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El legado de Francisco en Chile. Publicado en www.settimananews.it

La visita de Francisco a Chile comenzó como una bocanada de aire fresco. Hasta ahora la Iglesia chilena ha encontrado poca inspiración de parte de sus obispos. Por el contrario, ella se ha convertido en una especie de Boston, Irlanda o Australia en América Latina. Los abusos sexuales del clero y su encubrimiento, han estremecido al país y, en particular, a los católicos. Los jóvenes han llegado a asociar indisolublemente la palabra “pedófilos” con los sacerdotes.

La visita del Papa con sus gestos y palabra sencillas, con su conexión honda con la realidad de las personas, con su acercamiento a los más pobres (mujeres encarceladas, mapuches y “descartados”), ha confirmado la convicción más profunda de la Iglesia latinoamericana. Esta es, que la Iglesia opta por los pobres porque Dios opta por ellos.

En la zona indígena mapuche, altamente conflictiva, hizo un llamado a la unidad del país. Por lo mismo, denunció los brotes de violencia que, hasta el momento, se han expresado en quemas de camiones, iglesias y algunos crímenes. Afirmó: “La unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin. Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y reconciliación terminan amenazándolos”. Fue novedoso en condenar un tipo de violencia de la que se habla poco, pero que es la que está a la base del conflicto:

“En primer lugar, debemos estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero que al no volverse concretos terminan «borrando con el codo, lo escrito con la mano». Esto también es violencia, ¿y por qué? porque frustra la esperanza”.

Y, por supuesto, también condenó la violencia rebelde mencionada arriba.

A los migrantes –haitianos, colombianos, peruanos, venezolanos-, los animó tal como lo ha hecho en tantas otras partes:

“Estemos atentos a las nuevas formas de explotación que exponen a tantos hermanos a perder la alegría de la fiesta. Estemos atentos frente a la precarización del trabajo que destruye vidas y hogares. Estemos atentos a los que se aprovechan de la irregularidad de muchos inmigrantes porque no conocen el idioma o no tienen los papeles en «regla»”.

Ha salido al encuentro de los jóvenes con el lenguaje adecuado para darse a entender y para convocarlos a un compromiso cristiano. A ellos los llamó a hacerse cargo de su país. Los desafió a interpelar a la Iglesia. De un modo muy simpático les dio una receta para conectarse con Cristo. Les dio una contraseña que ellos debían instalar en sus teléfonos: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”. Esta fue una de las apelaciones más comunes de San Alberto Hurtado (+ 1952) a las personas de su generación, planteamiento que habrían de hacerse los cristianos en las circunstancias más diversas de sus vidas.

Por los lugares que pasó, reclamó a los católicos escuchar, mirar y pasar a la acción. Ha sido especialmente duro con el clericalismo.

“La falta de conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que decimos. «El clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cf. Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados”.

A propósito de este problema, refiriéndose a los obispos, le hizo poner atención al tipo de formación que reciben los seminaristas:

“Los sacerdotes del mañana deben formarse mirando al mañana: su ministerio se desarrollará en un mundo secularizado y, por lo tanto, nos exige a nosotros pastores discernir cómo prepararlos para desarrollar su misión en este escenario concreto y no en nuestros «mundos o estados ideales». Una misión que se da en unidad fraternal con todo el Pueblo de Dios. Codo a codo, impulsando y estimulando al laicado en un clima de discernimiento y sinodalidad, dos características esenciales en el sacerdote del mañana. No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie».

A los religiosos y religiosas el Papa les dirigió una palabras de ánimo. La situación de la vida religiosa en Chile es muy preocupante. Las congregaciones religiosas femeninas prácticamente no tienen vocaciones. Las congregaciones de varones, por su parte, además de ver reducidos sus números, cargan con la sospecha de una homosexualidad mal asumida. Para todos los religiosos, el Papa tuvo palabras de ánimo:

“El reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites, lejos de alejarnos de nuestro Señor nos permite volver a Jesús sabiendo que «Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece… Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual»[8]. Qué bien nos hace a todos dejar que Jesús nos renueve el corazón”.

A los jesuitas les recordó la importancia del Concilio Vaticano II y la necesidad que tiene la Iglesia de aprender a discernir. Como los grandes concilios, el Vaticano II recién comienza a ser recibido, les dijo. Por otra parte, pidió que le ayuden a la Iglesia a aprender el arte de discernir.

Sus discursos y homilías, breves y profundos, merecerán una relectura y una meditación detenidas. Todavía es temprano para evaluarlos en toda su riqueza. Esto no obstante, la visita ha sido empañada por el tema “Barros”. Mons. Barros, nombrado, mantenido y reconfirmado como obispo de Osorno por Francisco en esta visita, captó la atención de los medios de comunicación más allá de lo esperado. Este obispo, al igual que los obispos Valenzuela (en Talca) y Kolkjatic (en Linares), formó parte del núcleo duro de la fraternidad de Fernando Karadima, sacerdote y guía espiritual de un grupo de seminaristas y sacerdotes de clase alta y conservadora, de los cuales abusó psicológica y sexualmente. Un grupo importante de laicos de Osorno se ha opuesto a su nombramiento desde el comienzo. Muchos otros católicos chilenos se han sumado a esta oposición. Para estos fue especialmente irritante que Barros, aun pudiendo ubicarse en un lugar discreto, asistiera a todas las actividades que pudo, exponiéndose a las preguntas de la prensa. ¿Pudo desempeñarse de esta forma sin la venia del Papa? El caso es que al irse Francisco de Chile deja una sensación de frustración enorme en muchos católicos chilenos

Esta situación ensancha el foso que existe en el Pueblo de Dios entre la jerarquía eclesiástica y el resto de los fieles. Entre ambos existe una incomunicación que la visita del Papa difícilmente habría podido superar. Dificulto que la sensación de orfandad y de distanciamiento entre los católicos chilenos y las autoridades de su Iglesia pueda subsanarse dentro de poco.

Es así que las primeras palabras de Francisco en Chile, “dolor y vergüenza” por las conductas de ministros de la Iglesia, el encuentro con algunas víctimas de los abusos del clero y de religiosos, con las cuales el Papa ha empatizado con el pueblo chileno, no sanarán la herida. Al mantener al obispo en su cargo, Francisco deja sin resolver un problema grave dentro de la Iglesia chilena y también dentro de la conferencia episcopal.

El futuro del catolicismo “a la chilena” es una albur.

La Iglesia católica en pausa

La Iglesia Católica en Chile se prepara a la venida del Papa. ¿Será importante su visita? Suponemos que sí. Pero, ¿será decisiva? Es decir, ¿podrá marcar un antes y un después? Urge que así sea.

Vista la Iglesia a la distancia de los últimos sesenta años, distingo dos grandes etapas, y espero una tercera. Desde 1961 hasta 1991, su planteamiento pastoral puede ser denominado “Catolicismo Social”. Esta larga etapa, a su vez, tuvo dos períodos. El primero, antecedido por la atención que la jerarquía católica puso a la “cuestión social” desde el siglo XIX, cuyo difusor fue el Padre Hurtado, tuvo por hito el impulso de la reforma agraria. Precisamente el año 1961 el episcopado decidió motivarla con la cesión de las propiedades de las diócesis, iniciativa concretada de un modo emblemático por don Manuel Larraín y el Cardenal Silva Henríquez.

El segundo período, desde 1973 hasta 1991, la jerarquía católica, los sacerdotes y las religiosas, laicos y laicas cristianos y creyentes en la parábola del buen samaritano, se abocaron a la defensa de las víctimas de las violaciones de los derechos humanos, personas ejecutadas, desaparecidas, torturadas, y al acompañamiento y cuidado de sus familiares. El ícono de estos años fue la Vicaría de la Solidaridad. La Iglesia Católica chilena interpretó el Evangelio como nunca lo había hecho en su historia. También por estos años, a instancias del obispo Juan Francisco Fresno, ella convocó al Acuerdo nacional que tuvo por objeto luchar para recuperar la democracia. En esta etapa, en sus dos períodos, la postura eclesiástica oficial fue bien acogida por unos, pero resistida por otros. Ya por estos años, sin embargo, se hizo sentir la resistencia de sectores conservadores a las reformas del Concilio Vaticano II. Progresivamente se le quitó el piso a las comunidades eclesiales de base en las que se dio mayor participación a los pobres en la Iglesia y, al mismo tiempo, se fortalecieron movimientos laicales de clase alta que pusieron mucho énfasis en temas de familia y de sexualidad.

Recuperada la democracia, desde 1991 hasta 2017, se abrió una nueva etapa pastoral que puede denominarse “Catolicismo sexual”. La inauguró la carta pastoral de Monseñor Oviedo titulada: “Moral, juventud y sociedad permisiva” (1991). En esta etapa los obispos han denunciado el deterioro de la moralidad en el campo de la sexualidad: se oponen a las experiencias sexuales fuera del matrimonio, a los anticonceptivos, a los preservativos para evitar el sida, a la “píldora del día después”, a la fertilidad asistida, a los textos de enseñanza de educación sexual en los colegios, a la ley de divorcio, a la ley de aborto, a la de ley de unión de parejas del mismo sexo y, ahora último, a la ley de matrimonio homosexual. El resultado de esta etapa es tristísimo. No se ve cómo la Iglesia jerárquica puede estar en contra de la ley de despenalización del aborto en tres causales y, al mismo tiempo, no aceptar la contracepción artificial. Pero nada ha sido peor que, tras haber declarado una crisis moral sexual en la sociedad, hayan salido a la luz pública graves casos de abusos sexuales del clero contra menores de edad y personas frágiles, constatándose a la vez desidia y gestiones de encubrimiento de parte de los superiores jerárquicos y haciendo oídos sordos a las demandas de justicia de las víctimas. Después de veinticinco años, la pérdida de credibilidad en nosotros los sacerdotes ha puesto en grave peligro la transmisión de la fe.

La visita del Papa Francisco, en enero próximo, pudiera marcar el comienzo de una tercera etapa. Esta podría llamarse “Catolicismo socio-ambiental”. Más que una posibilidad, es un deseo personal mío, pero que tiene una sólida base en Laudato si` (2015), la encíclica social más importante desde Rerum novarum (1891). El planeta enfrenta una situación dramática y, en el caso de los más pobres, inminentemente trágica. ¿Qué puede aportar la Iglesia? La encíclica es un cargamento de ideas. A mí parecer, la Iglesia chilena, jerarquía y laicado, debiera capacitarse y, antes de esto, convertirse al Dios de la creación. El país necesita una mística de amor a la tierra. Bien pudiera la Iglesia cultivarla, para luego iniciar a otros en ella. La tradición judeo-cristiano tiene un acervo milenario de experiencias, de intentos y de fracasos, de vías purgativas e iluminativas, de palabras e imágenes, de sentimiento y de arte, todo lo cual pudiera aprovecharse. Necesitamos una mística, es decir, una visión y convicción espiritual, una sensibilidad estética y un compromiso ético con la humanidad y todos los seres que nos hagan gozar con la creación y, en la medida de nuestras pocas fuerzas, cuidarla amorosamente.

Los cristianos no están preparados para esta batalla. En realidad, son parte del problema. Por esto, tendrán que conectarse espiritualmente con el medio ambiente humano y ecológico, reenfocar por completo la educación, generar nuevos estilos de vida y una nueva cultura. Deseo que en esta tercera etapa, la del “Catolicismo socio-ambiental”, los católicos, en humilde colaboración con los otros cristianos, con los fieles de otras religiones, con los seguidores de cualquier idea noble y humanista, anuncien al Jesús olvidado que hablaba de Dios con su experiencia de artesano y en metáforas.

El Papa Francisco encontrará una Iglesia Católica en crisis

¿Por qué el Papa visitará Chile? Es difícil saberlo. Pero una visita suya puede ayudar a una Iglesia chilena en crisis. Francisco puede reanimarla. Puede potenciar su compromiso con los más pobres.

Cobra especial relevancia que el Papa acuda a Temuco, territorio mapuche, donde se encuentran los más pobres del país. Su pobreza no es casualidad. Los mapuche fueron desplazados a las peores tierras por los chilenos que se hicieron del sur a mitad del siglo XIX. En las últimas décadas volvieron a entrar en la Araucanía empresas forestales y de extracción minera sin respecto por la sensibilidad eco-social de un pueblo que vive en paz con los demás y con la naturaleza. Hoy la zona, además de víctima de un genocidio histórico, experimenta la resistencia violenta de grupos mapuche extremos. La Iglesia en aquellos lugares desarrolla un trabajo pastoral importante en favor de los mapuche.

También es relevante que el Papa vaya a Iquique. Allí tiene lugar la fiesta religiosa de La Tirana, una de las más populares del país. Una fiesta de gente pobre y profundamente católica. Iquique es hoy, además, una ciudad de muchos inmigrantes. Personas que vienen de otros países latinoamericanos en busca de mejores condiciones de vida. Sabemos que el Papa tiene una especial preocupación por los migrantes. La Iglesia chilena también la tiene y desarrolla diversos apostolados en su favor.

Por otra parte, los católicos se encuentran en una situación de gran desencanto. Muchos abandonan la Iglesia. Los católicos en los últimos veinte años han disminuido prácticamente en un 20 %. En la actualidad deben ser un 57 % de la población (Latinbarómetro).

¿Cuáles son las causas? Sin duda la principal es un tremendo cambio cultural parecido al que tiene lugar en el resto del mundo, debido a una globalización que quiebra la cultura tradicional y socava por parejo las instituciones civiles y religiosas, incluidas las que promueven los mejores valores de la humanidad. Este cambio se debe en gran medida a la búsqueda económica de la máxima ganancia y el mercado que reduce las personas a individuos que han de competir para “ser alguien” por la vía del consumo, y no por el camino de la solidaridad. En este contexto el catolicismo chileno, de antiguo falto de vigor, se ha debilitado. Las pertenencias comunitarias están en crisis. Menguan las parroquias, las comunidades eclesiales de base, las comunidades religiosas, los movimientos laicales, el recurso a los sacramentos y la participación en la eucaristía dominical, y no hay visos de ningún brote de originalidad más o menos importante. Por otra parte, las ayudas internacionales se han reducido (clero, religiosos y religiosas) y las vocaciones han disminuido vertiginosamente.

¿Qué dirá el Papa a los católicos del 1% más rico que no tienen en qué más gastar su dinero mientras todavía hay gente que vive botada en las calles? ¿Mirará a los ojos a los católicos que acumulan el 0,1 % del patrimonio nacional, que compran de todo y a todos, que corrompen a la clase política y devengan pingües ganancias con sus favores?

La Iglesia chilena, por otra parte, ha sufrido como ninguna otra en América Latina el impacto de los escándalos de los abusos sexuales, psicológicos y espirituales del clero, y la falta de colaboración de las autoridades religiosas para hacer justicia a las víctimas. ¿Se reunirá Bergoglio con estas víctimas aunque sea solo para darles la mano? Es cierto que el Papa tendrá una agenda apretada. Pero podría priorizar un encuentro con ellas. También pudiera visitar las oficinas que han levantado las diócesis para acoger y atender los reclamos de justicia de personas abusadas. Ha habido aprendizajes importantes. Otras actividades de su agenda pueden caer.

Mi impresión es que los obispos y el mismo Papa no han caído suficientemente en la cuenta que lo laicos están estremecidos con estos escándalos. Los jóvenes no confían en el estamento eclesiástico. Las próximas generaciones exactamente por esta razón, no llegarán a creer en Dios. Se habrá cortado el testimonio del que depende la transmisión de la fe.

¿Qué dirá el mismo Francisco sobre la situación de la Iglesia de Osorno? Él nombró al obispo Barros a cargo de la diócesis y él lo ha mantenido a brazo partido. Rechazó el reclamo de los osorninos que no han querido tener como pastor a un hombre de Karadima. Haya sido Barros una víctima más, haya sido su colaborador, los católicos del lugar tienen perfecto derecho a reclamar (Nullus invitis detur episcopus, sostenía el Papa Celestino, “ningún obispo impuesto”). Por este reclamo el Papa ha tratado a la gente de Osorno de “tonta”. Debiera pedirle perdón. Urge, además, que encuentre una solución al problema creado. Los laicos están airados, los curas divididos y deprimidos, y los jóvenes no quieren recibir la confirmación del obispo Barros.

Los católicos chilenos necesitan ser reanimados. Pero no les bastarán consuelos pasajeros. La Iglesia chilena necesita curar su desconfianza. Si no hay reparaciones profundas, si los que tienen que dar un paso al lado no lo dan, la enfermedad le puede costar la evangelización. No se puede creer en Cristo sin creer en la Iglesia. De la confianza se llega a la fe, por medio del testimonio de la Iglesia se llega a Cristo.

Crisis en la Iglesia chilena

La Iglesia Católica en Chile pasa por un momento de gran complejidad. Sus dificultades tal vez son mayores a las de los demás Iglesias de América Latina.

Los católicos chilenos disminuyen abruptamente. En veinte años la Iglesia católica chilena ha perdido prácticamente un 1 % de fieles por año. En Chile la identidad católica tiende a disiparse, aun cuando los mejores sentimientos de los chilenos continúan siendo nutridos por el cristianismo. La gente cree en Dios, reza, pero su pertenencia eclesial se licúa, la práctica religiosa siempre ha sido baja y no se ven señales de recuperación.

El cristianismo de cristiandad, el que se recibe en la cultura como parte de una sociedad que se dice cristiana, y no como fruto de una conversión personal y de un encuentro con el evangelio, ha sido de baja calidad. En el país la fe se ha trasmitido como un credo, una cosmovisión, una antropología y unas prácticas religiosas compartidas de un modo masivo y automático sin verdaderas iniciaciones religiosas. Se ha tratado de un catolicismo suficientemente indeterminado como para dar cabida a tremendas contradicciones. San Alberto Hurtado punzó a sus contemporáneos enrostrándoles precisamente la incongruencia: “¿Es Chile un país católicos?” (1941). Lamentaba por entonces la falta de clero y las injusticias sociales. La desigualdad en los ingresos hoy debe ser la misma que hace ochenta años. Los sacerdotes a futuro serán incluso menos que en tiempos de Hurtado.

Esta falta de vigor del cristianismo “a la chilena” ha podido hacer de pasto seco para el incendio actual de las pertenencias comunitarias. En Chile se han debilitado las parroquias, las comunidades eclesiales de base, las comunidades religiosas, los movimientos laicales y la participación en la eucaristía dominical, y no hay visos de ningún brote de originalidad más o menos importante. Tal vez lo haya, pues el reino de los cielos es como un grano de mostaza. De momento no se lo ve.

La situación es preocupante porque el cristianismo es esencialmente comunitario.

¿Qué ha ocurrido? Siempre que se constata un mal se busca a un culpable. En este caso lo más fácil es imputar esta crisis a la jerarquía eclesiástica. Mala formación del clero, falta de imaginación en la implementación del Concilio Vaticano II, relaciones infantiles entre los sacerdotes y los laicos; a lo que ha de sumarse la disminución de ayudas internacionales (clero, religiosos y religiosas) y la baja de las vocaciones. Estas son explicaciones plausibles de la crisis, pero no son las únicas.

Sucede que Chile experimenta un cambio cultural impresionante, parecido al que tiene lugar en el resto del mundo, debido a una globalización que quiebra la cultura tradicional y socava por parejo las instituciones civiles y religiosas, en particular las que promueven los mejores valores de la humanidad. Predomina por doquier la búsqueda económica de la máxima ganancia y el mercado que reduce las personas a individuos competitivos que quieren “ser alguien” por la vía del consumo, y no por el camino de la solidaridad. En el mercado prima la búsqueda de los propios derechos por sobre la voluntad de servicio al prójimo y a la sociedad. En la era de la globalización todo entra en relación con todo, todo se relativiza, todo se vende y se compra, y la gratuidad escasea. Siempre la gratuidad ha sido sacrificada. Ahora se ha vuelto ininteligible.

¿Qué futuro queda a una Iglesia debilitada por la inveterada superficialidad de los fieles, sus “errores no forzados” y el cambio cultural que en pocos años le ha costado generaciones completas de jóvenes, por otra parte escandalizadas por los abusos sexuales del clero y su encubrimiento?

Para los católicos puede ser hoy una tentación procurar subsistir a cualquier costo. Podrían, por ejemplo, ir a buscar al pasado realizaciones que dan seguridad, haciéndolas pasar por reveladas, ocultando que, en realidad, fueron obras de una Iglesia mucho más creativa. No faltará, otro ejemplo, quien arrope a la institución con la vivacidad de la religiosidad popular. O, en fin, que se le eche la culpa de la crisis a las innovaciones del Vaticano II.

Pero hay algo mejor que hacer: buscar la esencia del evangelio, indagar en el sentido más profundo de la vida, luchar por el radical respeto a la dignidad de la persona humana, intentar superar las desigualdades y opresiones, despejar la posibilidad de un encuentro con un Dios rico en misericordia y liberador. Pienso que los cristianos podrían intentar comunicar con humildad sus experiencias de fe solidaria y comunitaria. Ha sido constante en la historia de la Iglesia su solicitud por los pobres. Los cristianos podrían dar una mano desinteresada a los inmigrantes, a los adictos empedernidos, a los hijos abandonados por sus padres, a las mujeres desconsideradas o maltratadas, a los ancianos cuya mera existencia es un motivo de culpa, en suma, a los nuevos y viejos pobres a los que Jesús declaró bienaventurados.

La otra constante es la celebración de la Eucaristía. En esta tendrían que poder participar activamente sobre todo los que no importan a nadie. La máxima de la reforma litúrgica del Concilio fue la participación de los fieles. Una Eucaristía fraternal en la que haya espacio para la expresión de todas las personas y las vidas más diversas, anticipa la comunión entre “todos” los seres humanos.

La única Iglesia que vale la pena que tenga futuro en Chile, es aquella en la que sea posible que el evangelio se comunique como una experiencia de aquel Jesús humilde que congregó amigos y a amigas para dar la vida por la humanidad. ¿Podrá la Iglesia chilena liberarse de la impronta clerical de cristiandad que la ha vuelto irrelevante, que en vez de atraer a la gente la espanta? ¿Podrá la Iglesia renacer en el mundo de hoy con cristianos –laicos, religiosos, sacerdotes- realmente convencidos de amor de Dios?

El éxito para los cristianos se encuentra más allá de la muerte. Antes de la muerte, creo que la Iglesia debiera especialmente poner las condiciones para que las nuevas generaciones se encuentren con Cristo y lo sigan con entusiasmo; para que se apropien de Cristo al modo como Cristo se dejará apropiar por ellas. El Evangelio solo podrá ser transmitido si la Iglesia está dispuesta a que sea acogido de un modo protagónico y realmente nuevo.

Francisco y Cirilo: la Iglesia todavía

AAA  dFFASFLa vida humana sigue adelante a pesar de todo. Lo experimentamos los adultos a los que en algún momento nos fracasó el matrimonio, nos quebró la empresa, se nos quemó la casa, cuando uno de los niños fue internado o lo devoró la droga… Cualquiera de estas experiencias humanas ha podido poner entre paréntesis nuestra motivación vital, nuestro ánimo, nuestro credo. Aun así, no hemos tenido más alternativa que continuar, pues de nosotros los adultos otras personas nos reclaman cuidado y ayuda.

El encuentro entre el Papa Francisco y el Patriarca ortodoxo Cirilo representa bajo algún respecto el drama de la existencia humana, su conflictividad, sus divisiones, la idiotez e incapacidad de superar sus yerros, en fin, la imposibilidad personal y colectiva de cargar con la necesidad de vivir, la necesidad de seguir adelante; pero también representa la esperanza de una reconciliación y de cumplir algún día con la tarea de existir. En este caso se trata de dos tradiciones cristianas, la de Oriente y la de Occidente, que tras haber recorrido mil años juntas, han sufrido otros mil años de infeliz separación.

Esta se produjo el año 1054. ¿Cuáles fueron las razones de la tragedia? Sería muy largo de explicar. Hubo un problema en el modo de concebir a Dios trino, es decir, un asunto teórico, pero lo realmente grave fueron las malas maneras como se trataron las partes; desde entonces quedó instalada una resistencia de la iglesia oriental a la jurisdicción del Papa. La solución de la ruptura no parece hoy teológicamente imposible, pero la llaga tiene mil años. Y en mil años han pasado muchas cosas.

Y, sin embargo, ambas confesiones, con formidable paciencia, trabajan por volver a la unidad. Ya en los años del Concilio Vaticano II, Pablo VI y el patriarca Atenágoras levantaron las excomuniones que católicos romanos y ortodoxos orientales se habían arrojado recíprocamente los años de la ruptura. La disposición ecuménica, por una parte, ha hecho mejorar las relaciones pero, por otra parte, ¿no representa el mismo Vaticano II una novedad tan grande, un cambio en la iglesia latina que puede ser difícil de aceptar para la mentalidad ortodoxa? Por cierto, Oriente no sufrió el desgarro traumático del segundo gran cisma de la Reforma protestante y, por ende, no experimentó en carne propia las guerras de religión ni tampoco los esfuerzos de reconciliación entre estos otros cristianos. Para Oriente no son obligantes las conclusiones del concilio de Trento, y tampoco las de la Vaticano I. Aunque parece ser que en la actualidad a los protestantes, los ortodoxos y los católicos no los divide un asunto doctrinal decisivo, los caminos recorridos por cientos de años han producido diferencias difíciles de allanar. Con todo, y esto es lo notable, Francisco y Cirilo aspiran a recuperar la unidad.

No lo han hecho de una manera simplona. Los patriarcas apuestan por la unidad justo allí donde la unidad encuentra su razón de ser: Cristo quiso que los cristianos fueran uno para que el mundo creyera que Dios ama al mundo. Unidad sí, pero no para concentrar poder, sino para colaborar en la misión de Cristo. De aquí que sea tan importante el reconocimiento que las partes hacen de la realidad de su división. No han banalizado los graves problemas que las dividen. Seguirán cargando con ellos quién sabe por cuánto tiempo. Y, esto es lo hermoso, hacen votos por superarlos. Los grandes líderes cristianos quieren ofrecer juntos la humanidad del cristianismo a un mundo el peligro de deshumanización.

El hecho que los patriarcas se hayan reunido en Cuba parecerá desconcertante. Vistas las cosas con gran angular, la Iglesia “unida” replantea las cosas con gran altura. En la isla del Caribe latinoamericano se hizo patente como en pocas partes el conflicto Oriente-Occidente y Norte-Sur. El encuentro entre Francisco y Cirilo ocurre justo allí donde se hizo especialmente visible el drama del siglo XX, pero también donde hoy comienza a cuajar una colaboración internacional.

La declaración de este encuentro compromete a 1200 millones de católicos y 200 millones de ortodoxos a trabajar “unidos no sólo por la Tradición común de la Iglesia del primer milenio, sino también por la misión de predicar el Evangelio de Cristo en el mundo contemporáneo” (24). Ambas tradiciones cristianas de sienten igualmente llamadas a escuchar el grito de dolor y de justicia de la gente de nuestro tiempo: “Nuestra atención está destinada a las personas que se encuentran en una situación desesperada, viven en la pobreza extrema en el momento en que la riqueza de la humanidad está creciendo. No podemos permanecer indiferentes al destino de millones de migrantes y refugiados que tocan a las puertas de los países ricos. El consumo incontrolado, típico para algunos estados más desarrollados, agota rápidamente los recursos de nuestro planeta. La creciente desigualdad en la distribución de bienes terrenales, aumenta el sentido de la injusticia del sistema de las relaciones internacionales que se está implantando” (17).

El llamado conjunto tiene a flor de piel el drama del Oriente Medio: Siria, Iraq, lugares donde cristianos han vivido desde los orígenes del cristianismo, en los cuales son masacrados o desplazados cruelmente. Pero en estas partes y en otras de la tierra también otras gentes emigran, huyen, se refugian. Los patriarcas claman en nombre de la paz. Deploran la injusticia, el terrorismo, reclaman contra el secularismo antirreligioso y la falta de libertad religiosa. Asimismo, se ocupan de los peligros que acechan a la familia. Levantan la voz contra el aborto y la eutanasia. Toman posturas. Saben que “la civilización humana ha entrado en un período de cambios epocales”. No quedan enredados en prologar una existencia de museo. Por el contrario, sostienen que “la conciencia cristiana y la responsabilidad pastoral no nos permiten que permanezcamos indiferentes ante los desafíos que requieren una respuesta conjunta” (7).

Hoy la humanidad experimenta algo parecido a aquellas vivencias personales angustiosas reseñadas más arriba. Por todas partes el ser humano entra en un ciclo de cambios tan radicales y tan acelerados –trasformaciones socioambientales, ensayos genéticos, innovaciones cibernéticas, crecimiento exponencial de los conocimientos- que es posible intuir que dentro de poco el planeta y la historia se nos pueden escapar definitivamente de las manos. Hoy, cuando entre las personas cunde el desconcierto, cuando no corresponde esperar de cualquier institución una palabra de ánimo y de orientación, la tradición cristiana todavía tiene algo que aportar. También otros pueden hacerlo. Pero que lo haga un cristianismo de dos mil años de experiencia de humanidad, no es lo mismo. La mera porfía de continuar anunciando a Cristo como perdón y paradigma de humanidad, augura que es posible lo que parece imposible. Una tradición así de duradera no garantiza el éxito de una historia que –como todo lo mortal- puede terminar en un completo fracaso, pero orienta porque, aun teniendo innumerables razones para desesperar, insiste en hacerse cargo del ser humano.

La Iglesia en 2015

La presencia de la Iglesia en los medios

La presencia de la Iglesia en los espacios públicos (debate universitario, parlamentario, judicial, etc.), sobre todo su actuación en la sociedad de las comunicaciones y los medios se ha vuelto extremadamente compleja. Centrémonos en la legitimidad y la manera en que la participación de la Iglesia en el mundo de la comunicación puede realizarse desde el punto de vista dela misma fe cristiana. El otro punto de vista, es el de la sociedad en la que la Iglesia y demás religiones pueden comunicar sus creencias, lo cual es discutido por la filosofía política. No hablaremos de esto.

Esta presencia y participación de la Iglesia en el espacio público tiene al menos dos problemas. Uno, la identificación de la Iglesia con la institución eclesiástica, siendo que la Iglesia está constituida por todos los bautizados. Los mismos católicos hablan de “la Iglesia” para referirse al Papa, a los obispos y a los sacerdotes. Este error por restricción acarrea como primera consecuencia que los laicos se van desentendiendo progresivamente de su pertenencia eclesial. Muchas veces dicen no estar de acuerdo con “la Iglesia”, queriendo decir que no están de acuerdo con la institución eclesiástica, pero terminan por auto excluirse.

El otro problema es el infantilismo de los mismos bautizados; de todos, del clero y de los laicos. Estos no se sienten ni preparados ni autorizados a pensar por sí mismos y discutir con sus autoridades religiosas. El clero, por su parte, suele acudir en socorro de esta impreparación con solicitud, pero también cultivándola. Desde que los laicos, sin embargo, han comenzado a superar la minoría de edad la crisis eclesial se ha agudizado. El mejor curso posible de esta emancipación ha podido ser levantar los laicos la cabeza y pedir razones a la institución, rendición de cuenta, accountability. Y, el peor, despedirse con un portazo o profundizando el cisma blanco: las autoridades hacen como que enseñan y los laicos hacen como que oyen. Por muchas partes se percibe una licuación de la pertenencia religiosa.

Es un hecho que la participación en la Iglesia, y de la Iglesia en el foro público, hace agua. Hablo de la Iglesia con mayúscula, la de todos los bautizados. Al interior de ella misma las comunicaciones son sumamente precarias. Pero si tampoco en público esta participación es bien vista, la situación es lamentable. Para el cristianismo no se llega a la verdad más que a través de la libertad y, por vía contraria, la verdad a la que se puede llegar solo puede ser liberadora. Pero no es esta la experiencia hodierna de los cristianos, al menos de los católicos.

Puesto que el Evangelio de la libertad es responsabilidad de todos, todos los bautizados han de poder participar en el foro público sin problemas e incluso a veces por obligación. La evangelización es una responsabilidad colectiva, institucional, pero primariamente personal: son personas que han tenido una experiencia personal de Dios quienes comunican a los demás, en privado o en público, qué les ha ocurrido con Él. Esta es la clave de bóveda del asunto que estamos abordando. La Iglesia no es una familia. No corresponde aplicarle el dicho “la ropa sucia se lava en casa”, las veces que se hace público algún escándalo. Ella pretende tener una buena noticia para todos los ámbitos de la vida humana, los privados y los públicos. La jerarquía eclesiástica no debiera mirar mal que cualquier bautizado, sea sacerdote o laico, anuncie el Evangelio como le parezca y pueda discutir públicamente los modos en que los demás lo hacen. Se dirá que algo así puede generar confusión en quienes no están preparados. Exacto: en la era de la Ilustración la institución eclesiástica no puede seguir tratando a los fieles como niños. No hay vuelta atrás. Pero sí es posible quedarse abajo de la historia.

En este sentido ha sido impresionante que el Papa Francisco haya largado a los católicos 38 preguntas sobre la familia, y la vida sexual y afectiva, a través de los medios de comunicación, abriendo así un debate a todos los niveles, incluso sobre algunos temas considerados intocables. Este gesto de apertura del Papa no ha sido suficientemente bien recibido. Sirva de botón de muestra. En muchos países la jerarquía eclesiástica no ha creado las vías para la discusión de estos asuntos. Ha temido a los laicos que piensan. La jerarquía alemana, por poner un ejemplo contrario, triunfó en el Sínodo porque recogió la opinión de su Iglesia y supo fundamentar con argumentos teológicos el cambio que impulsó.

A propósito de otro asunto, no han faltado eclesiásticos que han lamentado que las víctimas de los abusos del clero hayan recurrido a los medios de comunicación pidiendo justicia. Pero, si estas víctimas no lo hubieran hecho no habríamos sabido lo ocurrido. Si estas víctimas no hubieran ventilado su drama en los medios, la institución eclesiástica no habría abierto los ojos ni habría comenzado a aprender de sus errores, cosa que sí está haciendo. Si alguna institución quiere elaborar protocolos de cuidado de menores, que acuda a las oficinas o a los colegios de Iglesia. Allí encontrará una opinión experta.

Otra razón teológica que obliga a la Iglesia (a todos los bautizados) a evangelizar y a revisar su evangelización en público, es el mandato del Concilio Vaticano I (1869-1870) de articular fe y razón. El cristianismo no exige fe de carbonero. Es cierto que la fe en el Dios de los cristianos sobrepasa la mente humana; por cierto, no es fácil creer en un mundo tan sufrido que el secreto último de la realidad es el amor y que este amor triunfará al final de la historia. Pero el cristianismo cree en el Creador de la razón humana con la cual los cristianos tienen que pensar qué significa amar en las circunstancias privadas y públicas de su vida. Los cristianos deben pensar, argumentar y dar razón a los demás de cómo el amor puede ser el primer motivo de la vida en sociedad. Ellos no tienen la receta, sino la obligación de pensar con otros, y aprender de otros, cómo vivir todos juntos.

La racionalidad es patrimonio de la humanidad. La fe no la suple ni nadie la posee con exclusividad. La razón opera a través del diálogo interpersonal y socio-cultural y, en el caso de los bautizados, a través de un Magisterio que, para orientar la participación de los cristianos en el mundo de los medios, debiera celebrar que lo hagan con libertad.

Los Papas se equivocan

papas-1El concilio de Constantinopla III (681) condenó al Papa Honorio por negarle un voluntad humana a Cristo. Recortaba su humanidad. Un Cristo así concebido no habría sido un ser humano capaz de discernir su camino a Dios como debe hacerlo cualquier cristiano.

El papa Bonifacio VIII le aserruchó el piso al Papa Celestino. Lo obligó a renunciar.

El papa Julio II emprendió la guerra contra Francia. ¡Qué hace un papa lanza en ristre!

El papa Pío IX condenó a quienes postulaban la libertad de culto. El Estado, según él, solo debía admitir una única religión, la católica. El Vaticano II lo habría condenado a él. Este Concilio innovó en la doctrina. Admitió la libertad religiosa. Pero sería talvez un anacronismo condenar a Pío IX a posteriori. Los tiempos cambian. El peor error que la Iglesia no cambie con los tiempos.

Todos los papas han debido confesarse. Dudo que alguno no se haya considerado pecador.

Pablo VI se equivocó.

Juan Pablo II declaró líder de juventudes a Marcial Maciel. Mal. Lo engañaron. Hicieron que se equivocara.

Benedicto XVI puso remedio al error anterior. Redujo a Maciel. Pero se equivocó en Aparecida (2007): enalteció la llegada del cristianismo con la Conquista de América. A los diez días tuvo que dar explicaciones.

El Papa Francisco, según los chilenos, no debió hablar del mar en Bolivia. Se esperaba que no lo hiciera. Sus propios consejeros diplomáticos han debido decirle que mejor que no. Pero este Papa es muy libre. Se salta los protocolos. No se deja presionar. Ha hablado del mar justo cuando se revisa un tema en La Haya. ¿No sabe que Chile ha querido establecer relaciones diplomáticas con Bolivia y es Bolivia que no ha querido? ¿Alguien le dijo que si insinuaba una solución justa en favor nuestros vecinos cerraba las puertas a convertirse a futuro en un mediador entre los dos país, como lo fue Juan Pablo II en el diferendo con Argentina? Se perdió esta posibilidad. Un error. ¿Uno o varios errores?

Pero también cabe la posibilidad de que Francisco no se haya equivocado. Tal vez los chilenos no hemos prestado suficiente atención a la opinión que tienen los demás países sobre nosotros. Decimos que los tratados no se tocan: pacta sunt servanda! Este es el quicio del derecho internacional. Tocarlos podría llevar el planeta al caos. Sí, pero el derecho cambia. Otra fuentes nutren la idea actual de justicia. Dicen.

El Papa ha dicho que no es injusto que Bolivia reclame. Hoy no se puede insistir tan fácilmente en que las guerras generen títulos de dominio justos. Puede ser que la apelación del Papa sea profética como otras muchas suyas. El profeta incomoda. Nunca tiene toda la razón. Es insoportable. Nadie lo acalla. Reclama justicia pero sin bajar a detalles. Si se le pide cuentas de cómo hacer las cosas seguramente no sabrá qué decir. El profeta acierta en lo fundamental y se equivoca en todo los demás.

¿Y si los chilenos fuéramos los equivocados y el Papa tuviera la razón? Los profetas apelan a la imaginación. ¿Cómo no se nos ocurrirá algo para acabar con una guerra que, según parece, no terminó bajo todos los respectos y que nunca debió ser?

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Iglesia chilena en sínodo

ConferenciaLa Conferencia episcopal de Chile invita a todos los católicos a participar en el proceso de preparación del Sínodo de obispos sobre la familia a realizarse en octubre de este año. En octubre de 2014 tuvo lugar en Roma un Sínodo preparatorio dedicado ya a este mismo tema. La Iglesia Católica en todas partes se encuentra en un proceso de discernimiento acerca de variados temas referentes a la familia, la sexualidad y la participación de los católicos en su iglesia.

Lo propio de la Iglesia es el amor. El amor en todos sus aspectos. Puesto que los vínculos amorosos y la vida familiar constituyen el ámbito en el que el amor es lo más real para la vida de la personas, un lenguaje y una enseñanza sobre cómo se ama en estos planos son decisivos. La fe se transmite o no se trasmite cuando los cristianos aman o no aman de acuerdo a las recomendaciones de su Iglesia. El caso es que a lo largo del proceso de recopilación de información, de opinión y de debate en el cual la Iglesia se encuentra, se ha detectado un verdadero foso entre lo que ella enseña y lo que ella practica. No porque lo que los católicos practiquen sea “pecado”, sino porque son tales los cambios culturales que se están experimentando que la enseñanza tradicional necesita ser replanteada en términos que las nuevas generaciones puedan comprenderla. Si la Iglesia en dos mil años no hubiera hecho algo parecido otras veces, habría desaparecido o habría quedado reducida a una o varias sectas incapaces de atinar con la época que le tocó vivir.

Este proceso de auténtico discernimiento espiritual comenzado por el Papa Francisco y continuado por el colegio episcopal ha alcanzado un interés solo comparable al que se dio con ocasión del Concilio Vaticano II. En esa ocasión todo se centró en “poner al día” la forma de comunicar la doctrina (aggiornamento). Muchos piensan que el tema en cuestión fue uno de los que el Concilio dejó pendiente. El Papa, según se ha visto, tiene claro que hay que revisar algunos puntos de la enseñanza o de presentarla, y no teme que se discuta abiertamente. Hace muchos años que no se veía pensar, argumentar y rebatir tan apasionadamente a obispos y cardenales, y todo esto a través de los medios de comunicación. Aun dignatarios que piensan distinto, han apreciado la posibilidad de debatir.

Los obispos chilenos invitan a continuar o incorporarse a esta etapa del Sínodo. Corresponde hacerlo con las mismas actitudes que Francisco pidió en la reunión de octubre pasado: hablar sin miedo, con libertad y con ánimo de verdadera escucha. Los obispos piden participación. Lo que está en juego no es solo lo que importa a este sector del Cono Sur. El resto de la Iglesia necesita saber cómo se vive el Evangelio en esta parte del mundo y cómo se lo aterriza a propósito de la sexualidad y la familia.

Los obispos tienen que enviar un informe. En su momento tendrán que elegir a un representante a la reunión de octubre próximo. Es básico que la iglesia chilena en su conjunto converse, se forme una opinión y se disponga con el mejor espíritu a los cambios que pueden venir. Nadie puede anticipar resultados, pero ningún buen resultado se logrará si no se participa en el proceso de su producción.

En estos momentos la Conferencia hace llegar a las parroquias, congregaciones religiosas , movimientos y otras instituciones católicas conocedoras del tema, los resultados del último Sínodo y un cuestionario de preguntas para trabajarlos. Las contribuciones se esperan hasta el 25 de marzo. La Conferencia debe enviarlos a Roma antes del 15 de abril de 2015. Hay poco tiempo. Pero se ha divido el trabajo. Nada impide que algunas diócesis deseen responder a todas las preguntas. Y nada impide que la iglesia chilena continúe reflexionando acerca del tema el resto del año.

Las palabras del obispo de Melipilla y secretario general de la CECh, mons. Cristián Contreras Villarroel, alientan a una participación entusiasta y seria. El interés es “poder preparar un documento representativo, que sea fruto de un proceso ampliamente participativo. Los obispos queremos que nuestras comunidades reflexionen y contribuyan al trabajo del Sínodo con sus aportes, para que, tal como ocurrió como el Sínodo extraordinario, podamos ver reflejada nuestra reflexión en el Documento de Trabajo que convoca a la Asamblea Sinodal”.