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¿Qué está pasando en la Iglesia?

Digámoslo inmediatamente: la Iglesia Católica está en un momento muy importante. La prueba es el Sínodo sobre la familia, el modo como se ha planteado, el interés creciente por sus resultados. No hay que coFamilia 2nfundirse. Lo ocurrido últimamente en la Iglesia chilena, a saber, la serie de declaraciones, desmentidos y descargas de rabia justas o injustas contra los obispos, a propósito de la acusación a la Congregación para la Doctrina de la Fe contra Mariano Puga, José Aldunate y Felipe Berríos, no debieran impedir ver los acontecimientos con gran angular. Es evidente que entre la ebullición en el Sínodo y las dificultades de la Iglesia de Santiago, hay conexiones. No es evidente, sin embargo, que la agitación del catolicismo chileno y mundial sea señal de un tiempo de cambios muy positivos.

Debe reconocerse al Papa Francisco el resurgimiento del interés por la Iglesia. Francisco ha movido las aguas. El nuevo Papa no ha traído respuestas, sino preguntas. Las 39 preguntas sobre temas álgidos de sexualidad y familia, no fueron retóricas. Su predicamento ha sido netamente pastoral. Se resume así: ¿qué está realmente ocurriendo con las familias? Al Papa le interesan las personas, los matrimonios, las distintas modalidades de vivir juntos los seres humanos, en vez de cuadrar las anormalidades con una enseñanza segura. Por el contrario, Francisco habla como si él mismo no lo tuviera todo claro; como si fuera impostergable exponer la doctrina tradicional a la prueba de la realidad. Como si en algún momento se hubiera preguntado: “¿ayudan nuestras enseñanzas, sí o no?”. Este planteamiento a unos genera inseguridad. A otros, en cambio, les da esperanza de un cristianismo menos moralista y más misericordioso.

El Vaticano II continúa

¿Qué está sucediendo en la Iglesia? Mi opinión es que el Concilio Vaticano II no ha terminado. Como esos incendios de bosques que duran años porque continúan en las raíces de los árboles, humeando y rebrotando sin apagarse, el Gran Concilio está en brasas. En 2015 se cumplen cincuenta años de su conclusión. Pienso, en cambio, que no estamos a cincuenta años “del” Concilio, sino que llevamos cincuenta años “de” Concilio. En ese entonces la Iglesia tuvo que desarrollar doctrina nueva para problemas nuevos. No parece haber sido posible en las cuatro sesiones conciliares tenidas entre 1962 y 1965, hacerse cargo del tema de la sexualidad humana. Faltó hacerlo. Los progresos teóricos del Vaticano II fueron extraordinarios. La Iglesia se renovó enormemente. Todavía hay materias en las que el Concilio no ha producido lo que se esperaba de él. También ha habido retrocesos muy lamentables. En las últimas décadas han resurgido intentos de acentuar la distancia entre lo sagrado y lo profano, y entre el clero y los laicos, como si estas separaciones no fueran la causa ulterior del foso entre la moral sexual católica y la práctica de los fieles. Son cincuenta años “de” Concilio. El concilio más importante en la historia de la Iglesia solo ha podido ser llevado a la práctica de a poco, con oscilaciones pendulares de amplio radio.

La Iglesia se encuentra hoy entre el Sínodo extraordinario que acaba de terminar y el Sínodo ordinario que tendrá lugar en octubre del 2015. Lo ocurrido hasta ahora es sorprendente. La gran novedad, a mí parecer, es metodológica. El Papa considera que lo primero son las personas. Ellas son fines, las enseñanzas son medios. Puesto que el mundo ha cambiado a grandes trancos, si se ha de ayudar a las personas, han de mejorarse los medios. La experiencia del Papa es la de innumerables sacerdotes que han sufrido ellos mismos con los dolores de la vida sentimental de las personas, los fracasos de los matrimonios, el desplomarse de las familias y el deterioro de los hijos. El Papa ha apostado a la posibilidad de un mejoramiento pastoral; un progreso que no se dará sin aprender de las experiencias de vida afectiva y familiar de los creyentes. Da la impresión que Francisco cree que la Iglesia tiene hoy algo que enseñar porque ella misma debe aprenderlo de una Tradición que solo cumple su función cuando es sometida a la prueba de los tiempos.

¿Qué ocurrirá en el próximo Sínodo? Es difícil saberlo. Es evidente que Francisco quiere cambios y que casi todos los presidentes de las conferencias episcopales también los quieren. Lo más probable es que Francisco termine por ratificar las conclusiones de un Sínodo innovador. La Relatio Synodi aprobada por los congregados con gran beneplácito, indica que la Iglesia, en un ámbito tan importante de la vida humana, continúa la senda conciliar.

Nueva etapa

La Relatio Synodi no es un documento obligante desde un punto de vista magisterial. Es solo un instrumento de trabajo. Su discusión y maduración por las iglesias locales, será sin duda indispensable. Pues, lo que corresponde hacer ahora es que estas iglesias, a nivel de conferencias episcopales y de diócesis particulares, abran una conversación, una escucha, un debate, con el mismo espíritu del Sínodo. Esta vez la palabra debieran tenerla sobre todo los laicos.

En esta nueva etapa los obispos podrán organizar espacios de diálogo en diversos lugares y para personas de distintas edades y condiciones. No se sabe cómo se hará. Los obispos, al igual que el Papa, tendrían que garantizar la posibilidad de hablar con libertad, deberían disipar los miedos, estimular la escucha respetuosa y la apertura a la opinión de los demás. Francisco estuvo presente en el Sínodo de punta a cabo sin abrir nunca la boca. Habló al principio y al final. Jamás durante, ni siquiera en los momentos críticos, que sí los hubo. Escuchó, tomó notas, acompañó, animó a que los congregados dijeran lo que de verdad pensaban. En el año que viene, será especialmente importante que los obispos ayuden a los fieles a asimilar de corazón los resultados que vayan apareciendo en el camino (=synodos), sean cuales sean.

Sería preocupante, por todo lo anterior, que algunas diócesis no ayuden a sus fieles a participar en este discernimiento. Si un obispo, por ejemplo, no implementa actividades en las cuales laicos y sacerdotes debatan sobre la Relatio Synodi, dejará a su gente al desamparo, justo cuando más se necesita acoger su participación. Los católicos necesitarán ser asistidos para hacer propios los resultados de un Sínodo que, mientras no tenga lugar, no se sabrá exactamente cuáles serán. Los pastores han de ser pastores más que nunca.

Pablo VI ayudó a los obispos del Concilio a aprobar los documentos con el mayor consenso posible. Nada estaba hecho. Hubo que avanzar con incertidumbre, con fe. Todo fue haciéndose en un proceso emocional, espiritual y teológicamente intenso.

El Vaticano II continúa. El 2015 la Iglesia celebrará cincuenta años “de” concilio.

Terminó el Sínodo, continuará el discernimiento

La Iglesia sinodo 9Católica tiene 2.000 años. Avanza con pasos lentos. El Papa argentino, con una perspicacia pastoral y una energía fuera de lo común, se ha dado cuenta que, si la Iglesia Católica no progresa en varios frentes al mismo tiempo, la evangelización fracasará. Lo que está en crisis a este y al otro lado del Atlántico es la transmisión de la fe. Si se tratara de hacer pasar a la siguiente generación unas tradiciones valiosas por antiguas, daría lo mismo. Lo que a la Iglesia no le puede dar lo mismo, es que el Evangelio, que significa “Buena noticia”, se haya convertido sobre todo para las nuevas generaciones, en el plano de la sexualidad, afectividad y relaciones de por vida, en una “mala noticia”.

Lo que ha estado en juego en el Sínodo sobre la Familia desarrollado en Roma entre el 4 y el 19 de octubre, es nada menos que el futuro de la Iglesia. Pues si lo propio de esta es el amor, y ella debe enseñar a amar como Jesús lo haría, si no lo hace en el plano del amor íntimo y familiar, fallaría en algo fundamental. Es en los vínculos de amor donde se juega la felicidad de la inmensa mayoría de los seres humanos. Y, sabemos, es mucha la gente que ha abandonado la Iglesia porque siente que su doctrina en vez de ayudarle la culpabiliza, o porque se ha sentido discriminada. El Papa está convencido que la enseñanza de Jesús sostenida por la Iglesia por dos milenios, si se actualiza, puede iluminar extraordinariamente a las personas de esta época.

Y bien, ¿hay progresos?

Antes de ir al fondo del asunto, debe decirse que no hay fondo que valga si no se atiende a la forma de conseguirlo. Este Papa que ha puesto a la Iglesia entera en situación de discernimiento. Francisco ha procurado que todos hablen, por todos los medios posibles y con total libertad. ¿Es este un avance? Por supuesto que sí. Si todos pueden hablar, nadie podrá llegar a la verdad sin los demás.

Hay también un progreso en el fondo. La Relatio (documento final) trasunta una comprensión histórica del ser humano. Los obispos del Sínodo hablan de las personas, de las parejas, de los matrimonios como de realidades que se desarrollan en el tiempo, que pueden tener tal o cual cultura, que pueden encontrarse en vías de maduración, de fragilidad o de fracaso. El texto tiene una visión positiva del ser humano, independientemente del lugar o el recorrido que las personas vayan haciendo. El ser humano está en crecimiento, en proceso, puede mejorar, reconstruirse. El hombre, la mujer, la familia toman tiempo. Y lo merecen. Esto exige de los ministros y de las pastorales de la Iglesia una actitud cuidadosa y cercana. La pastoral debiera enseñar, pero sobre todo acompañar. Si las personas crecen, si están en camino, solo se las puede ayudar sin violentarlas, sin imponerles cargas que no pueden soportar. La clave de la pastoral propuesta es esta: “Es necesario acoger a las personas con su existencia concreta, saber apoyar su búsqueda, animarlas en su deseo de Dios y en su voluntad de sentirse plenamente parte de la Iglesia; también a quien ha experimentado el fracaso o se encuentra en las situaciones más desesperadas” (11).

Esto que ha debido ser siempre el procedimiento pastoral de la Iglesia, parece no habérselo practicado suficientemente. Muchos católicos han lamentado la intromisión o atropellos de sacerdotes en su vida afectiva o familiar con un lenguaje de blanco y negro, de permitido o prohibido, o dando permisos que los infantilizan.

A propósito de los temas más difíciles, lo siguiente. Lo más complicado de todo ha sido ofrecer a los divorciados vueltos a casar la posibilidad de comulgar en la misa. No se llegó a acuerdo. Si bien la mayoría votó a favor del párrafo correspondiente de la Relatio, esta no alcanzó los dos tercios necesarios. Aun así, debe valorarse la numerosa adhesión al texto (votos: 104/74) y, sobre todo, que haya podido argumentarse a favor y en contra de un tema altamente delicado, pues implica una posible innovación en la doctrina.

Acerca de la posibilidad de recurrir al uso de medios artificiales de control de natalidad –la emblemática “píldora anticonceptiva”-, no se la excluyó. Al contrario, se recordó que la misma encíclica Humanae vitae de Pablo VI (1968) “subraya la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración moral de los métodos de regulación de la natalidad” (58). El Sínodo insiste en el valor del uso de los medios naturales y celebra a los que, no obstante las enormes dificultades de la vida actual, los utilizan. Sin embargo, favorece la responsabilidad de los esposos de discernir en libertad de conciencia lo más conveniente para su vida matrimonial y familiar. El texto fue aprobado con enorme mayoría (167/9).

El documento final es seco y frío con el reconocimiento del valor del vínculo entre personas homosexuales. El documento anterior –la Relatio del Cardenal Erdö del día lunes-, había sido benevolente. El párrafo 50 sostenía: “Las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana: ¿estamos en grado de recibir a estas personas, garantizándoles un espacio de fraternidad en nuestras comunidades?”. Fue un texto de discordia. En votación, el actual párrafo 53 no alcanzó los dos tercios (112/64), probablemente con votos de obispos ubicados en posiciones contrarias.

Debe también destacarse el valor que tiene el reconocimiento del matrimonio civil, de las uniones de hecho o de las convivencias en general y en particular de los jóvenes (antes del matrimonio). Lo que predomina en estos casos es la doctrina más tradicional del valor del matrimonio natural y, nuevamente, una consideración histórica del ser humano. En toda relación amorosa puede haber algo que crece, un grado de responsabilidad, que los pastores de la Iglesia deben descubrir y cuidar, nunca sofocar con el ideal de la doctrina.

El Papa quiso que, no obstante no fueran aprobados aquel par de textos clave, el documento fuera hecho público. Francisco ha querido hacer participar a todos los católicos en la discusión del que ha llamado el “Evangelio de la familia”. Esta discusión abierta a los medios de comunicación ha generado problemas. Complicó el trabajo del Sínodo. Pero el Papa, según parece, quiere mejorar su magisterio escuchando a todos los bautizados.

¿Qué viene ahora? De aquí a octubre de 2015 las iglesias locales tendrán que debatir en base a este documento. No es un texto magisterial obligante. Se espera que se lo haga con la misma libertad con que se lo ha sido discutido y votado.

Se insinúa giro en la moral sexual católica

Sinodo 3 Sinodo 2El Informe-resumen de los trabajos del Sínodo de la semana pasada redactado por el comité correspondiente encabezado por el Cardenal Péter Erdö, significará un hito en el camino al Sínodo sobre la familia de 2015. El texto insinúa un giro en la moral sexual católica. Este documento representa una innovación teológica. No tiene la fuerza de un documento magisterial. No lo es. Se trata de un mero instrumento de trabajo. Pero, si el Sínodo progresa con este mismo método teológico la Iglesia terminará cambiando el paradigma de su enseñanza moral en este campo.

Por el momento, debe quedar claro, no ha sido recibido fácilmente por la asamblea. Ha recibido fuertes críticas. Ha sido redactado precisamente para esto. Para ser discutido.

El tono del Informe-resumen es amable. Pero la novedad no está en el tono. El documento constituye un esfuerzo teológico-pastoral poco conocido en el ámbito de la moral sexual católica oficial. Los teólogos se disputarán el título de la teología subyacente a estas nueve páginas: teología de gradualidad, teología de acompañamiento, teología de la germinación. Todo depende del ángulo de la argumentación que se observe. Lo que está a la base de varias posibles denominaciones es el cultivo en el ámbito de la enseñanza sexual, afectivo, matrimonial y familiar de la Iglesia de un método inductivo. Todo comenzó con aquellas 39 preguntas. El Papa no sometió al Pueblo de Dios a un examen escolar. “¿Se saben la doctrina o no?”. El Para preguntó por la realidad. “¿Qué está ocurriendo en este plano de la vida humana? ¿Sirve la doctrina, orienta, ayuda a vivir el Evangelio, sí o no?”. El documento, a diferencia del Intrumentum laboris –bajo este respecto -, aborda con el mejor celo pastoral la realidad humana misma. Y lo hace como sabemos que lo hacen los mejores pastores: con un extraordinario amor por el ser humano concreto. Las personas son fines, las doctrinas son medios. Las doctrinas evolucionan, mejoran, en razón de las personas. El Informe-resumen no renuncia a la doctrina. Pero le hace cumplir una función distinta.

Digo que advierto un cambio de paradigma. Se pasa de un planteamiento deductivo a uno inductivo. Se afirma: “Es necesario aceptar a las personas con su existencia concreta, saber sostener la búsqueda, alentar el deseo de Dios y la voluntad de sentirse plenamente parte de la Iglesia, incluso de quien ha experimentado el fracaso o se encuentra en las situaciones más desesperadas” (11). Ya no se desprenden soluciones de datos teológico- doctrinales. Por el contrario, se aborda la vida real de la gente, de las parejas, de las familias tal cual se da, en su desarrollo, con sus aciertos y fracasos, sus progresos y sus involuciones, y se ofrece a esta vida cauces de mejores desarrollos. El documento celebra todo lo que germina no importa donde se encuentre; no importa que se esté lejos del ideal. El nuevo planteamiento abandona el blanco/negro, permitido/prohibido, y asume en serio la historicidad del ser humano, sus esfuerzos humildes por salir adelante, sus aspiraciones más altas de amor estable.

Esto significa sustancialmente que el Sínodo cree que Dios confía en la libertad y la conciencia de las personas, en la obligación de hacer un camino a la adultez, en el deber de acompañar a los fracasados y los débiles. Las orientaciones que da, las da para que las personas disciernan qué es lo mejor para sus vidas. Incluso a propósito de Humanae Vitae, manteniendo la doctrina, el encuadre que ofrece es muy positivo. La última palabra –como pocas veces se dice- la tienen las personas.

Los temas han quedado abiertos. Así ha debido ser. En uno es especialmente evidente que, no obstante los avances, aún no hay claridad suficiente: la comunión a los divorciados vueltos a casar. El documento recoge respetuosamente posiciones contrarias. Corresponde. Se está en camino.
Lo que resulta muy novedoso es la aceptación positiva de todo lo que puede significar el despliegue de la sexualidad fuera del matrimonio, aun cuando se den situaciones reñidas con el ideal, pues allí se incuba un crecimiento. Todo lo bueno que en tales circunstancias brote, merece el cuidado de la Iglesia. No recuerdo un documento tan cariñoso con las personas homosexuales.

Pero, como señalé más arriba, el texto es solo un instrumento para la discusión. Ha sido seriamente cuestionado por cardenales y obispos importantes. Están en su derecho.

¿Pueden comulgar los pobres?

Misa casa jaky 4Es dura esta pregunta. Lo sé. Dura con los pobres. Les puede ser hiriente. Pero esta pregunta no es contra ellos. Ellos lo saben.

En mi país, Chile, es normal que los pobres vayan formando su familia de a poco. Cuando la vida ha podido sonreírles, llegan a tener su casa propia y, si son católicos, se casan por la Iglesia. No hay nada más maravilloso que un matrimonio religioso celebrado después de haber hecho un largo camino, de sumo esfuerzo, con todo el viento en contra. El mejor de los mundos es haber llegado a este punto, habiendo educado a sus hijos y tener todavía fuerzas para cargar con los nietos.

La familia popular en un milagro. Se compone de personas que suelen venir de situaciones humanas muy precarias, salen adelante superando grandes adversidades y, como si fuera poco, soportan el desprecio de ser pobres. ¡La sociedad los mira con desconfianza y los culpa de su miseria! No viven como debieran.

Ella ya tenía un niño. Se embarazó a los quince. Él tuvo también un hijo por otro lado. Se enamoraron y se fueron a vivir juntos a una pieza que pudieron arrendar. Pero a pocos meses, la vida allí se les hizo imposible. El niño lloraba. El baño no alcanzaba para todos. En el refrigerador tenían reservado un espacio mínimo para la mamadera y nada más. Se corrió la voz de una toma de terrenos. Un partido político les ofreció un cupo. Decidieron correr el riesgo, porque era peligroso intentarlo. En el campamento nació un tercer niño. Este de ambos. Juntos los cuatro aguantaron la falta de agua, la mugre, las idas al hospital, el mal ambiente… Gracias a los dirigentes y las asambleas lucharon por una casa y la consiguieron. Nunca se les pasó por la mente casarse por la Iglesia. Por el civil, sí. Pero no quisieron hacerlo hasta no poder ofrecer una fiesta en el lugar donde vivirían para siempre. En el intertanto, ella se las arregló para dejar los niños con un vecina y así poder emplearse en una casa particular. Cuidó con esmero otros niños. Él, obrero de la construcción fue bien busquilla. Rara vez le faltó el trabajo. Pero para llegar a la faena muchas veces lo hizo en una combinación dos buses, viaje que en total le tomaba una hora y media, o dos horas.

¿Qué religiosidad es posible en estas condiciones de vida? Una muy profunda. La conozco. No es el caso hablar de ello. Tendría que alargarme. Solo quiero hacer saber que las comunidades cristianas populares se componen de personas como estas. Son ellas mismas las que consiguieron un terreno para la capilla, la construyeron y riegan el jardín. Estas mismas personas se encargan de las catequesis de sus hijos. En estas comunidades, en la misa dominical, al momento de comulgar a nadie se le niega nada.

Si los pobres no pudieran comulgar, la Iglesia no sería la Iglesia.

Comienza el Sínodo de la familia

19000_16713_2664958211.jpgFamilia fotoEl tema de la Iglesia es el amor. No otro. Sin embargo, la enseñanza de la Iglesia sobre “cómo amar” a lo largo de los siglos, ha sido muy variada. La Iglesia se ha hecho presente en muchas culturas. Ha debido inculturar el Evangelio del amor con enorme creatividad.

¿Dónde está la Iglesia hoy? Está dentro de un mundo tremendamente plural y en cambios profundos y acelerados. Está en deuda, por lo mismo, con mucha gente a la que no ha podido llegar con gestos y palabras de amor, con una enseñanza sobre lo que realmente es amar. Hoy las familias humanas son muy heterogéneas. Además, estas familias están siempre en proceso de realización: se constituyen y se desintegran, florecen y se marchitan. Decir que la familia está en crisis es poco. El fenómeno del amor íntimo y familiar que la Iglesia tiene por delante con todas sus vicisitudes, exige de ella un esfuerzo titánico de respuesta. Si esta respuesta es pobre, mal. Si es desatinada, peor.

Puesto que el amor en el plano de la sexualidad, de la afectividad, de los matrimonios y de las familias es lejos el más importante de los amores, la Iglesia debe ampliar y mejorar su enseñanza de acuerdo a las nuevas situaciones culturales a riesgo de fracasar en la transmisión del Evangelio. La transmisión de la fe en Cristo se ha interrumpido gravemente en muchos países de Europa. Tampoco en América Latina, los padres consiguen fácilmente que sus hijos hereden su pertenencia eclesial. Sabemos de tantos casos de matrimonios cristianos extraordinarios que no logran que sus hijos sean católicos como ellos. Entre otras razones, dicen estos que la enseñanza moral sexual de la Iglesia no la pueden entender.

El Sínodo sobre la familia de este octubre de 2014 es un primer paso que la Iglesia ha decidido dar para evangelizar en este ámbito de la vida humana. Fue necesario primero mirar la realidad. El Papa Francisco envió preguntas a todo el Pueblo de Dios para saber qué está ocurriendo. Los integrantes del Sínodo cuentan ya con las respuestas. En octubre de 2015 habrá otro Sínodo, continuación de este. Será el segundo paso. Entre ambas reuniones, habrá todo un año para que la Iglesia, en los distintos continentes y países, elabore una respuesta responsable que dar al mundo al que ella pertenece, a su propio mundo.

Cf: www.sinodofamilia2015.wordpress.com

Secuencia de cartas en El Mercurio

Jesus super starLa siguiente columna dio motivo a las cartas que siguen más abajo.

¿Progreso doctrinal en la moral sexual católica?

(El Mercurio, 6 de julio, 04)
El Papa Francisco ha convocado para 2015 un sínodo sobre la familia. Este abordará temas como la sexualidad, el matrimonio, los hijos, el control de la natalidad, los separados, los divorciados vueltos a casar y la participación en los sacramentos. El nivel de preocupación de los católicos sobre estas materias es muy alto. Por lo mismo, la frustración o la satisfacción con los resultados del sínodo pueden ser grandes.

Las respuestas a las 39 preguntas que el mismo Papa dirigió a fines de 2013 a todo el Pueblo de Dios son coincidentes: existe una enorme distancia entre lo que la jerarquía enseña en materia de moral sexual y lo que los católicos piensan y practican. Esta distancia, con el pasar de los años, no solo ha sido causa de grandes sufrimientos, sino que se acrecienta. De acuerdo a los informes de las iglesias de Alemania, Bélgica, Francia, Japón y Suiza -las únicas respuestas hechas públicas-, el abismo detectado afecta principalmente a la enseñanza oficial contraria a los métodos artificiales de control de natalidad, a la comunión de los divorciados vueltos a casar y a la posibilidad de una vida sexual fuera del matrimonio (relaciones prematrimoniales, convivencias hetero y homosexual) (www.sinodofamilia2015.wordpress.com). El Instrumentum Laboris -documento base del sínodo preparatorio que tendrá lugar en octubre próximo, el cual recoge los informes de los episcopados de todo el mundo- concluye prácticamente lo mismo, con la diferencia de que da mejor cuenta de la inmensa complejidad del tema y refleja un mayor celo doctrinal.

¿Qué es posible esperar? La cantidad de asuntos relativos a la familia son innumerables. Los tres recién mencionados son, desde el punto de vista doctrinal, los más complejos. Por lo mismo, en estas circunstancias cabe esperar un progreso doctrinal. La Iglesia no tendría dos mil años de existencia si no hubiera anunciado el Evangelio haciendo ajustes en su enseñanza acordes a los desafíos históricos y culturales que fue enfrentando. Una cosa es el Evangelio (que no cambia) y otra la doctrina (que, para ser verdaderamente «Buena noticia», tiene que desarrollarse). El Concilio Vaticano II constituye el ejemplo más impresionante de creatividad doctrinal, la cual también se dio en el plano del matrimonio y la familia humana.

La audacia de Francisco tiene pocos precedentes. Como pastor supremo de la Iglesia, ha consultado directamente a los católicos qué entienden por familia y sexualidad; cómo ven que la fe y la doctrina sirven para vivir cristianamente; cuáles son las enseñanzas que les ayudan y cuáles no. El Papa ha puesto en operación el sensus fidelium . A saber, la verdad de la fe de la Iglesia -propia de todos los bautizados- que él y el colegio episcopal tienen la obligación de interpretar y comunicar. Si la Iglesia enseña una cosa y la misma Iglesia practica otra diferente, algo hay que revisar. Es que el Pueblo de Dios vive inmoralmente o ignorante de la doctrina sexual de la Iglesia, o la doctrina que sirvió para una época ya no sirve tal cual para esta otra.

Que el Papa haya corrido el riesgo de escuchar en los bautizados lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia hoy es osado, aunque parezca obvio que los pastores siempre debieran actuar así. Pero lo que está en juego no es el prestigio de este Papa y del actual colegio episcopal, sino la transmisión de la fe. ¿Cómo interpelará el cristianismo a la siguiente generación? El sínodo en curso tiene por delante la noble tarea -como pide el primer Concilio Vaticano- de articular una vez más fe y razón. El pueblo cristiano espera una proclamación del Evangelio en los cánones de razonabilidad de nuestro tiempo.

Jorge Costadoat, S.J.

 

El Mercurio 7 de julio
Señor Director:
En febrero de 2013, en coloquio abierto con el clero romano en San Juan de Letrán, Benedicto XVI hizo importantes recuerdos de su experiencia conciliar, magno evento cuyo cincuentenario conmemoraba ese Año de la Fe. «Estaba el Concilio de los Padres -el verdadero Concilio-, pero estaba también el Concilio de los medios de comunicación», advirtió, espacio en el que se imponía el espíritu de la ruptura y discontinuidad versus el de la reforma en continuidad, propio del verdadero Concilio, según tan bien él mismo caracterizó. Situación, valga recordar, completamente distinta de la vivida al otro lado de la Cortina de Hierro, donde la prensa oficial desconocía y silenciaba todo sobre el Concilio, siendo este comunicado al pueblo católico por los propios Padres conciliares, como en Polonia, por ejemplo, con el resultado de esa Iglesia unida y vigorosa de Wyszynski y Wojtyla que todo el mundo admiró.

«Sabemos en qué medida este Concilio de los medios de comunicación… era lo dominante -continuó Benedicto XVI- lo más eficiente, y ha provocado tantas calamidades, tantos problemas; realmente tantas miserias: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada… y el verdadero Concilio ha tenido dificultad para concretizarse, para realizarse; el Concilio virtual era más fuerte que el Concilio real».

Por desgracia y no sin fundamentos, muchos advierten ya algo parecido con relación al próximo Sínodo sobre la Familia -institución básica cuya concepción cristiana es hoy auténtico epicentro de virulencia mediática- y no les falta razón. Como cuando tuvo lugar «el Concilio de los medios de comunicación», una legión de expertos afinan su puntería en el sentido de la ruptura y la discontinuidad. La carta de Jorge Costadoat S.J. publicada en este espacio es solo un ejemplo más. Así, consultar al pueblo cristiano, obispos o laicos, sobre determinada situación eclesial -estado de una diócesis, de una orden o de un movimiento religioso en crisis, de la propia institución familiar en determinada región , etcétera- equivale para él, torciendo la hermenéutica, a traducir lo constatado en signo de lo que el Espíritu indica como camino a seguir (y no por ejemplo a superar y resolver).
El Instrumentum laboris elaborado por el Sínodo para los que tomarán parte en él, en lugar de ofrecer la clave de lectura para el acontecimiento, parece que en cambio debería leerse en la clave hermenéutica de Costadoat, apenas con la salvedad, dice, «que refleja un mayor celo doctrinal…».
Conviene estar atento, a fin de que estas especies de dialécticas moralístico-relativistas y otras fórmulas de banalización ideológica de lo que es muy serio, no vuelvan ahora también a afligir conciencias y a confundir espíritus.
Jaime Antúnez Aldunate
El Mercurio, 9 de julio de 2014

Sr. Director

Jaime Antúnez Aldunate descalifica que yo me refiera a través de «El Mercurio» al proceso de auscultación que la Iglesia Católica ha abierto en vista a la celebración del Sínodo de 2015 sobre el tema de la familia. Le molesta que haya habido y pueda haber un «concilio de los medios de comunicación».
Por mi parte, pienso precisamente lo contrario. Creo que la Iglesia jerárquica no puede usar los medios de comunicación para enseñar y no para aprender. Ya que el Papa Francisco ha dirigido al Pueblo de Dios 39 preguntas sobre la familia, la sexualidad, la contracepción, el divorcio y la participación en los sacramentos, todo en vista a superar la crisis en la transmisión de la fe, me atrevo a sugerir la realización de un concilio local sobre estos temas. El Papa no ha querido que estos asuntos se traten entre cuatro paredes. ¿No sería posible un gran debate sobre la sexualidad a través de los medios de comunicación social? ¿No pudiéramos los católicos aprender de los que no lo son, aun de los no creyentes?
Un tal concilio -reunión, congreso, simposio u otra fórmula presidida por los obispos- podría tener su base en distintas organizaciones católicas. A modo de ejemplo, ¿no sería posible que en las parroquias se converse entre los padres acerca de los medios para evitar que sus hijas queden embarazadas en fiestas en las que pasa de todo?; ¿no sería conveniente que en los movimientos laicales se discuta acerca de la participación en la eucaristía de los divorciados vueltos a casar?, ¿pudieran las universidades católicas organizar foros en los cuales personas homosexuales compartan con las demás cómo viven su fe?
Los medios de comunicación -y tal vez el mismo «El Mercurio»- pudieran ayudar a la Iglesia a socializar estos debates. Bien podrían dar voz a los jóvenes, a los hijos de padres separados y a los cónyuges maltratados o abandonados.
Los periodistas y los medios de comunicación ayudaron muchísimo al Concilio Vaticano II. A su modo, hicieron participar a los católicos en discusiones que terminaron por alimentar los debates de sus aulas. Los medios hoy pueden ofrecer espacios de libertad de argumentación sin la cual el cristianismo no tiene futuro alguno.

Jorge Costadoat, S.J.

 

El Mercurio
9 de julio de 2014

Sr. Director:
El padre Jorge Costadoat, bajo el título «¿Progreso doctrinal en la moral sexual católica?», ha sostenido el domingo en esta página, en relación con el Sínodo sobre la familia convocado por el Papa para 2015, que hay un abismo de distancia entre lo que la jerarquía enseña y lo que los católicos piensan y practican sobre: I) anticoncepción artificial; II) la comunión de los divorciados vueltos a casar, y III) la vida sexual fuera del matrimonio: relaciones prematrimoniales y convivencias hetero y homosexual. Añade el padre Costadoat que la Iglesia no habría sobrevivido dos mil años sin hacer ajustes a su doctrina ante los desafíos históricos y culturales, y que el Papa y el episcopado tienen la obligación de interpretar el sentir de los fieles, cabiendo esperar ahora un «progreso doctrinal».
Estas opiniones del padre Costadoat merecen las siguientes observaciones:

a) Desde el Derecho Natural: que evidentemente la naturaleza no hubiera hecho la unión sexual y el amor conyugal si el ser humano no tuviera que reproducirse; y que, por tanto, la sexualidad tiene por fin primario la procreación, y por fin secundario, que no puede ir contra aquel, el amor y unión conyugales, y que tanto la reproducción como ese amor suponen el matrimonio estable y exclusivo; es decir, monogámico e indisoluble. En este supuesto, no pueden ser moralmente admisibles la anticoncepción artificial, ni el divorcio, ni las relaciones prematrimoniales, ni la convivencia, ni mucho menos la unión homosexual.
Por eso Platón, sin haber alcanzado luz evangélica, nos propone en Las Leyes como conforme con la naturaleza, una que exija la continencia hasta el matrimonio, que ha de ser de macho con hembra; la indisolubilidad de este; que no se siembre en surcos donde la semilla no ha de germinar; que no se dé muerte deliberadamente al género humano, y que el hombre se abstenga de unirse a otro hombre (Leyes, 839 a-b; 840 c).

El Derecho Natural es inmutable y obligatorio para todos, de modo que ningún «progreso doctrinal» puede esperarse en estas materias.

b) Desde el Evangelio: que el matrimonio es entre hombre y mujer, y que es indisoluble, de modo que quien repudia a su cónyuge y contrae nueva unión, comete adulterio: grave falta (Mateo 19, 3-9); que por no reconocer los infieles a Dios, cuyo esplendor invisible es manifiesto en las creaturas, Él los entregó a pasiones infames, «pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos con los otros» (San Pablo, Romanos, 1,26-27); y que no puede la santa eucaristía recibirse en estado de pecado grave (San Pablo, I Corintios, 11,27).

c) Desde el ejemplo decente de Cristo: que el Señor, cuando muchos discípulos se escandalizaron, y lo dejaron porque Él les dijo que habían de comer el propio Cuerpo y beber la propia Sangre de Él, no retrocedió, no atemperó su enseñanza, ni la cambió, para que no se fueran los doce; antes les preguntó si querían irse ellos también, y entonces Pedro le dio aquella histórica respuesta: «Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios» (Juan 6, 60 y ss).

d) Desde el Catecismo oficial de la Iglesia: que antes de la segunda venida de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final…: «‘el misterio de iniquidad’ bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad» (N.° 675).

José Joaquín Ugarte Godoy
Profesor de Filosofía del Derecho UC

 

El Mercurio: 10 de julio de 2014

Sr. Director:

El criterio fundamental que inspira a la Iglesia en su moral sexual es hacer más fecundo el amor mutuo, el cuidado y protección de los hijos y el bien y responsabilidad social que surge de esto.

Algunos puntos que complementan lo expresado por Jorge Costadoat, S.J., son que un criterio de validación del magisterio eclesial es la recepción que tiene una norma por parte del Pueblo de Dios. Una enseñanza magisterial no recepcionada y no vivida por muchos hace cuestionable su pertinencia. Así también que la cultura y la historia de la humanidad son «lugares teológicos» que van unidos integralmente al Evangelio, el magisterio, la tradición, los concilios entre otros. Es decir, lugares donde Dios también se manifiesta.
De igual modo, dentro de la doctrina moral, el reconocimiento del «criterio de la gradualidad». Es decir, que a la hora de discernir cómo vivir el amor, la vida de pareja, el cuidado de los hijos y la búsqueda del bien social, cada uno se tiene que preguntar adulta y honestamente «hasta cuánto y hasta dónde» me es posible vivir lo que la Iglesia me exige. Las realidades personales son tan diversas que no a todos les es posible llegar al ideal. Lo que no exime del esfuerzo por alcanzarlo; hasta dónde se pueda y sin sentirme menos o discriminado.
El criterio fundamental para modificar la doctrina magisterial no está solo en que la mayoría vive distante de lo que se exige, sino si podemos reconocer juntos, como Iglesia, que aquellos que usan métodos de control de natalidad o están divorciados y no pueden comulgar o tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio hacen igualmente fecundo su amor, se preocupan y cuidan a sus hijos y viven un proyecto en pos del bien común. Lo que no es nivelar hacia abajo, sino reconocer humilde y sencillamente que hay muchos que viviendo con enorme generosidad su amor, no quieren seguir sintiéndose hijos de Dios de segunda categoría, excluidos, sino que con toda verdad, reconocen qué es lo que Dios les invita a vivir según su propia historia y realidad.

Iván Navarro E.
Teólogo
El Mercurio: 10 de julio de 2014

Sr. Director

Fiel a su propia tradición de pensamiento, enraizada en el idealismo ilustrado, el padre Costadoat, S.J. no solo pone en entredicho lo observado por Benedicto XVI desde el interior del Concilio -acerca de los estragos que entonces produjeron los abusos mediáticos y que el propio Pontífice emérito relató al clero romano (carta «Sínodo de la Familia», martes 8 de julio)- sino que ahora va más allá.
Se trataría, en buenas cuentas, según Costadoat, de promover hoy unas asambleas constituyentes y legislativas -que incluyesen, ¿por qué no?, a clérigos y obispos civilmente juramentados con la voz de la mayoría del pueblo, cristiano y no cristiano, allí congregado- las cuales se diesen a la pronta y urgente tarea, no de aprender y asumir, sino de derogar, el actual e inmenso magisterio sobre la familia desarrollado por San Juan Pablo II en veintiséis años de pontificado.
En unión de espíritu con el querido Papa Francisco, mientras rezamos por el «Sínodo de la Familia» por el convocado, quisiera alimentar interiormente y sembrar exteriormente paz y confianza en la que este Pontífice invoca siempre, citando a su padre San Ignacio, como «la Iglesia católica y jerárquica».
Me reconforta profundamente, en tal sentido, que el propio Papa Francisco haya nombrado a quien proclamó el 27 de abril pasado, cuando lo canonizó, como «el Papa de la familia», San Juan Pablo II, patrono del próximo sínodo. Asimismo, que haya establecido el propio día en que clausurará la primera etapa del «Sínodo de la Familia», como fecha para la beatificación del Papa Pablo VI, Pontífice cuya crucifixión decretaron en julio 1968, a raíz de su encíclica «Humanae vitae», asambleas clérigo-mediáticas similares a las que hoy Costadoat pregona.

Jaime Antúnez Aldunate
Director Revista Humanitas
P. Universidad Católica de Chile

 

El Mercurio: 12 de julio de 2014

Sr. Director:
Don José Joaquín Ugarte discrepa de mi columna del domingo a propósito de la consulta abierta por el Papa Francisco para saber qué piensan y qué practican los católicos a propósito de la familia (y temas afines). Probablemente tampoco esté de acuerdo con el Papa por exponer la doctrina de la Iglesia al juicio del sensus fidelium (la ortodoxia en los creyentes).
En la Iglesia existe una enorme preocupación. Los católicos no están de acuerdo con su enseñanza. Pero a don José Joaquín parece interesarle más la norma que la realidad de las personas, justamente al revés de Jesús. Lo que de veras importa es un anuncio del Evangelio que pueda efectivamente orientar la práctica sexual de las personas. Asimismo, al Papa y a los obispos de las conferencias que hicieron públicas sus respuestas, también les interesa la realidad de las personas y se han abierto al hablar del Espíritu Santo a través de la práctica creyente o sincera de las personas.
Puesto que don José Joaquín insiste en el valor del Derecho natural, me restrinjo, a modo de ejemplo de la magnitud del problema, a la Humanae Vitae, conocida por su rechazo de la contracepción artificial, ya que esta encíclica se basa en la ley natural.
¿Qué responden aquellas conferencias episcopales tras haber recabo las respuestas de los fieles de sus iglesias?
Según los obispos de Bélgica: “Los encuestados subrayan que las posiciones de la Humanae Vitae (1968) sobre la paternidad responsable han hecho alejarse a muchas personas de edad de la Iglesia mientras que muchos jóvenes no tienen ningún conocimiento de estas posiciones”.
Los obispos de Japón señalan que “los católicos hoy son indiferentes respecto de la enseñanza de la Iglesia (sobre Humanae vitae) o no la conocen”.
Los obispos de Francia sostienen que: “Una gran mayoría de las repuestas subraya que la encíclica Humane Vitae, ha tenido como consecuencia que muchas parejas rompan con las enseñanzas de la Iglesia. La insistencia de la Iglesia sobre este punto parece incomprensible para estas personas”.
Para los obispos de Alemana: “la distinción entre los métodos de anticonceptivos ‘naturales’ y métodos ‘artificiales’ y la prohibición de utilizar estos últimos, es rechazada por la mayoría de los católicos y prácticamente ignorada. Para la mayor parte de los católicos, la ‘paternidad responsable’ comprende también la elección del método apropiado, seleccionado de acuerdo a criterios de seguridad, practicabilidad y tolerancia física”.
La conclusión de los obispos de Suiza es verdaderamente inquietante: “Las respuestas a la pregunta sobre los métodos artificiales o naturales de contracepción revelan la distancia, dramática y conocida desde hace largo tiempo, entre la doctrina y los participantes en la consulta. La prohibición de los métodos artificiales de contracepción está muy lejos de la práctica y de las ideas de la gran mayoría de los católicos”.
Esta situación es grave. No porque la inmensa mayoría de los católicos sea inmoral. No lo es. Es grave por la desautorización del Magisterio. Más grave aún, por no poder la Iglesia orientar realmente la vida humana en un ámbito tan importante como el de la familia y la sexualidad. Los católicos esperamos mucho del trabajo teológico de los obispos del Sínodo en curso.
Jorge Costadoat S.J.

13 de julio de 2014

Señor Director:

Comparto los argumentos que da Jorge Costadoat para mostrar cómo en temas de moral sexual, y específicamente en relación con el uso de anticonceptivos, los católicos se han alejado del Magisterio de la Iglesia. A los ejemplos que él cita, agregaría que también en Chile un porcentaje cada vez mayor de la población, incluyendo por cierto a la población católica, hace uso de los avances de la ciencia para tener el número de hijos que responsablemente pueden acoger. A diferencia de lo que opina José Joaquín Ugarte, esto no significa que sea algo inmoral usar métodos «artificiales» en oposición a los «naturales», que serían los moralmente permisibles según Ugarte.

Los derechos sexuales y reproductivos reconocen el derecho de todas las personas a «decidir libre y responsablemente el número y el espaciamiento de los hijos que se desea tener, y a disponer de la información y los medios para hacerlo». Para ejercer este derecho, las personas deben tener adecuada educación sobre regulación de la fertilidad y acceso a métodos anticonceptivos según sus preferencias.

El que algunas personas opten por métodos «naturales» o «artificiales» para regular su fecundidad es parte de su vida privada y a nadie se le debiese negar usar los beneficios de los avances científicos.

La resolución 2003/28 de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas señala que «la salud sexual y la salud reproductiva son elementos esenciales del derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de la salud física y mental», por lo que el acceso a los métodos anticonceptivos seguros y confiables, según su preferencia, son fundamentales para poder cumplir con este derecho, y el cómo ejercer este derecho no debiese estar subordinado a las creencias particulares de terceros.

Dra. Sofía Salas Ibarra
Profesora titular
Facultad de Medicina UDP

 

El Mercurio: 14 de julio de 2014
Sr. Director

Pareciera que Jorge Costadoat quisiera reeditar la oleada contestataria de fines de los sesenta que suscitó la encíclica Humanae Vitae. Pero han pasado 46 años y hemos comprobado cómo ese documento magisterial, breve, profundo, de gran densidad antropológica-teológica y ética ha sido del todo profético.
Se anticipó a gran parte de los males que hoy padecemos respecto de nociones como la dignidad y belleza del amor, la sexualidad, la mujer, la educación de la juventud, y advirtió de diversas patologías. ¿Acaso ha leído este presbítero la luminosa teología del cuerpo de Juan Pablo II o los sólidos argumentos filosóficos de Rhonheimer en «Ética de la procreación»? Quizás sea mucho pedirle a quien solo está atento al nivel de popularidad y aceptación que tiene entre los «católicos».
No creo que las Bienaventuranzas, verdadero núcleo de la doctrina de Jesucristo, alguna vez hayan sido populares y menos practicadas. Ello es posible solo con la ayuda de la gracia, pero sería ilógico exigir general aceptación por parte de los hombres.

Jorge Peña Vial

 

15 de julio de 2014

Sr. Director

Ante la persistente crítica que algunos clérigos jesuitas, como el señor Costadoat, le hacen a la Iglesia Católica, como historiador me pregunto: ¿Por qué no siguen el ejemplo, establecido siglos atrás por otros clérigos tan críticos como ellos, y tienen el coraje de fundar una nueva iglesia, para acomodarla a sus gustos y a los de la sociedad actual?

Así podría la gran mayoría, que aún cree que N.S. Jesucristo es el fundador y cabeza de la Iglesia, seguir creyendo en Él sin dudas, y respetando su palabra, sin adaptarla a los derivados de la moda o de lo que ahora se denomina lo «políticamente correcto».

Creo que podría ser una solución satisfactoria para los escépticos y aquellos que piensan que la Verdad podría derivar de algunos fieles y sus apetencias.

Julio Retamal Favereau

 

 

16 de julio de 2014

Sr. Director:

Julio Retamal Favereau me excomulga. Me hace compartir solidariamente la realidad de las personas divorciadas vuelta a casar que se sienten excomulgadas por su Iglesia. Jaime Antúnez me tilda de idealista ilustrado. No soy idealista. Me interesa ver la realidad. José Joaquín Ugarte me recuerda el Derecho natural. Pero la ley natural sirve poco para ver la realidad. Jorge Peña apuesta por la Humanae vitae a costa de la realidad de la culpa de una infinidad de católicos. A ninguno parece llamarle la atención que cinco conferencias episcopales declaren que hay un problema con la recepción de la doctrina de esta encíclica por parte de la inmensa mayoría de los católicos que realizan una planificación familiar con métodos artificiales, y no naturales, de control de natalidad.

Trataré de explicarme con más claridad. El Papa Francisco ha consultado directamente a todos católicos sobre la realidad de sus familias, acerca de cómo entienden la sexualidad y cómo les ayuda o no les ayuda la doctrina de la Iglesia. La tarea dada por Francisco no es defender la doctrina, sino formarse un juicio acerca de lo que realmente está ocurriendo con las personas. El deber del Papa y del del colegio episcopal es anunciar a las personas la Buena Noticia del amor de Dios de un modo inteligible. Las personas son fines, las doctrinas son medios; la Buena nueva no cambia, la doctrina a veces debe renovarse. Jesús enseñó que “el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado”, a quienes las prescripciones de la época les resultaban vivibles.

Insisto: El problema detectado por los obispos es grave. Ellos que han oído a sus iglesias sostienen que una cosa es la enseñanza del Magisterio y otra distinta lo que el Pueblo de Dios practica. El siguiente es el diagnóstico del Instrumentum laboris elaborado por el comité que prepara un primer sínodo (octubre de 2014) tras haber recabado las respuestas de los informes de todas las iglesias del mundo, incluida la chilena: “Existe una distancia preocupante entre la familia en las formas como se la conoce hoy y la enseñanza de la Iglesia al respecto. La familia se encuentra objetivamente en un momento muy difícil, con realidades, historias y sufrimientos complejos, que requieren una mirada compasiva y comprensiva. Esta mirada es lo que permite a la Iglesia acompañar a las familias como son en la realidad y a partir de aquí anunciar el Evangelio de la familia según su necesidades específicas (31).

El Papa ha preguntado por la realidad de lo que ocurre con la familia. Se le agradece que se haya abierto un espacio de opinión sobre moral sexual y familiar. Es una oportunidad para que los cristianos y cualquier que tenga algo que decir aún lo expresen. Si el Evangelio no es para todos, no es para nadie.

Jorge Costadoat S.J.

 

17 de agosto de 2014

Señor Director:

Como simple miembro de la Iglesia Católica, aprovechando la tribuna que ofrece «El Mercurio», quiero hacer pública mi petición a los obispos chilenos, pastores de la Iglesia, que respecto de la controversia sobre la moral sexual católica, ejerzan su rol de legítimos maestros, aclarando a los católicos cuál de las dos es la postura ortodoxa de la Iglesia: si la del presbítero Jorge Costadoat S. J., quien nos enseña que la doctrina debe ajustarse a la praxis habitual y mayoritaria de los fieles, o la de sus contradictores, quienes afirman que los fieles han de hacer un esfuerzo por vivir de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia, aunque estas no sean fáciles de comprender ni menos de poner en práctica.

Pienso que en un tema como este, que afecta directamente la conciencia y vida moral de los católicos chilenos, la omisión de los obispos sería desorientadora.

Juan Esteban Ureta C.
Médico

 

18 de julio de 2014

Señor Director:

El señor Juan Esteban Ureta C. hace un resumen del debate sobre la moral sexual católica publicada en «El Mercurio» y, como miembro de la Iglesia, pide a los obispos una aclaración.

Durante toda su historia, la Iglesia ha procurado cumplir el mandato de Cristo de hacer a todos los seres humanos discípulos suyos, «enseñándoles a observar todo lo que yo les he mandado» (Mt 28,20). La Iglesia lo ha hecho teniendo en cuenta la situación de las personas a las cuales anuncia el Evangelio y usando los métodos pedagógicos más eficaces para lograr su objetivo. Lo que no puede hacer la Iglesia es cambiar lo mandado por Jesús, porque eso no pertenece a ella; le ha sido encomendado para que lo anuncie sin adulterarlo, menos que nunca para congraciarse con las personas o procurar popularidad: «Si tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gal 1,10). La mejor demostración de que la Iglesia enseña la verdad que le ha sido encomendada es que lo hace aun al costo de ser impopular, pues nadie desea ser impopular gratuitamente. La Iglesia lo hace por fidelidad a Cristo. Él fue tan «impopular» que murió crucificado.

La Iglesia debe seguir el ejemplo de su Señor. Jesús anunció al mundo un mensaje, en el cual él manda cosas que eran difíciles de aceptar, no solo para un alto porcentaje de los hombres y mujeres de su tiempo, sino para la totalidad. A los judíos se les había mandado dar acta de repudio cuando se divorciaban de su mujer; Jesús manda esto otro: «No separe el hombre lo que Dios ha unido… el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio» (Mt 19,9-12). Este mandato era contrario a todo lo vivido por el mundo hasta entonces y fue recibido con escepticismo por los mismos apóstoles: «Si tal es la condición del hombre con la mujer, no conviene casarse». Pero Jesús no lo modificó ni aceptó la reacción de los apóstoles. Más bien lo reafirma vigorosamente llamando «eunuco» (castrado) al que no se casa, excepto si lo hace por el Reino de los cielos.

Respecto del tema de los anticonceptivos, no tenemos un mandato directo de Jesús, porque en su tiempo no existía la mentalidad antinatalista de nuestro tiempo. En su tiempo se consideraba la natalidad como un don de Dios y la fecundidad, como una bendición. Hay, sin embargo, un episodio en el A.T. que revela que a Dios desagrada la anticoncepción artificial; es decir, la separación de los dos fines del acto sexual, a saber, el unitivo y el procreativo. En Israel era considerado un acto de piedad fraterna que un hombre tomara a la viuda de su hermano que había muerto sin hijos para suscitar descendencia al difunto. Onán, hijo de Judá, por la razón que fuera, no quiso dar descendencia a su hermano mayor, Er, de su viuda, Tamar. Pero no dejó de unirse sexualmente con ella: «Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando el dar descendencia a su hermano. Pareció mal al Señor lo que hacía y lo hizo morir también a él» (Gen 38,9-10). Esa acción, a saber, tener relaciones sexuales y hacerlas infecundas, por los medios que se conocían en esa época, es lo que desagradó a Dios. Siendo que Dios no cambia, esa acción sigue desagradándolo cuando los seres humanos la hacen en toda época, también hoy.

¿Y qué piensa Jesucristo? Podemos deducir que para Jesús la finalidad procreativa es la que justifica la relación sexual de los esposos en esta tierra. En efecto, la finalidad unitiva y de ayuda mutua se puede obtener también por otros medios. Cuando le preguntan de quién será la mujer que sucesivamente tuvo como esposo a siete hermanos y todos murieron sin descendencia, Jesús responde: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles…» (Lc 20,34-36). En la resurrección -estamos hablando de resurrección de la carne- no existirá la unión sexual: «Ni ellos tomarán mujer ni ellas marido». Y la razón es que «no pueden ya morir». Queda en evidencia que en la mente de Jesús lo que explica la relación sexual en esta tierra -«los hijos de este mundo toman mujer o marido»- es que los seres humanos mueren y es necesario, por tanto, que se reproduzcan. Quitada esta necesidad, no es necesaria la relación sexual. Por tanto, para Jesús la relación conyugal tiene como fin la reproducción. Por eso, privarla artificialmente de ese fin es contrario al plan de Dios.

Esto es lo que la Iglesia siempre ha enseñado a observar en fidelidad a Cristo. Lo ha expresado el Papa Pablo VI en tiempos recientes en la encíclica » Humanae vitae «: «Hay que excluir, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda, además, excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación» (HV 14, 25 julio 1968). Esta enseñanza ha sido más recientemente reafirmada por el Catecismo de la Iglesia Católica (N.o 2.370), que califica como «intrínsecamente mala» toda acción anticonceptiva artificial.

Teniendo la mayor consideración por la situación de los esposos hoy, la Iglesia no puede privarlos del regalo de la verdad que ella ha recibido de Cristo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí» (Jn 15,6).

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles

 

 Defensa de la moral sexual católica

20 de julio de 2014

¿Debe la Iglesia Católica morigerar sus enseñanzas en materia de moral sexual luego de constatar que ellas, como se acaba de informar, no interpretan a la mayoría de quienes se dicen católicos?

El Papa Francisco encargó averiguar qué relación había entre la enseñanza doctrinal de la Iglesia y las convicciones de quienes se dicen católicos. El resultado fue sorprendente. La Conferencia Alemana informó que «las afirmaciones de la Iglesia sobre las relaciones sexuales prematrimoniales, la homosexualidad, los divorciados vueltos a casar, y el control de la natalidad, son temas que encuentran poquísimos consensos o son rechazados abiertamente». La Iglesia Suiza, por su parte, hizo saber que «la prohibición de los métodos artificiales de contracepción está muy lejos de la práctica y de las ideas de la gran mayoría de los católicos». Otros informes, de Francia o Japón, algunos de los que se han hecho públicos, son similares. La situación tampoco es muy distinta en Chile. La Encuesta Nacional de Iglesia (realizada por la Universidad Católica en 2001) mostró que apenas un 20% de los católicos se oponía al uso de anticonceptivos (la práctica que condenó Humanae Vitae ).

Así, entonces, allá y acá habría una abierta discordancia entre lo que los católicos declaran y lo que la Iglesia enseña.

¿Deberá entonces la Iglesia cambiar su punto de vista para así reducir la brecha entre lo que enseña y lo que la gente cree o hace?

Por supuesto que no.

Una de las cosas que impresionaron a Bertrand Russell cuando leyó la Biblia que su abuela le regaló fue una frase que ella había subrayado: «No seguirás a una multitud para hacer el mal» (Éxodo, 23:2). A partir de allí, confesó Russell, «nunca sentí temor de pertenecer a las pequeñas minorías». Russell nunca creyó las cosas que las religiones enseñaban; pero siempre pensó que esa frase ocultaba una profunda verdad: las cosas son buenas o malas, correctas o incorrectas al margen del número de personas que crea en ellas. Este principio epistemológico que contiene la Biblia es irrefutablemente cierto. La verdad de un enunciado no depende del número de personas que lo profieran o lo aplaudan. Luego, si la Iglesia Católica -como ha enseñado ya por siglos- piensa que el matrimonio es indisoluble porque Dios se hizo presente en él; que el comportamiento homosexual es un error grave; que el uso de métodos artificiales para el control de la natalidad, un crimen; y si piensa todo eso de veras, a pie juntillas, tal como lo ha proclamado una y otra vez, entonces debe seguirlo proclamando aunque eso equivalga -como acaban de informar las Conferencias Episcopales de Alemania, Francia o Japón- a ser «una voz que clama en el desierto» (Juan 1:23).

Alguien dirá que la tarea de la Iglesia es proclamar la buena noticia (que la muerte fue derrotada y nuestros pecados perdonados por el sacrificio del Hijo de Dios) y que entonces eso es lo que importa y no lo otro. Pero, ¿de qué valdría predicar esa buena nueva a costa de sacrificar las enseñanzas que la acompañan? ¿Qué buena noticia puede haber a costa de sacrificar la naturaleza, la verdad de la condición humana? Es verdad que la evangelización de América requirió una cierta flexibilidad hacia el sincretismo cuyo resultado es la religiosidad popular, pero esa concesión a las costumbres se hizo para esparcir la verdad no para sacrificarla.

Por supuesto alguien argüirá que la verdad se descubre poco a poco conforme avanzan la historia y las costumbres; pero ese argumento es falaz. Si se le sostiene, la Iglesia sería relativista. Y entonces, ¿quién sería el responsable de haber condenado a los homosexuales, excomulgado a los divorciados, anunciado las penas del infierno a los que emplearon métodos anticonceptivos? ¿Acaso las brumas de la historia y las costumbres, las telarañas del tiempo? Y si eso es así, ¿por qué los creyentes habrían de confiar en lo que se les dirá mañana, si pasado mañana podría revelarse como un error?

No, no hay caso.

Es inevitable que la Iglesia Católica siga el consejo de Shakespeare: morir con las botas puestas. Hacerse irrelevante, pero con la doctrina en los labios. Así no desilusionaría a los no creyentes que combaten su dogmatismo creyéndola un adversario y podrá decir como Macbeth: «Moriremos, al menos, vestidos de armadura».

 Carlos Peña

 

22 de julio de 2014

Una peculiar coincidencia

En las últimas semanas se ha argumentado en «El Mercurio» acerca de la obligatoriedad de un estricto código moral católico, promulgado por encíclicas y sustentado en extractos de textos bíblicos. Pero se ha visto que ese código no es compartido por la mayoría de los católicos a lo ancho del mundo, y encuestas muestran que la situación no es muy diferente en Chile. Sin embargo, no se trata de una mera cuestión estadística acerca de lo que piensan los católicos de a pie.

La discusión expresa algunas profundas diferencias al interior de la Iglesia. La primera se refiere a los grados en que cuestiones morales cotidianas deben ser resueltas por la jerarquía, mediante una interpretación doctrinal de autoridad; o bien, depositando mayor confianza en la capacidad de discernimiento moral común y personal de los católicos. ¿No se puede confiar más en la buena fe de los cristianos, asumiendo que a la luz de su convicción religiosa procuran discernir lo correcto y bueno (o lo menos malo, atendidas las circunstancias)?

La segunda diferencia no es procedimental, sino de fondo. Se refiere a la orientación de la doctrina moral del cristianismo. Más que un catálogo perfeccionista de mandatos y de prohibiciones, como piensan algunos, se puede pensar que las directivas de la moral cristiana deben definirse a la luz de las virtudes de la compasión, del amor y de la misericordia, que son más consistentes con la enseñanza práctica de Jesús y con su extremo acto de generosidad.

Carlos Peña en su columna del domingo afirma que esta segunda posición es una utopía o un falaz sinsentido. En otras palabras, coincidiendo con una de las posiciones del debate, afirma que la existencia de un código moral, que no solo es inmutable en sus principios, sino también en sus reglas, es consustancial a la moral católica. Tener un contrapunto nítido es, probablemente, lo que también conviene a un agnóstico militante, que no está dispuesto a aceptar que la concreción de los principios morales del cristianismo no sea una foto que quedó para siempre.

El dilema planteado es falso: no se trata de morir con las botas puestas, vestidos de la armadura de un código prescriptivo exhaustivo, ni de esperar que el último cierre la puerta. Al interior de la Iglesia, este no es un debate concluido. Lo relevante es que sigue siendo válido que la humilde aceptación de nuestras limitaciones, propia en mi opinión de la más genuina experiencia religiosa, hace que muchos católicos miren con distancia escéptica una moral en extremo heterónoma y prescriptiva, que desatiende los dilemas y la experiencia moral de muchos creyentes en nuestro tiempo.

Enrique Barros

 

 

23 de julio de 2014
Señor Director:

Temo que Enrique Barros elude una obvia conclusión en su nota de ayer. Si, como él sostiene, la doctrina católica está fundada en la virtud, y no en un código heterónomo y prescriptivo, entonces la Jerarquía ha incurrido en graves y reiterados errores al condenar la conducta homosexual, no admitir a los divorciados y prohibir del todo el uso de la píldora.

Carlos Peña

23 de julio de 2014
Señor Director:

Hace algunos meses, Gerhard Müller, editor de la Opera Omnia de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, nombrado por él prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe -cargo ratificado por el Papa Francisco, que lo hizo cardenal-, escribió que acaece a muchos cristianos, influidos por la mentalidad actual contraria a la indisolubilidad del matrimonio y a la apertura a la vida, que sus matrimonios están más expuestos a la invalidez que en el pasado. Dicho esto -y con referencia al tema de la comunión de los divorciados vueltos a casar-, agregó que «siendo todo el orden sacramental (la eucaristía, primordialmente) obra de la misericordia divina, no puede ser revocado invocando el mismo principio que lo sostiene».

A la dialéctica racionalista de la modernidad, que ve a Dios como un «Deus ex machina» -y a la ley, la norma o el mandato como una externalidad necesariamente sobrepuesta a la libertad-, le resulta muy difícil entender que ese Padre «lento a la ira y rico en misericordia» (Ps. 86 y 103) es también santidad y justicia, sin contradecir con ello la piedad.

El propio magisterio moderno de la Iglesia sobre la familia, caminando desde la normatividad necesariamente embrionaria de los tiempos de Pío XI y Pío XII hasta la inmensa doctrina -más allá de lo rigurosamente moral, rica en antropología teológica y hasta en literatura y arte- que nos legara el pontificado de San Juan Pablo II, es un luminoso ejemplo de lo anterior. No obstante, de ella también puede decirse, con G.K.Chesterton, que «el arte, como la moral, consiste en dibujar un límite en alguna parte».

Por lo dicho, no concuerdo con Carlos Peña, ni tampoco con mi amigo Enrique Barros.

Jaime Antúnez Aldunate

 

 

24 de julio

Señor Director:

He seguido, desde fuera, el interesante debate sobre moral sexual católica, y cómo no pocos participantes mencionan la «verdad» (y me imagino que se refieren a la verdad católica en asuntos de moral sexual), me pregunto si el cristianismo no es antes la religión del amor que de la verdad y, por lo mismo, me pregunto también si una Iglesia cristiana como la Católica no debería definirse antes por la caridad que por el dogma.

Sin perjuicio de lo anterior, ¿es que una iglesia juega su mejor y más propio partido en el terreno moral (que es distinto del religioso) y, más aun, en el de la moral sexual (el ámbito posiblemente menos relevante y más inestable de toda moral?)

Supuesto que no se compartiera mi apreciación de que el cristianismo es antes religión del amor que de la verdad, ¿depende la moral sexual católica propiamente de un dogma o de las cambiantes instrucciones que las autoridades de esa iglesia van dando a los fieles según el transcurso de los tiempos? Y si, como se afirma a menudo, la Iglesia no es la jerarquía, sino la totalidad de los fieles católicos, ¿no tiene acaso ninguna importancia lo que estos últimos piensan, sienten y practican en materia de moral sexual, o son ellos meros súbditos de una jerarquía que adopta acuerdos en nombre de la sana doctrina (que es siempre la propia, nunca la de los demás)?

La actual cabeza de la Iglesia Católica hizo hace poco una declaración que si hubiera sido formulada por un sacerdote común y corriente, habría desatado las iras del sector conservador. La idea era esta: si cada individuo cumpliera no con «la» moral, sino con lo que él cree que es bueno, el mundo mejoraría notablemente.

Con una idea como esa, al sacerdote lo habrían acusado de relativista.

Agustín Squella

 

25 de julio de 2014

Sr. Director

A veces pareciera que los buenos aires del Papa Francisco no hubiesen llegado del todo a nuestra Iglesia Católica en Chile. De hecho, lo demuestra la polémica suscitada en torno a la moral sexual.

Agradezco a mi estimado amigo Agustín Squella que ayude a «un sacerdote común y corriente» a entrar en lo que quisiera fuese un diálogo. A ello no ayuda habitualmente el carácter imperioso de cualquier argumento de autoridad que, con frecuencia, tiende a transformar la moral en dogma de fe.

Pienso que el cristianismo es una religión que procura hacer la verdad en la caridad (cf. Ef. 4, 15), es decir: hay siempre una verdad que construir (en el orden de la acción). Ella nos requiere a todos -no solo a los creyentes- como seres pensantes, críticos y de buena voluntad.

Jesús se define a sí mismo diciendo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Camino que hay que recorrer para llegar a la verdad más plena que no es un concepto, sino una persona. Para ello, hay que buscar: buscar el rostro de Jesús donde Él ha querido manifestarse y no quedarse en imágenes que tienden a permanecer como reducto de quienes han racionalizado la fe hasta sacarla de la historia.

Una fe que, en el presente, no se cuestiona, es una fe ideologizada, ha dicho el Papa Francisco. Mucho más una moral que prescinde del progreso de la ciencia y de los desafíos de la realidad histórica y cultural.

Percival Cowley V., ss.cc.

¿Habrá progreso doctrinal en la moral sexual católica?

Familia popularEl Papa Francisco ha convocado para 2015 un Sínodo sobre la familia. Este abordará temas como la sexualidad, el matrimonio, los hijos, el control de la natalidad, los separados, los divorciados vueltos a casar y la participación en los sacramentos. El nivel de preocupación de los católicos sobre estas materias es muy alto. Por lo mismo, la frustración o la satisfacción con los resultados del Sínodo pueden ser grandes. Las respuestas a las 39 preguntas que el mismo Papa dirigió a fines de 2013 a todo el Pueblo de Dios, son coincidentes: existe una enorme distancia entre lo que lo que la jerarquía enseña en materia de moral sexual y lo que los católicos piensan y practican. Esta distancia, con el pasar de los años, no solo ha sido causa de grandes sufrimientos, sino que se acrecienta.

De acuerdo a los informes de las iglesias de Alemania, Bélgica, Francia, Japón y Suiza –las únicas respuestas hechas públicas-, el abismo detectado afecta principalmente a la enseñanza oficial contraria a los métodos artificiales de control de natalidad, a la comunión de los divorciados vueltos a casar y a la posibilidad de una vida sexual fuera del matrimonio (relaciones prematrimoniales, convivencias hetero y homo sexual) (www.sinodofamilia2015.wordpress.com). El Instrumentum laboris –documento base del sínodo preparatorio que tendrá lugar en octubre próximo, el cual recoge los informes de los episcopados de todo el mundo- concluye prácticamente lo mismo, con la diferencia de dar mejor cuenta de la inmensa complejidad del tema y por reflejar un mayor celo doctrinal.

¿Qué es posible esperar? La cantidad de asuntos relativos a la familia son innumerables. Los tres recién mencionados son, desde el punto de vista doctrinal, los más complejos. Por lo mismo, en estas circunstancias cabe esperar un progreso doctrinal. La Iglesia no tendría dos mil años de existencia si no hubiera anunciado el Evangelio haciendo ajustes en su enseñanza acordes a los desafíos históricos y culturales que fue enfrentando. Una cosa es el Evangelio (que no cambia) y otra la doctrina (que, para ser verdaderamente “Buena noticia”, tiene que desarrollarse). El Concilio Vaticano II constituye el ejemplo más impresionante de creatividad doctrinal, la cual también se dio en el plano del matrimonio y la familia humana.

La audacia de Francisco tiene pocos precedentes. Como pastor supremo de la Iglesia, ha consultado directamente a los católicos qué entienden por familia y sexualidad; cómo ven que la fe y la doctrina sirven para vivir cristianamente; cuáles son las enseñanzas que les ayudan y cuáles no. El Papa ha puesto en operación el sensus fidelium. A saber, la verdad de la fe de la Iglesia -propia de todos los bautizados- que él y el colegio episcopal tienen la obligación de interpretar y comunicar. Si la Iglesia enseña una cosa y la misma Iglesia practica otra diferente, algo hay que revisar. Es que el Pueblo de Dios vive inmoralmente o ignorante de la doctrina sexual de la Iglesia, o la doctrina que sirvió para una época ya no sirve tal cual para esta otra.

Que el Papa haya corrido el riesgo de escuchar en los bautizados lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia hoy es osado, aunque parezca obvio que los pastores siempre debieran actuar así. Pero lo que está en juego no es el prestigio de este Papa y del actual colegio episcopal, sino la transmisión de la fe. ¿Cómo interpelará el cristianismo a la siguiente generación? El Sínodo en curso tiene por delante la noble tarea –como pide el primer Concilio Vaticano- de articular una vez más fe y razón. El Pueblo cristiano espera una proclamación del Evangelio en los cánones de razonabilidad de nuestro tiempo.

 

 

Sínodo sobre la familia: ¿Un nuevo Pentecostés?

Familia 2La Iglesia vive un momento crucial bajo varios respectos. El Papa Francisco sabe que uno de estos concierne a la concepción cristiana de la familia y de la sexualidad. Resulta, por tanto, relevante conocer las respuestas públicas de algunas iglesias locales, redactadas bajo la responsabilidad de sus conferencias episcopales, a las 39 preguntas que el Papa ha planteado al Pueblo de Dios en estas materias, en orden a preparar el Sínodo extraordinario (2014) y el ordinario (2015) sobre estos temas. Así hemos conocido los documentos de las iglesias de Alemania, Japón, Austria, Suiza, Bélgica y Francia, y algunas otras declaraciones o informaciones fragmentarias. ¿Qué conclusiones es posible obtener de estas primeras, pocas, pero importantes iglesias?

Antes que nada, es indispensable tener en cuenta el acto inédito del Papa: el obispo de Roma convoca a la Iglesia a ejercer el sensus fidelium. El “sentido de la fe de los fieles” tiene una valencia teológica de primer orden, pues junto con la Palabra de Dios, la tradición, la liturgia y otros “lugares teológicos” más, es reconocido como fuente de conocimiento de Dios y de su voluntad. El dogma católico cuenta con que la infalibilidad en materia de fe reside en el Pueblo de Dios (fieles y pastores incluidos), aun cuando la explicitación de lo creído corresponde al Magisterio. En este sentido, el Papa, al pedir a la Iglesia respuesta a estas 39 preguntas, ejerce su responsabilidad pastoral universal buscando chequear si la doctrina es recibida (aceptada y practicada); y, segundo, indaga si el Espíritu no estará conduciendo a una reinterpretación o explicitación nueva del Amor de Dios en el plano de la sexualidad humana, a través de la práctica creyente de los bautizados.

Pues bien, si las respuestas de las demás iglesias son parecidas a estas que he revisado, los obispos del Sínodo de octubre de este año 2014 serán fuertemente impresionados y tendrán que ver manera de hacer ajustes en la doctrina u ofrecer criterios nuevos para su interpretación. El obispo de Manila recientemente ha dicho estar “choqueado… porque en casi todas partes del mundo, los cuestionarios han indicado que la enseñanza de la Iglesia a propósito de la vida de familia, no es claramente comprendida por la gente”.

La conclusión que emerge de un modo contundente de la lectura de las respuestas señaladas es la siguiente: lo que la Iglesia enseña, no es lo que la Iglesia practica. No en el sentido de que los católicos vivan inmoralmente. El problema es la enorme distancia entre lo que el Pueblo de Dios cree que debe ser la moral sexual católica y la enseñanza oficial de la Iglesia. Por ejemplo, según la iglesia francesa: “Un gran número de respuestas manifiesta el abismo existente entre la enseñanza de la Iglesia y la elección de las parejas que se declaran católicas”. En el informe de la iglesia belga se lee: “La distancia creciente entre la familia, en todas las formas en que las que la conocemos hoy día, y la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, constituye, según la encuesta, la principal preocupación de los que la responden”. Y, en el de la alemana: “Las respuestas llegadas de las diócesis permiten entrever cuán grande es la distancia entre los bautizados y la doctrina oficial…”. En las respuestas de los otros cuestionarios se advierte esto mismo.

Son muchos los aspectos en los cuales las respuestas reflejan esta inconsistencia. Tres temas captan la atención por las coincidencias. Uno, atañe a la paternidad responsable. Los católicos, en su inmensa mayoría, no siguen la Humanae vitae a propósito de su prohibición de la contracepción artificial. La redacción de los franceses es neta: “Una amplia mayoría de respuestas indica que la encíclica Humanae vitae (1968) condujo a muchas parejas a romper con la doctrina de la Iglesia. La insistencia de la Iglesia en este punto les parece incomprensible”. Los alemanes añaden que, en su iglesia, “una minoría inferior al 3% se empeña en favor de métodos anticonceptivos ‘naturales’ y los practica por convicción personal, a menudo también por motivos de salud”.

Si este primer tema ha dejado de ser exasperante, siendo hasta desconocido por los jóvenes, no así la exclusión de los sacramentos de las personas divorciadas y vueltas a casar. La prohibición eclesiástica es causa de un enorme sufrimiento para quienes se sienten excluidos, cuando no constituye de suyo un escándalo a la luz de la misericordia evangélica. Los alemanes afectados consideran que “la exclusión de los sacramentos como consecuencia de un nuevo matrimonio”, constituye una “discriminación injustificada y cruel”. Ninguna de las modalidades pastorales creadas para asistir a estas personas puede cambiar “la impresión general de que la Iglesia tenga un actitud despiadada hacia los divorciados vueltos a casar”.

El tercer asunto importante en el cual también se manifiesta una enorme fisura, es en la valoración que los católicos tienen de otras formas de vivir la sexualidad fuera del matrimonio. La inmensa mayoría no ve ningún problema, muchas veces todo lo contrario, en las relaciones prematrimoniales y, aunque no en la misma proporción, está de acuerdo con las uniones o los matrimonios homosexuales.

Según los obispos irlandeses: “La enseñanza de la Iglesia en estas áreas sensibles a menudo es experimentada como no realista, compasiva o ayudadora. Algunos la ven como desconectada con la experiencia de la vida real, haciéndoles sentir culpables y excluidos”. Cuando aquellos tres asuntos han sido planteados de un modo tajante por la institución eclesiástica, la enseñanza oficial en materia de sexualidad y de familia se ha desacreditado en su conjunto.

La situación es crítica y dolorosa, porque aquello que en estas circunstancias se ha vuelto invivible, es el Evangelio. Este, por los cauces oficiales planteados, se ha vuelto impracticable e imposible de transmitir.

¿Cómo salir de esta situación? Las respuestas son parcas en ofrecer soluciones. Abundan en la descripción del problema, ofrecen remedios pastorales menores, pero no plantean cambios importantes. Con todo, es posible amarrar algunos cabos.

Por de pronto, un nuevo planteamiento doctrinal-pastoral tendría que tener muy en cuenta que los católicos son muy diversos culturalmente hablando. Vivir la sexualidad en Japón donde ellos son apenas el 0,35% de la población, donde casi no hay familias completamente cristianas, no es lo mismo que hacerlo en Bélgica o Austria, donde los católicos se han nutrido del cristianismo por siglos, pero donde las nuevas generaciones pueden considerarse postcristianas. ¿Qué decir de América Latina? No he sabido de iglesias que hayan hecho públicas sus respuestas. En Latinoamérica, por ejemplo, habría que tomar muy en cuenta cómo llega a formarse la familia popular.

Las respuestas a las 39 preguntas desembocan en una décima cuarta pregunta: ¿Elaborará la Iglesia del Papa Francisco un planteamiento doctrinal-pastoral de la sexualidad y afectividad humana más evangélico, es decir, con la capacidad de llevar la buena nueva de Jesús hasta el último de los seres humanos, epocal y contextualmente considerado? ¿Asumirá, en cualquier caso, la opción de Dios por los pobres y las víctimas de la sexualidad y de las familias?

El Papa Francisco ha puesto en juego su pontificado. Los temas que ha expuesto al sensus fidelium son muy serios. Sería innoble pensar que las suyas sean preguntas retóricas. Sería lamentable, por otra parte, que el Sínodo de 2015 ofrezca salidas pueriles a problemas sobre los cuales las generaciones de jóvenes y de personas mayores piensan lo mismo.

Los dos sínodos en curso tienen máxima importancia. Deseamos que sean réplicas del Vaticano II. La generación del Concilio tuvo su “Pentecostés”. La nuestra espera el suyo.

 

Un Papa que enseña porque aprende

No es nuevo que un Papa consulte a las conferencias episcopales sobre la práctica del cristianismo entre los fieles. Pero el Papa Francisco ha generado un ambiente tal de libertad y de confianza, ha despertado a un nivel tan alto de expectativas de cambio en la Iglesia, que el período de preparación del Sínodo sobre la familia que él mismo ha inaugurado tiene visos de convertirse en un acontecimiento inédito. Los dos próximos años, de aquí al Sínodo Extraordinario (2014), y de este hasta el Sínodo Ordinario (2015), puede volver a entusiasmar a los católicos como no ha sucedido en los últimos cincuenta años. Hay que remontarse al Concilio Vaticano II, si se quiere revivir la esperanza que primó en la Iglesia por una renovación a la altura de los signos de los tiempos.

No es nuevo que la Santa Sede haga llegar a las conferencias episcopales cuestionarios de preguntas sobre la realidad pastoral. Pero esta vez, las 38 preguntas que el Papa hace a propósito de la situación de la familia –y temas relativos a sexualidad, la afectividad y la práctica sacramental- han llegado a todos los católicos directamente. En este mismo momento, hoy, ahora,  los católicos, con las preguntas en las manos, no pueden creer que se les pida la opinión. Los obispos recogerán las respuestas a través de las parroquias y las llevarán al Sínodo del 2014; y, en este, tendrá lugar una discusión al máximo nivel sobre lo que está sucediendo en temas álgidos, pues la realidad de la sexualidad, de la afectividad y de la familia en todas partes del mundo, en estos tiempos, experimenta una transformación impresionante.

¿Qué ocurrirá entonces? Es impredecible. Pero podemos imaginar que si la respuesta del Sínodo del 2015 efectivamente es una ayuda a las necesidades del Pueblo de Dios, ávido de ser tomado en cuenta por fin en este campo, la Iglesia dará un salto adelante en la transmisión del cristianismo. Y, si no, la situación empeorará. La frustración puede erosionar aún más la ya alicaída pertenencia eclesial.  El Sínodo del 2015 tendrá una importancia decisiva.

El caso es que el comienzo de la renovación es muy auspicioso. El Papa y los obispos abren los oídos, los ojos, la mente y el corazón al sensus fidelium, a saber, la comprensión del Evangelio de todos los bautizados. Todos estos trasmiten a Cristo. El Magisterio episcopal tiene la responsabilidad de auscultar en ellos lo que el Espíritu Santo dice hoy. Dios habló y habla. El Magisterio tiene una palabra autorizada y normativa que decir al Pueblo de Dios en estas y otras materias. Si los cristianos no obedecen, no da lo mismo. Desautorizado el pastor, se dispersa el rebaño. Pero, si  la enseñanza magisterial no se vive porque es percibida como invivible, ¿qué se puede hacer?

Será difícil, si hay cambios que hacer, hacerlos. ¿Es posible un progreso doctrinal? Tomemos, por ejemplo, esta secuencia de preguntas que hace el Papa: ¿Cuál es el conocimiento real que los cristianos tienen de la doctrina de la (encíclica) «Humanae Vitae» sobre la paternidad responsable? ¿Qué conciencia hay de la evaluación moral de los distintos métodos de regulación de los nacimientos? ¿Qué profundizaciones se podrían sugerir sobre ello desde el punto de vista pastoral? Por nuestra parte levantamos otra pregunta: ¿qué ocurriría si la respuesta de laicos y sacerdotes a estas preguntas fuera: la inmensa mayoría de las familias cumple con su responsabilidad paternal y maternal recurriendo a métodos artificiales de contracepción?

Lo nuevo en las actuales circunstancias tiene que ver con un Papa que no uniforma la Iglesia en base a la doctrina, sino que privilegia el discernimiento responsable de la voz de Dios en cada circunstancia. No desprecia para nada la doctrina, pero la pone al servicio del discernimiento con el cual cada católico se desempeña como adulto.  El tono pastoral de las 38 preguntas deja la impresión de que Francisco está dispuesto a hacer ajustes en la doctrina con el propósito de favorecer una práctica cristiana acorde con los tiempos. Este siempre ha debido ser el fin; y la doctrina, siempre el medio.  La inversión de la importancia de estos dos factores, bien parece la causa precisa de la asfixia y el abandono de la Iglesia de tantas personas.

Las 38 preguntas serán respondidas a través de los canales ordinarios. Pero nada impide que sean trabajadas y discutidas por todos los católicos. ¿Pudieran, algunas, ser respondidas por los no católicos? Debieran, porque tienen que ver con problemas humanos universales. Así cumplirían una función misionera. Es de esperar que este ejercicio de escucha y conversación con Dios y entre las personas, no se tome a la ligera; como si se tratara de una mera encuesta y termine en porcentajes. La “verdad” que en estos temas necesitamos no se mide con números, sino con misericordia, con información científica y con sentido común.

El Papa Francisco representa estos días a una Iglesia que enseña porque aprende. Después de un período posconciliar sofocante de “verdades” exentas de “amor a la verdad”, hará muy bien a la Iglesia un tiempo para tomar en serio las preguntas planteadas, para lo cual es indispensable considerar que algunas respuestas del pasado pueden no servir nunca más.