad de la vida humana.
o Pero el problema es hoy aún mayor.
– En la medida que la transmisión de la fe de una generación a otra es alterada por estos fenómenos, el catolicismo latinoamericano tradicional ha comenzado a diluirse.
– Y, aunque el Documento no lo diga, las autoridades de la Iglesia en una sociedad pluralista y democrática no logran representar la unidad que, en nombre de Dios, están llamadas a fomentar.
o La misma institución eclesial tiende a ser desplazada de la arena pública.
o Sus noticias no son noticia.
o Una sociedad que funciona en otros registros parece no necesitar de una autoridad superior que la unifique.

2.- Propuesta de un “encuentro con Cristo”

– Aparecida nos manda a misionar.
o Debemos plantearnos seriamente cómo nos convertiremos en misioneros.
o Si Dios ha hablado, la Iglesia latinoamericana entera tendrá que renunciar a su complacencia, revisar las modalidades pastorales que impiden la acogida del Evangelio y crear otras nuevas que lo hagan posible.

– La convicción básica de la Conferencia es que no se puede ser misionero si no se es discípulo y, por otra parte, que ningún discípulo puede eximirse de la misión, porque el mandato de anunciar a Jesucristo a todas las naciones está inscrito en su bautismo (Mt 28, 19).

– La novedad de este planteamiento estriba en que, en las actuales circunstancias, el discípulo-misionero o el misionero-discípulo, no podrá ser tal si no tiene un encuentro personal y comunitario con Jesucristo (11).
o Ya lo decía documento Síntesis: “La alternativa crucial es ésta: o nuestra tradición católica y nuestras opciones personales por el Señor arraigan más profundamente en el corazón de las personas y de los pueblos latinoamericanos como acontecimiento fundante, como encuentro vivificante y transformador con Cristo, y se manifiesta como novedad de vida en todas las dimensiones de la existencia personal y la convivencia social, o corre el riesgo de seguir dilapidándose, empobreciéndose y diluyéndose en vastos sectores de la población, lo que sería una pérdida dramática para el bien de nuestros pueblos y para toda la catolicidad” (DS nº 15).
o Sin un encuentro vivificante con Cristo, la fe cristiana corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores de la población (DC 13).

– Años atrás Karl Rahner, teólogo importante del Concilio Vaticano II, había afirmado: “el cristiano del siglo XXI será místico o no será cristiano”.
o Lo que ha valido para el catolicismo ilustrado occidental, vale también para nuestro continente.
§ La tradición cultural cristiana que ha marcado a fuego nuestra identidad, no basta a sujetos que creen poder elegirlo todo.
§ Si estos no eligen a Jesús como el único Señor al que vale la pena consagrarle la vida, difícilmente aceptarán que la Iglesia los elija a ellos como discípulos de Cristo y encauce sus vidas para lograrlo.

– La expresión “encuentro” para referirse a la experiencia espiritual es especialmente rica.
o El encuentro con Dios en uno como nosotros, el hombre Jesús y nuestro hermano, en quien se generan relaciones comunitarias simétricas y fraternas, constituye un modo muy feliz de hablar de la experiencia cristiana de Dios.
§ La experiencia de Dios como “encuentro” con Cristo tiene un anclaje antropológico que orienta aún mejor lo que Aparecida nos pide.
§ Podemos decir que “encuentro” alude a lo que puede ocurrir entre dos personas.
• Así de simple y hermoso.
• Así de complejo y peligroso.
§ Cuando el encuentro es tal que ambas personas se constituyen una a partir de la otra, se abre naturalmente a la amistad de terceras personas, constituye una comunidad y permite reconocer la comunidad que, tal vez imperceptiblemente, sostenía y posibilitaba estas relaciones.

– Para Aparecida, el “encuentro con Cristo” recuerda el llamado y la elección que hizo Jesús de sus primeros discípulos:
o Llamado a vincularse estrechamente con él, para que conocieran el misterio del reino y para que compartieran su misión de anunciar su advenimiento.
o El impacto que produjo Jesús en sus discípulos produjo en ellos una respuesta libre. El amor de Jesús por ellos los convirtió en amigos y hermanos suyos, y los impulsó a misionar.

– Esta primera experiencia de Cristo, después de la resurrección de Jesús ha abierto un acceso trinitario a Dios.
o En la experiencia cristiana de Dios el Padre tiene la iniciativa: El sale a nuestro encuentro en su Hijo y por el Espíritu.
o Cristo es el “camino, la verdad y la vida”. Jesucristo, su reino y su muerte en cruz, constituye el modelo de la vida cristiana.
o El Espíritu, por su parte, hizo que Jesús se relacionara con el Padre en la oración y el discernimiento de su voluntad.
o El Espíritu nos ha revelado que Jesús es el Hijo y que Dios es el Padre de Jesús y nuestro Padre.
o El Espíritu guía a los cristianos como “maestro interior”.

– El Documento de Aparecida indica dónde podremos encontrar a Cristo.
o En la escucha de la Palabra, en la participación en la Eucaristía, en la oración, en María, en los santos, en la religiosidad popular…
o Todo queda supeditado, sin embargo, a un encuentro que, para ser cristiano, debe ser insustituiblemente personal.
§ Puede faltar quien anuncie la Palabra, puede faltar quien celebre la Eucaristía, pero no puede faltar el encuentro con el prójimo.
§ La Palabra y la Eucaristía apuntan a un encuentro de los hombres en Cristo.
• La lectura de la Palabra tiene fuerza misionera extraordinaria.
• En torno a ella se han creado comunidades cristianas de todo tipo, en diversos sectores sociales, cuyo centro lo constituye el compartir las personas su vida.
• También la Eucaristía tiene una razón de ser misionera.
• En ella se da por excelencia la vida compartida entre hermanos en Cristo y con Cristo, que los reúne en un mismo Padre en virtud del Espíritu de amor y de comunión universal.
o Pero nada puede reemplazar el encuentro con Cristo en el prójimo, particularmente en el pobre.

– El encuentro con Cristo en el prójimo recuerda la índole eclesial de una experiencia cristiana auténtica.
o Este es precisamente el desafío ulterior.
§ No basta decir que la evangelización depende exclusivamente del “encuentro” con Cristo.
§ Es posible que a futuro se pierda la posibilidad de una experiencia de Dios en Cristo si no se realizan ajustes eclesiales mayores.
o Dicho de otra forma, sin cambios la transmisión de la fe a la siguiente generación y la proclamación misionera de Jesucristo a los que nunca han creído en él, es impensable.

– Por tanto, la atención a los “signos de los tiempos” en la que se haya la Iglesia en Aparecida, constituye una oportunidad muy favorable para preguntarle al Señor qué Iglesia facilitará, encausará y custodiará mejor aquel “encuentro” con Cristo del que depende el futuro cristiano de América Latina.

3.- El Cristo de Aparecida

El Cristo de la vida

– El Cristo que sale a nuestro encuentro y que los cristianos debe salir a buscar es, según Aparecida, el Cristo de la vida y del reino.

– El título de la V Conferencia tiene por título: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos tengan en Él vida”.
o Cuando se solicitó a Benedicto XVI la celebración de esta conferencia el mismo Papa añadió el “en Él”.
o Con este añadido entendemos que no se trata de la vida sin más, sino de la vida que es Cristo y que Cristo comunica a sus discípulos.

– Es así que la vida de Cristo que Aparecida resalta es sobre todo la vida eterna.
o Jesús es la puerta de la vida.
o Jesús comparte con nosotros la vida que él comparte con su Padre en el Espíritu, consistente en el amor.
o Así Jesús, el primer evangelizador, constituye él mismo el Evangelio de la vida divina que el Padre quiere comunicarnos.
o Los cristianos acceden a esta vida eterna por medio de la eucaristía.
– Esta vida eterna que Jesús mismo es, prospera en el mundo como salvación de situaciones inhumanas de vida, en contra del pecado y de la muerte.
o “Jesús es respuesta de vida ante el sinsentido, el subjetivismo hedonista, la despersonalización, la exclusión, las estructuras de muerte y la naturaleza amenazada” ( 124-128).
o Cristo en cuanto vida eterna no constituye ninguna evasión de este mundo.
§ Para Aparecida el reino de vida exige servir a los pobres y desarrollar estructuras sociales más justas.

– Cristo, en este sentido, es vida integral.
o El quiere nuestra felicidad.
o La vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud la existencia human, la de todos los hombres y en todos sus aspectos.
o De aquí que sea necesaria la comunión fraterna y justa, la transformación de las relaciones sociales, para que esta vida alcance efectivamente la plenitud de Cristo

El Cristo del reino para los pobres y para todos

– El reino se hace presente en Jesús: en su persona Dios hace hijos a todas sus criaturas.
– El reino de Dios es un reino de vida que ha de anunciarse a todas las naciones.

– Aparecida recuerda que, al encarnarse, el Hijo de Dios nace en un pesebre, asumiendo una condición humilde y pobre.
o Desde entonces Jesús es “pobre como ellos y excluido entre ellos”.

– La V Conferencia confirma la índole cristológica de la opción por los pobres.
o En tres oportunidades el Documento detalla in extenso cuáles son hoy los rostros latinoamericanos que merecen una atención especial (65, 402, 407-430).
§ Estos son los rostros de Cristo.
§ Un cristiano no puede eludirlos.
o Afirma el texto: El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la contemplación de su rostro sufriente en ellos y del encuentro con Él en los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad Él mismo nos revela, surge nuestra opción por ellos (257).
o Los pobres remiten a Cristo, porque es Cristo que se identifica con ellos: todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo (393).

– Según Aparecida hay muchas maneras de ser pobre en América Latina.
o La importancia dada a los innumerables rostros de pobres corre en paralelo a la convicción de Aparecida –presente de punta a cabo en el Documento- acerca del carácter “no-optable” de la “opción”.
o No hay cristianismo que pueda esquivar la mirada del Cristo pobre porque es precisamente esta la primera mirada que debiera captar nuestra atención.

– El sello misionero último del encuentro con Cristo lo pone el encuentro con el hombre despojado y abandonado en el camino.
o Pues ocurre que, de hecho, la escucha de la Palabra y con mayor razón la participación en la Eucaristía no están a la mano de tantos bautizados latinoamericanos.
§ La Iglesia no tiene capacidad pastoral para atender tantas necesidades.
o Y, por otra parte, ella queda atrapada en las decisiones que ha tomado para custodiar ese encuentro con Cristo.
§ La misa incluye y excluye.
o La indicación de Aparecida de encontrar el rostro de Cristo en el rostro del pobre, libera a la Eucaristía de convertirse en una reunión de privilegiados.
– El amor a los pobres salva a la Iglesia de sus propios límites y la encamina a su misión universal.

Características y alcances de la humanidad de Jesucristo

Jesús es tan divino -se piensa- que no ha podido ser muy humano. Sucede también lo contrario. No falta quien afirma que es tan humano que no ha podido ser divino. Ambos modos de concebir a Jesucristo son comprensibles toda vez que la Encarnación del Hijo de Dios es un auténtico misterio que pone en jaque nuestros esquemas mentales. Creer en Jesucristo es en sentido estricto una cuestión de fe.

Es arduo para el pensamiento hacerse a la idea de reunir en una sola persona dos magnitudes que parecen competir entre sí: si Jesús ha sido Dios no ha podido morir; si ha sido hombre no puede estar vivo. Sin embargo, humanidad y divinidad no compiten en Jesucristo sino que su divinidad perfecciona su humanidad y ésta, más que cualquier otra realidad creada o mensaje celestial, revela cómo es verdaderamente Dios y cómo se llega ser hombre en plenitud. Jesús es la máxima autocomunicación de Dios y la mayor expresión de la humanidad. Nunca más que en él el hombre fue más hombre porque nunca más que en él Dios se dio tan por entero.

Desde el Nuevo Testamento en adelante, pasando por lo mejor de su Tradición, la Iglesia ha sostenido que Jesucristo ha sido igual a nosotros en todo, a excepción del pecado (Hb 4,15). No es necesario hacer de Jesús un “pecador” como nosotros para que sea más humano, porque el pecado no constituye un ingrediente que perfeccione nuestra condición, sino que la degrada. Jesús sí compite contra el pecado, no contra la humanidad. Encarnándose, el Hijo de Dios compite con el pecado para salvar la humanidad del sufrimiento y de la muerte. En consecuencia, mientras nuestra idea de Dios más se parezca al hombre Jesús más cerca estaremos de conocerlo a El y la bondad de una creación permanentemente puesta en duda por aquellos que quieren hacernos creer que el mal es un contenido “natural”.

El reconocimiento de la humanidad de Jesucristo es más precisamente una cuestión de fe en la liberación del ser humano de la maldad y de la injusticia. Si la perfección de su humanidad estriba en poseer una psicología como la nuestra, más perfecta es cuando Jesús en obediencia a su Padre inaugura entre nosotros el reinado de la misericordia liberadora de Dios.

I. La Psicología de Jesús

Sea para nosotros Jesús un hombre divino, sea un Dios humano, no será fácil explicar cómo se articulan en la unidad psicológica de su persona trinitaria estos dos aspectos suyos, su humanidad y su divinidad. La psicología humana de Jesús es una prolongación de la psicología divina que el Hijo comparte con su Padre por toda la eternidad. La psicología humana de Jesús no subsiste autónomamente, ni es previa a la Encarnación, aun cuando Jesús de Nazaret sólo humanamente sepa que su identidad profunda es divina y no creada. La integración de la psicología humana de Jesús a su psicología divina, que históricamente se cumple en la relación de amor entre Jesús y su Abbá, expresa la unidad de conciencia y voluntad eternas entre el Hijo y el Padre. El tema ha sido debatido a lo largo de toda la historia de la Iglesia y continuará siéndolo .

Desde antiguo, la tradición antioquena que ha sostenido que Jesús es un hombre divino tiene dificultades para otorgarle un conocimiento y libertad divinos que predominen sobre su humanidad por el puro desequilibrio de las fuerzas y, por supuesto, todo otro tipo de facultades “extra-humanas”. Esta postura preserva un criterio teológico fundamental, a saber, que lo que en Cristo no ha sido asumido tampoco será salvado; si Jesús carece en algún aspecto de humanidad, como ser algún instinto humano o alma racional, si alguno de estos aspectos es anulado en su autonomía creada por la predominancia de su divinidad, ese aspecto quedará sin redención. En los tiempos modernos la escuela antioquena no concibe a un Cristo a-histórico, un Jesús que hubiese podido sortear la fatiga de hacerse hombre, prescindiendo de las limitaciones del tiempo y del espacio, saltándose las características culturales de un judío de su época.

El enfoque de Jesús como el hombre divino se desvía de la fe, sin embargo, cuando postula que el Hijo de Dios y Jesús de Nazaret no son una sola persona, sino que el hombre Jesús, sin ser él propiamente Dios, se adecúa a las exigencias de Dios por el puro ejercicio de su libertad. Este es el “nestorianismo”. El “nestorianismo” es grotesco cuando a Jesucristo se le adjudican pecados para hacerlo más semejante a nosotros.

Para quienes Jesús es un Dios humano la dificultad es la contraria: la tradición alejandrina no tolerará que se predique a un Jesucristo en el que no se haga patente su carácter divino, en el que su condición histórica se afirme en perjuicio de su conocimiento y libertad trascendentes. La ventaja de esta manera de ver las cosas estriba en asegurar el segundo gran criterio teológico: que si Jesús no es verdaderamente Dios de nada sirve que asuma nuestra humanidad, porque en definitiva sólo Dios puede con la salvación del hombre.

La desviación de esta postura ha sido recurrente en la historia de la Iglesia y abunda en nuestros días. Consiste en privilegiar en Jesús su “psicología divina” a costa de su psicología humana, como si se tratara de dos “partes” homogéneas que se suman y, en consecuencia, son restables. El “monifisismo”, herejía contraria al «nestorianismo», subraya a tal grado el predominio de la naturaleza divina de Cristo sobre su naturaleza humana que tiende a negar en él una voluntad y una actividad propiamente humanas y, evidentemente, cualquier indicio de ignorancia y error. En este caso el hombre Jesús es una especie de «superman» o una pura marioneta en las manos de Dios.

1. Autoconciencia y conocimiento humanos de Jesús

Los Evangelios nos cuentan que Jesús fue admirable por su sabiduría y autoridad. Que tuvo un profundo conocimiento del ser humano. Que declaró proféticamente los signos de los tiempos y avisoró incluso la caída del Templo. Que ocupando el lugar de Moisés, corrigió la antigua Ley. Nos dicen que utilizó la expresión “yo”, “yo les digo…”, como sólo Dios lo había hecho. En fin, que nadie como él en toda la Sagrada Escritura tuvo una intimidad mayor con Dios, nadie lo llamó Abbá como él lo hizo (Mt 11,27; Mc 14,36).

Pero, ¿cómo pudo saber un hombre que nace en una pesebrera, sin hablar, llorando de miedo y de frío, que él es Dios? ¿Mentía? ¿Lloraba para parecer hombre o porque efectivamente era falible e ignoraba su futuro? ¿Llegó a saber siquiera que la tierra era redonda y que gira alrededor del sol o compartió lo errores de la cosmología de su época? Bernard Sesboüé, destacado cristólogo contemporáneo, se interroga: “¿cómo Jesús, en el curso de su vida humana pre-pascual, ha tomado y ha tenido conciencia de ser el Hijo de Dios?” .

Estas y muchas otras preguntas serían impertinentes si el Hijo de Dios no hubiese compartido en serio, y no en apariencia, nuestra humanidad. Como hemos recién insinuado, se puede errar en las respuestas por un lado o por otro. Se equivocó Santo Tomás, se equivoca cualquiera. Santo Tomás concedió a Jesús de Nazaret la llamada “visión beatífica”, el conocimiento y la fruición de Dios propios de los bienaventurados en la gloria, en virtud de la unidad en Jesucristo de su persona divina con la naturaleza humana. La atribución de “visión beatífica” a Jesús de Nazaret constituye, sin embargo, una falta de consideración del misterio de la Encarnación y de la “kénosis” del Hijo de Dios (la existencia en la humildad de la carne, haciendo suyas las limitaciones propias de la creación).

Karl Rahner en orden a conciliar los datos fundamentales de la dogmática con la imagen de Jesús proveniente de la exégesis moderna, procurando compatibilizar la noción metafísica tradicional con una noción psicológica verosímil de Cristo, ha sustituido el concepto de «visión beatífica» (predominante desde la Edad Media hasta este siglo) por el de «visión inmediata» de Dios . Dada la unidad y actualidad en Jesucristo de su conciencia y de su ser, éste no ha podido no conocer su identidad divina. Jesús ha intuido de un modo inmediato su condición de Hijo respecto de su Padre Dios, como el contenido más propio de la unión hypostática. Sin embargo, esto que Jesús ha sabido subjetivamente desde siempre ha debido llegar a saberlo objetivamente por una experiencia histórica, mediatizada por un lenguaje que ha debido adquirir y una interacción humana insustituible. Rahner distingue en Jesús y en todo hombre dos aspectos en su modo de conocer, uno trascendental (subjetivo) y otro categorial (objetivo), siendo el primero condición absoluta del segundo. De un modo trascendente, intuitivo, atemático Jesús ha sabido que él es el Hijo, del mismo como que nosotros podemos sabernos libres, espirituales e imaginamos que Dios es el sentido último de nuestra vida; un niño en la cuna aún no tiene palabras para expresar lo que le pasa pero porque existe en él una polaridad subjetiva original tratará de hacerse entender gritando, riendo, señalando las cosas con las manos. El conocimiento trascendental, que en Jesús es una «disposición ontológica fundamental» de intimidad con Dios, llega a ser un contenido reflejo en la conciencia en la medida que el ser humano adquiere las categorías para expresarlo. Jesús actualizó, explicitó, tematizó aquello que desde su concepción constituyó el polo original de su conciencia, gracias al lenguaje aprendido de María y José, a su actividad cotidiana y su oración. En otras palabras, Jesús llegó a saber mediante un aprendizaje histórico, por una evolución intelectual e incluso espiritual, lo que había intuido desde siempre: que su identidad era divina y no meramente humana.

Además del anterior, los cristólogos contemporáneos admiten en Cristo un «conocimiento infuso», pero no el de la escolástica, aquella enorme cantidad de conocimientos de naturaleza universal infundidos en su alma. Conocimiento infuso parecido sí al de los profetas, no al de los ángeles, que en el caso de Jesús se articula de un modo habitual desde la «disposición ontológica fundamental» que presiona por objetivarse mediante la experiencia histórica. Ante todo, se trataría de la base a priori que ha permitido a Jesús en las circunstancias concretas de su vida comprender las Escrituras, el plan divino de salvación, el sentido salvífico de su muerte en cruz, en una palabra, su propia misión redentora y reveladora .

Por último, como acabo de indicar, ha de reconocerse en Cristo una «ciencia adquirida». Por ésta, cualquier ser humano se apropia experiencialmente del mundo. Su reverso es, por cierto, la ignorancia, la prueba y el error. Por muy sabio que haya sido el niño Jesús delante de los doctores en el Templo, el mismo Lucas cuenta que «Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (2,52). La Epístola a los Hebreos señala: «El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente; y aunque era Hijo, aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer. Alcanzada así la perfección, se hizo causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (5,7-9).

Hans Urs von Balthasar destaca no sólo la posibilidad de una ignorancia de Jesús sobre su futuro, sino también su necesidad y dignidad. En una obra titulada La Foi du Christ dice:

“Jesús es un hombre auténtico; la nobleza inalienable del hombre es poder, aún deber proyectar libremente el designio de su existencia en un futuro que ignora. Si este hombre es un creyente, el porvenir al que él se arroja y en el que se proyecta, es Dios en su libertad e inmensidad. Privar a Jesús de esta posibilidad y hacerle avanzar hacia un objetivo conocido por adelantado y distante solamente en el tiempo, equivaldría a despojarlo de su dignidad de hombre. Es preciso que la palabra de Marcos sea auténtica: ‘Nadie conoce esta hora (…) tampoco el Hijo’(Mc 13,32).- Si Jesús es un hombre auténtico, es necesario que su obra se cumpla en la finitud de una vida de hombre, aún si el contenido de esta obra y sus efectos posteriores desborden ampliamente los límites impuestos a esta finitud. Un hombre no puede decir: me quitaré de encima esta parte de mi misión antes de morir, y, puesto que sé que debo resucitar, puedo dejar el resto en suspenso, para acabarlo más tarde. El que así hablare sería quizás un espíritu celeste de turismo en la tierra, ciertamente no un hombre, cargado del peso de la finitud humana y de su dignidad” .

Jesús ha podido ignorar muchas cosas y compartir los errores culturales propios de sus contemporáneos. ¿Cómo pudo Jesús ser mejor pescador que Pedro, siendo él un carpintero? Tal vez por fortuna, pero sería raro que por habilidad. Tampoco es sostenible afirmar que Jesús simulaba no saber que la tierra gira alrededor del sol. Desde el momento que él mismo dice: “mas de aquel día y hora (del juicio), nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mc 13, 32), hemos de imaginar que comparte con nosotros una ignorancia bastante significativa. El concilio de Letrán del año 649, sin embargo, prohíbe contra los agnoetas la afirmación de una ignorancia «privativa» en Cristo, es decir, una que le hubiera impedido cumplir su misión de revelador del Padre y de su designio de salvación

2. La voluntad y libertad humanas de Jesús

¿Pudo Jesús decir a su Padre “este cáliz yo no lo bebo” (cf., Lc 22,42)? ¿Pudo desobedecerle? Si se dice que tuvo auténtica voluntad humana, autonomía plena, ¿pudo pecar? Y si no podía pecar, ¿qué clase de libertad tuvo?

El concilio de Constantinopla III (680/681) definió que Jesucristo no sólo es perfectamente hombre y perfectamente Dios, como lo había hecho el gran concilio cristológico que fue Calcedonia (451), sino que su naturaleza humana que es íntegra, su capacidad de decidir y su actividad, se adecúan armónicamente a las exigencias de la divinidad. Constantinopla III estableció que en Jesucristo hay dos actividades y dos voluntades, humanas y divinas respectivamente, contra el parecer del Patriarca Sergio y del Papa Honorio. Estos, por cerrar toda posibilidad de pecado en Cristo, exigían se reconociese nada más una actividad (Sergio) y una voluntad (Honorio), impidiendo (posiblemente sin intención) que nuestra salvación fuese querida y actuada por el mismo hombre. La Iglesia aseguró así que, siendo Dios el Salvador del hombre, no salva al hombre sin el hombre, sino con el hombre, con su colaboración libre y su lucha.

El concilio, sin embargo, ni habló de la libertad de Jesucristo en cuanto tal ni aclaró cómo se adecuaba ésta “armonicamente” a la voluntad de su Padre. Se limitó a afirmar los datos fundamentales de la revelación: la integridad de la humanidad de Jesús y su carencia de pecado. También otros concilios insistirán en que Jesús no pecó ni tuvo pecado original (Toledo el año 675 y Florencia el 1442 ). Se dirá, además, que no participó de nuestra concupiscencia (Constantinopla II el 553 ), aquella consecuencia del pecado, que no siendo pecado, persiste incluso en los bautizados inclinándolos a pecar (Trento el 1546 ).

Esto no obstante, Jesús conoció la tentación. El dato está claramente acreditado en la Escritura. La Epístola a los Hebreos señala que fue “probado en todo igual que nosotros” (Hb 4,15; cf. Hb 12,1-2; Lc 4,1,-13). Adoptamos la definición de tentación que da Georg Langemeyer: “Es el impulso o atracción hacia el mal bajo pretexto de un bien. En la tentación se le aparece al hombre un valor criatural concreto como más importante que la orientación hacia la voluntad divina de toda su realidad criatural y personal” . Ciertamente Jesús no fue tentado como son tentados los demás seres humanos, ya que Jesús careció de concupiscencia. Pero experimentó la confusión y el sufrimiento de quien tiene que elegir entre un bien natural y la voluntad de Dios que lo invita a renunciar a él, en razón de un bien trascendente. Jesús fue tentado, pero luchó contra la tentación con fe y oración, y la venció. Las tentaciones del desierto tienen la misma naturaleza que la tentación con que Pedro obstaculizó el camino de Jesús a la cruz (Mc 8,31-33): son tentaciones mesiánicas (Mt 4,1-11 par). Cabe notar que aunque consistan en una construcción literaria, ellas aluden a la experiencia espiritual de Jesús y enseñan a la Iglesia una verdad teológica profunda . De acuerdo a la versión de Mateo, la primera tentación altera el significado de la filiación divina de Jesús, toda vez que el Tentador invoca esta filiación para que Jesús utilice a Dios en su favor, consiguiéndole el pan por medios extra humanos. En la segunda tentación Jesús resiste la posibilidad de cumplir su misión con una espectacularidad que le habría ahorrado el peligro y la incerteza, en una palabra, el riesgo de la fe. La tercera tentación, la de la adoración de Satanás, provoca a Jesús con el atractivo recurso de hacer prevalecer su proyecto por la eficacia de la fuerza, como si fuera posible salvar al mundo contra su voluntad, imponiéndole los mejores propósitos. Si seguimos la Escritura, cabe mencionar todavía una última tentación de Cristo, la de Getsemaní. Ella consistió en la rebelión natural de la carne ante la inminencia de la muerte violenta: ésta no constituye ningún pecado, porque es inherente a toda creatura sentir miedo y querer huir del sufrimiento y de la muerte. Ella, sin embargo, apartaba a Jesús del deseo de su Padre de mostrar su amor a los hombres hasta las últimas consecuencias. Jesús resistió la tentación. Su respuesta es conocida: “Padre… no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42).

¿Cómo explicar la libertad de Jesús frente a su Padre? Conviene distinguir dos aspectos de la libertad: la libertad como libre arbitrio y como autodeterminación en razón del bien. Gracias al libre arbitrio escogemos entre diversas posibilidades mejores y peores. Hoy no puede haber mejor imagen de esta libertad que las posibilidades de elección que ofrece un supermercado. Pero existe una libertad más profunda y que es la que determina en última instancia la felicidad de las personas: la libertad de todas aquellas cosas que nos esclavizan (dinero, status, trabas psicológicas, culpa, etc.) para escoger y amar bienes verdaderos (los hijos, la esposa, el bien común, etc.). En tanto el libre arbitrio no se verifique como elección de bienes auténticos, nuestra sociedad vaga errática de la mano de la propaganda y del mercado. El sentido de la vida, en su versión liberal, es consumir, sacar partido del prójimo y si es el caso aprovecharse de él. El sentido de la vida en su nivel más auténtico es “consumirse” y “ser consumido” por amor a los demás.

Jesús ha gozado de libertad plena, de ambas libertades. Pero en su caso es tanto lo que Jesús ama la voluntad de su Padre, consistente en el predominio de su inmensa bondad, que no ha podido elegir otra cosa que dar su vida por amor. El amor es el sentido más profundo de su vida y también de la nuestra. ¿Acaso podremos convencer a un enamorado emperdernido que su querida no le conviene, que mejor piense en otra? Imposible. A mayor amor menor posibilidad de escoger otras posibilidades. Es ésta una gran paradoja, porque nadie es más libre que el que se hace esclavo por amor. Jesús, en tanto acata la voluntad de su Padre es el “siervo”; y en la medida que lo ha hecho libremente ha llegado a ser el “Señor”. En teoría, por compartir nuestra libertad Jesús ha podido ceder a la tentación de abandonar su misión; en la práctica, por su amor extraordinario a Dios y a nosotros, no lo ha podido jamás.

Jesús fue libre, pero sobre todo llegó a serlo. Esta es la verdad oculta de su sufrimiento, pasión incomprensible a la mirada superficial, a la del liberalismo y a la de los que a menudo administramos su gloria olvidando nuestra propia falibilidad. Jesús no se acopló mecánica, sino trabajosamente a la voluntad de su Padre. La perfección de su humanidad estriba en su obediencia dolorosa (Hb 5,7-9). Su compasión de la gente agobiada por la enfermedad, la miseria y la exclusión, su independencia familiar y social, su celibato meritorio, participar de nuestro pecado sufriéndolo y no causándolo, su grito en la cruz al cabo de su fidelidad extrema, revela la condición divina de Jesús y las características distintivas de Dios.

Hasta aquí hemos estirado al máximo la prueba de la perfección de la humanidad de Jesús en la perspectiva de la Encarnación, desembocando en el Misterio Pacual cuya fe constituye, sin embargo, el punto de partida genético de la fe en la humanización del Hijo de Dios.

II. La Misericordia de Jesús

Hemos argumentado como si fuese necesario probar que Jesús fue hombre. Si esta óptica es comprensible entre los fieles creyentes absortos en la sublimidad del Señor, ella suele ser incomprendida por la mentalidad contemporánea que se pregunta más bien cómo ha podido Jesús ser Dios. En adelante destacamos cómo la perfección de la humanidad de Jesús no consiste principalmente en haber compartido en todo nuestra naturaleza humana, sino en haberla puesto en juego hasta la muerte, revelando de este modo cuál es su sentido e, indirectamente, cómo es el Dios que promueve su realización definitiva. La maduración de la fe cristológica en el Nuevo Testamento ha ocurrido de acuerdo a este movimiento: de la fe en la divinización del hombre Jesús se llegó a concluir la humanización del Hijo de Dios. Al reentroncar con esta experiencia fundamental de la comunidad cristiana primitiva nos acercamos mejor a nuestros contemporáneos para dar razón no sólo de la divinidad del hombre Jesús, sino sobre todo del significado último del hecho de ser hombre.

En el lenguaje corriente se dice de alguno ser muy “humano” no porque cuente con los dones fundamentales de la naturaleza humana, conciencia y libertad, sino por su cercanía a las personas, su trato cordial, su tolerancia, su acogida, su capacidad de comprender y perdonar sin condiciones. “Humano” porque, sin ser cómplice, se involucra con las penalidades del prójimo y, para ayudarlo a superarlas, comparte su destino. Este concepto de humanidad se aplica a Jesús por antonomasia ya que su misma identidad se ha revelado tras su identificación con el hombre hasta el colmo de su miseria. Es más, no extrañaría que el modo de ser humano de Jesús haya dado origen al concepto mismo. En otras palabras, si asumiendo una psicología humana con todas sus posibilidades y limitaciones Jesús es uno más de nosotros, en tanto hizo entrar personalmente en la historia el amor compasivo de Dios no fue uno más, sino el mejor de todos. La actitud benévola y liberadora de Jesús hacia los postergados de su tiempo alaba a Dios y revela que El no es inconmovible, sino justo y bondadoso, ¡que El no es el causante del sufrimiento del mundo!, y que el hombre alcanza su fin último asemejándose a Aquel que lo ha hecho a su propia imagen. La misericordia de Jesús revela el sentido último de la misma humanidad. Es Jesús misericordioso y no el promedio de los hombres lo que determina qué significa “ser humano”.

Jesús no se predicó a sí mismo. Jesús centró su predicación en el anuncio del reinado de Dios. Lo que en pocas palabras quiere decir que Jesús puso a Dios como el centro de todo. Joaquim Gnilka, un destacado experto en el Nuevo Testamento, afirma que este Reino trata de la cercanía de la bondad inaudita e incomprensible de Dios . Jesús vivió para su Padre y para el reinado de la bondad de su Padre entre nosotros (Mc 1,14-15).

Jesús hizo presente el Reino con su predicación, su actuación y su misma persona, en tanto su humanidad entró en contacto profundo con la “inhumanidad” de la pobreza y del pecado. Podrá discutirse entre los exégetas quiénes son los primeros destinatarios del Reino, si los pobres o los pecadores, pero no cabe discusión sobre el carácter antievangélico de la miseria y del pecado. Ni éste como causa ni aquélla como consecuencia completan la humanidad: la degradan.

Jesús predicó el Reino a los pobres (Lc 4,14-19; 6,20; 7,18-22). El nacimiento pobre de Jesús en Belén no es un dato circunstancial de su vida, sino que constituye todo un símbolo de una humanidad compartida con los preferidos de Dios (Lc 1, 46-56). Jesús se identificó con los pobres en una miseria que en todo tiempo es un pecado, jamás una etapa de la humanización. Los “pobres de espíritu” como Jesús alcanzan la perfección evangélica más que en no cometer errores, más que en no experimentar la duda y el sufrimiento, conmoviéndose, confundiéndose con los que nada más participan de los despojos de la creación y actuando en favor de ellos. La perfección evangélica no margina a los que pesan, a los inútiles, ama incluso al enemigo, consiste en ser “misericordiosos como Dios es misericordioso” (Lc 6,36; cf. Mt 5,43-48).

Jesús también ofreció el Reino a los despreciados por pecadores, aquellos que no estaban en condiciones de cumplir con el moralismo farisaico y a los que violaban la Ley sin más (Lc 5, 29-32; 15, 1-2). Prueba de la gratuidad del Reino es que se ofrece precisamente a quienes no tienen ni bienes ni obras que intercambiar por él. Pero Jesús va todavía más lejos. Sin abolir la Ley, trasgrede la Ley cuando su rigidez atenta contra su sentido originario. Así enseñó Jesús a la mujer adúltera y a sus acusadores que la compasión es más divina que las estipulaciones penales (Jn 8, 1-11). Aún más, siendo que la Ley mosaica autorizaba el divorcio unilateral del hombre respecto de la mujer, Jesús corrige la Ley para acabar con esta injusticia (Mt 19, 1-9). Si la Encarnación ha sido necesaria para que alguien cumpliera la Ley en su integridad, y de este modo glorificara a Dios como lo merece, la Ley y cualquiera norma son del todo insuficientes. Peor aún, toda vez que se invoca la objetividad de la Ley con menoscabo del discernimiento y creatividad personales, se hace vana la Encarnación y la muerte del hombre libre Jesús, vana la efusión del Espíritu y el Espíritu en su razón de ser. Pues si la Ley por sí misma hubiese podido crear relaciones libres y amorosas, si la Ley de Israel no se hubiera desvirtuado dando lugar a un sistema religioso y social inhumano, la experiencia personal de perdón y filiación de Dios inaugurada en Jesucristo sería superflua.

Nada ilustra mejor la humanidad de Jesús que los amigos que tuvo y los lugares que frecuentó. Se rodeó del lumpen de su época y se dejó seguir por él y las multitudes miserables que le pedían o agradecían un milagro. A sus discípulos los escogió de entre todo tipo de personas, principalmente gente humilde. Tuvo incluso discípulas (Lc 8, 1-3), hecho insólito en cualquier sabio de la antigüedad. Se le acusó de “comilón y borracho” porque tomaba y bebía con la gente mal afamada, y se lo despreció por codearse con publicanos y dejarse acariciar por prostitutas (Lc 7,33-35 y 36-50). En este ambiente cultural, comer con otro significaba compartir con él la bendición de Dios. Jesús la compartió con los pecadores y los pobres: con los “malditos”. Estos encuentros y estas comilonas habrían de ser fundamento de la Eucaristía, sacramento por excelencia de la reconciliación de Dios con la humanidad caída.

Pero no es que Jesús se haya sumergido en los bajos fondos de la sociedad para refocilarse en ellos y proclamar su legitimidad. Sucede que el misterio de la Encarnación se verifica muy por dentro y no por encima de la historia humana, desde fuera, desde arriba y autoritariamente, como si fuese posible rescatarla sin contaminarse con ella, pretendiendo liberarla del dolor sin compartir su dolor y sin sufrir. Jesús “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29), como un pobre, inaugura el Reino liberando de unos y otros males, pero sin suprimir en sus beneficiarios la inexcusable respuesta personal. Si la bendición del Reino no se impone a los pobres, mas requiere de ellos la aceptación voluntaria, la maldición de Jesús a los ricos ha de entenderse no como una condena (Lc 6,24-26), sino como el último llamado al arrepentimiento que Dios les dirige a lo largo de toda la Sagrada Escritura. Esta parece ser la principal diferencia entre el mesianismo de Cristo y el mesianismo político que haría predominar la causa justa de la liberación nacional por el antiguo recurso a la violencia. Esta es también la diferencia con Caifás que recomendaba eliminar a Jesús por el bien del orden establecido (Jn 11,50).

El mesianismo de Jesús fue diverso de los mesianismos mundanos, distinto del despotismo de los monarcas antiguos tanto como de las modernizaciones racionalizadoras actuales. La propuesta de Jesús de la prevalencia de Dios no aparecería en la historia sin sus destinatarios, a la fuerza, pero tampoco sin hacer suyas las consecuencias de su rechazo y el misterio del mal puro y simple. Jesús el Cristo representa la realización de la libertad histórica. En la medida que Jesús pretendió derechamente la erradicación del egoísmo, la injusticia, la mentira y todo tipo de crueldades, no tuvo más alternativa que perfeccionar el cumplimiento de su misión como el Siervo humilde y sufriente de Isaías que eliminaría el mal cargando con él. En tanto quiso Cristo subvertir la religiosidad de su época, rebelándose contra la distorción de la Ley y del Templo, debió atenerse a las consecuencias. Su muerte violenta no fue una casualidad. Su muerte «era necesaria» (Lc 24,26), es decir, inevitable porque querida. Que la hayan querido los que lo mataron constituye un hecho contingente, aun cuando sea expresión de un mysterium iniquitatis irreductible. Esta muerte era necesaria porque Dios Padre la quiso como expresión de un amor sin condiciones, extremo por el hombre; porque Jesús quiso y optó por cumplir la voluntad de su Padre hasta compartir la muerte humana en todo su abandono, hasta penetrar en la impersonalidad atroz del infierno, desnudo, despojado, con la sola esperanza en que el Dios de la vida colmaría ese reino de soledad con la calidez de su Espíritu. Desde entonces la perfección humana auténtica se expresa en la cruz y por la cruz se encamina a la realización última de la resurrección.

La experiencia que los discípulos del Señor hicieron de este mesianismo del amor crucificado reveló a ellos que la bondad de Dios está muy por encina de los cálculos y las instituciones, y que se participa de ella con la misma humildad con que Jesús es Pobre desde la eternidad y Hombre para siempre.

Jesucristo es el hombre. El Espíritu Santo extiende en la historia lo sucedido con Jesús, porque Dios salva la humanidad con el hombre Jesús, pero no sin nosotros, nuestra opción libre y nuestra lucha.

CONCLUSION

No para salvarnos de la humanidad sino de la “inhumanidad”, Dios ha entrado en la historia como un hombre verdadero y el mejor de los hombres. Las reticencias a aceptar que Jesús es hombre más que salvaguardas de la fe son expresiones de fe heterodoxa. Nuestra salvación depende de que reconozcamos al Hijo en el hombre Jesús y, además, en toda humanidad en la que el Espíritu del resucitado prolonga su presencia.

Contra quienes privilegiaron la divinidad de Cristo sobre su humanidad, la Iglesia definió la integridad de su ser hombre en todos los sentidos de la palabra: Jesús es igual a nosotros en todo, a diferencia de lo que nos hace menos hombres y no más hombres, el pecado. Ni en Jesús ni en nosotros la divinidad prevalece con perjuicio de nuestra humanidad, todo lo contrario: Dios es la condición absoluta de la realización definitiva de todas las creaturas. Si por la unión hipostática Jesús adhiere amorosamente a su Padre en el Espíritu y por ella su realidad humana creada alcanza una perfección jamás igualada, de modo semejante de nuestra mayor unión con Dios depende precisamente nuestra felicidad. Dios no es un enemigo del hombre, como ha creído a menudo la Modernidad. Pero tal vez la Modernidad no logra entender por qué tantas veces la religión defiende el honor y los derechos de Dios en desmedro de la dignidad y el crecimiento humanos.

Sin embargo, la perspectiva abstracta que establece la humanidad de Jesús a partir de la autenticidad de la Encarnación queda corta para explicar el misterio humano de Jesús y, de

paso, para asestar la crítica teológica más seria a los “humanismos inhumanos” que racionalizan la injusticia y la manipulación de las personas en nombre de proyectos de progreso futuro. La perspectiva descendente no basta. Si no pensamos a Dios y al hombre a partir de Jesús de Nazaret, si lo hacemos sólo desde el intento teórico por salvaguardar la unidad de las naturalezas, será imposible evitar el riesgo de afirmar que Jesús es Dios con menoscabo de su humanidad y de la nuestra. La comparación de las naturalezas, una eterna y otra creada, se traduce en hacerlas competir, ¡y cómo podría el ser humano competir con Dios! Es preciso retomar la senda de la evolución del dogma cristológico de acuerdo a la cual Jesús llegó a ser hombre cabal y Cristo por su obediencia histórica, por su cruz y su resurrección: en breve, por ser sacramento de la misericordia de Dios. No es que Jesús por ser Dios no ha podido pecar, sino que no pecó y nada más porque no pecó, siendo inocente y compasivo, sabemos que Dios es bueno y jamás ambiguo como en las religiones dualistas, que ningún daño a la humanidad puede tolerarse en su nombre. Por Jesucristo conocemos la divinidad infinitamente mejor de lo que conocemos a Jesucristo por la divinidad, porque es él quien corrige nuestra idea de Dios y nuestras idolatrías.

En definitiva, no basta creer en abstracto la identidad de naturaleza del resucitado con nosotros. Es preciso tomar parte en su identificación histórica con la humanidad caída, identificándose con su misión y el misterio de su cruz. Sólo caminando con Jesús podremos reconocer al Señor resucitado y al Hijo de Dios. “Fe en Cristo significa, ante todo, seguimiento de Jesús” (Jon Sobrino) .

Jesucristo bondadoso y misericordioso, crucificado y resucitado es el Hombre. “Cristo Jesús hombre” es el mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2,5). Mientras más parecidos seamos a este hombre, más razones habrá en este mundo deshumanizado para creer que Dios es inocente y que nos ama.

Jorge Costadoat Teología y Vida Vol. XXXVIII (1997), pp. 163-174.

Viernes Santo (2010)

LA FE DE JESÚS

• Oración inicial: hacemos contacto “estomacal” con el Cristo terremoteado. Hemos sido sacudidos por un tremendo terremoto. Todo el país está estremecido. Nosotros nos conectamos a las víctimas con los temblores y terremotos de nuestra propia vida.

• La fe de Jesús, el creyente, nos ayuda a entender cómo nosotros podemos creer en Dios. A la vez, nuestra propia de fe en Dios nos ayuda a comprender cómo ha podido ser la fe de Jesús.

• Por tanto, sólo valorando nuestra “poca fe” podremos entender cómo Jesús creyó. Y, por el contrario, penetrando en las “tentaciones” de Jesús, por ejemplo, podremos distinguir en nosotros la ilusión de la esperanza; las ilusiones y las desilusiones de nuestra fe más auténtica.

LA FE DE JESÚS

• Oración inicial: hacemos contacto “estomacal” con el Cristo terremoteado. Hemos sido sacudidos por un tremendo terremoto. Todo el país está estremecido. Nosotros nos conectamos a las víctimas con los temblores y terremotos de nuestra propia vida.

• La fe de Jesús, el creyente, nos ayuda a entender cómo nosotros podemos creer en Dios. A la vez, nuestra propia de fe en Dios nos ayuda a comprender cómo ha podido ser la fe de Jesús.

• Por tanto, sólo valorando nuestra “poca fe” podremos entender cómo Jesús creyó. Y, por el contrario, penetrando en las “tentaciones” de Jesús, por ejemplo, podremos distinguir en nosotros la ilusión de la esperanza; las ilusiones y las desilusiones de nuestra fe más auténtica.

1.- Las razones de Jesús para no creer

•La fe de Jesús en Dios equivale, en cuanto a nosotros, a su convicción acerca de la llegada del reino de Dios: “El reino de Dios ha llegado. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc, 1).

o Cuando Jesús pide fe a la gente de su pueblo lo que les pide es que crean que Dios viene a reinar, que cambiará sus vidas y la de su pueblo.
o Podríamos decir que la dedicación de Jesús al advenimiento del reino de Dios equivale a nuestra fidelidad a nuestra vocación.

• Pero, esto mismo nos obliga a tomar en serio las razones que el Israel de entonces tuvo para no-creer en Dios.
o La situación era la de una objetiva dominación político-militar. Jesús es un sometido! Sabe lo que anuncia.
o Si Jesús no hubiera sido un creyente y, por lo mismo, un posible ateo o agnóstico, un inconstante, inseguro, desilusionado o desesperanzado de Dios, su exigencia de acogida del reino de Dios habría sido un tipo de impertinencia. ¿Cómo hubiera podido él pedir a otros fe sin saber lo que cuesta creer?
§ Jesús ha debido tener fe, esperanza y caridad para exigir a los demás estas mismas virtudes, pues si ellas fueran irreales en el “más hombre de los hombres”, Jesús, en vez de ayudar a nuestra felicidad constituirían nuevos motivos para sentirnos culpables.

o Jesús ha debido llevar en su corazón las razones de su pueblo para no-creer, para confundirse o para ilusionarse con lo mismo que podía terminar desilusionando.
§ Las tentaciones del desierto nos hablan de la confrontación radical “en” Jesús entre Dios y el Diablo.
§ “En” Jesús, en su corazón, tiene lugar un combate: la experiencia de la debilidad y de la fortaleza, de la duda y de la certeza, la posibilidad de la ilusión, del engaño, pero también la de la vocación y de esperanza auténtica.
§ Jesús conoce por sí mismo la ilusión mesiánica: entiendo por dentro las dificultades de su pueblo: su pueblo desilusionado de Dios anhela un mesías todopoderoso que consiga la unidad de Israel por medios falsos:
• “Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Populismo)
• “Si eres hijo de Dios, tírate abajo…” (Espectacularidad)
• “Todo esto te lo daré si te postras para adorarme” (Idolatría del poder). (Mt 4,1-11).
§ Las tentaciones de Jesús tienen que ver directamente con la concepción del reino y las vías de su consecución.
• “En” Jesús habrán de cribarse dos mesianismos de muy diversa índole.
o En Israel el mesianismo alude al poder de gobernar (el poder del Mesías). Pero con Cristo, sobre todo a partir de su resurrección, principia el mesianismo del amor que vence por su inocencia e indefención.
§ Dicho en otros términos: Dios sacará adelante su proyecto de reino gracias a la mansedumbre y a la cruz de Jesús; sin forzar las cosas; sin violencia…
§ Nuestras tentaciones pueden ser de distinta índole.
• Unas puede tener que ver con la necesidad de control, distinto de abandonarse en la Providencia. Controlar a los adolescentes…
• Pero hay algunas tentaciones que confunden con mayor fuerza a nuestra vocación.
§ Pero la tentación que en un comienzo consistió en una elección entre dos posibilidades aparentemente buenas, en el caso de Jesús acabó en el encajonamiento de Getsemaní.
• Por haber vencido las tentaciones a lo largo de su vida Jesús se encontró cara a cara con el Demonio en Getsemaní.
o Si durante su ministerio Jesús hubiera cedido a las tentaciones mesiánicas, no habría llegado al Monte de los Olivos.
o El Demonio ya lo habría ganado para su causa.
o Pero Jesús fue auténtico, coherente con su vocación hasta entonces.
§ Faltaba la prueba mayor: cuando Jesús prevé su muerte violenta, su debilidad es máxima y máxima la fuerza de Satanás.
• En Jesús se revela la índole de la libertad humana: a veces se da la posibilidad de elegir entre un bien y un mal; otras veces, la de elegir entre dos bienes posibles; y, en el sentido más profundo, la libertad consiste en no poder elegir otra cosa que lo ya elegido (autodeterminación).
§ Aquí la alternativa consiste simplemente en desistir del camino hecho hasta entonces, el camino de las decisiones tomadas en la dirección de la propia vocación.
• “Señor, si es posible aleja de mí este caliz, pero que se haga tu voluntad y no la mía” (Lc 22, 39-46).
o En este caso la “mía” no constituye estrategia mesiánica alguna, sino simplemente evitar la pasión.
§ Jesús cree en su Padre, confía en él aun cuando todo indica que lo van a matar.
• No es razonable pensar que tendrá éxito. ¿Qué razón le queda para creer?
• Lo que Jesús atisba es el fracaso del reino y su propio fracaso. Morirá como un charlatán.
o Lo que los discípulos entenderán después es que el éxito del reino exige la entrega completa del mediador del reino.
o Nosotros, tantas veces, entendemos después que fue bueno aguantar, sacrificarnos.
o Jesús no sabe que va a resucitar.

+ Preguntas para la oración:
– ¿Cuáles son mis razones para no-creer?
– ¿Cuál ha sido tu Getsemaní?
– Textos: Getsemaní (Lc 22, 39-46); Tentaciones en el desierto (Mt 4,1-11).

2.- La fe de Jesús y las razones para creer en él (nuestro “credo” en Jesús)

• El anuncio de Jesús de un reino para pobres y pecadores tuvo un fundamento interior: la experiencia espiritual de un Dios misericordioso con pobres y pecadores.
o Jesús, el Pobre, se supo en primera persona objeto del amor de Dios para amar a los que no merecen ser amados: a los pobres y los pecadores.
o Jesús, en sentido estricto, más que razones para creer tiene una experiencia de Dios que le hace creer en Él.
§ Como hombre pudo no creer, no le faltaron razones para hacerlo. Pero creyó porque en Jesús es tan fuerte su unidad con su Padre que el amor pudo más que las tentaciones y la crisis de fe que asomó en la cruz (“Dios mío, por qué me has abandonado”).
§ También en nuestro caso el desarrollo de la confianza básica que se requiere para vivir procede de una experiencia de cuidado y de amor. Creemos porque “alguien” nos amó.
• ¿Puede ser que alguien que no haya sido amado crea? No sé.
• Talvez lo único que le queda sea creer en Dios, ya que no puede creer en los hombres.

• ¿Por qué creemos en él? En primer lugar, porque Jesús creyó. Jesús no solo creyó en Dios, sino que él es para nosotros el creyente por excelencia. Jesús no es una marioneta en las manos de su Padre, sino un auténtico protagonista de la búsqueda de Dios y de la obediencia a su Palabra. ¡Es posible creer!
o Se ha discutido la fe de Jesús. Se ha hablado de “visión beatífica”: conocimiento exhaustivo de Jesús en virtud de su divinidad.
§ Esta explicación puede basarse en el evangelio de Juan y en la afirmación indistinta de su carácter de Hijo eterno del Padre
§ Pero contraviene la indicación del concilio de Calcedonia: en él no se mezclan ni confunden las naturalezas.
• Su autoconciencia y su conocimientos, su voluntad y su libertad, experimentan las limitaciones propias de toda criatura humana: el es “igual en todo a nosotros, salvo en el pecado” (Heb, 4, 15).
• Su divinidad no le exime de la ignorancia y de la fe sino que, por el contrario, es el fundamento que lo constituye en el creyente perfecto: nadie ha tenido más fe que Jesús y, por tanto, él es el modelo de los creyentes.
• La unión estrecha con Dios excluye en su caso el pecado. Él como todo hombre debe discernir su vocación entre las diversas posibilidades que se le representan, pero en su caso el amor a Dios excluye el pecado.
• ¿Puede el que ama no amar? Jesús no puede sino creer en Dios, no porque esté exento de la ignorancia sobre el futuro, sino porque sabe que Dios lo ama y él mismo no puede sino amar a Dios. Pensemos en una pareja que se ama tanto que ni siquiera la incertidumbre de volverse a ver pudiera apagar su amor.

o Todo esto la Escritura lo ha designado con el término de “autoridad”:
§ Jesús fue un hombre íntegro, fue admirado por su coherencia y por enseñar como quien realmente sabe lo dice. ¡Le creemos!
§ Su autoridad le viene, sobre todo, porque hace suyas las razones para no creer de su pueblo y, sin embargo, cree.
§ Esta autoridad para hablar de Dios y de un Dios que ama independientemente de la religiosidad de las personas, le hizo de enemigos y, a la larga, le costó la vida. Se estrelló contra los expertos en Dios.
§ Jesús encaró a las autoridades de Israel con mansedumbre y señorío, consciente del riesgo que corría, no como un cordero que traerá la salvación simplemente por el derramamiento de su sangre, sino por su inocencia y la grandeza de su causa.

• ¿Por qué creemos en él?
o Creemos en él, en segundo lugar, porque creemos que su “fe” triunfó.
§ Dios lo acreditó como Mesías, cumplió la puesta que Jesús hizo.
§ La muerte mostró el fracaso aparente de Jesús.
§ Fracasó, pero Dios lo rehabilitó.
§ Dios creyó en su esfuerzo por el advenimiento del reino, en su integridad personal y en su fidelidad. Jesús dio testimonio de Dios y Dios dio testimonio de Jesús: lo mostró a los discípulos vivo y lo acreditó como “el hombre”.
o El hombre Jesús representa a los que viven de su fe: los inocentes y los arrepentidos. La fe de estos, inocentes y pecadores, nos enseña a creer.
o Creemos en el Jesús en que la Iglesia creyó. La Iglesia de los primeros cristianos, pero también la Iglesia de hoy que nos toca a través de tantas personas que solo tienen a Dios o viven como si Dios fuera lo único decisivo en sus vidas.
§ Jesús creyó, pero además enseñó a creer.
§ El le abrió el camino a los que vendrían detrás suyo.
• Al revelar el amor inaudito de Dios, la capacidad de Dios de sostener a un hombre que no lo mueve el temor y, en consecuencia, que no tiene que ganarle el quien vive a los demás, Jesús capacita a sus discípulos a amar a Dios y a amar incluso a los enemigos.
• Los enemigos no pueden hacer ningún mal a los creyentes porque estos están seguros de que el Amor en el que creen vencerá tarde o temprano.
• La revelación del amor inaudito de Dios le costó a Jesús la vida.
• Se enfrentó de lleno contra una religiosidad que administraba la bondad de Dios con premios y castigos.
• El Dios de Jesús, un Dios que realmente es amor, que no necesita castigar, pone entre paréntesis a las autoridades religiosas que garantizan el orden que a todos permite vivir mejor.

• La resurrección constituye el triunfo de la fe de Jesús: un hombre así, que va a la pasión porque cree que Dios es Padre, que Dios ama gratuitamente, la Iglesia lo confiesa resucitado.
o La Iglesia cree que Dios cumplirá en los creyentes lo que cumplió con Jesús: él creyó y no fue defraudado.
§ Jesús, al ser acreditado por Dios como el creyente por excelencia, pues confió en Él hasta el final, merece la confianza de los hombres tal como la mereció de sus discípulos aun cuando entonces no era claro si vencería o no.
§ Nosotros creemos ahora en Jesús, por tanto continuamos en el régimen de la fe: no somos eximidos de la duda, de la crisis de fe y la posibilidad de la desesperanza, pero al creer que Dios es el Padre de Jesús y que el Espíritu nos autoriza vamos por la vida con dignidad.
§ Podemos vivir como hermanos, como si los otros no fueran nuestros enemigos sino tan hijos e hijas de Dios como nosotros mismos.
o Jesús es el mediador de la fe: “el iniciador y el consumador de la fe” (Hb).
o Gracias a Jesús, “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tienes y hemos creído en Él” (1 Jn 4, 16).
o Y nosotros le creemos a la Iglesia, a pesar de todo…

Preguntas para la oración

+ ¿En quiénes crees? ¿A quién?
+ ¿A quién le debes la fe?
+ ¿Cuál es tu “credo”?

Textos

+ Lc 23, 44,-48: Contemplación ante el crucificado. Observar la actitud de los que lo contemplaban.

Jn 11, 25: Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá”

MT, 9, 22: Jesús, volviéndose y viéndola, dijo: Hija, ten ánimo, tu fe te ha sanado. Y al instante la mujer quedó sana.

Mt, 9:29 Entonces les tocó los ojos, diciendo: Hágase en vosotros según vuestra fe.

Mt15:28 Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Oh mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas. Y su hija quedó sana desde aquel momento.

Mt 17:20 Y Él les dijo : Por vuestra poca fe; porque en verdad os digo que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: «Pásate de aquí allá», y se pasará; y nada os será imposible.

Mt 21:21 Respondiendo Jesús, les dijo: En verdad os digo que si tenéis fe y no dudáis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que aun si decís a este monte: «Quítate y échate al mar», así sucederá.

Mc 4:40 Entonces les dijo: ¿Por qué estáis amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?

Lc 8:25 Y Él les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Pero ellos estaban atemorizados y asombrados, diciéndose unos a otros: ¿Quién, pues, es éste que aun a los vientos y al agua manda y le obedecen?

1 Jn 4, 16 “Nosotros hemos sabido del amor que Dios nos tienes y hemos creído en Él”.

Sábado Santo (2009)

SÁBADO SANTO (Retiro CVX-2009)

* El sábado santo constituye el paradigma radical de la crisis. Si no fuera por la resurrección, la historia de Jesús habría que llamarla tragedia y no en drama. Si no fuera por la resurrección, habría que llamarla “lisis” y no “crisis”.

* Jesús no vivió el misterio pascual como nosotros: el hizo el camino, nosotros lo recorremos. El supo qué es la soledad radical, la nuestra puede ser acompañada.

* La experiencia cristiana de Dios se nutre del misterio pascual: a) Vamos al Padre, por el Hijo y en el Espíritu; b) vamos como hijos, recorriendo el camino que el Hijo nos abrió.

1.- Inmersión en la muerte

• Los cristianos participamos en el Misterio Pascual de Cristo:
o Este Misterio nos permite comprender el misterio de nuestra vida
o Y el misterio de nuestra vida nos hace entrever el sentido del Misterio de Cristo
§ Es así que la crisis de Jesús es la nuestra, y la nuestra la suya.
§ Es así que el descenso de Jesús a los muertos equivale a nuestro “topar fondo”.
§ La resurrección de Cristo nos hace vivir como resucitados
§ Nuestra experiencia cristiana de Dios nos permite conocer mejor quién fue Jesús y quién su Dios.

• En este rato de oración podemos centrarnos en este tópico del Credo: “Descendió a los infiernos”; que en nuestra vida equivale a algo así como “topar fondo”.

a) Del lado de Jesús:

• La muerte de Jesús es verdadera muerte: comparte la suerte de los muertos
o El es un cuerpo que muere
o Le han dolido los latigazos
o Más le duele el trato inhumano que recibe
o Tiene sed, pierde aire, le aprieta el pecho, no puede seguir respirado y le explota el corazón.
• Es así que su solidaridad con la pasión del mundo alcanza la radicalidad: Jesús es uno más con los muertos. Es a través del “descenso a los infiernos” que el Hijo completa la encarnación. Ya no puede hacer ni padecer. Pero no ha cumplido su misión de un modo automático. Mientras pudo avanzó libremente, discerniendo y haciendo la voluntad de su Padre. Mientras pudo…
• En el descenso al lugar de los muertos Cristo experimenta la muerte como consecuencia del pecado: lo matan. Pero también como límite de la creación. No podríamos morir si no fuéramos criaturas. La experiencia creatural se consuma en el “topar fondo” del Hijo que muere.
• En este viaje de Jesús a los límites de la creaturidad, se nos indica el camino para reconocer al Creador. Muertos nos experimentaremos nada. Jesús verdaderamente muerto nos señala nuestra pertenencia radical a Dios: dependemos de él en todo.
o Nada de lo que hagamos nos ahorrará la muerte.
o Nuestra pasión puede acabar en el más profundo sin sentido.
o La muerte nos anuncia que no sabremos si somos inocentes o culpables.

b) Del lado nuestro:

• El misterio del descenso de Jesús a los infiernos es parte del Misterio Pascual y, en consecuencia, salva, aunque de un modo que supera nuestra comprensión. No podremos entender nunca por qué la salvación ocurre de un modo tan raro. El cristianismo es una religión rara. No tiene mucho sentido creer en un hombre crucificado: en un galileo que en vez de acumular y distribuir poder, lo fue perdiendo.
• Pero alguna luz sobre el misterio de Cristo y el misterio de la pasión de la humanidad podemos obtener a partir de nuestro propio “topar fondo”.
o “Topar fondo” equivale a un viaje largo y sufrido que prepara la vida nueva que aspiramos, pero que no depende de nosotros alcanzarla. Entonces seremos mejores de quienes hemos sido, no porque “mejoraremos” sino porque “seremos mejorados”.
§ Equivale a caer y caer, y no terminar nunca de caer, aferrándose inútilmente a las múltiples seguridades que, por buenas que sean, pueden impedirnos encontrar a Dios
o Equivale a exponer desnudo al Narciso que somos hasta que no tengamos que avergonzarnos de nada porque para entonces seremos realmente humildes.
§ “Topar fondo” equivale a despertar a una humanidad que se sabe unidad en el sufrimiento y en el compartir; en el pecado y en el perdón.
§ Al entrar en contacto con nuestra miseria se gatilla nuestra empatía con una multitud de personas que hasta ahora nos han sido indiferentes o antipáticas: sea porque han sido pobres; sea porque nos han hecho daño.
§ Este contacto nos humaniza porque este mundo solidario en la experiencia del límite de la creación, nos comprende; es misericordioso con nosotros y nos perdona.
• Al “topar fondo” podemos entender algo del Cristo que va al centro del mundo: allí donde no se puede ser más pobre, uno con los pobres, uno con los pecadores, para reconstituir la solidaridad humana desde el reverso de la historia.
• Al ir al fondo comenzamos a experimentar que Dios ya ahora nos va liberando de nosotros mismos: del miedo y de la muerte. Cristo resucitado verifica en nosotros ya ahora la vida nueva.

Lecturas:

1 Pe 3,18-22.
Salmo 30: “Te ensalzo, Señor, porque me has levantado, nos has dejado que mis enemigos se rían de mí” (el peor enemigo es uno mismo).

+ ¿Qué nos da vergüenza? ¿Qué nos ha liberado de la vergüenza?
+ ¿Vas al fondo? ¿Vienes del fondo?

2.- Emergencia de la muerte

“Al tercer día resucitó de entre los muertos” (Credo)

• “Resucitó”: No resucitó sin haber sido resucitado.
• La salvación es gratuidad de la salvación: Jesús la merece por sus obras, pero muerto solo puede esperarla del Padre.
• Cristo experimente que Dios pone los límites y Dios saca los límites.
• Nosotros, por nuestra parte, no somos capaces de perdonar, de enmendar, de cicatrizar el mal que hicimos. Siempre queda algo. Las heridas nos persiguen. Sólo perdonamos con el perdón que hemos sido perdonados.

a) De parte de Jesús

• El resucitado sonríe.
• El Padre lo ha rehabilitado. El sabía que le haría justicia.
• El Padre ha reconstituido su cuerpo, le ha insuflado la vida eterna que tenía en un principio.
• Cristo experimenta en su cuerpo la solidaridad con el mundo nuevo: el cielo nuevo y la tierra nueva que tuvo en mente el Creador desde un principio
• Su relación de amor con la creación ha alcanzado su máxima expresión: el reino prospera en el mundo por obra del Mesías y de su Espíritu como amor que actúa en los acontecimientos humanos (los grandes y los pequeños). La lucha contra el mal y la injusticia continúa aunque no se la vea o parezca que la batalla está perdida.

b) De parte de nosotros

• Hay experiencias humanas de emergencia del “fondo” que nos permiten comprender algo de la resurrección de Cristo y esta comprensión, a la vez, nos hace emerger a una vida que nos sorprende enteramente. Estas experiencias superan con creces lo que nosotros podemos hacer por conseguirlas:
o San Ignacio nos habla de la consolación “sin causa precedente”: un anticipo del gozo del resucitado.
o La experiencia de un perdón que lleva las relaciones a un nivel superior al anterior.
o El despojo de seguridades que nos van dejando a solas con Dios Padre, como hijos que no podemos vivir más que de él (el resto pasa a ser secundario).
o La solidaridad auténtica que nos obliga a carga con otros que, a la larga, nos enriquecen nuestra vida.
o El nacimiento de un hijo: sabemos que la criatura supera infinitamente lo que concebimos.
• Estas experiencias son frutos de la emergencia del fondo son expresiones de la emergencia del crucificado a la resurrección y por esto nos hacen felices.
• Es posible, aunque no necesario ni obligatorio, ser felices en esta vida. Por lo menos es posible hacer felices a los demás.

Lecturas:

Juan 20, 19-29.
Salmo: Salmo 30

+ ¿Cuáles son tus alegrías? ¿Qué te causa felicidad auténtica?
+ ¿Conoces personas que viven como resucitadas aunque llevan las cicatrices del resucitado?

Viernes Santo (2008)

VIERNES SANTO

Retiro Semana Santa
CVX
2008

1.- Nuestra finitud

a) La finitud en Jesús

– Lo sorprendente de la Encarnación es que Dios nos ha salido al encuentro en un ser finito como Jesús de Nazaret, alguien capaz de crecer y de envejecer, de gozar, de sorprenderse y de indignarse, de reír y de llorar, alguien que tuvo que aprender para enseñar; que necesitó comer, dormir, ponerse a la sombra.

– Jesús resumió en su cuerpo la evolución de las especies: fue célula dotada de cromosomas, compartió la información genética de una humanidad con 4 o 7 millones de años sobre la tierra.

– A Jesús le costó la vida. Tuvo que ganársela. Aprendió una profesión y la ejerció. José le enseñó la carpintería. María le enseñó los límites de la vida y se los impuso.

– Jesús sufrió. No hizo teatro: no hizo como si sufriera para enseñarnos a sufrir. Sufrió hasta perder la conciencia. Sufrió el abandono y la más cruda de las soledades.

– Tuvo los mismos motivos para creer y no creer en Dios que los que tuvo su pueblo. Por eso fue representativo. Su anuncio del reino despertó expectativas mesiánicas.

– Creyó en Dios como no ha creído nadie. Ignoró el futuro y, cuando la pista se le puso cada vez más difícil, no pudo confiar más que en su Padre. En algún momento su fe solo significó “aguantar” hasta sudar gotas de sangre (Getsemaní).

– Jesús tuvo una vocación / misión a la que apostó su vida: el advenimiento del Reino de Dios. Pero tuvo que discernirla y ser fiel a ella paso a paso. Tuvo que inventar su realización.

– Su identidad divina hizo que fuera más hombre que ninguno: sensible, intuitivo, consciente de sus límites, experto para reconocer la tentación y sus peligros. Si no hubiera sido Dios, no habría sido tan humano. Porque tuvo una unidad completa con su Padre, aguantó ser hombre, solo hombre, perfectamente hombre.

– En la humanidad de Jesús descubrimos que el pecado es inhumano: Jesús compartió con nosotros todo, menos el ser pecador. Gracias a Jesús sabemos que el sufrimiento es anterior al pecado. Jesús sufrió, pero no pecó. Experimentó una consecuencia del pecado: el sufrimiento. Pero igual habría sufrido. Porque sufrir es condición del ser humano. Precisamente porque sufrimos es que pecamos, aunque no estamos obligados a hacerlo, como en el caso de “este hombre” se nos ha revelado. En Jesús sufriente, descubrimos que no estamos condenados a pecar ni al mal, si no una plenitud de humanidad que solo se consigue mediante una confianza y una unidad total con el Dios del amor. Jesús, como verdadero hombre, impotente e ignorante, nos enseñó que no hay que desesperar de nuestra propia humanidad, sino amarla con su finitud propia.

– Hay sufrimientos que no vienen del pecado. Es entonces que surge la pregunta: ¿quién tiene la culpa del dolor inocente? Si no fuera por Jesús, si no creyéramos que él que sufre es Dios, lo más fácil sería echarle la culpa al Creador y, por tanto, cuidarse de él. Llegamos así a la máxima de las paradojas: no es posible creer más que en un “crucificado”.

– Todos los descargos del mundo los podemos hacer contra Dios, porque no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, pero lo que resulta imposible es pedirle cuentas al “crucificado”. El es el representante del dolor inocente. A Cristo crucificado rezan los que tienen una buena razón para desesperar pero aguantan la tentación de no creer en Dios o de arreglárselas sin él.

– Jesús experimentó fuertemente la tentación porque sufrió hasta el extremo. Pero no pecó. El suyo es el sufrimiento de los inocentes.

b) Nuestros límites, caducidad y tentación

– La creación es una realidad finita. Dios es infinito, eterno y bueno. La creación también es naturalmente buena. Es el pecado del hombre que la ha desordenado o corrompido. Pero hay un tipo de corrupción que no proviene directamente del pecado. La podemos llamar finitud y que se manifiesta en un comenzar y un dejar de existir corporal o materialmente en el tiempo y el espacio.

– De esta finitud tomamos conciencia especialmente cuando vemos descomponerse, deteriorarse, enfermar y morir a los seres animados e inanimados. Por cierto el pecado incide muchas veces en el fracaso de la creación. Pero esta no fracasaría si no estuviera en ella el principio de su propia descomposición.

– Tomemos por ejemplo: los terremotos, las erupciones volcánicas, los huracanes, las sequías, las inundaciones, los fríos o calores imposibles de soportar. Estos fenómenos naturales normalmente arrasan con la vida de las especies vegetales y animales, y curiosamente favorecen también el surgimiento de nueva vida.

– La ciencia moderna ha podido conjurar una serie de males naturales. Por lo menos ha posibilitado protegerse de ellos. Pero la ciencia moderna tiene claramente el propósito de controlar la finitud de la naturaleza y, porque no decirlo, de la finitud en cuanto tal. ¿No es este uno de las virtudes y de los pecados de la modernidad?

– Se asoma ya aquí una causa de pecado. El pecado del hombre moderno consiste en no aceptar su finitud, lo que en términos teológicos equivale a no aceptar ser “criatura”, con lo cual desembocamos derechamente en el ateísmo: luchar por la vida y prosperar como si no hubiera Dios. Por más que nos consideremos cristianos y espirituales, en la medida que confiamos más en la ciencia que en Dios tendemos al ateísmo.

– A los occidentales cada vez nos cuesta más enfermar y morir como los animalitos, así no más, callados y sin drama. Por cierto que no somos meros animalitos y no podemos extinguirnos tan fácilmente. Los animales no tienen la sed de eternidad cuyo reverso es la angustia por esta vida. Pero, en cuanto “modernos”, carecemos de esa simpatía cósmica de que gozan los pueblos indígenas o campesinos. La ciencia nos ha hecho depender demasiado de nosotros mismos. Para cambiar el mundo no necesitamos a Dios. Nos desvinculamos de él. Además, para explotar el mundo también necesitamos desvincularnos del mundo: así lo haremos sin mala conciencia. Al rechazar nuestra condición de criaturas, al rechazar nuestra finitud, quedamos más solos. El desastre ecológico es prueba del divorcio del hombre con Dios y con el resto de la creación.

– La creación es finita. Somos finitos. Apreciar esta condición es un modo de reconocer que Dios es Dios, que a él y solo a él le debemos la vida. ¿Acaso no debiera consistir en esto y nada más la vida espiritual? Vivir como si fuéramos criaturas, en constante acción de gracias. ¡Bastaría!

– No extraña, por lo mismo, que a veces queramos morir. Sufrimos y no queremos sufrir más. Hay ancianos que piden morir. ¿Por qué no? No están despreciando la vida: simplemente están queriendo que se cumpla en ellos una posibilidad inscrita en su carne.

– Algo parecido ocurre con las enfermedades. Nos cuesta estar enfermos porque nuestra relación con nuestro cuerpo está mal ajustada. Creemos ser algo distinto de nuestro cuerpo. Tenemos una impresión de infinitud que se lleva mal con ese cuerpo que nos recuerda que no somos inmortales. Pero cabe la posibilidad de tomarse a bien la enfermedad y decir, por ejemplo, “soy un cuerpo que ama y que sufre”. ¿No pudiera ser la enfermedad una ocasión de agradecer a Dios la vida?

– El mundo es una organización “atómica”, “celular”. El hombre tiene un código genético. El genoma humano permitirá intervenir en nuestro “soma” para evitarnos el sufrimiento y, quien sabe, para alcanzar la perpetuidad. ¿Cuántos años vivirán las generaciones en 100 años más? Pero, por más que vivamos no por ello nos acercaremos más a Dios y, por tanto, seremos más felices.

– Esta situación de finitud-fragilidad y vocación a la infinitud-omnipotencia, es ocasión de pecado. Estamos llamados a “poder”, pero solo podremos si Dios puede en nosotros. Sin Dios, querremos superar nuestra condición, pero fracasaremos.

Instrucciones de oración

– Getsemaní (Lc 22, 39-46): contemplación del “hombre”.

– Preguntas:

– ¿Cuáles son los límites o sufrimientos de la vida que me “tientan” o dificultan creen en Dios?

– ¿Cuál es mi relación con mi cuerpo? ¿con la naturaleza?

– ¿Quiénes son mis enfermos y mis muertos? ¿Mis “muertes”?

2.- El Pecado

a) Jesús, víctima del pecado

– En Jesús se nos ha revelado “el hombre” y “Dios”.

– En la plenitud de humanidad de Jesús se revela que el pecado no es constitutivo nuestro; sino exactamente lo contrario: el principio de la ruina de nuestra humanidad. En la plenitud de la humanidad de Jesús se revela quién es Dios: el Amor que es factor de humanización y de reparación de la deshumanización.

– En Jesús se revela la inocencia y la culpa. En su cuerpo crucificado conocemos un tipo de sufrimiento capaz de redimir la culpa del que lo causa; el sufrimiento del inocente, el Cordero, que quita el pecado del mundo porque carga con el pecado del mundo. Jesús comparte nuestra humanidad hasta el colmo del sufrimiento y del pecado; del pecado como víctima capaz de amar y perdonar a sus victimarios. Nadie ha sido más libre que Jesús: ama a los que lo odian a él y a los suyos. Nadie ha sido más hombre que Jesús, porque la medida del hombre es el perdón. “Dime cuánto perdonas y te diré quién eres”.

– Podemos contemplar a Jesús torturado y muerto en cruz. San Juan juega a la paradoja y a veces con la ironía.
o Jesús, que no parece hombre, es “el hombre”.
o La corona de espinas es la corona del “rey de los judíos”.
o San Juan juega con la imagen de Jesús sometido a juicio. Los jueces juzgan culpable al inocente Pero él, el inocente, como un juez que ejerce su trabajo sentado, juzga a sus acusadores.

– Jesús crucificado “grita” antes de morir y muere. El cristianismo es una religión extraña. Pide creer en un “hombre crucificado”. Creer en un hombre es difícil y, en definitiva, imposible. El hombre en cuanto ser mortal no es “confiable”. Creer en un hombre crucificado parece de locos. Parece, pero no lo es del todo. Parece de locos, porque el crucificado representa al fracasado, al que no puede probar que tiene razón alguna. Sin embargo, en la confianza en el hombre coherente hasta la muerte, en el hombre que respalda con su cuerpo su propia fe y la pasión de su vida, está el fundamento de la ética y de la fe en Dios.

– Jesús representa a las víctimas de un mal atribuible a la libertad humana. Las víctimas inocentes solo podrían creer en alguien que ha pasado por lo que ellas han pasado. La solidaridad es el principio de la ética. Pero, además, el hombre que grita a Dios y muere sin ser escuchado, se convierte en el representante de tantos seres humanos que han pasado por lo mismo. Puede sernos difícil creer en Dios, pero si se trata de creer solo sería posible hacerlo en el Dios en el que Jesús creyó y a cuya voluntad consagró su vida hasta la muerte.

– Hay que mirar a Jesús crucificado y gritando a Dios, hasta comprender que Dios, si hay Dios, no salva sino a través de la pasión y muerte de Jesús.

b) Nuestro pecado

– Dios nos ha creado “sufridores”, pero no “pecadores”. Sufrimos porque somos seres humanos, pero también porque somos inhumanos unos con otros.

– En concreto, sin embargo, resulta muy difícil saber si lo que se sufrimos se debe a lo uno o a lo otro. Lo que no podemos descartar es que suframos a causa del pecado o que a causa del pecado suframos como sufrimos.

– Al nivel más profundo de nuestro ser, nivel que solo Dios conoce, nunca sabremos si somos o no pecadores: nos perdemos en el discernimiento de los motivos de nuestras acciones. ¿Qué fue primero? ¿El trauma, el miedo, el carácter, la ansiedad o la acción intencionalmente mala? Pero el mal del mundo y la sabiduría judeo-cristiana señala que su origen es la libertad humana y no la de Dios. La fe consiste en creer que Dios es bueno. Pero hemos de reconocer que hay un mysterium iniquitatis que antecede y supera con creces nuestra responsabilidad individual.

– De la mística proviene un dato importante: los santos tienen una fina conciencia de su pecado: Ignacio de Loyola, Hurtado, Teresa de los Andes. La mística consiste en la unión con Dios. La unión con Dios nos hace alcanzar la plenitud de nuestra humanidad. A más Dios más humanidad. Y, paradójicamente, la unión con Dios en los santos les hace reconocer su inadecuación con su prójimo. La conciencia del pecado es una gracia que se activa en los que descubren que Dios los ama y los perdona. ¿Qué es primero? ¿La conciencia del pecado o la conciencia del amor perdonador de Dios? Hemos de creer que Dios tiene la iniciativa de la conversión, pero esta no ocurre sin que nosotros queramos ver y veamos.

– ¿Cómo seguir el camino que los santos nos han abiertos? Una pista clave es la contemplación del crucificado. San Ignacio nos pone ante él y nos hacer preguntarnos: “imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en Cruz, hacer un coloquio, cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo, y así viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se ofreciere” (EE.53)

– Hurtado nos ofrece otra pista: “El pobre es Cristo”. La contemplación del pobre debiera llevarnos al Cristo que humillamos y que, a la vez, nos salva. El pobre es pobre porque yo soy rico: la sociedad está económica, social, política y culturalmente organizada de un modo injusto. Hay una anterioridad del mal a nuestro propio nacimiento. Nacemos en un lugar determinado de la trama social, y funcionamos de acuerdo al papel que se nos asignó.

– También Aparecida nos ofrece esta pista: contemplar en Cristo el rostro de tantos pobres latinoamericanos; y contemplar en estos el rostro de Cristo. Las enumeraciones no parecen terminar: “los migrantes, las víctimas de la violencia, desplazados y refugiados, víctimas del tráfico de personas y secuestros, desaparecidos, enfermos de HIV y de enfermedades endémicas, tóxicodependientes, adultos mayores, niños y niñas que son víctimas de la prostitución, pornografía y violencia o del trabajo infantil, mujeres maltratadas, víctimas de la exclusión y del tráfico para la explotación sexual, personas con capacidades diferentes, grandes grupos de desempleados/as, los excluidos por el analfabetismo tecnológico, las personas que viven en la calle de las grandes urbes, los indígenas y afrodescendientes, campesinos sin tierra y los mineros.” . En adelante el documento llama la atención particularmente sobre las personas que viven en la calle en las grandes urbes, los migrantes, los enfermos, los adictos dependientes y los detenidos en las cárceles .

– La última pista la debiera sugerir cada uno de nosotros a los demás. También nosotros debiéramos indicar a los demás dónde encontrar hoy al Cristo crucificado, el Cristo víctima de nuestro pecado y nuestro liberador. ¿Cómo trasparentamos el misterio pascual de Cristo, su muerte y su resurrección?

Instrucciones de oración

Mc 15, 23-37: Contemplar a Cristo crucificado.

Ignacio: “imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en Cruz, hacer un coloquio, cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo, y así viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se ofreciere” (EE.53)

Preguntas:

– ¿Quiénes son mis pobres? (“Pobre” es un concepto análogo. Hay muchas maneras de ser pobre).

– ¿Los pobres que son pobre “por mí” (por causa mía) y “para mí” (en mi favor)?

– ¿Los pobres que crucifiqué y que me redimen con su inocencia?

– ¿Para quiénes soy yo el pobre?, ¿el pobre herido por su prójimo y capaz, por tanto, de perdonarlo?

– ¿Con quiénes cargo y quiénes cargan conmigo?

Encuentro con Cristo I (Aparecida)

EL “ENCUENTRO CON CRISTO”: CLAVE DE LA FORMACIÓN DEL DISCIPULO Y MISIONERO SEGÚN APARECIDA

Punta de Tralca, 26 diciembre de 2007´
Religiosas del Sagrado Corazón

a) Aparecida tendrá que ser reconocida como la conferencia de la “espiritualidad”. Más precisamente, la conferencia que promueve un “encuentro con Cristo”, es decir, una espiritualidad cristocéntrica.
b) Las orientaciones que la conferencia da para la “formación” de los discípulos y misioneros, se orientan a provocar o facilitar la experiencia de un “encuentro con Cristo”, a madurar en esta experiencia y a compartirla con los demás.

A. El “encuentro con Cristo”

1.- Contexto de Aparecida

– Debilitamiento del catolicismo latinoamericano

– Los diagnósticos coinciden: el catolicismo se debilita. Lo detectaba el Documento de Participación preparatorio de la Conferencia y documentos regionales que reaccionaron a este. Lo subraya con fuerza la Síntesis que reúne el parecer de todas las iglesias.

– En el presente concreto de América Latina, el mandato de Aparecida a misionar dice relación con una percepción de desgaste del catolicismo latinoamericano.
o La fe cristiana ha penetrado la cultura del continente.
o El cristianismo ofrece una religiosidad que alimenta la vida de nuestros pueblos.
o Los católicos siguen siendo una inmensa mayoría.
– Pero algo está cambiando. El Papa Benedicto dijo al inicio de la Conferencia: Se percibe (…) un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudoreligiosas (nº 2).

– La constatación de esta especie de fatiga, en principio amenazante para la cultura del continente y el futuro de la Iglesia Católica en el mundo, merece ser discernida. Si efectivamente Dios actúa en la historia, y Dios es trascendente al catolicismo, los cambios pueden abrir nuevas posibilidades.

– Globalización
– Este fenómeno se inscribe en uno mayor, el de la globalización, y se debe a él en buena medida.
– La interacción recíproca entre los más diversos modos de ser hombre, a una velocidad impresionante y a través de medios nunca imaginados sorprende, espanta y remueve los cimientos de la identidad colectiva y personal hasta lo más profundo.
– La pobreza y la injusticia endémicas de América Latina son barajadas en nuevos registros.
– La religiosidad experimenta mutaciones importantes.
– La Iglesia Católica evangeliza en un proceso de acelerada desevangelización: desinterés por los sacramentos (caen el bautismo y el matrimonio; la reconciliación tiende a desaparecer; no hay sacerdotes suficientes para celebrar la eucaristía; el orden sacerdotal se mira con sospecha); secularismo, hedonismo, indiferentismo, proselitismo, de los que habla el Papa, socavan el sustrato católico de la cultura; pérdida de autoridad de los pastores a causa de un clericalismo que no se soporta o de enseñanzas que son percibidas como irracionales; éxodo de fieles a iglesias pentecostales, absorción de nuevas ideas religiosas y ambiente de “cisma emocional”.

– El Documento de Aparecida, a propósito del desgate del catolicismo, sostiene que, en la sociedad del conocimiento, en tiempos de globalización, las personas necesitan mucho más información para funcionar, pero a la vez sufren la fragmentación de la información política, económica, científica, etc., resultándoles muy difícil unir tanta información y no frustrarse.
– Y, aunque el Documento no lo diga, las autoridades de la Iglesia en una sociedad pluralista y democrática no logran representar la unidad que, en nombre de Dios, están llamadas a fomentar.
o La misma institución eclesial tiende a ser desplazada de la arena pública.
o Sus noticias no son noticia.
o Una sociedad que funciona en otros registros parece no necesitar de una autoridad superior que la unifique.
– El problema mayor para la evangelización: en la medida que la transmisión de la fe de una generación a otra es alterada por estos fenómenos, el catolicismo latinoamericano tradicional ha comenzado a diluirse.

2.- Propuesta de un “encuentro con Cristo”

– Aparecida nos manda a misionar.
o Debemos plantearnos seriamente cómo nos convertiremos en misioneros.
o Si Dios ha hablado, la Iglesia latinoamericana entera tendrá que renunciar a su complacencia, revisar las modalidades pastorales que impiden la acogida del Evangelio y crear otras nuevas que lo hagan posible.

– La convicción básica de la Conferencia es que no se puede ser misionero si no se es discípulo y, por otra parte, que ningún discípulo puede eximirse de la misión, porque el mandato de anunciar a Jesucristo a todas las naciones está inscrito en su bautismo (Mt 28, 19).

– La novedad de este planteamiento estriba en que, en las actuales circunstancias, el discípulo-misionero o el misionero-discípulo, no podrá ser tal si no tiene un encuentro personal y comunitario con Jesucristo (11).
o Ya lo decía documento Síntesis: “La alternativa crucial es ésta: o nuestra tradición católica y nuestras opciones personales por el Señor arraigan más profundamente en el corazón de las personas y de los pueblos latinoamericanos como acontecimiento fundante, como encuentro vivificante y transformador con Cristo, y se manifiesta como novedad de vida en todas las dimensiones de la existencia personal y la convivencia social, o corre el riesgo de seguir dilapidándose, empobreciéndose y diluyéndose en vastos sectores de la población, lo que sería una pérdida dramática para el bien de nuestros pueblos y para toda la catolicidad” (DS nº 15).
o Sin un encuentro vivificante con Cristo, la fe cristiana corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores de la población (DC 13).

– Años atrás Karl Rahner, teólogo importante del Concilio Vaticano II, había afirmado: “el cristiano del siglo XXI será místico o no será cristiano”.
o Lo que ha valido para el catolicismo ilustrado occidental, vale también para nuestro continente.
§ La tradición cultural cristiana que ha marcado a fuego nuestra identidad, no basta a sujetos que creen poder elegirlo todo.
§ Si estos no eligen a Jesús como el único Señor al que vale la pena consagrarle la vida, difícilmente aceptarán que la Iglesia los elija a ellos como discípulos de Cristo y encauce sus vidas para lograrlo.

– La expresión “encuentro” para referirse a la experiencia espiritual es especialmente rica.
o El encuentro con Dios en uno como nosotros, el hombre Jesús y nuestro hermano, en quien se generan relaciones comunitarias simétricas y fraternas, constituye un modo muy feliz de hablar de la experiencia cristiana de Dios.
§ La experiencia de Dios como “encuentro” con Cristo tiene un anclaje antropológico que orienta aún mejor lo que Aparecida nos pide.
§ Podemos decir que “encuentro” alude a lo que puede ocurrir entre dos personas.
• Así de simple y hermoso.
• Así de complejo y peligroso.
§ Cuando el encuentro es tal que ambas personas se constituyen una a partir de la otra, se abre naturalmente a la amistad de terceras personas, constituye una comunidad y permite reconocer la comunidad que, tal vez imperceptiblemente, sostenía y posibilitaba estas relaciones.

– Para Aparecida, el “encuentro con Cristo” recuerda el llamado y la elección que hizo Jesús de sus primeros discípulos:
o Llamado a vincularse estrechamente con él, para que conocieran el misterio del reino y para que compartieran su misión de anunciar su advenimiento.
o El impacto que produjo Jesús en sus discípulos produjo en ellos una respuesta libre. El amor de Jesús por ellos los convirtió en amigos y hermanos suyos, y los impulsó a misionar.

– Esta primera experiencia de Cristo, después de la resurrección de Jesús ha abierto un acceso trinitario a Dios.
o En la experiencia cristiana de Dios el Padre tiene la iniciativa: El sale a nuestro encuentro en su Hijo y por el Espíritu.
o Cristo es el “camino, la verdad y la vida”. Jesucristo, su reino y su muerte en cruz, constituye el modelo de la vida cristiana.
o El Espíritu, por su parte, hizo que Jesús se relacionara con el Padre en la oración y el discernimiento de su voluntad.
o El Espíritu nos ha revelado que Jesús es el Hijo y que Dios es el Padre de Jesús y nuestro Padre.
o El Espíritu guía a los cristianos como “maestro interior”.

– El Documento de Aparecida indica dónde podremos encontrar a Cristo: en la Palabra, la Eucaristía, en las comunidades, en María, en la religiosidad popular y en el prójimo (pobre).

– El encuentro con Cristo en el prójimo recuerda la índole eclesial de una experiencia cristiana auténtica.
o Este es precisamente el desafío ulterior.
§ No basta decir que la evangelización depende exclusivamente del “encuentro” con Cristo.
§ Es posible que a futuro se pierda la posibilidad de una experiencia de Dios en Cristo si no se realizan ajustes eclesiales mayores.
o Dicho de otra forma, sin cambios la transmisión de la fe a la siguiente generación y la proclamación misionera de Jesucristo a los que nunca han creído en él, es impensable.

– Por tanto, la atención a los “signos de los tiempos” en la que se haya la Iglesia en Aparecida, constituye una oportunidad muy favorable para preguntarle al Señor qué Iglesia facilitará, encausará y custodiará mejor aquel “encuentro” con Cristo del que depende el futuro cristiano de América Latina.

3.- Cristología de Aparecida

Cristo vida plena

– Ya en el título que llevaría la V Conferencia se nos había indicado que el tema de la vida habría de ser clave.

– El foco de todo el documento es el encuentro con “Cristo vivo”.
o Con las palabras del Papa: “Es necesario que los cristianos experimenten que no siguen a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y el ahora de sus vidas. Él es el Viviente que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta, entrando en nuestras casas y permaneciendo en ellas, alimentándonos con el Pan que da la vida” .

– En estos términos el Cristo de Aparecida es una “buena noticia”. La persona de Jesucristo en sí misma, su vida divina comunicada humanamente a nosotros, constituye la salvación.

– Se subraya que Jesucristo es la vida eterna: la vida divina que el Hijo quiere compartir con la humanidad de parte de Dios prevalecerá en los que creen en él.

– La vida eterna del Hijo, sin embargo, no se comprende independientemente de la vida que Jesús comunicó a diversa suerte de pobres. La vida eterna se anticipa por la praxis compasiva de Jesús, porque no consiste en otra cosa que en la eternidad del amor.

– Aparecida entiende la salvación como vida que supera las condiciones inhumanas en que viven los más pobres. El amor cristiano, en palabras del Papa “invita a todos a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes” .

El Cristo del reino

– Aparecida promueve un “encuentro con Cristo”, a quien considera la vida plena y a quien identifica con el reino de Dios.
o En ambos casos la salvación se concentra en la persona de Jesús, Cristo e Hijo de Dios.
o En ambos casos, la centralidad de la persona de Jesús no anula, sino que exige explicitar las consecuencias interpersonales, sociales e históricas de la salvación cristiana.

– El Evangelio tiene un carácter fundamentalmente personal.
o En Cristo Dios se da en persona a todos los hombres y todos los pueblos.
o Él es el “Dios de rostro humano” .
o Esta Buena Nueva, por otra parte, responde a las necesidades más hondas de la humanidad.

– El carácter personal del reino de Dios, sin embargo, exige una mediación recíproca entre Jesús y el pobre. Para Aparecida en el rostro de Jesús descubrimos el rostro del pobre y en el rostro del pobre se nos manifiesta el rostro de Jesús.

– “Pobre” hoy en América Latina y el Caribe debiera ser un concepto análogo y no confuso. Aparecida misma ofrece un primer analogado en palabras estremecedoras: “ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social. Con ella queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son solamente ‘explotados’ sino ‘sobrantes y “desechables’”.

– De aquí que Aparecida renueve la opción por los pobres lo cual tiene enorme importancia. Decir que el Hijo de Dios se hizo hombre equivale a decir que “el Hijo de Dios se hizo pobre” . Cuarenta años después de Medellín, la V Conferencia asegura la índole cristológica de la opción por los pobres.

B. La Formación

– La sección clave está en el capítulo 6. Los números más importantes: 276-284.

1.- Claves

a) Cambios en el paradigma de la espiritualidad:
– Centralidad de Cristo: “Encuentro con Cristo”.
– De la imitación y de la santidad, al seguimiento.
– De la dirección espiritual al acompañamiento espiritual.

b) Respeto de la historicidad de las personas
– La conversión como un proceso de toda una vida (“camino largo”).
– La vocación como un llamado estrictamente “personal” de Dios (por el “nombre”).
– La necesidad de una pastoral diferenciada de acuerdo a la realidad de las edades y condición de las personas.
– Necesidad de formación permanente: a través de catequesis y sacramentos.

2.- Insistencias

a) Formación de discípulos y misioneros:
– ¿cómo se forma un misionero?
– ¿cómo se forma a un “formador” de misioneros (laico, religiosa, sacerdote)?
b) Necesidad absoluta de una comunidad: ¿qué comunidad es realmente “formadora”?

Jesús educador

JESÚS EDUCADOR

1.- Jesús no es un educador como nuestros educadores

• Y, en consecuencia, nuestros educadores no pueden pretender serlo como lo fue.

(1) Jesús elige a sus discípulos…// los profesores no eligen a los alumnos.

(2) Jesús forma un grupo… / a los profesores les asignan un curso

(3) Jesús establece una relación personal, íntima y permanente con sus discípulos // a los profesores no les corresponde hacer, salvo en algunos casos; pero, de hecho, con dificultad deben aprenderse los nombres de sus alumnos.

(4) Jesús no enseñó nuestras disciplinas (matemáticas, castellano, biologías…), sino asuntos mucho más vitales // a los profesores no se les pide normalmente que entren en asunto vitales y, por el contrario, tienen que tratar materias áridas de asimilar.

(5) Jesús no enseña a niños sino a adultos // no podemos tomar sus palabras tal cuales y aplicarlas a nuestro auditorio.

(6) Jesús llama a una conversión del corazón // de los profesores no se pueden esperar este tipo de llamados. Sería muy raro que los hicieran con olvido de la disciplina que deben enseñar.

(7) Jesús, además de maestro, es profeta e Hijo de Dios // algún profeta puede darse entre los profesores, pero sería muy raro que alguien pretendiera que lo traten como Hijo de Dios.

2.- Sin embargo, hay puntos de contacto entre Jesús y los profesores

(1) Jesús predica el reino de Dios

• Los profesores puede aludir a una realidad que hace trascendente el aprendizaje de la disciplina que imparte.
• El profesor debe formar personas más que “especialistas”. Hurtado: “Hay una profesión vacante: ser hombres”.

(2) Jesús se preocupa de darse a entender a los que tienen dificultad para comprenderle. Por eso enseña en parábolas
• Los profesores deben hacer un esfuerzo por comunicarse.
• Deben también hacer una “opción por los pobres”

(3) A Jesús le mueve la pasión por el Padre y por el reino de Dios
• A los profesores les ha de mover la pasión por entregar lo mejor de ellos mismos
• Pueden desear apasionadamente que sus alumnos comprendan y, sobre todo, lleguen a ser personas de bien.

(4) Jesús ama personalmente a cada uno de sus discípulos.
• Es fundamental que los profesores quieran a sus alumnos. Un alumno que siente que su profesor no lo quiere, tendrá dificultad para aprender la disciplina que este le enseña. Por el contrario, muchas de las vocaciones intelectuales son desarrolladas por profesores que supieron preocuparse por sus alumnos de un modo especial.
• Se podría preguntar a los alumnos por qué les gusta o no tal o cual materia. No sería raro que les gustaran las matemáticas si el/la profesora lo estimula.

(5) Jesús es creativo. Enseña con parábolas y ejemplos novedosos.
• Los profesores deben inventar sus propias técnicas de enseñanza y aprendizaje.

(6) Jesús establece una relación de autoridad y cercanía con sus discípulos. Esto genera libertad en las personas.
• Los profesores pueden formar personas “libres”: capaces de probar e equivocarse, de no dejarse llevar por aplausos ni por temores, personas que no dependen infantilmente de otros.
• Personas responsables

(7) Jesús educa para el discernimiento. Enseña a elegir.
• Los profesores deben transmitir una cultura y, al mismo tiempo, estimular en sus alumnos la capacidad de pensar por sí mismos y de tomar decisiones.

(8) Jesús enseña para la “cruz”, enseña a obedecer a Dios aunque cueste la vida.
• Los profesores deben educar para los “límites”
• Deben educar para “elegir”, para “elegirse” y para “ser elegidos”.
• Se podría decir que deben educar para sacrificarse por una motivación.

(9) Jesús despierta en sus discípulos el contacto consigo mismo (con la propia verdad, con las propias emociones).
• Los profesores pueden enseñar a sus alumnos a conocer sus capacidades, a descubrirlas y a desarrollarlas.
Deben enseñarles que son personas distintas de las demás (que no son rebaño). Que son personas únicas e irrepetibles; que de cada persona se espera algo original.
(10)Jesús responde a los anhelos más profundos de sus discípulos.
* Los profesores deben saber que sus alumnos tienen puestos los ojos en ellos. Sus alumnos esperan de ellos algo que no encuentran en otra parte: conocimiento, reconocimiento, cariño, etc.

Alberto Hurtado:
Hurtado concibe el estudio como una actividad espiritual. La teología constituye una etapa clave de la formación del sacerdote. Y el secreto de esta consiste en un conocimiento personal de Dios que se traduzca en un conocimiento de la propia persona del estudiante. Con suma inspiración afirma: «la formación debe llevar a cada uno a descubrir en sí aquel núcleo creador característico suyo, y a ponerlo en contacto con la chispa eterna» (75). Por el contrario, sigue, «el que no ha descubierto su principio creador podrá adquirir cultura, podrá asimilar ciencia, pero no podrá modelarse él mismo orgánica y armónicamente» (76).

La "píldora del olvido" o la memoria de la pasión

Si el día de mañana se inventara una “píldora del olvido”, una pastilla para borrar los hechos más dolorosos de nuestra vida, para suprimir de la memoria aquellos golpes que nos marcaron para siempre, ¿quién la tomaría?

Cualquier interesado debería primero sacar las cuentas. Si pudiéramos recordar sólo los buenos momentos, ciertamente no seríamos los mismos. A futuro, no pudiendo entender el sufrimiento de los demás, su pena nos parecería una estupidez. Creeríamos que se merecen lo que sufren. Los culparíamos de su tormento. Y, así, juzgándolos aumentaríamos su desgracia, evitando de paso que su infortunio nos toque.

Pero, además, sin esos hechos traumáticos nuestra identidad sería irreal. Nada hay más nuestra que esa historia de padecimientos que solamente podemos contar en privado, sin apuros y no a cualquiera. ¿Acaso no fue en aquellos momentos de dolor que tuvimos la impresión de ser distintos de los demás? «¿Por qué a mí?», dijimos, “¿Por qué ahora? ¿por qué de esta manera?”. Nos sentimos solos. Nos supimos únicos en el mundo. El placer, el amor no han cincelado nuestro «yo» más que la frustración, el fracaso y la impotencia de no haber sido amados como lo quisimos. Un hombre, una mujer sin memoria de su pasión, serían unos eternos turistas sobre la tierra. Su convivencia parecería una especie de show de irrealidad: escenografía, drama sonso, risas falsas, aplausos falsos…

Sin embargo, ¿podríamos nosotros juzgar a las personas que, habiendo padecido mucho en su vida, decidieran tomar la píldora para olvidar su dolor? De ninguna manera. ¡Nunca hay que juzgar! Pero probablemente sería esta misma gente la menos interesada en tomarla, pues ella sabe que su pasión es exactamente lo que tendría que contarnos. Estas personas, nos consta, aportan a nuestra vida en sociedad una cuota de verdad cruda que nos delata y nos sana al mismo tiempo. Nadie como ellas desarrollan un olfato finísimo para detectar a la mujer mentirosa, al nuevo rico, al predicador que habla sin decir nada… Sin la memoria de las víctimas una sociedad avanza sin rumbo.

Jesús no habría tomado jamás la “píldora del olvido”. De haberlo hecho se habría incapacitado para representar a las víctimas ante Dios. Los seguidores de Jesús tampoco la habrían tomado. Pues compartiendo el dolor de los demás, amándolos con el amor de Jesús, los cristianos prueban lo imposible: que Dios no es apático, que a Dios no le da lo mismo la pasión al mundo.

Memoria pascual

Los cristianos recuerdan en Semana Santa el camino de Jesús a la cruz y luego su resurrección. ¿Por qué?

No lo hacen porque les guste la historia y gocen con los relatos heroicos. Tampoco porque se deleiten con el sufrimiento de Jesús o porque viéndolo así sufriente les sirva de consuelo. La diferencia de esta historia con cualquier otra historia, es que lo que sucedió con Jesús en el pasado de algún modo continúa sucediendo en el presente. No es lo mismo el recuerdo que los cristianos hacen de Jesús que el recuerdo que cualquier persona puede hacer de Gandhi, Sócrates o Arturo Prat. Los cristianos recuerdan el camino de la cruz porque creen que el crucificado resucitó y vive.

Los cristianos siguen a Jesús en su pasión para participar de su resurrección. ¿Cómo se entiende algo así? Ellos esperan la vida eterna más allá de su muerte, viviendo ya ahora de acuerdo al mismo amor que ha vencido a la muerte. Si en la cruz Jesús llevó al extremo el amor de Dios por cada uno de nosotros, incluidos nuestros enemigos, los cristianos vencen la muerte en tanto se dejan amar por Dios, perdonan a los que los ofenden y trabajan por la superación de toda enemistad. La salvación cristiana origina una vida nueva ya en esta historia nuestra, en la que normalmente predomina la desconfianza y el temor a los demás, la defensa en contra de los otros y el egoísmo. La resurrección de Jesús es reconocible allí donde surge una nueva forma de vivir caracterizada por la confianza entre los hombres, la esperanza en el futuro a pesar de cualquier dificultad y el amor por los que no parece que merezcan ser amados: los despreciables y los que más nos han ofendido. Esta es la novedad de Jesús que los cristianos recuerdan y reviven en Semana Santa, novedad que rompe con la historia tan conocida del “ojo por ojo, diente por diente”, la historia del resentimiento y la venganza.

Pero la pasión y la resurrección de Cristo no atañen sólo a los cristianos. El llamado Misterio Pascual de Jesús, la Iglesia cree, tiene alcance cósmico. Si por la Encarnación del Hijo de Dios sabemos que nada humano es ajeno a Dios, que Dios se hace solidario con la humanidad hasta las últimas consecuencias, por el Misterio Pascual de Jesucristo sabemos que allí donde hay un hombre, una mujer que sufre, es Cristo que sufre; que donde una mujer, un hombre pide perdón, es Cristo que impulsa la reconciliación. Todo el cosmos está cristificado. También en los budistas, musulmanes, ateos y los que nunca han oído hablar de Nazaret o Jerusalén, es Cristo que padece en cruz cuando cualquiera de ellos tiene hambre y es Cristo que resucita cuando un prójimo les da de comer. Atentos a las necesidades de los pobres, los obispos nos remecen con su campaña en favor de la mujer jefa de hogar que con enormes sacrificios “para la olla” a diario. No hay que averiguar si esa mujer ha cometido errores en su vida, si es católica o evangélica. Si el crucificado es el Cristo, la propaganda dice: “ella también”.

Los cristianos en Semana Santa hacen suyo el dolor de Cristo por el mundo que sufre y preguntan a Cristo mismo qué pueden ellos hacer para bajarlo de la cruz. En cada una de las misas los cristianos agradecen a Dios porque Jesús continúa luchando por la justicia y la paz del mundo, y con su oración y su acción se suman a su causa.

Jorge Costadoat S.J. Si tuviera que educar a un hijo… Ideas para transmitir la humanidad, Santiago, 2004.

Significado de la cruz

Es común creer que al que hace el bien le va bien y al que hace el mal le va mal. Si los hechos dicen lo contrario, si a veces a los buenos les va mal y a los malos les va bien, se piensa que tarde o temprano, las personas cultas, trabajadoras, ahorrativas y correctas serán recompensadas, pero las ignorantes, las descuidadas, las gastadoras y las corruptas sufrirán nefastas consecuencias. En las religiones, este esquema mental es garantizado por un “dios” que castigará a los que se comporten de un modo injusto y premiará a los que observan sus mandamientos.

La otra cara de este modo de pensar, sin embargo, lleva sutilmente a concluir algo muy grave: que los triunfadores son buenos y que los perdedores son malos. Por esto muchos creen que el contagio con los ricos, los sanos y todos aquellos a los que la vida les sonríe podrá beneficiarlos, y se les acercan y los adulan. Por el contrario, es tan común sospechar de los pobres y evitar su contacto: si son pobres, es que son flojos. En Chile todavía se dice de algunas víctimas “algo habrán hecho”.

El cristianismo enseña que esta lógica es errónea. En la cruz Dios estuvo en un hombre que, condenado a muerte, parecía culpable, pero era inocente. Si Dios se identifica con Jesús, mientras Jesús se identifica con los perdedores, su lógica rompe con aquella otra lógica que inspira desprecio por los culpables y veneración por los justos. La lógica del Dios de Jesús, es el amor desinteresado. ¿Se entiende? No fácilmente. La entenderán los que sean amados y perdonados por los imitadores de Jesús, cuando a los ojos de la sociedad ellos parezcan culpables por su pinta de perdedores.

Se dirá que la resurrección fue el premio del justo. Sí, si entendemos que Dios premia a Jesús con la vida nueva, pero que en la cruz no lo castiga a él ni en él a los que lo han crucificado. Dios no necesita condenar a unos para salvar a los otros. Dios puede lo que nadie puede: morir por los pecadores y resucitar por los inocentes. Para ofrecer el perdón divino a los pecadores Jesús comparte la consecuencia última del pecado, la muerte. Para reivindicar a las víctimas inocentes del pecado, resucitando a Jesús Dios hace justicia a los ajusticiados injustamente. Muy distinto a lo que se piensa comúnmente, Dios ama a inocentes y pecadores. Dios no sabe castigar. Ama, y nada más.

¿Da lo mismo entonces comportarse bien o mal? De ninguna manera. Si en la cruz Dios ofreció el perdón a los que descargaron en su Hijo inocente un daño que Él no descargaría en un culpable, alcanzan la vida eterna los que son compasivos con los pecadores como Él es compasivo con ellos. En cambio, los que se empeñan en apartarse de los pecadores y juzgarlos, se condenan solos, porque solos se niegan a entrar en el circuito de la compasión de Dios. El infierno es invento humano, no divino. Dios ha creado sólo el cielo. Para amar y perdonar, Dios no necesita de nuestra bondad ni que le crucifiquen a un hombre. Si Dios quiere salvar a la humanidad, se salva el que prolonga la magnanimidad de su amor con el prójimo, pero también consigo mismo. Si Dios ama a los que no merecen ser amados, la misión de los cristianos consiste en inventar un mundo al revés, un mundo digno de todos y no sólo de algunos. La santidad auténticamente cristiana no consiste en la impecabilidad, sino en la misericordia. La justicia divina no hace intrascendente la búsqueda de justicia humana, pero, al encajarla en la misericordia, la capacita para rescatar a los malos en vez de descartarlos.

Jorge Costadoat S.J. Si tuviera que educar a un hijo… Ideas para transmitir la humanidad, Santiago, 2004.