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Solo un país bello tiene futuro

La belleza siempre ha sido importante. Hoy es además indispensable. La fealdad nos hace daño. Si invirtiéramos más en belleza, nuestra calidad de vida mejoraría. El país mismo se encaminaría por la mejor de las sendas del desarrollo.

No me gusta aplicar la palabra “invertir” al campo de lo bello. El uso de términos económicos en ámbitos no económicos ha sido deshumanizante. ¿Cómo puede hablarse de “capital humano”? ¿De “recursos humanos”? ¿De “costo social”? Por semejante razón, me irrita que en las farmacias me tengan catalogado entre las “grandes personas” por estar en una Isapre. Tienen mi rut, saben mis enfermedades, en suma, me felicitan porque soy un potencial enfermo tiene con qué pagar. Hablo de “invertir” como sinónimo de fomentar, de poner los huevos en la canasta de la estética.

Me ha dado con imaginar que puede haber una reorientación general de la economía en función de la belleza. No sé si es posible convertir la belleza en un motivo suficientemente interesante para la economía, como para que el Estado y los particulares inviertan en ella. No soy economista. Pero cuando viví en Italia tuve la impresión de que este país dependía económicamente de la belleza. Los italianos han encontrado la fórmula mágica para venerar la belleza en su gratuidad y para sacarle partido económico. ¿Reconciliar a Dios con el Diablo? No. Es otro el asunto. Los italianos han gestado un instinto estético tras muchísimos años de amor por la creación y el ser humano. Para ellos la belleza es lo primero.

Confieso que mi inquietud es ecológica. El modelo de desarrollo que domina el mundo por doquier, y que a muchos chilenos los ha sacado de la miseria, tiene efectos colaterales deletéreos. La basura en las playas, la Torre Entel decorando Santiago, las bocinas en Valparaíso, los geoglifos religiosos en los cerros de Antofagasta, el humo de Coyhaique, la vulgaridad fuera de ámbitos acotados, para qué seguir, nos están matando. Urge concebir el desarrollo en una clave humanista.

¿Qué hacer? La tarea le compete a los particulares y al Estado, a las familias, a las escuelas y a cada uno de nosotros. Tendríamos que revisar nuestra urbanidad. Antes que cuestión de política pública, la belleza que requerimos es la que requiere de nosotros. No la fabricable, sino la que nos pide una conversión. Un giro. Una experiencia que anticipe ese mundo en que reina “el sentido del prójimo”. El principal criterio estético es el amor a la humanidad.

¿Es posible combinar la competencia contra el prójimo, motor de la economía de mercado, de la que depende ni más ni menos que nuestra posibilidad de comer, con “el sentido del prójimo” que nos exige sacarnos el pan de la boca para que también otros puedan gozar de un mundo que puede ser hermoso por puro compartirlo? Si no es posible, nada impide intentarlo.

¿Puede un ser humano irse del planeta sin haber plantado un árbol? ¿Sin haber distinguido un gorrión de un chincol? No puedo entender que alguien compre una botella de agua. Tenemos agua potable en abundancia. En los campamentos del norte la consiguen con camiones aljibes. Sueñan con disponer algún día de llaves y cañerías. ¡Comprar una botella de plástico para tomar agua! ¡Tomarse el agua y botarla botella!

Se requieren cambios culturales importantes. Se necesita invertir –lamento otra vez la palabra- en pintura, literatura, baile. A los poetas de “cuneta” no debiéramos financiarlos, los corromperíamos, pero podríamos ponerles unas carpitas en la Feria del Libro, permitirles declamar, presentar sus libros, comprárselos y leerlos. El Estado podría inscribirles gratis el ISBN.

Apuesto a que este planeta es más bonito de lo que hemos pensado. Nuestro país tiene lugares de una belleza incomparable. El crecimiento económico, el auténtico desarrollo, no se hará sin música. Quisiera pensar que con más música, más arte, más filosofía, habrá más desarrollo económico y, si nunca tanto, desarrollo a secas, cultivo en humanidad. Este es un fin. El dinero, un medio. El futuro de Chile es cuestión de estilo.

El arte no se compra ni se vende. Me equivoco: sí, se compra y se vende. No: bajo un aspecto la belleza no tiene precio, es completamente gratuita; pero bajo otro respecto, si se fomenta su cultivo, puede terminar dando una orientación fundamental a la vida de las personas y de un país, puede convertirse en la locomotora, también económica, detrás de la cual se ordenen todos los carros.

El Papa Francisco encontrará una Iglesia Católica en crisis

¿Por qué el Papa visitará Chile? Es difícil saberlo. Pero una visita suya puede ayudar a una Iglesia chilena en crisis. Francisco puede reanimarla. Puede potenciar su compromiso con los más pobres.

Cobra especial relevancia que el Papa acuda a Temuco, territorio mapuche, donde se encuentran los más pobres del país. Su pobreza no es casualidad. Los mapuche fueron desplazados a las peores tierras por los chilenos que se hicieron del sur a mitad del siglo XIX. En las últimas décadas volvieron a entrar en la Araucanía empresas forestales y de extracción minera sin respecto por la sensibilidad eco-social de un pueblo que vive en paz con los demás y con la naturaleza. Hoy la zona, además de víctima de un genocidio histórico, experimenta la resistencia violenta de grupos mapuche extremos. La Iglesia en aquellos lugares desarrolla un trabajo pastoral importante en favor de los mapuche.

También es relevante que el Papa vaya a Iquique. Allí tiene lugar la fiesta religiosa de La Tirana, una de las más populares del país. Una fiesta de gente pobre y profundamente católica. Iquique es hoy, además, una ciudad de muchos inmigrantes. Personas que vienen de otros países latinoamericanos en busca de mejores condiciones de vida. Sabemos que el Papa tiene una especial preocupación por los migrantes. La Iglesia chilena también la tiene y desarrolla diversos apostolados en su favor.

Por otra parte, los católicos se encuentran en una situación de gran desencanto. Muchos abandonan la Iglesia. Los católicos en los últimos veinte años han disminuido prácticamente en un 20 %. En la actualidad deben ser un 57 % de la población (Latinbarómetro).

¿Cuáles son las causas? Sin duda la principal es un tremendo cambio cultural parecido al que tiene lugar en el resto del mundo, debido a una globalización que quiebra la cultura tradicional y socava por parejo las instituciones civiles y religiosas, incluidas las que promueven los mejores valores de la humanidad. Este cambio se debe en gran medida a la búsqueda económica de la máxima ganancia y el mercado que reduce las personas a individuos que han de competir para “ser alguien” por la vía del consumo, y no por el camino de la solidaridad. En este contexto el catolicismo chileno, de antiguo falto de vigor, se ha debilitado. Las pertenencias comunitarias están en crisis. Menguan las parroquias, las comunidades eclesiales de base, las comunidades religiosas, los movimientos laicales, el recurso a los sacramentos y la participación en la eucaristía dominical, y no hay visos de ningún brote de originalidad más o menos importante. Por otra parte, las ayudas internacionales se han reducido (clero, religiosos y religiosas) y las vocaciones han disminuido vertiginosamente.

¿Qué dirá el Papa a los católicos del 1% más rico que no tienen en qué más gastar su dinero mientras todavía hay gente que vive botada en las calles? ¿Mirará a los ojos a los católicos que acumulan el 0,1 % del patrimonio nacional, que compran de todo y a todos, que corrompen a la clase política y devengan pingües ganancias con sus favores?

La Iglesia chilena, por otra parte, ha sufrido como ninguna otra en América Latina el impacto de los escándalos de los abusos sexuales, psicológicos y espirituales del clero, y la falta de colaboración de las autoridades religiosas para hacer justicia a las víctimas. ¿Se reunirá Bergoglio con estas víctimas aunque sea solo para darles la mano? Es cierto que el Papa tendrá una agenda apretada. Pero podría priorizar un encuentro con ellas. También pudiera visitar las oficinas que han levantado las diócesis para acoger y atender los reclamos de justicia de personas abusadas. Ha habido aprendizajes importantes. Otras actividades de su agenda pueden caer.

Mi impresión es que los obispos y el mismo Papa no han caído suficientemente en la cuenta que lo laicos están estremecidos con estos escándalos. Los jóvenes no confían en el estamento eclesiástico. Las próximas generaciones exactamente por esta razón, no llegarán a creer en Dios. Se habrá cortado el testimonio del que depende la transmisión de la fe.

¿Qué dirá el mismo Francisco sobre la situación de la Iglesia de Osorno? Él nombró al obispo Barros a cargo de la diócesis y él lo ha mantenido a brazo partido. Rechazó el reclamo de los osorninos que no han querido tener como pastor a un hombre de Karadima. Haya sido Barros una víctima más, haya sido su colaborador, los católicos del lugar tienen perfecto derecho a reclamar (Nullus invitis detur episcopus, sostenía el Papa Celestino, “ningún obispo impuesto”). Por este reclamo el Papa ha tratado a la gente de Osorno de “tonta”. Debiera pedirle perdón. Urge, además, que encuentre una solución al problema creado. Los laicos están airados, los curas divididos y deprimidos, y los jóvenes no quieren recibir la confirmación del obispo Barros.

Los católicos chilenos necesitan ser reanimados. Pero no les bastarán consuelos pasajeros. La Iglesia chilena necesita curar su desconfianza. Si no hay reparaciones profundas, si los que tienen que dar un paso al lado no lo dan, la enfermedad le puede costar la evangelización. No se puede creer en Cristo sin creer en la Iglesia. De la confianza se llega a la fe, por medio del testimonio de la Iglesia se llega a Cristo.

BOLIVIA, CUESTIÓN DE AFECTO

chile-bolivia¿Hay algo que pueda llamarse afecto entre los pueblos? Sí, por qué no. Es algo parecido al cariño entre los amigos. No al afecto entre los aliados expuesto fácilmente a la traición. Entre los pueblos sí puede darse un cierto amor. ¿No es algo así lo que sentimos por amigos de otras nacionalidades? El cariño entre personas de distintos países tiene un gusto incomparable.

¿Por qué Chile no ama a Bolivia? ¿Por qué Bolivia no ama a Chile?

Esto no es del todo verdadero. Hay bolivianos y chilenos que son grandes amigos, hay matrimonios mixtos, hay hijos e hijas que nacieron allá y que viven acá, y viceversa. ¿Podrían crecer estos afectos hasta convertirse en un tipo de amor de un país por otro? No tan rápido. Para conseguir este fin habría que poner los medios: remover los obstáculos y recurrir a la imaginación para encontrar la fórmula.

Lo primero será tener claro el fin último en una relación internacional entre vecinos: Chile y Bolivia han de vivir la fraternidad. ¿Es mucho pedir? Mucho tal vez para Chile, un país que se hizo con guerras y cuyo honor nacional estriba en sus ejércitos. Demasiado para un cristianismo chileno de baja ley que olvida que hay un solo dueño de la Tierra: el Creador. El cristiano a la chilena “cree” más bien en la propiedad privada.

¿Es Chile dueño de Chile? No es cosa de olvidar la historia y los tratados. Tampoco el arte de la política. Y sería además torpeza prescindir de la diplomacia. Tomarse el derecho internacional a la ligera tiene el peor de los pronósticos. Sin acuerdos internacionales y estipulaciones precisas, no se conseguirá nunca nada serio y duradero. Pero no se pueden confundir los planos. Unos son los medios y otros son los fines. El derecho, la política y la diplomacia son medios; la concordia, el intercambio y la paz entre los pueblos son un fin.

Si Chile quiere tener como hermana a Bolivia, tiene que invocar sus mejores sentimientos y ponerse en el lugar de los bolivianos que, contra razones jurídicas nuestras probablemente inatacables, claman una salida al mar que consideran indispensable por motivos que nosotros los chilenos no logramos comprender o despreciamos.

¿Traicionaríamos así la sangre de nuestros soldados? ¿O será que no queremos renunciar a la provincia de Antofagasta de la que hemos vivido hace más de cien años? ¿A qué le tenemos miedo? ¿A ceder? No se trata de devolver Antofagasta. El asunto no es simple.

Chile y Bolivia deben primero buscar comprenderse a nivel emocional, y después todo lo demás; y, al mismo tiempo, deben remirar todo lo demás, en vista de ponerse en el lugar del otro. Comprendiéndose uno a otro, cada país podrá ver mejor la grandeza del fin e inventar los medios.

Los chilenos creemos tener la razón porque el derecho está de nuestra parte. Pero olvidamos que la razón es irreductible al derecho. La razón se nutre también de otras fuentes y, en este caso, debe aspirar a la máxima realización posible de la fraternidad entre Bolivia y Chile. Nuestro país no puede parapetarse en el derecho para defender a muerte sus intereses. Tampoco puede renunciar a estos y al mismo derecho como si nada. Si deja de lado el miedo a perder, si apuesta en cambio a la posibilidad de ganar una gran hermana, se le abrirá la imaginación y ayudará a inventar una solución que en todo caso será obra de dos y no de uno solo.

Memoria de los últimos 40 años

 

 

 

 

 

 

 

 

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Fiestas Patrias

Fiestas patrias: http://es.gloria.tv/?media=334823

Voto voluntario: pensémoslo mejor

En 2010 Chile ha experimentado acontecimientos que le han obligado a redescubrirse como un país aguerrido, solidario y unido. Quedó atrás el período eleccionario, y se nos vino encima la celebración de un bicentenario que nos hizo recordar casi quinientos años encarando la posibilidad de sucumbir. Otra vez hemos constatado que cuando los chilenos se ven amenazados, la unidad les hace sentir imbatibles.

En este escenario conviene revisar un mecanismo jurídico que puede menoscabar la capacidad de alcanzar la unidad con la que hemos podido construirnos y salir adelante. Preocupa la inminente promulgación de la ley orgánica constitucional que liberará a los ciudadanos de votar en las elecciones políticas. Esta decisión liberará a los chilenos de uno de los deberes más importantes con el bien común.

Ofrezco algunas consideraciones que pueden ayudar a comprender la gravedad de lo que está en juego:

1.- La búsqueda del bien común constituye un valor de alta política acendrado en nuestra cultura. Los chilenos en general -no importa su orientación ideológica- somos políticos en el mejor sentido de la palabra. No nos sentimos una suma de individuos, sino que cada uno de los ciudadanos tiene una preocupación por la sociedad chilena como un todo. Somos un país político a mucha honra. Desde la independencia, hemos hecho el país afinando el ordenamiento jurídico y político necesario, hasta llegar a sentirnos orgullosos de nuestra democracia. Por lo mismo, sus interrupciones esporádicas, nos han hecho daño y nos han llenado de vergüenza. Esta democracia a la chilena que tenemos, ha sido un factor decisivo de la prosperidad actual de Chile. Esta no se puede atribuir simplemente al cambio de orientación de la economía o a una clase empresarial particular. Los progresos del país se deben en mayor medida a una sociedad trabajadora, disciplinada y ordenada, y al sentido cívico de nuestro pueblo. En nuestra historia, el sentido de unidad y de responsabilidad política ha sido clave.

No podemos minusvalorar que en otras democracias, en otros países, la política opere de otra forma. Pero entre nosotros, hasta ahora en Chile, entendemos que el bien común no se consigue a través de una suma y resta de intereses particulares. Chile no es un país de voluntarios, sino de ciudadanos. Es tradición nuestra cumplir con las obligaciones, respetar las normas y a las autoridades legítimamente investidas, y repudiar la corrupción del poder o la desidia política. No estamos libres del individualismo, pero predomina en nosotros el sentido de solidaridad, el cual se expresa extraordinariamente cuando nos acosan las desgracias.

De aquí que estimemos que el voto voluntario constituye un paso en contrario a estos valores culturales profundos. Permitir la posibilidad de desentenderse políticamente de la suerte del país, que es exactamente el peligro que advertimos, puede desviar y acarrear un perjuicio grave a nuestra tradición cultural.

2.- Los motivos de este cambio constitucional han parecido bien intencionadas. Es razonable favorecer que los jóvenes sean incorporados en el padrón electoral, de modo que se animen a votar. Pero para ello basta con la inscripción automática. Para obtenerla, sin embargo, se trató de negociar con el voto voluntario. Así se puso en riesgo la política de mayor envergadura.

En nombre de la libertad se ha puesto al mismo nivel dos obligaciones de importancia asimétrica: la de inscribirse y la de votar. Como si fuera obvio, se ha trasladado la voluntariedad de la inscripción a la voluntariedad del voto. Pero entre la inscripción automática y el voto voluntario hay una diferencia de diversa cualidad jurídica. La primera depende de la promulgación de una ley; la segunda tiene un estatuto constitucional. Nuestra sociedad había elevado al más alto nivel un valor que considera decisivo preservar. De llevarse a efecto la implementación legal del cambio constitucional acordado, el país suelta una amarra que libremente se dio, para educar cívicamente a generaciones completas y forjarse una identidad compartida.

El cambio legal en cuestión sacrifica a un mal liberalismo la educación cívica de los chilenos. Es una señal de exención de responsabilidad a los jóvenes, antes que una invitación a comprometerse con el futuro de la patria.

3. Hay aquí en juego algo todavía más profundo: una concepción de la libertad y del valor de los vínculos sociales. Cuando nos detenemos a observar las tendencias culturales mayores, nos damos cuenta que somos arrastrados a un liberalismo –no el liberalismo político clásico, al que mucho le debemos, sino el liberalismo económico –que se expresa claramente en otros planos de la cultura contemporánea y que, de concretarse en el cambio político-electoral señalado, acumulará fuerza, haciendo de los chilenos cada vez más “irresponsables” del país y de sus compatriotas. Es muy paradójico que se abandonen las exigencias democráticas en nombre del principio de la libertad. Una libertad así reducida ya no tiene que ver con la voluntad de vivir juntos que se expresa en derechos y obligaciones, sino con la libertad para consumir en un mercado sin restricciones. Las consecuencias de este liberalismo son múltiples y penosas: la atomización de la sociedad termina en fragmentación de la comunión y del ánimo de las personas; en pérdida del sentido de la vida y en exclusión social. Lo que necesita el país es un sentido mayor de comunidad, más comunidades y un todavía mayor sentido del prójimo y de la solidaridad. Fuera de estos causes las primeras víctimas serán otra vez los más desamparados.

Este es un buen momento para pensar mejor qué solución legal dar al pie forzado en que nosotros mismos nos pusimos. El país hoy no está urgido por las concesiones y regateos eleccionarios que siempre dificultan levantar la cabeza y tomar decisiones políticas visionarias.

Chile desde el exterior

Algunos europeos aún conservan de Chile la imagen de Allende, Neruda y del fracaso del proyecto popular. Otros piensan que mientras viva el General Pinochet no puede haber en el país un cambio verdadero. No faltan quienes, un poco más al día, destacan la prosperidad chilena en el contexto latinoamericano. Cinco meses en el viejo continente han sido para mí ocasión de recibir estas impresiones, pero también para afrontar la pregunta: ¿cómo está Chile ahora?

El amor a la patria, la comparación con otros momentos históricos y con otros países, me han movido a responder que «mejor». Pero la misma comparación, cara al futuro, sirve para reconocer problemas que, si no se abordan, nos pueden costar el alma.

No es cuestión de imitar cualquier costumbre extranjera. Pero si algo podemos aprender de los demás, entre otras cosas, es el tiempo que en algunas partes las personas dedican a la lectura y, en otras, a la conversación. Con el cultivo de estas habilidades del lenguaje se adquiere el peso de la propia humanidad. Conversando y leyendo, es que se labra una personalidad capaz de preguntarse lo que la masa no se pregunta: de dónde vengo y adónde voy. ¡Una personalidad libre de modas, libre para inventar caminos nuevos!

Si los chilenos redujéramos las largas jornadas laborales (a menudo mal trabajadas), si encendiéramos el televisor sólo para los programas mejores (ahorrándonos horas de propaganda y de farándula), dispondríamos de energía para leer y de oportunidades para conversar. Necesitamos invertir en ciencia y conciencia. A nuestras relaciones humanas les falta diálogo. Es un error pensar que el mero progreso material nos hará más humanos. El desarrollo material embrutece cuando carece de una orientación humanista. El auténtico progreso, por el contrario, depende de la cultura de un pueblo y consiste en ella.

Pero la lectura y la conversación no son suficiente. Necesitamos también la escritura. No basta contar con sofisticados ordenadores si jóvenes y viejos escriben con dos dedos, sin puntos ni comas. Es más, si otra vez los chilenos escribiéramos poesía -el género literario de nuestra espiritualidad colectiva-, le daríamos con ella un contenido culto y profundo a nuestra convivencia. La ignorancia, por el contrario, es caldo de cultivo del abuso de los poderosos sobre los débiles. Gracias al dominio del lenguaje en general, podríamos fortalecer la sociedad democrática y el modo de gobierno democrático que nos hizo famosos y por el cual mereceremos que los demás nuevamente nos respeten y recuerden.

Para el Bicentenario

El aire limpio llegó con septiembre. Desde el barrio Estación volvimos a ver la cordillera. Ya en agosto los kioscos de Sanfuentes vendían carretes de hilo curado, varillas de caña, cola y papel para volantines. Las fiestas patrias nos sacaron de la rutina. ¡Había que celebrar! El bicentenario que se acerca invita a recordar quiénes somos los chilenos y a brindar de nuevo.

Sabemos el valor de la patria. ¡Cuánto nos ha costado Chile! Hagamos memoria: la estrella de la bandera nos recuerda nuestra soledad. Desde antiguo fueron necesarias inmensas obras de regadío, de minería… Después de cada terremoto, ¡comenzar otra vez! A punta de trabajo hemos descubierto que la sobriedad es una virtud y la ostentación un vicio. Desde que el Estado forjó la nación, el oficio público es un servicio honorable. País de soñadores, de educadores diría Pedro Aguirre Cerda. Cuando se está lejos de la patria echamos de menos todo, incluso un sándwich de pernil en el estadio para una programación doble. Habiendo amado esta tierra con pasión, terminamos por preferir la poesía al lloriqueo estéril y amargo.

La celebración del bicentenario nos remite al pasado, pero nos confronta también con el futuro. Normalmente celebramos la independencia de España. Miradas las cosas más de cerca, no es claro que nos hayamos independizado del todo ni tampoco que debíamos renunciar a su herencia. Nunca nos liberamos de nuestras raíces hispanas y habría sido algo suicida intentarlo. Políticamente llegamos a ser una país aparte, por cierto, pero ni con España ni con otras potencias el corte fue absoluto y, en otros ámbitos, nuestra dependencia externa ha sido siempre muy profunda.

Si hemos de celebrar, además de una independencia política relativa podríamos festejar las múltiples dependencias de nuestra nacionalidad: sobre todo la del pueblo mapuche y de otras etnias nativas, pero también las de los demás países europeos y latinoamericanos, y últimamente de Estados Unidos. ¿Por qué no alegrarse anticipadamente por el influjo asiático? Los orientales nos están ganando por el estómago, reconozcámoslo. Si el país firma un tratado de libre comercio con China, no será raro que Chile termine subsanando el envejecimiento de su población con la raza amarilla.

Dependencia e independencia son dos motivos poderosos que recordar para el   bicentenario. Ambos son valores a medias, porque lamentamos la dependencia cuando se nos impone y nos oprime, y porque la independencia tampoco es buena las veces que nos aísla. No es fácil encontrar el equilibrio justo, y la identidad nacional se ve cada vez más tensionada por la apertura al mundo por la que hemos optado. Esta ha sido la decisión de las últimas décadas más compartida entre los chilenos, y la más importante.  Difícilmente ha podido ser de otro modo. Ya que toda opción tiene su costo, habrá que asumir sus consecuencias.

La apertura económica a los mayores mercados del mundo, nos ha puesto en una situación tal de competencia con los demás países y entre nosotros mismos, que nos exige barajar incesantemente las cartas de la dependencia y de la independencia, con las de la alteridad y de la identidad. Ya lo estamos haciendo, y a una velocidad tan rápida que a menudo perdemos la noción de quiénes somos y de qué nos conviene.  La aceleración general de los cambios nos pide adaptación, flexibilidad, tolerancia mental y, al mismo tiempo, autonomía, claridad de metas y firmeza en los propósitos. Para ganar a los demás o defendernos de ellos, nos vemos obligados paradójicamente a alterar nuestra identidad y a conservarla.

Entonces no nos queda para celebrar más que la sabiduría de nuestro propio mestizaje. No obstante la violencia conque somos forzados a tratados, matrimonios, combinaciones marqueteras de todo tipo, siempre es posible amar la diversidad ajena, las razas y las culturas, y admirar y apropiarse de los materiales que servirán en la gestación de un nuevo pueblo. Somos mezcla y lo seguiremos siendo, ¡viva Chile!