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Cumbre de París y crisis socioambiental

APOCALIPSIS EN PARIS

ParisTerminó en París la cumbre por el cambio climático. Los jefes de las naciones y los operadores del pacto están exultantes. 195 países han acordado que la temperatura del planeta no aumente más de dos grados centígrados a finales de siglo, pero que idealmente no supere los 1,5 grados. Incluso muchos ambientalistas celebran el acontecimiento. El director de Greenpeace Internacional, Kumi Naidoo, ha dicho: “La rueda de la acción gira lentamente pero en París, ha girado. El texto coloca claramente a las industrias fósiles del lado malo de la Historia”. La cumbre de París habrá de ser recordada como un triunfo político. ¿Podrán ahora los países cumplir el compromiso? Esperamos que sí. Los aplausos, en todo caso, deben llevárselos, en primer lugar, los ambientalistas y las agrupaciones verdes que por décadas han luchado por los derechos de la Tierra.
Los demás, los que no somos políticos ni ambientalistas, sin embargo, no podemos cruzarnos de brazos a esperar que las cosas mejoren. El peligro es máximo. Aclarado el objetivo, ahora hay que poner los medios. Todos son llamados. Lo que se requiere, en primer lugar, es un compromiso personal.
No es primera vez que la humanidad se encuentra en una situación apocalíptica. En otras ocasiones los seres humanos tuvieron las sensación de un acabo mundi. La peste bubónica en el siglo XIV mató a un tercio de la población europea. Recordemos el genocidio de los pueblos originarios de América y Asia.
Nuestra apocalipsis, en cambio, es global. Nos ocurre algo parecido a lo que sucedió con los saurios cuando un meteorito se estrelló contra la tierra. No quedó, según parece, ningún animal grande. Hoy nuevamente la vida puede desaparecer. Algunos de los daños son ya irreversibles: especies animales y vegetales desaparecidas para siempre. Pero si la temperatura media del planeta sube tres, cuatro, cinco grados no quedará vivo probablemente nada.
¿Quién tiene la culpa? No todos. Son muchos los inocentes. La mayor responsabilidad recae sobre la civilización que desarrolló una ciencia, una técnica y, sobre todo, una economía capitalista imposible de controlar. Los países no han podido contrarrestar una economía basada en la maximización de las ganancias y el egoísmo. Este año 2015 se ha cumplido un pronóstico desolador: el 1 % más rico posee el 99% de los bienes; y, el 99% de la población mundial dispone del 1%.
¿Se saca algo a estas alturas con reconocernos culpables? Por supuesto, por algo se empieza. Pero no cualquier culpa sirve. La culpa sana proviene de un reconocimiento del valor del prójimo y de la Tierra. La situación actual es apocalíptica. La mala apocalíptica llena de miedo y de sentimientos culposos. La buena apocalíptica, la apocalíptica judía, es un grito de alerta, pero un grito de esperanza en la posibilidad de salvación del ser humano.
La nueva conciencia y los intentos por revertir la situación socio-ambiental, debieran provenir de un sentimiento de responsabilidad arraigado en una experiencia positiva del mundo. Esta experiencia, antes que los cambios acordados en París, tendría que promovérsela, facilitársela a grandes y chicos. Nuestra generación debiera convocar a todas las fuerzas espirituales que aman la Tierra a que nos enseñen, precisamente, a amar la Tierra. Necesitamos una mística de amor por el planeta y sus víctimas, una mística que anude ética y estética. ¿No es posible conjugar la cosmología aymara con el cristianismo? ¿El cristianismo con el Islam? ¿El Islam con el judaísmo? ¿El judaísmo con el budismo? ¿Etcétera? Cualquieras sean las combinaciones, nada ayudará más que volver a lo primero: ver con los ojos, oír con los oídos, gustar con la lengua, tocar con las manos y oler con la nariz. Necesitamos sentir para recobrar el sentido. Es imperioso compartir el mundo, nunca más adueñarse de él.
La buena apocalíptica es una apelación a interrumpir con decisión el curso de la historia. El futuro es cuestión de esperanza y de acción, pero seguirá siendo incierto. A los que amen la Tierra les quedará al menos el consuelo de haber sido amados por ella.
La palabra apocalipsis ha llegado a ser sinónimo de catástrofe. Su primer significado fue “revelación”. En la Ciudad de las Luces se ha revelado lo mejor del ser humano a contracara de su empresa depredadora. En París ha lucido la política internacional como hace rato no ocurría. Esperamos que el Apocalipsis en París ilumine interior y personalmente a cada ser humano.