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Comienza el Sínodo de la familia

19000_16713_2664958211.jpgFamilia fotoEl tema de la Iglesia es el amor. No otro. Sin embargo, la enseñanza de la Iglesia sobre “cómo amar” a lo largo de los siglos, ha sido muy variada. La Iglesia se ha hecho presente en muchas culturas. Ha debido inculturar el Evangelio del amor con enorme creatividad.

¿Dónde está la Iglesia hoy? Está dentro de un mundo tremendamente plural y en cambios profundos y acelerados. Está en deuda, por lo mismo, con mucha gente a la que no ha podido llegar con gestos y palabras de amor, con una enseñanza sobre lo que realmente es amar. Hoy las familias humanas son muy heterogéneas. Además, estas familias están siempre en proceso de realización: se constituyen y se desintegran, florecen y se marchitan. Decir que la familia está en crisis es poco. El fenómeno del amor íntimo y familiar que la Iglesia tiene por delante con todas sus vicisitudes, exige de ella un esfuerzo titánico de respuesta. Si esta respuesta es pobre, mal. Si es desatinada, peor.

Puesto que el amor en el plano de la sexualidad, de la afectividad, de los matrimonios y de las familias es lejos el más importante de los amores, la Iglesia debe ampliar y mejorar su enseñanza de acuerdo a las nuevas situaciones culturales a riesgo de fracasar en la transmisión del Evangelio. La transmisión de la fe en Cristo se ha interrumpido gravemente en muchos países de Europa. Tampoco en América Latina, los padres consiguen fácilmente que sus hijos hereden su pertenencia eclesial. Sabemos de tantos casos de matrimonios cristianos extraordinarios que no logran que sus hijos sean católicos como ellos. Entre otras razones, dicen estos que la enseñanza moral sexual de la Iglesia no la pueden entender.

El Sínodo sobre la familia de este octubre de 2014 es un primer paso que la Iglesia ha decidido dar para evangelizar en este ámbito de la vida humana. Fue necesario primero mirar la realidad. El Papa Francisco envió preguntas a todo el Pueblo de Dios para saber qué está ocurriendo. Los integrantes del Sínodo cuentan ya con las respuestas. En octubre de 2015 habrá otro Sínodo, continuación de este. Será el segundo paso. Entre ambas reuniones, habrá todo un año para que la Iglesia, en los distintos continentes y países, elabore una respuesta responsable que dar al mundo al que ella pertenece, a su propio mundo.

Cf: www.sinodofamilia2015.wordpress.com

Mi amigo ateo

AteismoLe pedí a un amigo ateo que nos tomáramos un café. Me interesaba preguntarle por la “moral sexual atea”. Le extrañó mi planteamiento. Pudo sonarle impertinente. Le expliqué en qué estamos los católicos. Le hablé del Sínodo convocado por el Papa sobre la familia y sexualidad. Ya que todo ser humano tiene algo que saber sobre su vivencia de la sexualidad, le hice ver que él, en principio, tenía una experiencia sobre la materia que podía ser importante que los cristianos conociéramos. Él nunca había oído hablar de la “ley natural” –concepto que, según compruebo, se ha vuelto muy problemático -, pero para ambos resulta clave “hacer el bien y evitar el mal” (Santo Tomás), lo cual puede significar cosas muy diferentes en distintos contextos históricos y culturales. Él, por su parte, entendió que para mí era importante saber lo que pensaba.

Partimos por lo que para mi amigo era lo principal. “La clave” –me dijo sin querer generalizar, pues no era su intención hablar por todos los ateos- “es ser responsable”. Pero eso se aplica a todas las relaciones humanas, le objeté. Trató de ser más preciso: “Me refiero a que en el plano de la sexualidad la responsabilidad con los demás, en cuanto obligación moral, es decisiva. El amor debe ser siempre lo principal. Amar desinteresadamente, de un modo estable y queriendo que tal amor crezca y dure para siempre, aun cuando la ‘sensación’ del amor pase o se atenúe por períodos”. Le hice ver que los cristianos suscribimos este modo de pensar con todas sus letras. Añadí que creo Dios no actúa en los ateos menos que en los cristianos. Le gustó que se lo dijera. Siempre se había sentido despreciado por los católicos por no tener fe.
Donde descubrí que surgían las diferencias fue en el “área chica”, como se dice. Cuando tratamos algunos temas en particular, ya no fue tan fácil que entendiera el planteamiento moral sexual de la Iglesia. Me di cuenta que mi amigo tenía un concepto más dinámico y elástico de la sexualidad, como si para él la biografía de las personas fuera tremendamente importante. Es decir, que, según mi amigo, en este campo las cosas no son “blanco o negro” sino que deben existir normas, orientaciones, recomendaciones y consejos, todo un conjunto de ayudas que las personas tendrían que asimilar para vivir responsablemente sus relaciones de amor con los demás, en el entendido que tales ayudas deberían variar con los cambios de épocas. Le dije que esto a algunos católicos les sonaba a “relativismo”, a “acomodación” a la masa. Me retrucó que no veía otra manera de ser responsable con los demás que ajustándose a las circunstancias, como si estas determinaran el modo de relacionarse y de encargarse de las personas de un modo duradero.
Avanzamos en la conversación hacia temas como la familia, las relaciones prematrimoniales, la homosexualidad, el aborto, el sexo entre viejos, etc. En algunas cosas estuvimos de acuerdo y en otras no. Creo haber aprendido de mi amigo. Y sospecho que también él de mí.
En todo caso, me ha dejado pensativo su planteamiento general sobre moral sexual. No veo, en principio, que la moral católica tenga que ser ahistórica y descontextualizada. La responsabilidad con el prójimo, me parece, tendría que exigir progresos doctrinales en algunos temas.

Y Croxatto tenía razón…

Vuelve el tema de la píldora del día después. Según Hernán Corral esta píldora sería abortiva (El Mercurio A3, 31 julio de 2014). Su argumentación es consistente y su  preocupación es muy atendible. Tiene buena información. Sin embargo, hay otra información que merece mucho crédito y que es necesario atender.

La Conferencia Episcopal Alemana aceptó recientemente que una mujer que sufra una violación sea atendida en hospitales católicos y tome la “píldora del día después”. La declaración episcopal afirma: “La Asamblea se ha ocupado … de los aspectos teológico-morales de la administración de la llamada «píldora del día después» a mujeres víctimas de una violación. El cardenal Karl Lehmann (Maguncia), en su calidad de presidente de la Comisión Doctrinal de la Conferencia Episcopal Alemana ha presentado, una vez constatada la disponibilidad de nuevos preparados con principios activos alterados, la evaluación teológico-moral del empleo de la llamada «píldora del día después». El cardenal Joachim Meisner (Colonia) explicó su declaración del pasado 31 de enero de 2013 -de acuerdo con la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Academia Pontificia- así como el trasfondo de la cuestión, que tiene como punto de partida el rechazo de asistencia a una víctima de violación por parte de dos hospitales de Colonia. La Asamblea reitera que las mujeres que son víctimas de una violación reciben, por supuesto, asistencia humana, médica, psicológica y espiritual en los hospitales católicos. Esto puede incluir la administración de la «píldora del día después» partiendo de la base de que sus principios sean no abortivos, sino anticonceptivos”.

En otras palabras, en un caso, el de un abuso sexual contra una mujer, los obispos alemanes aceptan como válido el recurso a una píldora anticonceptiva. No lo aceptarían si todas las “píldoras del día después” fueran abortivas. La aceptan si impide la concepción. Ellos se han documentado. Saben que este fármaco existe. El antecedente inmediato a esta declaración ha sido la opinión del Cardenal Meisner quien, tras ser asesorado por expertos, luego de formarse una opinión sobre la índole no abortiva del discutido fármaco, ha concluido: “Si tras una violación se aplica un medicamento cuyo efecto es evitar una fecundación, entonces desde mi punto de vista es justificable”.

En consecuencia, ha de reconocerse que el Dr. Croxatto tenía razón, al menos desde el momento en que ha sido posible disponer de un tipo de “píldora del día después” anticonceptivo.

Por otra parte, algunos se preguntarán acaso la encíclica Humanae Vitae que no acepta la contracepción artificial sigue vigente. Debe decirse que los obispos alemanes en su declaración no discuten su validez; pero aceptan la posibilidad de recurrir a píldoras anticonceptivas en el caso señalado. ¿También en otros? Nada dicen. ¿Cuáles podrían ser? Hemos de pensar que en cualquier caso en que una persona, enfrentada a un conflicto de valores o de normas, juzgue seriamente, con una conciencia bien informada, lo que conviene hacer como mayor bien o como mal menor.

En este sentido, nada nuevo. Pues la obligación personal de articular norma moral y conciencia moral constituye la doctrina más tradicional de la Iglesia.

Nota: Meisner: http://www.dw.de/cardenal-autoriza-la-p%C3%ADldora-del-d%C3%ADa-despu%C3%A9s-en-caso-de-violaci%C3%B3n/a-16570671

 

Secuencia de cartas en El Mercurio

Jesus super starLa siguiente columna dio motivo a las cartas que siguen más abajo.

¿Progreso doctrinal en la moral sexual católica?

(El Mercurio, 6 de julio, 04)
El Papa Francisco ha convocado para 2015 un sínodo sobre la familia. Este abordará temas como la sexualidad, el matrimonio, los hijos, el control de la natalidad, los separados, los divorciados vueltos a casar y la participación en los sacramentos. El nivel de preocupación de los católicos sobre estas materias es muy alto. Por lo mismo, la frustración o la satisfacción con los resultados del sínodo pueden ser grandes.

Las respuestas a las 39 preguntas que el mismo Papa dirigió a fines de 2013 a todo el Pueblo de Dios son coincidentes: existe una enorme distancia entre lo que la jerarquía enseña en materia de moral sexual y lo que los católicos piensan y practican. Esta distancia, con el pasar de los años, no solo ha sido causa de grandes sufrimientos, sino que se acrecienta. De acuerdo a los informes de las iglesias de Alemania, Bélgica, Francia, Japón y Suiza -las únicas respuestas hechas públicas-, el abismo detectado afecta principalmente a la enseñanza oficial contraria a los métodos artificiales de control de natalidad, a la comunión de los divorciados vueltos a casar y a la posibilidad de una vida sexual fuera del matrimonio (relaciones prematrimoniales, convivencias hetero y homosexual) (www.sinodofamilia2015.wordpress.com). El Instrumentum Laboris -documento base del sínodo preparatorio que tendrá lugar en octubre próximo, el cual recoge los informes de los episcopados de todo el mundo- concluye prácticamente lo mismo, con la diferencia de que da mejor cuenta de la inmensa complejidad del tema y refleja un mayor celo doctrinal.

¿Qué es posible esperar? La cantidad de asuntos relativos a la familia son innumerables. Los tres recién mencionados son, desde el punto de vista doctrinal, los más complejos. Por lo mismo, en estas circunstancias cabe esperar un progreso doctrinal. La Iglesia no tendría dos mil años de existencia si no hubiera anunciado el Evangelio haciendo ajustes en su enseñanza acordes a los desafíos históricos y culturales que fue enfrentando. Una cosa es el Evangelio (que no cambia) y otra la doctrina (que, para ser verdaderamente «Buena noticia», tiene que desarrollarse). El Concilio Vaticano II constituye el ejemplo más impresionante de creatividad doctrinal, la cual también se dio en el plano del matrimonio y la familia humana.

La audacia de Francisco tiene pocos precedentes. Como pastor supremo de la Iglesia, ha consultado directamente a los católicos qué entienden por familia y sexualidad; cómo ven que la fe y la doctrina sirven para vivir cristianamente; cuáles son las enseñanzas que les ayudan y cuáles no. El Papa ha puesto en operación el sensus fidelium . A saber, la verdad de la fe de la Iglesia -propia de todos los bautizados- que él y el colegio episcopal tienen la obligación de interpretar y comunicar. Si la Iglesia enseña una cosa y la misma Iglesia practica otra diferente, algo hay que revisar. Es que el Pueblo de Dios vive inmoralmente o ignorante de la doctrina sexual de la Iglesia, o la doctrina que sirvió para una época ya no sirve tal cual para esta otra.

Que el Papa haya corrido el riesgo de escuchar en los bautizados lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia hoy es osado, aunque parezca obvio que los pastores siempre debieran actuar así. Pero lo que está en juego no es el prestigio de este Papa y del actual colegio episcopal, sino la transmisión de la fe. ¿Cómo interpelará el cristianismo a la siguiente generación? El sínodo en curso tiene por delante la noble tarea -como pide el primer Concilio Vaticano- de articular una vez más fe y razón. El pueblo cristiano espera una proclamación del Evangelio en los cánones de razonabilidad de nuestro tiempo.

Jorge Costadoat, S.J.

 

El Mercurio 7 de julio
Señor Director:
En febrero de 2013, en coloquio abierto con el clero romano en San Juan de Letrán, Benedicto XVI hizo importantes recuerdos de su experiencia conciliar, magno evento cuyo cincuentenario conmemoraba ese Año de la Fe. «Estaba el Concilio de los Padres -el verdadero Concilio-, pero estaba también el Concilio de los medios de comunicación», advirtió, espacio en el que se imponía el espíritu de la ruptura y discontinuidad versus el de la reforma en continuidad, propio del verdadero Concilio, según tan bien él mismo caracterizó. Situación, valga recordar, completamente distinta de la vivida al otro lado de la Cortina de Hierro, donde la prensa oficial desconocía y silenciaba todo sobre el Concilio, siendo este comunicado al pueblo católico por los propios Padres conciliares, como en Polonia, por ejemplo, con el resultado de esa Iglesia unida y vigorosa de Wyszynski y Wojtyla que todo el mundo admiró.

«Sabemos en qué medida este Concilio de los medios de comunicación… era lo dominante -continuó Benedicto XVI- lo más eficiente, y ha provocado tantas calamidades, tantos problemas; realmente tantas miserias: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada… y el verdadero Concilio ha tenido dificultad para concretizarse, para realizarse; el Concilio virtual era más fuerte que el Concilio real».

Por desgracia y no sin fundamentos, muchos advierten ya algo parecido con relación al próximo Sínodo sobre la Familia -institución básica cuya concepción cristiana es hoy auténtico epicentro de virulencia mediática- y no les falta razón. Como cuando tuvo lugar «el Concilio de los medios de comunicación», una legión de expertos afinan su puntería en el sentido de la ruptura y la discontinuidad. La carta de Jorge Costadoat S.J. publicada en este espacio es solo un ejemplo más. Así, consultar al pueblo cristiano, obispos o laicos, sobre determinada situación eclesial -estado de una diócesis, de una orden o de un movimiento religioso en crisis, de la propia institución familiar en determinada región , etcétera- equivale para él, torciendo la hermenéutica, a traducir lo constatado en signo de lo que el Espíritu indica como camino a seguir (y no por ejemplo a superar y resolver).
El Instrumentum laboris elaborado por el Sínodo para los que tomarán parte en él, en lugar de ofrecer la clave de lectura para el acontecimiento, parece que en cambio debería leerse en la clave hermenéutica de Costadoat, apenas con la salvedad, dice, «que refleja un mayor celo doctrinal…».
Conviene estar atento, a fin de que estas especies de dialécticas moralístico-relativistas y otras fórmulas de banalización ideológica de lo que es muy serio, no vuelvan ahora también a afligir conciencias y a confundir espíritus.
Jaime Antúnez Aldunate
El Mercurio, 9 de julio de 2014

Sr. Director

Jaime Antúnez Aldunate descalifica que yo me refiera a través de «El Mercurio» al proceso de auscultación que la Iglesia Católica ha abierto en vista a la celebración del Sínodo de 2015 sobre el tema de la familia. Le molesta que haya habido y pueda haber un «concilio de los medios de comunicación».
Por mi parte, pienso precisamente lo contrario. Creo que la Iglesia jerárquica no puede usar los medios de comunicación para enseñar y no para aprender. Ya que el Papa Francisco ha dirigido al Pueblo de Dios 39 preguntas sobre la familia, la sexualidad, la contracepción, el divorcio y la participación en los sacramentos, todo en vista a superar la crisis en la transmisión de la fe, me atrevo a sugerir la realización de un concilio local sobre estos temas. El Papa no ha querido que estos asuntos se traten entre cuatro paredes. ¿No sería posible un gran debate sobre la sexualidad a través de los medios de comunicación social? ¿No pudiéramos los católicos aprender de los que no lo son, aun de los no creyentes?
Un tal concilio -reunión, congreso, simposio u otra fórmula presidida por los obispos- podría tener su base en distintas organizaciones católicas. A modo de ejemplo, ¿no sería posible que en las parroquias se converse entre los padres acerca de los medios para evitar que sus hijas queden embarazadas en fiestas en las que pasa de todo?; ¿no sería conveniente que en los movimientos laicales se discuta acerca de la participación en la eucaristía de los divorciados vueltos a casar?, ¿pudieran las universidades católicas organizar foros en los cuales personas homosexuales compartan con las demás cómo viven su fe?
Los medios de comunicación -y tal vez el mismo «El Mercurio»- pudieran ayudar a la Iglesia a socializar estos debates. Bien podrían dar voz a los jóvenes, a los hijos de padres separados y a los cónyuges maltratados o abandonados.
Los periodistas y los medios de comunicación ayudaron muchísimo al Concilio Vaticano II. A su modo, hicieron participar a los católicos en discusiones que terminaron por alimentar los debates de sus aulas. Los medios hoy pueden ofrecer espacios de libertad de argumentación sin la cual el cristianismo no tiene futuro alguno.

Jorge Costadoat, S.J.

 

El Mercurio
9 de julio de 2014

Sr. Director:
El padre Jorge Costadoat, bajo el título «¿Progreso doctrinal en la moral sexual católica?», ha sostenido el domingo en esta página, en relación con el Sínodo sobre la familia convocado por el Papa para 2015, que hay un abismo de distancia entre lo que la jerarquía enseña y lo que los católicos piensan y practican sobre: I) anticoncepción artificial; II) la comunión de los divorciados vueltos a casar, y III) la vida sexual fuera del matrimonio: relaciones prematrimoniales y convivencias hetero y homosexual. Añade el padre Costadoat que la Iglesia no habría sobrevivido dos mil años sin hacer ajustes a su doctrina ante los desafíos históricos y culturales, y que el Papa y el episcopado tienen la obligación de interpretar el sentir de los fieles, cabiendo esperar ahora un «progreso doctrinal».
Estas opiniones del padre Costadoat merecen las siguientes observaciones:

a) Desde el Derecho Natural: que evidentemente la naturaleza no hubiera hecho la unión sexual y el amor conyugal si el ser humano no tuviera que reproducirse; y que, por tanto, la sexualidad tiene por fin primario la procreación, y por fin secundario, que no puede ir contra aquel, el amor y unión conyugales, y que tanto la reproducción como ese amor suponen el matrimonio estable y exclusivo; es decir, monogámico e indisoluble. En este supuesto, no pueden ser moralmente admisibles la anticoncepción artificial, ni el divorcio, ni las relaciones prematrimoniales, ni la convivencia, ni mucho menos la unión homosexual.
Por eso Platón, sin haber alcanzado luz evangélica, nos propone en Las Leyes como conforme con la naturaleza, una que exija la continencia hasta el matrimonio, que ha de ser de macho con hembra; la indisolubilidad de este; que no se siembre en surcos donde la semilla no ha de germinar; que no se dé muerte deliberadamente al género humano, y que el hombre se abstenga de unirse a otro hombre (Leyes, 839 a-b; 840 c).

El Derecho Natural es inmutable y obligatorio para todos, de modo que ningún «progreso doctrinal» puede esperarse en estas materias.

b) Desde el Evangelio: que el matrimonio es entre hombre y mujer, y que es indisoluble, de modo que quien repudia a su cónyuge y contrae nueva unión, comete adulterio: grave falta (Mateo 19, 3-9); que por no reconocer los infieles a Dios, cuyo esplendor invisible es manifiesto en las creaturas, Él los entregó a pasiones infames, «pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos con los otros» (San Pablo, Romanos, 1,26-27); y que no puede la santa eucaristía recibirse en estado de pecado grave (San Pablo, I Corintios, 11,27).

c) Desde el ejemplo decente de Cristo: que el Señor, cuando muchos discípulos se escandalizaron, y lo dejaron porque Él les dijo que habían de comer el propio Cuerpo y beber la propia Sangre de Él, no retrocedió, no atemperó su enseñanza, ni la cambió, para que no se fueran los doce; antes les preguntó si querían irse ellos también, y entonces Pedro le dio aquella histórica respuesta: «Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios» (Juan 6, 60 y ss).

d) Desde el Catecismo oficial de la Iglesia: que antes de la segunda venida de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final…: «‘el misterio de iniquidad’ bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad» (N.° 675).

José Joaquín Ugarte Godoy
Profesor de Filosofía del Derecho UC

 

El Mercurio: 10 de julio de 2014

Sr. Director:

El criterio fundamental que inspira a la Iglesia en su moral sexual es hacer más fecundo el amor mutuo, el cuidado y protección de los hijos y el bien y responsabilidad social que surge de esto.

Algunos puntos que complementan lo expresado por Jorge Costadoat, S.J., son que un criterio de validación del magisterio eclesial es la recepción que tiene una norma por parte del Pueblo de Dios. Una enseñanza magisterial no recepcionada y no vivida por muchos hace cuestionable su pertinencia. Así también que la cultura y la historia de la humanidad son «lugares teológicos» que van unidos integralmente al Evangelio, el magisterio, la tradición, los concilios entre otros. Es decir, lugares donde Dios también se manifiesta.
De igual modo, dentro de la doctrina moral, el reconocimiento del «criterio de la gradualidad». Es decir, que a la hora de discernir cómo vivir el amor, la vida de pareja, el cuidado de los hijos y la búsqueda del bien social, cada uno se tiene que preguntar adulta y honestamente «hasta cuánto y hasta dónde» me es posible vivir lo que la Iglesia me exige. Las realidades personales son tan diversas que no a todos les es posible llegar al ideal. Lo que no exime del esfuerzo por alcanzarlo; hasta dónde se pueda y sin sentirme menos o discriminado.
El criterio fundamental para modificar la doctrina magisterial no está solo en que la mayoría vive distante de lo que se exige, sino si podemos reconocer juntos, como Iglesia, que aquellos que usan métodos de control de natalidad o están divorciados y no pueden comulgar o tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio hacen igualmente fecundo su amor, se preocupan y cuidan a sus hijos y viven un proyecto en pos del bien común. Lo que no es nivelar hacia abajo, sino reconocer humilde y sencillamente que hay muchos que viviendo con enorme generosidad su amor, no quieren seguir sintiéndose hijos de Dios de segunda categoría, excluidos, sino que con toda verdad, reconocen qué es lo que Dios les invita a vivir según su propia historia y realidad.

Iván Navarro E.
Teólogo
El Mercurio: 10 de julio de 2014

Sr. Director

Fiel a su propia tradición de pensamiento, enraizada en el idealismo ilustrado, el padre Costadoat, S.J. no solo pone en entredicho lo observado por Benedicto XVI desde el interior del Concilio -acerca de los estragos que entonces produjeron los abusos mediáticos y que el propio Pontífice emérito relató al clero romano (carta «Sínodo de la Familia», martes 8 de julio)- sino que ahora va más allá.
Se trataría, en buenas cuentas, según Costadoat, de promover hoy unas asambleas constituyentes y legislativas -que incluyesen, ¿por qué no?, a clérigos y obispos civilmente juramentados con la voz de la mayoría del pueblo, cristiano y no cristiano, allí congregado- las cuales se diesen a la pronta y urgente tarea, no de aprender y asumir, sino de derogar, el actual e inmenso magisterio sobre la familia desarrollado por San Juan Pablo II en veintiséis años de pontificado.
En unión de espíritu con el querido Papa Francisco, mientras rezamos por el «Sínodo de la Familia» por el convocado, quisiera alimentar interiormente y sembrar exteriormente paz y confianza en la que este Pontífice invoca siempre, citando a su padre San Ignacio, como «la Iglesia católica y jerárquica».
Me reconforta profundamente, en tal sentido, que el propio Papa Francisco haya nombrado a quien proclamó el 27 de abril pasado, cuando lo canonizó, como «el Papa de la familia», San Juan Pablo II, patrono del próximo sínodo. Asimismo, que haya establecido el propio día en que clausurará la primera etapa del «Sínodo de la Familia», como fecha para la beatificación del Papa Pablo VI, Pontífice cuya crucifixión decretaron en julio 1968, a raíz de su encíclica «Humanae vitae», asambleas clérigo-mediáticas similares a las que hoy Costadoat pregona.

Jaime Antúnez Aldunate
Director Revista Humanitas
P. Universidad Católica de Chile

 

El Mercurio: 12 de julio de 2014

Sr. Director:
Don José Joaquín Ugarte discrepa de mi columna del domingo a propósito de la consulta abierta por el Papa Francisco para saber qué piensan y qué practican los católicos a propósito de la familia (y temas afines). Probablemente tampoco esté de acuerdo con el Papa por exponer la doctrina de la Iglesia al juicio del sensus fidelium (la ortodoxia en los creyentes).
En la Iglesia existe una enorme preocupación. Los católicos no están de acuerdo con su enseñanza. Pero a don José Joaquín parece interesarle más la norma que la realidad de las personas, justamente al revés de Jesús. Lo que de veras importa es un anuncio del Evangelio que pueda efectivamente orientar la práctica sexual de las personas. Asimismo, al Papa y a los obispos de las conferencias que hicieron públicas sus respuestas, también les interesa la realidad de las personas y se han abierto al hablar del Espíritu Santo a través de la práctica creyente o sincera de las personas.
Puesto que don José Joaquín insiste en el valor del Derecho natural, me restrinjo, a modo de ejemplo de la magnitud del problema, a la Humanae Vitae, conocida por su rechazo de la contracepción artificial, ya que esta encíclica se basa en la ley natural.
¿Qué responden aquellas conferencias episcopales tras haber recabo las respuestas de los fieles de sus iglesias?
Según los obispos de Bélgica: “Los encuestados subrayan que las posiciones de la Humanae Vitae (1968) sobre la paternidad responsable han hecho alejarse a muchas personas de edad de la Iglesia mientras que muchos jóvenes no tienen ningún conocimiento de estas posiciones”.
Los obispos de Japón señalan que “los católicos hoy son indiferentes respecto de la enseñanza de la Iglesia (sobre Humanae vitae) o no la conocen”.
Los obispos de Francia sostienen que: “Una gran mayoría de las repuestas subraya que la encíclica Humane Vitae, ha tenido como consecuencia que muchas parejas rompan con las enseñanzas de la Iglesia. La insistencia de la Iglesia sobre este punto parece incomprensible para estas personas”.
Para los obispos de Alemana: “la distinción entre los métodos de anticonceptivos ‘naturales’ y métodos ‘artificiales’ y la prohibición de utilizar estos últimos, es rechazada por la mayoría de los católicos y prácticamente ignorada. Para la mayor parte de los católicos, la ‘paternidad responsable’ comprende también la elección del método apropiado, seleccionado de acuerdo a criterios de seguridad, practicabilidad y tolerancia física”.
La conclusión de los obispos de Suiza es verdaderamente inquietante: “Las respuestas a la pregunta sobre los métodos artificiales o naturales de contracepción revelan la distancia, dramática y conocida desde hace largo tiempo, entre la doctrina y los participantes en la consulta. La prohibición de los métodos artificiales de contracepción está muy lejos de la práctica y de las ideas de la gran mayoría de los católicos”.
Esta situación es grave. No porque la inmensa mayoría de los católicos sea inmoral. No lo es. Es grave por la desautorización del Magisterio. Más grave aún, por no poder la Iglesia orientar realmente la vida humana en un ámbito tan importante como el de la familia y la sexualidad. Los católicos esperamos mucho del trabajo teológico de los obispos del Sínodo en curso.
Jorge Costadoat S.J.

13 de julio de 2014

Señor Director:

Comparto los argumentos que da Jorge Costadoat para mostrar cómo en temas de moral sexual, y específicamente en relación con el uso de anticonceptivos, los católicos se han alejado del Magisterio de la Iglesia. A los ejemplos que él cita, agregaría que también en Chile un porcentaje cada vez mayor de la población, incluyendo por cierto a la población católica, hace uso de los avances de la ciencia para tener el número de hijos que responsablemente pueden acoger. A diferencia de lo que opina José Joaquín Ugarte, esto no significa que sea algo inmoral usar métodos «artificiales» en oposición a los «naturales», que serían los moralmente permisibles según Ugarte.

Los derechos sexuales y reproductivos reconocen el derecho de todas las personas a «decidir libre y responsablemente el número y el espaciamiento de los hijos que se desea tener, y a disponer de la información y los medios para hacerlo». Para ejercer este derecho, las personas deben tener adecuada educación sobre regulación de la fertilidad y acceso a métodos anticonceptivos según sus preferencias.

El que algunas personas opten por métodos «naturales» o «artificiales» para regular su fecundidad es parte de su vida privada y a nadie se le debiese negar usar los beneficios de los avances científicos.

La resolución 2003/28 de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas señala que «la salud sexual y la salud reproductiva son elementos esenciales del derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de la salud física y mental», por lo que el acceso a los métodos anticonceptivos seguros y confiables, según su preferencia, son fundamentales para poder cumplir con este derecho, y el cómo ejercer este derecho no debiese estar subordinado a las creencias particulares de terceros.

Dra. Sofía Salas Ibarra
Profesora titular
Facultad de Medicina UDP

 

El Mercurio: 14 de julio de 2014
Sr. Director

Pareciera que Jorge Costadoat quisiera reeditar la oleada contestataria de fines de los sesenta que suscitó la encíclica Humanae Vitae. Pero han pasado 46 años y hemos comprobado cómo ese documento magisterial, breve, profundo, de gran densidad antropológica-teológica y ética ha sido del todo profético.
Se anticipó a gran parte de los males que hoy padecemos respecto de nociones como la dignidad y belleza del amor, la sexualidad, la mujer, la educación de la juventud, y advirtió de diversas patologías. ¿Acaso ha leído este presbítero la luminosa teología del cuerpo de Juan Pablo II o los sólidos argumentos filosóficos de Rhonheimer en «Ética de la procreación»? Quizás sea mucho pedirle a quien solo está atento al nivel de popularidad y aceptación que tiene entre los «católicos».
No creo que las Bienaventuranzas, verdadero núcleo de la doctrina de Jesucristo, alguna vez hayan sido populares y menos practicadas. Ello es posible solo con la ayuda de la gracia, pero sería ilógico exigir general aceptación por parte de los hombres.

Jorge Peña Vial

 

15 de julio de 2014

Sr. Director

Ante la persistente crítica que algunos clérigos jesuitas, como el señor Costadoat, le hacen a la Iglesia Católica, como historiador me pregunto: ¿Por qué no siguen el ejemplo, establecido siglos atrás por otros clérigos tan críticos como ellos, y tienen el coraje de fundar una nueva iglesia, para acomodarla a sus gustos y a los de la sociedad actual?

Así podría la gran mayoría, que aún cree que N.S. Jesucristo es el fundador y cabeza de la Iglesia, seguir creyendo en Él sin dudas, y respetando su palabra, sin adaptarla a los derivados de la moda o de lo que ahora se denomina lo «políticamente correcto».

Creo que podría ser una solución satisfactoria para los escépticos y aquellos que piensan que la Verdad podría derivar de algunos fieles y sus apetencias.

Julio Retamal Favereau

 

 

16 de julio de 2014

Sr. Director:

Julio Retamal Favereau me excomulga. Me hace compartir solidariamente la realidad de las personas divorciadas vuelta a casar que se sienten excomulgadas por su Iglesia. Jaime Antúnez me tilda de idealista ilustrado. No soy idealista. Me interesa ver la realidad. José Joaquín Ugarte me recuerda el Derecho natural. Pero la ley natural sirve poco para ver la realidad. Jorge Peña apuesta por la Humanae vitae a costa de la realidad de la culpa de una infinidad de católicos. A ninguno parece llamarle la atención que cinco conferencias episcopales declaren que hay un problema con la recepción de la doctrina de esta encíclica por parte de la inmensa mayoría de los católicos que realizan una planificación familiar con métodos artificiales, y no naturales, de control de natalidad.

Trataré de explicarme con más claridad. El Papa Francisco ha consultado directamente a todos católicos sobre la realidad de sus familias, acerca de cómo entienden la sexualidad y cómo les ayuda o no les ayuda la doctrina de la Iglesia. La tarea dada por Francisco no es defender la doctrina, sino formarse un juicio acerca de lo que realmente está ocurriendo con las personas. El deber del Papa y del del colegio episcopal es anunciar a las personas la Buena Noticia del amor de Dios de un modo inteligible. Las personas son fines, las doctrinas son medios; la Buena nueva no cambia, la doctrina a veces debe renovarse. Jesús enseñó que “el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado”, a quienes las prescripciones de la época les resultaban vivibles.

Insisto: El problema detectado por los obispos es grave. Ellos que han oído a sus iglesias sostienen que una cosa es la enseñanza del Magisterio y otra distinta lo que el Pueblo de Dios practica. El siguiente es el diagnóstico del Instrumentum laboris elaborado por el comité que prepara un primer sínodo (octubre de 2014) tras haber recabado las respuestas de los informes de todas las iglesias del mundo, incluida la chilena: “Existe una distancia preocupante entre la familia en las formas como se la conoce hoy y la enseñanza de la Iglesia al respecto. La familia se encuentra objetivamente en un momento muy difícil, con realidades, historias y sufrimientos complejos, que requieren una mirada compasiva y comprensiva. Esta mirada es lo que permite a la Iglesia acompañar a las familias como son en la realidad y a partir de aquí anunciar el Evangelio de la familia según su necesidades específicas (31).

El Papa ha preguntado por la realidad de lo que ocurre con la familia. Se le agradece que se haya abierto un espacio de opinión sobre moral sexual y familiar. Es una oportunidad para que los cristianos y cualquier que tenga algo que decir aún lo expresen. Si el Evangelio no es para todos, no es para nadie.

Jorge Costadoat S.J.

 

17 de agosto de 2014

Señor Director:

Como simple miembro de la Iglesia Católica, aprovechando la tribuna que ofrece «El Mercurio», quiero hacer pública mi petición a los obispos chilenos, pastores de la Iglesia, que respecto de la controversia sobre la moral sexual católica, ejerzan su rol de legítimos maestros, aclarando a los católicos cuál de las dos es la postura ortodoxa de la Iglesia: si la del presbítero Jorge Costadoat S. J., quien nos enseña que la doctrina debe ajustarse a la praxis habitual y mayoritaria de los fieles, o la de sus contradictores, quienes afirman que los fieles han de hacer un esfuerzo por vivir de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia, aunque estas no sean fáciles de comprender ni menos de poner en práctica.

Pienso que en un tema como este, que afecta directamente la conciencia y vida moral de los católicos chilenos, la omisión de los obispos sería desorientadora.

Juan Esteban Ureta C.
Médico

 

18 de julio de 2014

Señor Director:

El señor Juan Esteban Ureta C. hace un resumen del debate sobre la moral sexual católica publicada en «El Mercurio» y, como miembro de la Iglesia, pide a los obispos una aclaración.

Durante toda su historia, la Iglesia ha procurado cumplir el mandato de Cristo de hacer a todos los seres humanos discípulos suyos, «enseñándoles a observar todo lo que yo les he mandado» (Mt 28,20). La Iglesia lo ha hecho teniendo en cuenta la situación de las personas a las cuales anuncia el Evangelio y usando los métodos pedagógicos más eficaces para lograr su objetivo. Lo que no puede hacer la Iglesia es cambiar lo mandado por Jesús, porque eso no pertenece a ella; le ha sido encomendado para que lo anuncie sin adulterarlo, menos que nunca para congraciarse con las personas o procurar popularidad: «Si tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gal 1,10). La mejor demostración de que la Iglesia enseña la verdad que le ha sido encomendada es que lo hace aun al costo de ser impopular, pues nadie desea ser impopular gratuitamente. La Iglesia lo hace por fidelidad a Cristo. Él fue tan «impopular» que murió crucificado.

La Iglesia debe seguir el ejemplo de su Señor. Jesús anunció al mundo un mensaje, en el cual él manda cosas que eran difíciles de aceptar, no solo para un alto porcentaje de los hombres y mujeres de su tiempo, sino para la totalidad. A los judíos se les había mandado dar acta de repudio cuando se divorciaban de su mujer; Jesús manda esto otro: «No separe el hombre lo que Dios ha unido… el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio» (Mt 19,9-12). Este mandato era contrario a todo lo vivido por el mundo hasta entonces y fue recibido con escepticismo por los mismos apóstoles: «Si tal es la condición del hombre con la mujer, no conviene casarse». Pero Jesús no lo modificó ni aceptó la reacción de los apóstoles. Más bien lo reafirma vigorosamente llamando «eunuco» (castrado) al que no se casa, excepto si lo hace por el Reino de los cielos.

Respecto del tema de los anticonceptivos, no tenemos un mandato directo de Jesús, porque en su tiempo no existía la mentalidad antinatalista de nuestro tiempo. En su tiempo se consideraba la natalidad como un don de Dios y la fecundidad, como una bendición. Hay, sin embargo, un episodio en el A.T. que revela que a Dios desagrada la anticoncepción artificial; es decir, la separación de los dos fines del acto sexual, a saber, el unitivo y el procreativo. En Israel era considerado un acto de piedad fraterna que un hombre tomara a la viuda de su hermano que había muerto sin hijos para suscitar descendencia al difunto. Onán, hijo de Judá, por la razón que fuera, no quiso dar descendencia a su hermano mayor, Er, de su viuda, Tamar. Pero no dejó de unirse sexualmente con ella: «Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando el dar descendencia a su hermano. Pareció mal al Señor lo que hacía y lo hizo morir también a él» (Gen 38,9-10). Esa acción, a saber, tener relaciones sexuales y hacerlas infecundas, por los medios que se conocían en esa época, es lo que desagradó a Dios. Siendo que Dios no cambia, esa acción sigue desagradándolo cuando los seres humanos la hacen en toda época, también hoy.

¿Y qué piensa Jesucristo? Podemos deducir que para Jesús la finalidad procreativa es la que justifica la relación sexual de los esposos en esta tierra. En efecto, la finalidad unitiva y de ayuda mutua se puede obtener también por otros medios. Cuando le preguntan de quién será la mujer que sucesivamente tuvo como esposo a siete hermanos y todos murieron sin descendencia, Jesús responde: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles…» (Lc 20,34-36). En la resurrección -estamos hablando de resurrección de la carne- no existirá la unión sexual: «Ni ellos tomarán mujer ni ellas marido». Y la razón es que «no pueden ya morir». Queda en evidencia que en la mente de Jesús lo que explica la relación sexual en esta tierra -«los hijos de este mundo toman mujer o marido»- es que los seres humanos mueren y es necesario, por tanto, que se reproduzcan. Quitada esta necesidad, no es necesaria la relación sexual. Por tanto, para Jesús la relación conyugal tiene como fin la reproducción. Por eso, privarla artificialmente de ese fin es contrario al plan de Dios.

Esto es lo que la Iglesia siempre ha enseñado a observar en fidelidad a Cristo. Lo ha expresado el Papa Pablo VI en tiempos recientes en la encíclica » Humanae vitae «: «Hay que excluir, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda, además, excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación» (HV 14, 25 julio 1968). Esta enseñanza ha sido más recientemente reafirmada por el Catecismo de la Iglesia Católica (N.o 2.370), que califica como «intrínsecamente mala» toda acción anticonceptiva artificial.

Teniendo la mayor consideración por la situación de los esposos hoy, la Iglesia no puede privarlos del regalo de la verdad que ella ha recibido de Cristo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí» (Jn 15,6).

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles

 

 Defensa de la moral sexual católica

20 de julio de 2014

¿Debe la Iglesia Católica morigerar sus enseñanzas en materia de moral sexual luego de constatar que ellas, como se acaba de informar, no interpretan a la mayoría de quienes se dicen católicos?

El Papa Francisco encargó averiguar qué relación había entre la enseñanza doctrinal de la Iglesia y las convicciones de quienes se dicen católicos. El resultado fue sorprendente. La Conferencia Alemana informó que «las afirmaciones de la Iglesia sobre las relaciones sexuales prematrimoniales, la homosexualidad, los divorciados vueltos a casar, y el control de la natalidad, son temas que encuentran poquísimos consensos o son rechazados abiertamente». La Iglesia Suiza, por su parte, hizo saber que «la prohibición de los métodos artificiales de contracepción está muy lejos de la práctica y de las ideas de la gran mayoría de los católicos». Otros informes, de Francia o Japón, algunos de los que se han hecho públicos, son similares. La situación tampoco es muy distinta en Chile. La Encuesta Nacional de Iglesia (realizada por la Universidad Católica en 2001) mostró que apenas un 20% de los católicos se oponía al uso de anticonceptivos (la práctica que condenó Humanae Vitae ).

Así, entonces, allá y acá habría una abierta discordancia entre lo que los católicos declaran y lo que la Iglesia enseña.

¿Deberá entonces la Iglesia cambiar su punto de vista para así reducir la brecha entre lo que enseña y lo que la gente cree o hace?

Por supuesto que no.

Una de las cosas que impresionaron a Bertrand Russell cuando leyó la Biblia que su abuela le regaló fue una frase que ella había subrayado: «No seguirás a una multitud para hacer el mal» (Éxodo, 23:2). A partir de allí, confesó Russell, «nunca sentí temor de pertenecer a las pequeñas minorías». Russell nunca creyó las cosas que las religiones enseñaban; pero siempre pensó que esa frase ocultaba una profunda verdad: las cosas son buenas o malas, correctas o incorrectas al margen del número de personas que crea en ellas. Este principio epistemológico que contiene la Biblia es irrefutablemente cierto. La verdad de un enunciado no depende del número de personas que lo profieran o lo aplaudan. Luego, si la Iglesia Católica -como ha enseñado ya por siglos- piensa que el matrimonio es indisoluble porque Dios se hizo presente en él; que el comportamiento homosexual es un error grave; que el uso de métodos artificiales para el control de la natalidad, un crimen; y si piensa todo eso de veras, a pie juntillas, tal como lo ha proclamado una y otra vez, entonces debe seguirlo proclamando aunque eso equivalga -como acaban de informar las Conferencias Episcopales de Alemania, Francia o Japón- a ser «una voz que clama en el desierto» (Juan 1:23).

Alguien dirá que la tarea de la Iglesia es proclamar la buena noticia (que la muerte fue derrotada y nuestros pecados perdonados por el sacrificio del Hijo de Dios) y que entonces eso es lo que importa y no lo otro. Pero, ¿de qué valdría predicar esa buena nueva a costa de sacrificar las enseñanzas que la acompañan? ¿Qué buena noticia puede haber a costa de sacrificar la naturaleza, la verdad de la condición humana? Es verdad que la evangelización de América requirió una cierta flexibilidad hacia el sincretismo cuyo resultado es la religiosidad popular, pero esa concesión a las costumbres se hizo para esparcir la verdad no para sacrificarla.

Por supuesto alguien argüirá que la verdad se descubre poco a poco conforme avanzan la historia y las costumbres; pero ese argumento es falaz. Si se le sostiene, la Iglesia sería relativista. Y entonces, ¿quién sería el responsable de haber condenado a los homosexuales, excomulgado a los divorciados, anunciado las penas del infierno a los que emplearon métodos anticonceptivos? ¿Acaso las brumas de la historia y las costumbres, las telarañas del tiempo? Y si eso es así, ¿por qué los creyentes habrían de confiar en lo que se les dirá mañana, si pasado mañana podría revelarse como un error?

No, no hay caso.

Es inevitable que la Iglesia Católica siga el consejo de Shakespeare: morir con las botas puestas. Hacerse irrelevante, pero con la doctrina en los labios. Así no desilusionaría a los no creyentes que combaten su dogmatismo creyéndola un adversario y podrá decir como Macbeth: «Moriremos, al menos, vestidos de armadura».

 Carlos Peña

 

22 de julio de 2014

Una peculiar coincidencia

En las últimas semanas se ha argumentado en «El Mercurio» acerca de la obligatoriedad de un estricto código moral católico, promulgado por encíclicas y sustentado en extractos de textos bíblicos. Pero se ha visto que ese código no es compartido por la mayoría de los católicos a lo ancho del mundo, y encuestas muestran que la situación no es muy diferente en Chile. Sin embargo, no se trata de una mera cuestión estadística acerca de lo que piensan los católicos de a pie.

La discusión expresa algunas profundas diferencias al interior de la Iglesia. La primera se refiere a los grados en que cuestiones morales cotidianas deben ser resueltas por la jerarquía, mediante una interpretación doctrinal de autoridad; o bien, depositando mayor confianza en la capacidad de discernimiento moral común y personal de los católicos. ¿No se puede confiar más en la buena fe de los cristianos, asumiendo que a la luz de su convicción religiosa procuran discernir lo correcto y bueno (o lo menos malo, atendidas las circunstancias)?

La segunda diferencia no es procedimental, sino de fondo. Se refiere a la orientación de la doctrina moral del cristianismo. Más que un catálogo perfeccionista de mandatos y de prohibiciones, como piensan algunos, se puede pensar que las directivas de la moral cristiana deben definirse a la luz de las virtudes de la compasión, del amor y de la misericordia, que son más consistentes con la enseñanza práctica de Jesús y con su extremo acto de generosidad.

Carlos Peña en su columna del domingo afirma que esta segunda posición es una utopía o un falaz sinsentido. En otras palabras, coincidiendo con una de las posiciones del debate, afirma que la existencia de un código moral, que no solo es inmutable en sus principios, sino también en sus reglas, es consustancial a la moral católica. Tener un contrapunto nítido es, probablemente, lo que también conviene a un agnóstico militante, que no está dispuesto a aceptar que la concreción de los principios morales del cristianismo no sea una foto que quedó para siempre.

El dilema planteado es falso: no se trata de morir con las botas puestas, vestidos de la armadura de un código prescriptivo exhaustivo, ni de esperar que el último cierre la puerta. Al interior de la Iglesia, este no es un debate concluido. Lo relevante es que sigue siendo válido que la humilde aceptación de nuestras limitaciones, propia en mi opinión de la más genuina experiencia religiosa, hace que muchos católicos miren con distancia escéptica una moral en extremo heterónoma y prescriptiva, que desatiende los dilemas y la experiencia moral de muchos creyentes en nuestro tiempo.

Enrique Barros

 

 

23 de julio de 2014
Señor Director:

Temo que Enrique Barros elude una obvia conclusión en su nota de ayer. Si, como él sostiene, la doctrina católica está fundada en la virtud, y no en un código heterónomo y prescriptivo, entonces la Jerarquía ha incurrido en graves y reiterados errores al condenar la conducta homosexual, no admitir a los divorciados y prohibir del todo el uso de la píldora.

Carlos Peña

23 de julio de 2014
Señor Director:

Hace algunos meses, Gerhard Müller, editor de la Opera Omnia de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, nombrado por él prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe -cargo ratificado por el Papa Francisco, que lo hizo cardenal-, escribió que acaece a muchos cristianos, influidos por la mentalidad actual contraria a la indisolubilidad del matrimonio y a la apertura a la vida, que sus matrimonios están más expuestos a la invalidez que en el pasado. Dicho esto -y con referencia al tema de la comunión de los divorciados vueltos a casar-, agregó que «siendo todo el orden sacramental (la eucaristía, primordialmente) obra de la misericordia divina, no puede ser revocado invocando el mismo principio que lo sostiene».

A la dialéctica racionalista de la modernidad, que ve a Dios como un «Deus ex machina» -y a la ley, la norma o el mandato como una externalidad necesariamente sobrepuesta a la libertad-, le resulta muy difícil entender que ese Padre «lento a la ira y rico en misericordia» (Ps. 86 y 103) es también santidad y justicia, sin contradecir con ello la piedad.

El propio magisterio moderno de la Iglesia sobre la familia, caminando desde la normatividad necesariamente embrionaria de los tiempos de Pío XI y Pío XII hasta la inmensa doctrina -más allá de lo rigurosamente moral, rica en antropología teológica y hasta en literatura y arte- que nos legara el pontificado de San Juan Pablo II, es un luminoso ejemplo de lo anterior. No obstante, de ella también puede decirse, con G.K.Chesterton, que «el arte, como la moral, consiste en dibujar un límite en alguna parte».

Por lo dicho, no concuerdo con Carlos Peña, ni tampoco con mi amigo Enrique Barros.

Jaime Antúnez Aldunate

 

 

24 de julio

Señor Director:

He seguido, desde fuera, el interesante debate sobre moral sexual católica, y cómo no pocos participantes mencionan la «verdad» (y me imagino que se refieren a la verdad católica en asuntos de moral sexual), me pregunto si el cristianismo no es antes la religión del amor que de la verdad y, por lo mismo, me pregunto también si una Iglesia cristiana como la Católica no debería definirse antes por la caridad que por el dogma.

Sin perjuicio de lo anterior, ¿es que una iglesia juega su mejor y más propio partido en el terreno moral (que es distinto del religioso) y, más aun, en el de la moral sexual (el ámbito posiblemente menos relevante y más inestable de toda moral?)

Supuesto que no se compartiera mi apreciación de que el cristianismo es antes religión del amor que de la verdad, ¿depende la moral sexual católica propiamente de un dogma o de las cambiantes instrucciones que las autoridades de esa iglesia van dando a los fieles según el transcurso de los tiempos? Y si, como se afirma a menudo, la Iglesia no es la jerarquía, sino la totalidad de los fieles católicos, ¿no tiene acaso ninguna importancia lo que estos últimos piensan, sienten y practican en materia de moral sexual, o son ellos meros súbditos de una jerarquía que adopta acuerdos en nombre de la sana doctrina (que es siempre la propia, nunca la de los demás)?

La actual cabeza de la Iglesia Católica hizo hace poco una declaración que si hubiera sido formulada por un sacerdote común y corriente, habría desatado las iras del sector conservador. La idea era esta: si cada individuo cumpliera no con «la» moral, sino con lo que él cree que es bueno, el mundo mejoraría notablemente.

Con una idea como esa, al sacerdote lo habrían acusado de relativista.

Agustín Squella

 

25 de julio de 2014

Sr. Director

A veces pareciera que los buenos aires del Papa Francisco no hubiesen llegado del todo a nuestra Iglesia Católica en Chile. De hecho, lo demuestra la polémica suscitada en torno a la moral sexual.

Agradezco a mi estimado amigo Agustín Squella que ayude a «un sacerdote común y corriente» a entrar en lo que quisiera fuese un diálogo. A ello no ayuda habitualmente el carácter imperioso de cualquier argumento de autoridad que, con frecuencia, tiende a transformar la moral en dogma de fe.

Pienso que el cristianismo es una religión que procura hacer la verdad en la caridad (cf. Ef. 4, 15), es decir: hay siempre una verdad que construir (en el orden de la acción). Ella nos requiere a todos -no solo a los creyentes- como seres pensantes, críticos y de buena voluntad.

Jesús se define a sí mismo diciendo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Camino que hay que recorrer para llegar a la verdad más plena que no es un concepto, sino una persona. Para ello, hay que buscar: buscar el rostro de Jesús donde Él ha querido manifestarse y no quedarse en imágenes que tienden a permanecer como reducto de quienes han racionalizado la fe hasta sacarla de la historia.

Una fe que, en el presente, no se cuestiona, es una fe ideologizada, ha dicho el Papa Francisco. Mucho más una moral que prescinde del progreso de la ciencia y de los desafíos de la realidad histórica y cultural.

Percival Cowley V., ss.cc.

¿Habrá progreso doctrinal en la moral sexual católica?

Familia popularEl Papa Francisco ha convocado para 2015 un Sínodo sobre la familia. Este abordará temas como la sexualidad, el matrimonio, los hijos, el control de la natalidad, los separados, los divorciados vueltos a casar y la participación en los sacramentos. El nivel de preocupación de los católicos sobre estas materias es muy alto. Por lo mismo, la frustración o la satisfacción con los resultados del Sínodo pueden ser grandes. Las respuestas a las 39 preguntas que el mismo Papa dirigió a fines de 2013 a todo el Pueblo de Dios, son coincidentes: existe una enorme distancia entre lo que lo que la jerarquía enseña en materia de moral sexual y lo que los católicos piensan y practican. Esta distancia, con el pasar de los años, no solo ha sido causa de grandes sufrimientos, sino que se acrecienta.

De acuerdo a los informes de las iglesias de Alemania, Bélgica, Francia, Japón y Suiza –las únicas respuestas hechas públicas-, el abismo detectado afecta principalmente a la enseñanza oficial contraria a los métodos artificiales de control de natalidad, a la comunión de los divorciados vueltos a casar y a la posibilidad de una vida sexual fuera del matrimonio (relaciones prematrimoniales, convivencias hetero y homo sexual) (www.sinodofamilia2015.wordpress.com). El Instrumentum laboris –documento base del sínodo preparatorio que tendrá lugar en octubre próximo, el cual recoge los informes de los episcopados de todo el mundo- concluye prácticamente lo mismo, con la diferencia de dar mejor cuenta de la inmensa complejidad del tema y por reflejar un mayor celo doctrinal.

¿Qué es posible esperar? La cantidad de asuntos relativos a la familia son innumerables. Los tres recién mencionados son, desde el punto de vista doctrinal, los más complejos. Por lo mismo, en estas circunstancias cabe esperar un progreso doctrinal. La Iglesia no tendría dos mil años de existencia si no hubiera anunciado el Evangelio haciendo ajustes en su enseñanza acordes a los desafíos históricos y culturales que fue enfrentando. Una cosa es el Evangelio (que no cambia) y otra la doctrina (que, para ser verdaderamente “Buena noticia”, tiene que desarrollarse). El Concilio Vaticano II constituye el ejemplo más impresionante de creatividad doctrinal, la cual también se dio en el plano del matrimonio y la familia humana.

La audacia de Francisco tiene pocos precedentes. Como pastor supremo de la Iglesia, ha consultado directamente a los católicos qué entienden por familia y sexualidad; cómo ven que la fe y la doctrina sirven para vivir cristianamente; cuáles son las enseñanzas que les ayudan y cuáles no. El Papa ha puesto en operación el sensus fidelium. A saber, la verdad de la fe de la Iglesia -propia de todos los bautizados- que él y el colegio episcopal tienen la obligación de interpretar y comunicar. Si la Iglesia enseña una cosa y la misma Iglesia practica otra diferente, algo hay que revisar. Es que el Pueblo de Dios vive inmoralmente o ignorante de la doctrina sexual de la Iglesia, o la doctrina que sirvió para una época ya no sirve tal cual para esta otra.

Que el Papa haya corrido el riesgo de escuchar en los bautizados lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia hoy es osado, aunque parezca obvio que los pastores siempre debieran actuar así. Pero lo que está en juego no es el prestigio de este Papa y del actual colegio episcopal, sino la transmisión de la fe. ¿Cómo interpelará el cristianismo a la siguiente generación? El Sínodo en curso tiene por delante la noble tarea –como pide el primer Concilio Vaticano- de articular una vez más fe y razón. El Pueblo cristiano espera una proclamación del Evangelio en los cánones de razonabilidad de nuestro tiempo.

 

 

Sínodo sobre la familia: ¿Un nuevo Pentecostés?

Familia 2La Iglesia vive un momento crucial bajo varios respectos. El Papa Francisco sabe que uno de estos concierne a la concepción cristiana de la familia y de la sexualidad. Resulta, por tanto, relevante conocer las respuestas públicas de algunas iglesias locales, redactadas bajo la responsabilidad de sus conferencias episcopales, a las 39 preguntas que el Papa ha planteado al Pueblo de Dios en estas materias, en orden a preparar el Sínodo extraordinario (2014) y el ordinario (2015) sobre estos temas. Así hemos conocido los documentos de las iglesias de Alemania, Japón, Austria, Suiza, Bélgica y Francia, y algunas otras declaraciones o informaciones fragmentarias. ¿Qué conclusiones es posible obtener de estas primeras, pocas, pero importantes iglesias?

Antes que nada, es indispensable tener en cuenta el acto inédito del Papa: el obispo de Roma convoca a la Iglesia a ejercer el sensus fidelium. El “sentido de la fe de los fieles” tiene una valencia teológica de primer orden, pues junto con la Palabra de Dios, la tradición, la liturgia y otros “lugares teológicos” más, es reconocido como fuente de conocimiento de Dios y de su voluntad. El dogma católico cuenta con que la infalibilidad en materia de fe reside en el Pueblo de Dios (fieles y pastores incluidos), aun cuando la explicitación de lo creído corresponde al Magisterio. En este sentido, el Papa, al pedir a la Iglesia respuesta a estas 39 preguntas, ejerce su responsabilidad pastoral universal buscando chequear si la doctrina es recibida (aceptada y practicada); y, segundo, indaga si el Espíritu no estará conduciendo a una reinterpretación o explicitación nueva del Amor de Dios en el plano de la sexualidad humana, a través de la práctica creyente de los bautizados.

Pues bien, si las respuestas de las demás iglesias son parecidas a estas que he revisado, los obispos del Sínodo de octubre de este año 2014 serán fuertemente impresionados y tendrán que ver manera de hacer ajustes en la doctrina u ofrecer criterios nuevos para su interpretación. El obispo de Manila recientemente ha dicho estar “choqueado… porque en casi todas partes del mundo, los cuestionarios han indicado que la enseñanza de la Iglesia a propósito de la vida de familia, no es claramente comprendida por la gente”.

La conclusión que emerge de un modo contundente de la lectura de las respuestas señaladas es la siguiente: lo que la Iglesia enseña, no es lo que la Iglesia practica. No en el sentido de que los católicos vivan inmoralmente. El problema es la enorme distancia entre lo que el Pueblo de Dios cree que debe ser la moral sexual católica y la enseñanza oficial de la Iglesia. Por ejemplo, según la iglesia francesa: “Un gran número de respuestas manifiesta el abismo existente entre la enseñanza de la Iglesia y la elección de las parejas que se declaran católicas”. En el informe de la iglesia belga se lee: “La distancia creciente entre la familia, en todas las formas en que las que la conocemos hoy día, y la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, constituye, según la encuesta, la principal preocupación de los que la responden”. Y, en el de la alemana: “Las respuestas llegadas de las diócesis permiten entrever cuán grande es la distancia entre los bautizados y la doctrina oficial…”. En las respuestas de los otros cuestionarios se advierte esto mismo.

Son muchos los aspectos en los cuales las respuestas reflejan esta inconsistencia. Tres temas captan la atención por las coincidencias. Uno, atañe a la paternidad responsable. Los católicos, en su inmensa mayoría, no siguen la Humanae vitae a propósito de su prohibición de la contracepción artificial. La redacción de los franceses es neta: “Una amplia mayoría de respuestas indica que la encíclica Humanae vitae (1968) condujo a muchas parejas a romper con la doctrina de la Iglesia. La insistencia de la Iglesia en este punto les parece incomprensible”. Los alemanes añaden que, en su iglesia, “una minoría inferior al 3% se empeña en favor de métodos anticonceptivos ‘naturales’ y los practica por convicción personal, a menudo también por motivos de salud”.

Si este primer tema ha dejado de ser exasperante, siendo hasta desconocido por los jóvenes, no así la exclusión de los sacramentos de las personas divorciadas y vueltas a casar. La prohibición eclesiástica es causa de un enorme sufrimiento para quienes se sienten excluidos, cuando no constituye de suyo un escándalo a la luz de la misericordia evangélica. Los alemanes afectados consideran que “la exclusión de los sacramentos como consecuencia de un nuevo matrimonio”, constituye una “discriminación injustificada y cruel”. Ninguna de las modalidades pastorales creadas para asistir a estas personas puede cambiar “la impresión general de que la Iglesia tenga un actitud despiadada hacia los divorciados vueltos a casar”.

El tercer asunto importante en el cual también se manifiesta una enorme fisura, es en la valoración que los católicos tienen de otras formas de vivir la sexualidad fuera del matrimonio. La inmensa mayoría no ve ningún problema, muchas veces todo lo contrario, en las relaciones prematrimoniales y, aunque no en la misma proporción, está de acuerdo con las uniones o los matrimonios homosexuales.

Según los obispos irlandeses: “La enseñanza de la Iglesia en estas áreas sensibles a menudo es experimentada como no realista, compasiva o ayudadora. Algunos la ven como desconectada con la experiencia de la vida real, haciéndoles sentir culpables y excluidos”. Cuando aquellos tres asuntos han sido planteados de un modo tajante por la institución eclesiástica, la enseñanza oficial en materia de sexualidad y de familia se ha desacreditado en su conjunto.

La situación es crítica y dolorosa, porque aquello que en estas circunstancias se ha vuelto invivible, es el Evangelio. Este, por los cauces oficiales planteados, se ha vuelto impracticable e imposible de transmitir.

¿Cómo salir de esta situación? Las respuestas son parcas en ofrecer soluciones. Abundan en la descripción del problema, ofrecen remedios pastorales menores, pero no plantean cambios importantes. Con todo, es posible amarrar algunos cabos.

Por de pronto, un nuevo planteamiento doctrinal-pastoral tendría que tener muy en cuenta que los católicos son muy diversos culturalmente hablando. Vivir la sexualidad en Japón donde ellos son apenas el 0,35% de la población, donde casi no hay familias completamente cristianas, no es lo mismo que hacerlo en Bélgica o Austria, donde los católicos se han nutrido del cristianismo por siglos, pero donde las nuevas generaciones pueden considerarse postcristianas. ¿Qué decir de América Latina? No he sabido de iglesias que hayan hecho públicas sus respuestas. En Latinoamérica, por ejemplo, habría que tomar muy en cuenta cómo llega a formarse la familia popular.

Las respuestas a las 39 preguntas desembocan en una décima cuarta pregunta: ¿Elaborará la Iglesia del Papa Francisco un planteamiento doctrinal-pastoral de la sexualidad y afectividad humana más evangélico, es decir, con la capacidad de llevar la buena nueva de Jesús hasta el último de los seres humanos, epocal y contextualmente considerado? ¿Asumirá, en cualquier caso, la opción de Dios por los pobres y las víctimas de la sexualidad y de las familias?

El Papa Francisco ha puesto en juego su pontificado. Los temas que ha expuesto al sensus fidelium son muy serios. Sería innoble pensar que las suyas sean preguntas retóricas. Sería lamentable, por otra parte, que el Sínodo de 2015 ofrezca salidas pueriles a problemas sobre los cuales las generaciones de jóvenes y de personas mayores piensan lo mismo.

Los dos sínodos en curso tienen máxima importancia. Deseamos que sean réplicas del Vaticano II. La generación del Concilio tuvo su “Pentecostés”. La nuestra espera el suyo.

 

Razonabilidad de la sexualidad atea

Aún celebramos las 38 preguntas que ha dirigido la Santa Sede al Pueblo de Dios. Obispos, sacerdotes, laicos y laicas nos hemos sentido tomados en cuenta en áreas clave de la vida de las personas y de la pastoral. La Iglesia ejercita el sensus fidelium. El Papa ha abierto a los católicos la posibilidad de decir, también en público, cómo entienden el Evangelio en el plano de la sexualidad (afectividad, matrimonios, familias).

 Algunas preguntas indagan acerca del conocimiento de la “ley natural”. La referencia me parece muy interesante, pues obliga a confrontar la razonabilidad de la ética cristiana con la razonabilidad de otros sistemas de pensamiento. Hay diversas maneras de entender la “ley natural”. Entre los estoicos hubo algunos, no todos, que estimaron que el incesto era conforme a esta ley. Lo que importa, en cualquier caso, es la necesidad de fundamentar con argumentos lo que se piensa acerca de las acciones humanas.

 Para Santo Tomás lo fundamental de la “ley natural” es una apelación a la conciencia y a la libertad. Por lo que, a propósito del tema que nos concierne hoy, cabe preguntarse algo así: “¿cómo los ateos hacen el bien y evitan el mal’?”; “¿cómo los ateos están viviendo con recta conciencia su sexualidad?”; “¿cuál es su razonabilidad?”. Entiendo aquí por “ateos” personas que no creen en Dios, pero que han de ser tan éticamente responsables como los creyentes. Pues, si Dios al modelar la “natura” humana ha dejado impresas en todos los seres humanos sus huellas digitales, siendo Dios amor, la humanidad, cristiana o no cristiana, se realiza amando. El “cómo amar”, puede variar para unos y otros. Pero la “obligación” de hacerlo, y rectamente, es tan inmutable como Dios mismo.

 Me parece importante que el documento de la Santa Sede aluda a la “ley natural”. Si Dios dice algo con valor universal, lo que vale para “unos”, consideradas las circunstancias, también vale para “otros”. Pues bien, si Dios dice algo a los ateos, los cristianos tendríamos que poner atención a cómo estos viven su sexualidad cuando lo hacen con honesta conciencia. Algo podríamos aprender de ellos. No podemos olvidar, por lo demás, que el Cristo resucitado, que ha asumido la “natura” humana y la ha llevado a su máxima expresión, a través de su Espíritu también actúa en ellos exigiéndoles discernir las vías de una mayor humanización, y en concreto en el plano de la sexualidad. La posibilidad de aprender “nosotros” de “ellos”, es una convicción del Vaticano II. 

 Pues bien, ¿hay en los ateos algo que valga la pena observar? Creo que sí. Advierto que en mi medio cultural algunas personas ateas verdaderamente creen discernir en conciencia cómo vivir su sexualidad. Estas personas, ilustrando su mente con los conocimientos que tienen a la mano, desean ser responsables en este ámbito de la vida. Les es decisivo ser serios. Nosotros cristianos podemos discutir si sus conclusiones son universalmente válidas, pero sería un despropósito descartarlas a priori.

 Me restrinjo aquí a algunos temas centrales para el documento de la Santa Sede:

 + Acerca de los padres y madres: Los ateos –digo, que procuran actuar con recta conciencia- consideran que se deben tener los hijos que se pueden educar (alimentar, vestir, enseñar y proteger). Por el contrario, consideran una irresponsabilidad echar numerosos niños al mundo, si los progenitores no tendrán posibilidades de cuidarlos. El abandono de los hijos es, según ellos, causa segura de su miseria. El control de natalidad mediante métodos artificiales les parece obvio. Constituye un medio para el ejercicio de su responsabilidad parental.

 + Acerca de los jóvenes: Sé de jóvenes ateos que se consideran a sí mismos responsables al demorar la elección de pareja, hasta no constarles que su relación amorosa sea suficientemente sólida como para levantar sobre ella un compromiso de por vida. En ellos el conocimiento en la pareja es clave, para lo cual la experimentación sexual previa al matrimonio no es algo negativo, sino positivo. Aún más, algo necesario. Puesto que la vida contemporánea se ha vuelto sumamente fluida, los compromisos definitivos son escasos y, en todo caso, vulnerables. Por supuesto que entre los jóvenes de nuestra generación hay procesos complejos, y a veces experimentaciones disparatadas, de ejercicio de la sexualidad. Pero aquellos que se toman la vida en serio no pierden el tiempo: para construir una relación afectiva duradera, deben ya, y deberán a lo largo de toda la vida, elucidar vías nuevas, y seguramente empeñosas de convivencia.

 + Acerca de embarazos: Hay un tipo de ateísmo de índole “estatal”, podríamos decir, que procura elevar las condiciones de vida de las personas y, para cuidarlas, sale al paso, por ejemplo, de los embarazos no-deseados, especialmente los de las adolescentes. Una niña que es madre antes de tener la madurez suficiente comienza la vida muy cuesta arriba. Probablemente habrá de interrumpir para siempre sus estudios, con lo cual, si es además pobre, acrecentará su hándicap social. Su hijo, por cierto, también sufrirá las consecuencias. De aquí que el Estado no confesional desarrolle programas de prevención, de educación y de cuidado de los sectores juveniles vulnerables. Para las oficinas estatales correspondientes, la contracepción artificial es una cautela básica.

 + Acerca de la homosexualidad: Hay ateos que han abogado por sacar a la luz pública el tema de la homosexualidad y de las uniones y matrimonios homosexuales. En términos generales, se estima un progreso en humanidad que las personas homosexuales puedan ser respetadas y se reconozca dignidad a sus opciones de vida, sobre todo si consisten en vínculos de amor estable. En este horizonte de pensamiento resulta inconcebible que se pida a los homosexuales abstinencia. Ellos piensan que no hay reconocimiento de la dignidad de su condición, si se les veta su ejercicio. Por el contrario, les parece que la dignidad de la homosexualidad no solo se juega en el respeto que merece, sino también en su ejercicio responsable.

 + Nuevos matrimonios y nuevas familias: Forma parte de la cultura ambiente, y no solo de los sectores ateos, la valoración de la posibilidad de reconstruir una vida matrimonial; y de recomponer una familia con los restos de la zozobras. La vida matrimonial se ha vuelto extremadamente difícil. Las separaciones y los divorcios son normalmente el gran fracaso; para muchos no habrá un sufrimiento mayor en sus vidas. Que alguien vuelva a entusiasmarse con establecer un vínculo de amor estable, se considera un triunfo modesto y loable. Muchas personas lamentan que, tras una colapso matrimonial, un hombre o una mujer deban sacar adelante a sus hijos solos, tanto económica como afectivamente. Por lo mismo celebran la reconstitución de nuevas familias con menos recursos, sin renunciar a las responsabilidades que arrastran, como el medio más ético y más feliz. Un nuevo matrimonio, una nueva familia, es, para muchos ateos un deber antes que un motivo de felicidad.

 ¿Podemos los católicos aprender algo de la razonabilidad de la sexualidad atea? Sí, creo que sí. Es más, las situaciones arriba descritas, el modo de abordar tales problemas es prácticamente el mismo del de muchos católicos. Las maneras de razonar, y sobre todo la práctica efectiva de muchos católicos que procuran regir sus vidas de acuerdo a su conciencia en materia de sexualidad, se asemeja extraordinariamente a las de los ateos más serios. Esto debiera hacernos pensar.

 Quede a la discusión si en las situaciones anteriores hay o no un discernimiento conforme a la “ley natural”. Los teólogos podrían objetarlo. Pero la Santa Sede, que espera que todos se rijan por ella -“nosotros” y “los otros”-, debe considerar estos modos de comprender el ejercicio de la sexualidad hoy. De lo contrario, la formulación de las 38 preguntas no será más que un recurso retórico nunca sabremos para qué. No puede serlo. No debiera. Pensemos mejor que a la Santa Sede le interesan las respuestas a las preguntas que hecho y que, por ende, merece un voto de confianza.

 

Un Papa que enseña porque aprende

No es nuevo que un Papa consulte a las conferencias episcopales sobre la práctica del cristianismo entre los fieles. Pero el Papa Francisco ha generado un ambiente tal de libertad y de confianza, ha despertado a un nivel tan alto de expectativas de cambio en la Iglesia, que el período de preparación del Sínodo sobre la familia que él mismo ha inaugurado tiene visos de convertirse en un acontecimiento inédito. Los dos próximos años, de aquí al Sínodo Extraordinario (2014), y de este hasta el Sínodo Ordinario (2015), puede volver a entusiasmar a los católicos como no ha sucedido en los últimos cincuenta años. Hay que remontarse al Concilio Vaticano II, si se quiere revivir la esperanza que primó en la Iglesia por una renovación a la altura de los signos de los tiempos.

No es nuevo que la Santa Sede haga llegar a las conferencias episcopales cuestionarios de preguntas sobre la realidad pastoral. Pero esta vez, las 38 preguntas que el Papa hace a propósito de la situación de la familia –y temas relativos a sexualidad, la afectividad y la práctica sacramental- han llegado a todos los católicos directamente. En este mismo momento, hoy, ahora,  los católicos, con las preguntas en las manos, no pueden creer que se les pida la opinión. Los obispos recogerán las respuestas a través de las parroquias y las llevarán al Sínodo del 2014; y, en este, tendrá lugar una discusión al máximo nivel sobre lo que está sucediendo en temas álgidos, pues la realidad de la sexualidad, de la afectividad y de la familia en todas partes del mundo, en estos tiempos, experimenta una transformación impresionante.

¿Qué ocurrirá entonces? Es impredecible. Pero podemos imaginar que si la respuesta del Sínodo del 2015 efectivamente es una ayuda a las necesidades del Pueblo de Dios, ávido de ser tomado en cuenta por fin en este campo, la Iglesia dará un salto adelante en la transmisión del cristianismo. Y, si no, la situación empeorará. La frustración puede erosionar aún más la ya alicaída pertenencia eclesial.  El Sínodo del 2015 tendrá una importancia decisiva.

El caso es que el comienzo de la renovación es muy auspicioso. El Papa y los obispos abren los oídos, los ojos, la mente y el corazón al sensus fidelium, a saber, la comprensión del Evangelio de todos los bautizados. Todos estos trasmiten a Cristo. El Magisterio episcopal tiene la responsabilidad de auscultar en ellos lo que el Espíritu Santo dice hoy. Dios habló y habla. El Magisterio tiene una palabra autorizada y normativa que decir al Pueblo de Dios en estas y otras materias. Si los cristianos no obedecen, no da lo mismo. Desautorizado el pastor, se dispersa el rebaño. Pero, si  la enseñanza magisterial no se vive porque es percibida como invivible, ¿qué se puede hacer?

Será difícil, si hay cambios que hacer, hacerlos. ¿Es posible un progreso doctrinal? Tomemos, por ejemplo, esta secuencia de preguntas que hace el Papa: ¿Cuál es el conocimiento real que los cristianos tienen de la doctrina de la (encíclica) «Humanae Vitae» sobre la paternidad responsable? ¿Qué conciencia hay de la evaluación moral de los distintos métodos de regulación de los nacimientos? ¿Qué profundizaciones se podrían sugerir sobre ello desde el punto de vista pastoral? Por nuestra parte levantamos otra pregunta: ¿qué ocurriría si la respuesta de laicos y sacerdotes a estas preguntas fuera: la inmensa mayoría de las familias cumple con su responsabilidad paternal y maternal recurriendo a métodos artificiales de contracepción?

Lo nuevo en las actuales circunstancias tiene que ver con un Papa que no uniforma la Iglesia en base a la doctrina, sino que privilegia el discernimiento responsable de la voz de Dios en cada circunstancia. No desprecia para nada la doctrina, pero la pone al servicio del discernimiento con el cual cada católico se desempeña como adulto.  El tono pastoral de las 38 preguntas deja la impresión de que Francisco está dispuesto a hacer ajustes en la doctrina con el propósito de favorecer una práctica cristiana acorde con los tiempos. Este siempre ha debido ser el fin; y la doctrina, siempre el medio.  La inversión de la importancia de estos dos factores, bien parece la causa precisa de la asfixia y el abandono de la Iglesia de tantas personas.

Las 38 preguntas serán respondidas a través de los canales ordinarios. Pero nada impide que sean trabajadas y discutidas por todos los católicos. ¿Pudieran, algunas, ser respondidas por los no católicos? Debieran, porque tienen que ver con problemas humanos universales. Así cumplirían una función misionera. Es de esperar que este ejercicio de escucha y conversación con Dios y entre las personas, no se tome a la ligera; como si se tratara de una mera encuesta y termine en porcentajes. La “verdad” que en estos temas necesitamos no se mide con números, sino con misericordia, con información científica y con sentido común.

El Papa Francisco representa estos días a una Iglesia que enseña porque aprende. Después de un período posconciliar sofocante de “verdades” exentas de “amor a la verdad”, hará muy bien a la Iglesia un tiempo para tomar en serio las preguntas planteadas, para lo cual es indispensable considerar que algunas respuestas del pasado pueden no servir nunca más.

Una mano para los "segundos matrimonios"

Si se compara los «segundos matrimonios» con los matrimonios que duran para toda la vida, no hay duda que estos parecen más valiosos. ¿Razones? Varias: la perseverancia en la unidad es medio y fin de la felicidad de las parejas; la estabilidad es condición importante para la crianza de los hijos; una sola «empresa» familiar puede afrontar mejor los desafíos económicos que se multiplican con los años; la entera sociedad se beneficia con las familias sólidas. Pero esta ventaja general de los «primeros matrimonios» no impide que también los «segundos», después de un fracaso conyugal irreversible, vuelvan a intentar los mismos fines de cualquier matrimonio serio. La vida continúa. Lo sorprendente es que, después de rupturas traumáticas, haya parejas que levanten de nuevo un hogar, cargando con responsabilidades de su primera unión e inspirando en hijos incluso ajenos la ilusión de una familia.

Aunque los «segundos matrimonios» no están libres de terminar en otro fracaso, es indispensable reconocer la posibilidad de que también ellos sean matrimonios de «primera». Indispensable, porque probablemente necesitarán aún más ayuda. ¿Ayudémosles? Sugiero dos ideas. Primero: que se creen o se refuercen las instituciones públicas, privadas y religiosas que ofrezcan a las parejas realizar bien el duelo que implica un fracaso matrimonial. Una relación mal terminada impide aprender de una experiencia negativa y, cuando se han cometido errores, estos suelen repetirse. Segundo: los establecimientos educacionales pudieran otorgar una atención privilegiada a los hijos de estas familias. Hermoso testimonio darían los colegios católicos si la condición de hijos de «segundas familias» se considerara un punto a favor, y no en contra, al momento de las postulaciones a matrículas de admisión.

Los «segundos matrimonios» necesitan ser ayudados tanto o más que los primeros. Pero también ellos son una ayuda para la sociedad. Estos matrimonios dan esperanza a los que la vida se les hace cuesta arriba. Su lucha por reunir bajo un solo techo a personas que, habiendo sufrido mucho, aun quieren caminar juntas y compartir lo que tienen, nos devuelve la fe en el amor humano. En la medida que con justicia y responsabilidad los «segundos matrimonios» han puesto en orden las cuentas pendientes con el pasado, su esfuerzo por salir adelante con su nueva familia constituye un tesoro moral para la sociedad.