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Una Navidad decisiva

Diciembre es un mes loco. Cansados ya del peso del año, diciembre nos exige todavía más: balances, despedidas, graduaciones, libretas de notas, amigos secretos, asados y fiestas. Un mes tremendo, pero también fascinante. Es que en diciembre, parece, se nos juega la vida. De todos los meses, este es el que más se asemeja a una “final”.

En medio de tanto ajetreo, la Navidad puede tocarnos, puede rozarnos, puede ser sólo escenografía para adorar al “dios” que, en realidad, consume todas nuestras fuerzas. ¿Cuál? A cada uno corresponde examinar qué es lo más importante en su vida: el dinero, el trabajo, la fama, la familia, la salud, el sexo, la música, un perro… una o varias personas con nombre y apellido. Pero la Navidad puede ser también la oportunidad para caer de rodillas y honrar al Dios al que agradecemos estas y otras cosas más. Y, en el más duro de los casos, un momento privilegiado para abrirle el corazón y decirle: “no doy más”, “no soporto tanta soledad”, “por qué a mí”…

El nacimiento de Jesús nos recuerda que la vida no es un “derecho”, sino un regalo. Por más que luchemos, nunca podremos obtener nada seguro, definitivo, valioso que no nos sea dado gratuitamente. Los más ricos, los que se creen santos podrán patalear contra esta “injusticia divina”, pero Dios no es tacaño ni sobornable. El Dios de Jesús es el Dios de los pobres. Es el Dios que para Navidad viene a escuchar los clamores de los que más sufren, de los que fracasaron en el matrimonio, en la escuela, en el trabajo. Para ellos, más que para nadie, el Emmanuel representa una esperanza.

Jesús, hijo de una pueblerina y de un carpintero, amenaza al omnipotente Herodes. El niño no habla, no piensa, depende en todo de María y de José, pero en su corazón ya sueña con un mundo al revés. Un mundo en el que los jueces hacen justicia a los hijos de la calle, en el que la libertad de expresión triunfa sobre los dueños de la prensa, en el que a los trabajadores se les restituye con generosidad lo que les roba el mercado. Las iglesias revolucionan el mundo cuando en ellas los lunáticos, los drogos, los cartoneros, los enfermos de sida y “últimos del curso” ocupan los primeros lugares, opinan y pesan en las decisiones que les atañen. Los herodianos tiemblan. Para estos, un mundo que privilegie a los que no merecen nada es un peligro intolerable.

¿Vale la pena un diciembre tan agitado? Si este mes equivale a una “final”, ¿cuál es nuestro equipo? La Navidad nos obliga a definirnos. En la cancha o desde las galerías, jugamos del lado del mundo que se han ganado los nuevos herodianos o del lado del mundo al revés que nos regala Jesús.

De la zancadilla del Viejo Pascuero al Amigo Secreto

Le quebró los dientes. De una sola zancadilla, el Viejo Pascuero terminó una discusión con el Amigo Secreto. ¡Quién dijo que el Viejo Pascuero no existe! Justo a la entrada de la iglesia de Santa Inés, en la misma Piazza Navona donde la semana pasada se agarró a chopazos con otro Viejo Pascuero, otra vez Santa Claus ha recurrido a la violencia para defender su trabajo. Y dicen que no existe, ¡si hay tantos!

            Tantos y ninguno: todos iguales, la pura división de lo mismo. En otros tiempos, era raro encontrárselo. Había que asomarse al balcón, buscarlo entre las estrellas, las chimeneas, seguro que pronto pasaría.… “¿Cuántos perros tiene el Viejo Pascuero?”, pregunta un niño en el microbus. Y se ríe. El escepticismo cala en la infancia. Al niño le importa un rábano que sean siete o dos, perros o bueyes. Ironiza de nuevo: “¿cuántos perros tiene el Viejo Pascuero?”. Los pasajeros también ríen. A todos da lo mismo el número, los ciervos, la nieve… “¿Cuántos perros tiene el Viejo Pascuero?” Las carcajadas estremecen la locomoción colectiva. Santa Claus está desprestigiado. Ultimamente un nuevo enemigo mina su fama, el Amigo Secreto.

            Con el Viejo Pascuero, todos están obligados a regalar a todos. Los regalos deben ser caros, lo más posible. En cambio, el Amigo Secreto subvierte estos principios: “Cada uno hace un regalo y cada uno recibe un regalo”. Se hace el sorteo, al que le toca le toca… Así, cada cual puede comprar con más atención, con más tiempo para buscar y más dinero. Además, siempre existe la alternativa de poner un “techo” de precio a los regalos que se harán entre los participantes. La entrega del presente, la rotura de la incógnita, incluso si no se trata de alguien íntimo, es eléctrica, inevitablemente más personal, ¡siempre peligrosa! Toda persona es un misterio, antes que una obligación. El Amigo Secreto juega con fibras psicológicas, aun eróticas. Penetra en la familia. El Viejo Pascuero rechina los dientes.

            – “Estás perdido, Viejo Pascuero”, respondió el Amigo Secreto a un primer insulto. Poco a poco se juntó gente en rededor. “Prometes y no cumples. Cumples, a los niños ricos y a las tiendas, ¡títere! A los pobres, ¡los más!, entusiasmas y engañas. Viejo falso: tienes la barba falsa, usas ropa falsa, prometes, pero como carretonero. Lo único cierto es tu panza, ¡guatón mentiroso!”.

            – “¿Acaso das tú la cara?”, replicó el Pascuero. “¡Tú sí que eres pura máscara! Haces como si te dieras a conocer, pero tu secreto es tu tacañería. ¿Ahorrativo? ¡No, avaro! Que así es más democrático, más justo… Na’ que ver. Lo único que te interesa es cumplir y salir del paso. ¡Socialista pa’ la foto! Tus amigos chillan si alguien arroja arroz a los novios (‘habiendo tanto pobre’), pero ¡cómo se banquetean! ¿Por qué no dejas que la gente regale a quien quiera y haga las fiestas que se le antoje?”.

            El Amigo Secreto volvió al ataque: “Tus carcajadas pervierten la Navidad: ‘Pascua feliz para todos’. Sustituyes a Jesús por la obligación de hacer regalos a diestra y siniestra. ¡Delpilfarros…!”.

            – “¿Qué sabes tú de Jesús?”, la fundamentación religiosa acalora a los contrincantes, al Pascuero más que al otro. “Te dices ‘amigo de los pobres’, como Jesús. Pero de los pobres que se desclasaron y surgieron quitándole el saludo a los vecinos. Entre ti y las transnacionales del juguete no hay sombra de diferencia”.

            – “¡Tú eres el favorito de esas transnacionales, guatón ateo!”, replicó por última vez el Amigo Secreto.

            Y esa fue, por cierto, la última vez que habló por una semana. Con una zancadilla, el Viejo Pascuero lo hizo aterrizar de dientes.

            La confusión de los niños fue grande. Que el Viejo Pascuero, el Amigo Secreto, Los Reyes Magos, Jesús en el umbral de Belén… Si los papás no entienden nada de nada, ¿qué entenderán sus hijos?

 

Pub: Jorge Costadoat Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.

De regalo de Pascua, un sacerdote

Sucedió la Pascua recién pasada. Un niño de siete años pidió de regalo un traje y utensilios de sacerdote. Su papá quiso complacerlo. Recorrió todas las jugueterías y no encontró nada. Quién se extraña: cualquier padre normal anda en busca de disfraces militares, médicos o espaciales. Acudió a las tiendas de artículos religiosos, y nada. Cuando explicó su intención, lo miraron con recelo. Le pidieron el carnet. ¿Por qué? No le interesó averiguarlo, siguió buscando sin éxito, hasta que decidió él mismo fabricar el regalo.

            Pidió a una costurera que le hiciera un alba, un cíngulo y una estola. La misma costurera le cosió un corporal y dos purificadores. El padre continuó su empeño: compró una copa metálica que podría hacer de cáliz y un platillo como patena. Compró también un cuaderno de tapa dura que adornó con una cruz, y las figuras del buey, el león, el águila y el ángel. En su interior y a su modo, transcribió la misa entera. Como si estas cosas no bastaran, el padre inventó para su hijo un juego de salón parecido al Metrópolis o a las carreras de caballos. Trabajó con amor y cuidado, tratando de inculcar en su hijo el amor por el sacerdocio.

            El día de Navidad todos tuvieron su regalo. Pedrito fue el primero en abrir el suyo. Se puso el alba y la estola, y bendijo al papá, la mamá, a hermanos, primos y tíos. La estola era bordada en colores vivos. Su padre le pasó el cáliz y le explicó que debía jugar con él con sumo respeto. Como hostia bastaría pan corriente. Pero habría que comérselo todo, y no dejarlo endurecer ni extraviar.

            El padre ansioso tomó el juego en sus manos y explicó sus reglas. Consistía en un circuito largo y sinuoso, que representaba el prolongado camino a la santidad sacerdotal. El circuito incluía dos partes: la primera, dedicada a la preparación al sacerdocio y, la segunda, al ejercicio del sacerdocio. Para alcanzar la ordenación sacerdotal, había que responder a las siguientes tarjetas, dependiendo de la suerte de los dados: 

            * Un sacerdote es un profesor que enseña porque escucha: Verdadero o Falso.

            * Un sacerdote es una mamá con una fantasía gigante para contar cuentos y para responder a todo tipo de preguntas: V o F.

            * Un sacerdote es un mendigo contradictorio, que debe pedir limosnas para los pobres y rechazar favores de los que recortan a los pobres su salario: V o F.

            * Un sacerdote es un vigía que debe estar alerta para ser interrumpido en cualquier momento del día y de la noche, por una mujer machucada por su marido o un marido traicionado por su esposa que se siente solo y necesita que lo abracen fuerte para seguir respirando: V o F.

            * Un sacerdote es un temerario que no lo detiene la noche ni la enfermedad; que pasa los puentes a oscuras y cruza los callejones peor afamados; que le sonríe al obispo porque lo quiere y no porque tema perder la parroquia que tiene a su cargo: V o F.

            * Un sacerdote es un papá que se deja pasar algunos penales para enseñar a los niños a jugar a la pelota: V o F.

            En la parte segunda, el jugador que hubiere recibido la estola del sacerdote, debía avanzar hasta la meta de la santidad sorteando un sinfín de dificultades. Si los dados le fueren adversos, podría caer en un espacio malhadado. En él se leería, por ejemplo:

* SACERDOTE RETA A LOS QUE SE CONFIESAN: VUELVE AL PUNTO DE PARTIDA.

* SACERDOTE BUSCA EN LAS CARTERAS DE LAS SEÑORAS, ENTRE LOS COLORETES Y LAS ESCOBILLAS, FRASCOS, PASTILLAS…: LOS DEMÁS SACERDOTES LE TIRAN LAS OREJAS.

* SACERDOTE INSCRITO EN PARTIDO POLÍTICO: AUNQUE ALEGUE QUE SE TRATA DE UN PARTIDO INSTRUMENTAL, PIERDE UNA JUGADA.

* De todas, la sentencia más drástica sería la siguiente: SACERDOTE TRANSFORMA EL EVANGELIO EN UNA LEY: ¡PIERDE EL JUEGO! SE LE RETIRAN LOS DADOS Y LA FICHA.

            Pero sólo algunos espacios connotaban una censura. Caer en otros constituiría el deseo de todo sacerdote-jugador. Por ejemplo:

* SACERDOTE MÁS HUMANO QUE DIVINO: AVANZA CINCO ESPACIOS.

* SACERDOTE LLORA CON LAS PELÍCULAS ROMÁNTICAS: JUEGA DOS VECES.

* SACERDOTE HACE SUYA TODA LA DESGRACIA DE SU GENTE, COME MAL, DUERME PEOR, PERO DE ÉL NADA MÁS SALEN PALABRAS DE ALIENTO: ¡AVANCE HASTA LA META!

            En el cuaderno decorado con los símbolos de los evangelistas, donde venía incluido el Orden de la Misa, el papá a su manera le escribió un canon que decía:

            «Tomen y coman todos de él,  porque este pan es más que pan:  soy Yo mismo hecho pan,  alimento de alegría para todos los que sufren y vienen a mí.  Pan mío y vida mía, para que nadie olvide  que mientras haya hambre en el mundo, el hambriento Soy Yo».

             Las demás prescripciones eucarísticas subrayaban la importancia de acoger a los fieles y dar espacio a sus vidas en la liturgia. Tanta importancia adquiría la participación comunitaria, que los signos de solidaridad y reconciliación harían pensar más en una fiesta que en una ceremonia protocolar.

            Pedrito estaba radiante. Varias instrucciones del juego no las entendía, pero se las haría explicar. El papá estaba igual de contento o más. Sin embargo, un tío observaba esta situación rígido como si se hubiera tragado un plumero. Conteniendo los nervios, categórico en sus ideas, sentenció:

 – “¡Simulación!”

 – “¿Cómo?”, dijo el papá.

 – “La Iglesia prohíbe la simulación”. El tío sacó de un bolsillo el Código de Derecho Canónico y leyó a los presentes: ‘Quien simula la administración de un sacramento, debe ser castigado con una pena justa’ (1379). Recordó a los presentes algo que todos ignoraban, menos él: que el Código castiga a los que juegan a ser sacerdotes, diciendo misas o perdonando pecados.

          El papá tomó el Código, leyó los artículos pertinentes y de un tirón arrancó las páginas que trataban del asunto. Quién sabe si para camuflar su arrebato, posiblemente ni él sabría decirlo, hizo chayas del papel y las arrojó como nieve sobre el árbol de Pascua. El episodio fue incómodo para los mayores, indiferente a los niños concentrados en los juguetes.

           Esa noche el tío canonista fingió estar enfermo del estómago y no probó bocado. Serio como siempre, urdía el modo de denunciar a su cuñado y suspender la catequesis de primera comunión a su hijo. Avinagrado, el padre comió con desgano.

            El niño, en cambio, se comió toda la comida y rápido, ¡ilusionado! Que lo más importante esa noche, ¿sólo esa noche?, era ser sacerdote.

Pub: Jorge Costadoat, Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago, 2001.

Navidad, origen de la fantasía

A simple vista, los relatos evangélicos de “encarnación” y “nacimiento” del Hijo de Dios complican innecesariamente la fe. ¿Para qué nos han forzado los evangelistas a admitir hechos que la razón no puede reconocer? Habría bastado contarnos la historia de un hombre muy hombre, Jesús, con quien Dios se identificó hasta las últimas consecuencias. ¿No es esto suficiente? ¿Agregan tales relatos algo de veras novedoso?

            ¡Por supuesto que narran cosas nuevas! Considerada la rutina atroz que nos devora, hay algo que nunca perdonaremos a los evangelistas: su mala memoria y su flojera. ¡Qué les hubiera costado decirnos cómo fue Jesús, el color de sus ojos, su mirada, quién le enseñó a leer, cuándo aprendió a hacer cariño, dónde. Jesús es novedad pura, inspiración perenne, cualquier otro dato suyo nos habría refrescado la vida… Aunque quién sabe: lo poco o mucho que sabemos solemos codificarlo.

            No. No deliraban los autores de los libros sagrados al describir los orígenes de su vida. Hechos trascendentes, fabulosos, comparables a la creación del mundo y a la resurrección del mismo Jesús. Si nadie puede explicar cabalmente por qué paren las alpacas o quién contrató abejas para polinizar los huertos, ninguno estuvo para contarnos cómo fue esa concepción virginal. Al igual que el comienzo de las cincuenta millones de galaxias, de modo parecido a como brota la vida del otro lado de la muerte, también la «encarnación» excede la mente humana. Sólo la imaginación y mucha arte pueden expresar su tremendo significado. Como niños pequeños que gustan del papel de regalo casi más que de los regalos mismos, también nosotros gozamos estos días los capítulos de Lucas, Mateo…, envoltorios de un mensaje maravilloso, original y por eso desconcertante: el Todopoderoso se hace presente entre nosotros como un “todomenesteroso”, un pobre con mayúscula, un dios con minúscula, falible, tierno, cercano, incapaz de asustar a nadie, ávido de ese otro cuerpo que lo abriga. Así, con cuidado, despacio, compartiendo nuestro llanto, hace irrupción entre nosotros el amor en persona.

            Es Dios mismo que tiene algo que decirnos. Aprenderá primero a hablar. Es un Dios distinto, un Dios humano, el único verdadero, no es un ídolo, un títere de ventrílocuos. Nada tiene Jesús que enseñar mientras su madre no le enseñe a conversar. De momento, todo es silencio… ¡Miento! Ya habla. ¿Cómo descartar el modo del contenido del mensaje? Este largo y delicado preámbulo, aquel diálogo de corazón a corazón, ¡libre!, del Angel Gabriel con María la virgen es ya ahora sustancial, novedad extraordinaria entre tantos que imperan sus intereses disfrazándolos de razones. Jesús, la Palabra divina hecha niño, resplandece en las tinieblas de tanta palabrería huera.

            El niño acumula autoridad: grita de hambre, gusta el calor, presiente el amor…, adivina sus derroteros. El niño tendrá algo que decir, todavía no sabe qué. Cuando el dolor de los galileos empobrecidos le retuerza el corazón, balbucirá: “No”. Habiendo cargado con la pena de mujeres y enfermos, militares y ricos, oprimidos y excluidos por incumplimiento de la Ley judaica, se rebelará contra la religiosidad de su época. Un hombre, ¡un Dios! que se rebela contra la religión. Este niño abrirá un sendero nuevo. Actuará en conciencia: conocerá la soledad, los enemigos… Su carta fundamental será la misericordia. Después de él, nadie será verdadera “autoridad” más que el que obedece al amor y modifique la ley de acuerdo a las exigencias de la caridad. ¡Esta es la libertad, don supremo del Espíritu! Por nuestra libertad apostará su vida. Hasta este nacimiento el mundo ha vivido bajo amenaza de palos, mordazas y destierros, condenado al miedo y a la muerte. De Belén en adelante, la libertad no es más una concesión de los poderosos, sino el origen de toda norma y el fin de toda conducta. Desde entonces es posible la ética de la misericordia, que tanto nos cuesta imaginar.

            ¡Ven, Señor Jesús! Trae contigo creatividad a granel,  la creatividad de tus parábolas, la poesía de tus comparaciones. ¡Cambios! ¡Queremos cambios, muchos cambios! Si fuimos capaces de abolir la esclavitud que parecía tan natural, ¿no podremos inventar soluciones ingeniosas para los que fracasan en su matrimonio? Me dicen que perdonas pero no olvidas. ¡Infamia! Danos fe para creer que sí perdonas. Crea con nosotros ese orden del perdón que bosquejamos a tientas. Disipa la esclerosis de nuestra alma, flexibilízanos. Sácanos de una vez por todas de la Edad Media.

            ¡Ven, Señor Jesús! ¡Hay tanta violencia en nuestra comunicación! Ni siquiera es necesario asomarse a los estadios. ¡Ay del que escriba contra el capitalismo! Si ni siquiera a los políticos se los deja discrepar tranquilos. En cambio los sentimientos del Papa se invocan como argumentos de razón. Si te utilizamos a ti, ¡cómo no lo haremos con el Papa! Apariencia de comunicación, simulación de paternidad, manipulación de la opinión pública, esto es lo que sobra. Abundan los distorsionadores sociales. Falta debate abierto, respetuoso, derecho a equivocarse y a rectificar… Es preciso tu amor a la verdad, faltas tú, tu hablar directo, sin vericuetos, dialogante, vulnerable a las penas ajenas, abierto al cambio de opinión.

            ¡Bienaventurados los evangelistas! Sus relatos de Navidad rescatan la creatividad de Dios amenazada más que nunca. ¿Cómo de otro modo habríamos sabido que Jesús es la palabra más dulce de misericordia dicha a la miserable historia humana? La vida se está poniendo muy pesada, luces vemos pocas. Trabajamos demasiado, gozamos cada vez menos. Dos cosas te pido una vez más: misericordia y nuevas ideas para inventar la misericordia. Una tercera cosa te pido y basta: tráenos fantasía, que no nos basta ni la razón ni la fuerza. Fantasía queremos. Tú la tienes, tú la eres. ¡Te esperamos, Señor!

La Navidad del Cristo inmigrante

No discuto la obligación del Gobierno de regular la inmigración. Un cierto límite a los extranjeros preserva la paz. Pero no es la protección contra los extranjeros lo que asegura la paz, sino acogerlos y asimilarlos. Miremos la historia: ¿quién es más chileno que el mestizo, mezcla de nativo e inmigrante a lo largo de sucesivas generaciones?

Tengo a mano tres casos prometedores. Entre las micros de la Alameda vi a un vendedor ambulante peruano con un gorro que decía «Chile». ¡Qué símbolo! Pero, ¿de qué? ¿Trataba  de ganar la simpatía de sus clientes? ¿Se protegía contra posibles agresiones? Tal vez quería sinceramente ser otro chileno más. ¿Por qué no?

Un caso mejor es el de tantas nanas que han dejado el Perú para venir a cuidar  niños chilenos. Varios reparos se podría hacer a la calidad moral de estos empleos, pero lo que aquí importa es la convivencia familiar y muchas veces amorosa entre estos niños y sus nanas. ¡Éste sí que es símbolo! Pongamos atención: para salvar a sus hijos de la miseria, una mujer abandona su patria, parte a una tierra desconocida, a veces hostil, a educar niños ajenos. Nuestro ojo superficial nos dirá que una mujer peruana y humilde no podrá enseñar a nuestros hijos más que rarezas. Nuestro ojo profundo, en cambio, verá que nadie podrá educar mejor a estos niños que una nana así, porque no hay aprendizaje más importante que el del amor y mujeres como éstas enseñan a amar con el puro ejemplo de su inmenso sacrificio.

Para el tercer caso recurro a la ficción: ¿cómo no imaginar que esta Navidad no nazca un niño hijo de peruana y chileno, o al revés? No nos extrañe que la soledad, los acosos o el amor verdadero traigan a luz este año nuevos mestizos, semejantes a Jesús mitad judío y mitad galileo. Si así sucede, no habrá mejor símbolo de una nacionalidad híbrida como la nuestra que un niño, una niñita chileno-peruana. Ojalá la unión de la razas exprese el amor entre las razas y sea el amor la única fuerza del intercambio cultural entre los dos pueblos.

Sería muy preferible que esta Navidad en vez de perder la cabeza con la compra de regalos de alto precio, pudiéramos gozar con los regalos que no tienen precio. El niño que nos visita no está a la venta: él mismo se nos regala. Tómeselo o déjeselo. Téngase en cuenta, eso sí, que poco después de nacido Jesús, él y sus padres fueron refugiados en Egipto. ¿Buscó José trabajo allí subcontratado en la restauración de una pirámide? ¿Estuvo María dispuesta criar a Jesús a ratos, empleada principalmente en alimentar y cambiar guaguas egipcias? No es obligatorio conmoverse con la historia del hijo de un carpintero. Pero no habrá razón para recordarlo, enternecerse, ni menos aún para creer en él, si no es para abrir el corazón al Cristo que estos días nos sale al paso en un coreano, un ecuatoriano o un peruano.