Jesús vs Caifás

El encuentro de Jesús y Caifás, uno de los episodios en el camino de la pasión, ha podido ocurrir en los siguientes términos

Caifás: “Has llevado las cosas muy lejos. Los romanos están alarmados. Pilatos no quiere tener problemas con Roma. Una revuelta en Palestina le puede costar el puesto”.

Jesús: “Y a ti la deportación…”.

Caifás: “Mira las cosas de otro modo. Roma no ha sido tan dura con nosotros. No nos han impedido practicar nuestra creencias”.

Jesús: “Tú, ¿en qué crees?”.

Caifás: “En lo mismo que tú. Los dos somos israelitas”.

Jesús: “Creemos exactamente lo contrario”.

Caifás: “¿No crees en el Templo? ¿No ofreces sacrificios por los pecados?”.

Jesús: “Ya sabes lo que pienso del Templo. Si no hubiera atacado el aprovechamiento que ustedes hacen de él, no estaría delante de ti. Ustedes han pervertido la religiosidad de la gente. La salvación es gratuita. Pero ustedes han hecho de ella puro comercio”.

Caifás: “¿Quién te crees?”.

Jesús: “Dice el Señor: quiero amor y no sacrificios. Si ustedes entendieran esto no condenarían a los inocentes”.

Caifás: “La religión no funciona sin sacrificios…”.

Jesús: “Tú y los principales quieren matarme como a un animal de sacrificio. Dios aborrecerá este crimen, como aborrece los sacrificios rituales que suplantan la misericordia. Ustedes continuarán en sus puestos de privilegio. Me entregarán a los romanos. Pero nuestro pueblo seguirá pagando impuestos al César y a ti”.

Caifás: “Es mejor que muera uno a que perezca toda la nación. Tal vez a Dios no desagrade tanto que tu muerte sirva para salvar a Israel”.

Jesús se mantiene en silencio. Mira a Caifás a los ojos. El Sumo Sacerdote también lo mira de frente. Está convencido de lo que dice. No se tiene a sí mismo por una mala persona. Solamente cumple con pragmatismo su oficio religioso y  político.

Caifás: “¿No te das cuenta del problema que has generado? Velo de otra manera. Has sobrepasado el punto de no retorno. Alguien debe pagar las consecuencias. Quien más que tú, que eres el responsable. Te has atribuido un poder que no te corresponde. No tienes autoridad para hablar de Dios y tapar la boca a escribas y sacerdotes. Si solo hablaras de Dios, te lo concedo. Estás en tu derecho. Pero tú hablas en nombre de Dios, con una autoridad que no te podemos reconocer porque, además, lo haces en contra nuestra”.

Jesús: “No soy yo, son ustedes los que han puesto en peligro a la nación”.

Caifás: “A estas alturas, tú tendrás que salvarla. ¡Qué tanto drama! Así quedaremos bien tú y nosotros. Ambos habremos colaborado con la nación. ¿No ves que creemos en el mismo Dios? Lo que importa ahora es proteger al pueblo”.

Jesús: “Soy inocente”.

Caifás: “Date a la razón. Si hubieras sido un buen profeta habría bastado. Nos has puesto a todos en peligro. Ahora lo único que queda es “sacrificarte””.

Jesús: “El único sacrificio válido es el del amor”.

Caifás: “¿No amas a Israel?”.

Jesús: “Ustedes me “sacrificarán” fuera del Templo. No tienen el coraje de hacerlo dentro. Pero igual lo hacen en nombre de Dios. El Señor está con Israel, no contigo”.

Caifás: “Tu inocencia no cuenta”.

Jesús: “Si tú creyeras en Dios sabrías que el Señor no necesita derramamiento de sangre  para salvar a su pueblo”.

Caifás: “Tú harás de chivo expiatorio aunque no lo quieras. Dices bien: ‘creemos exactamente lo contrario’. Ahora entiendo. Tu “dios” divide y acarrea la guerra, el nuestro pacifica y une”.

Jesús: “Tu “dios” es sanguinario. Sin sacrificar a los inocentes, él no reconcilia. Mi Señor no divide, une. Pero lo hace con justicia y misericordia”.

Caifás: “Tú no eres inocente. Has sido causa de discordias entre padres e hijos, tienes enemistados a los miembros del Sanedrín, los romanos están a punto de pasarnos por la espada. No quieren un levantamiento en Palestina… ¡Carga con tu pecado!”.

Jesús: “No sabes qué es la inocencia. ¿Cómo vas a saber lo que es el pecado? No distingues entre los sacrificios del Templo y los crímenes con que haces las paces con Roma. No se puede servir a dos señores”.

Caifás: “No entiendes nada”.

Jesús: “El único sacrificio que cuenta es el del amor. El Señor no necesitará mi sangre para perdonarte. Tú “dios” no es mi Dios. El mío es capaz de abandonar el rebaño con tal de encontrar a la oveja perdida. No sabes lo que haces. ¡Bellaco!, date cuenta, abre los ojos, para que el Señor tenga compasión de tu miseria”.

Caifás: “No me digas bellaco”.

Jesús: “El fin de los sacrificios humanos está cerca. Dentro de poco también los ritos sacrificiales dejarán de ser eficaces. Estos despejan la vía a los otros”.

Caifás: “En esto algo de razón tienes. También la violencia puede ser sagrada. Si a veces es necesaria, ¿por qué no puede tener una liturgia? El poder merece veneración, incluso cuando recurre a la espada. Míralo así, no insistiré más: te crucificarán, pero tus discípulos recordarán que, aunque pusiste a tu pueblo en peligro, a fin de cuentas pagaste con tu vida. Tu muerte habrá calmado al Imperio”.

Jesús: “No quisiera que hicieran de mi asesinato un culto. Lo único que me interesa es que mis discípulos recuerden el amor que el Señor me tuvo a mí y a Israel. Ellos sabrán qué hacer. Compartirán el pan en sus casas y recordarán mis palabras. Cuando yo muera ellos enseñarán que lo único que une a la humanidad es la misericordia y la justicia. Para entonces habrán aprendido que Dios estuvo en un hombre que no se desquitó en contra sus enemigos. Asumió las consecuencias de su maldad en su carne. Impidió así que el abuso del poder dañara a los demás”.

Caifás: “No eres inocente, sino ingenuo. El amor sin algo de violencia no opera. Misericordia sí, pero castigo también. Sin expiación por los pecados no hay salvación”.

Jesús: “Aborrezco la sangre”.

Caifás: “Como todos los ingenuos…”.

Jesús: “Aborrezco a tu ‘dios’ y las víctimas sangrientas que se le ofrecen dentro y fuera del templo”.

Caifás: “Y yo al tuyo”.

Jesús: “Llegará el día en que del Templo no quede piedra sobre piedra”.

Caifás: “¡No me amenaces!”.

Jesús lo mira de nuevo. Caifás vacila.

Jesús: “No seré yo ni el Señor quien derrumbe el Templo. El Reino lo socava día a día. En la nueva era los verdaderos adoradores adorarán en Espíritu y en la verdad”.

Caifás titubea.

Jesús: “Un día tus aliados se volverán contra ti y te traicionarán. Yo, en cambio, doy mi vida por mis amigos. ¿Conoces la diferencia entre los aliados y los amigos? Mis discípulos no necesitarán víctimas ni victimizaciones. No pasarán por la vida culpabilizándose de pecados ajenos. A nadie pedirán permiso para existir. Con su amor revelarán que la inocencia existe. Enseñarán que Dios no necesita derramamientos de sangre para mantener la paz”.

Caifás da vuelta la cara. Comprende que el “dios” de los aliados no es el Dios de los amigos. Siente miedo. Entra en el Templo y ofrece en sacrificio un macho cabrío por la paz en Palestina. Acto seguido, él y los saduceos entregan a Jesús. Una sola cosa piden a los romanos: que lo lleven fuera de los muros de Jerusalén.

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