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¿Juan 24 o el nombre del bautismo así no más?

No percibo preocupación alguna sobre el nombre que adoptará el próximo Papa. Evidente. Si aún no se lo ha elegido, todavía no es tema. Pero lo será. Y no será inocuo qué nombre quiera ocupar. Puesto que este periodo de espera es también un tiempo de alegría y de libertad, me doy la posibilidad de imaginar posibilidades.

Juan Pablo I tomó el nombre de los papas inmediatamente anteriores. Juan Pablo II siguió la intención de su predecesor, quien desempeñó el cargo solo por un mes. Benedicto XVI marcó una diferencia. Tomó un nombre de larga tradición. No recuerdo bien cuál fue entonces su motivación. ¿Quién será ahora el sucesor del obispo de Roma emérito?

Confieso que siempre me ha gustado la idea de Juan XXIV o 24, para ponerlo en términos modernos. Juan XXIII, “el Papa bueno”, además de bueno tuvo una sintonía y simpatía tal con su época que logró interpretarla. Un gran músico interpreta con creatividad a un gran autor. Juan XXIII interpretó la partitura de sus contemporáneos. Pero, además de intérprete, fue un compositor. Su gran obra fue el Concilio Vaticano II. Lo que más quiero es un papa profundamente conectado con los tiempos que vivimos; que no le tenga miedo a los cambios; que cambie la Iglesia conforme a la acción de Dios en la historia. ¡Dios sí está actuando en la historia! No me gustaría un papa asustado con la modernidad, la postmodernidad o lo que sea. Prefiero uno que tenga una predisposición positiva ante las culturas y las nuevas síntesis culturales. Me gusta el nombre de Juan 24. Los católicos, ¡el mundo!, necesita líderes espirituales de honda bondad, libres, visionarios, audaces y sobre todo pobres. El “Papa bueno” legó a América Latina su deseo de una “Iglesia de los pobres”. Aborrezco el oro.

Un amigo mío tiene una idea mejor que la mía. En vez de llamarse Juan XXIV o 24 podría usar simplemente el nombre de bautismo. Si se llama Alberto, Alberto. Si se llama Daniel, Daniel. Y sin número. Nada. Solo el nombre que le dio la Iglesia el día que lo bautizaron. ¿No sería quitarle gracia al Papado? Después de todo, esto de dar otro nombre al Papa es una tradición bonita que no le hace mal a nadie. Sí, es verdad. Pero si se trata de ir a fondo, creo que al mismo “Papa bueno” le gustaría que el nuevo obispo de Roma subrayara la importancia que “su” Concilio quiso dar a la igual condición de los cristianos en virtud del bautismo. Me convence mi amigo.

Uno de los cambios más impresionantes indicados por el Vaticano II es haber llamado a la Iglesia “Pueblo de Dios”. La Iglesia en la Tradición tiene muchas denominaciones y el Concilio no le quita  ninguna. Pero destaca esta de “Pueblo de Dios”. Con ello, recuerda que en la Iglesia lo determinante es que todos somos hermanos y hermanas porque, en virtud del bautismo, somos hechos “hijos” e “hijas” de Dios. Al ser bautizados en Cristo, el Hijo, somos hemanados. Las relaciones principales que hemos de establecer entre nosotros los cristianos han de ser fraternales/horizontales. Con este énfasis, el Vaticano II relativizó la distinción entre lo sagrado y lo profano y, por de pronto, subordinó el sacerdocio ministerial al servicio del sacerdocio común de los fieles. El Vaticano II no “dio vuelta la tortilla”, como si ahora los laicos pasaran a ser más importantes que los sacerdotes; sino que distinguió a estos de aquellos de acuerdo a un servicio específico, pero exigiendo entre ellos, sobre todas las cosas, el respeto de la igualdad bautismal fundamental.

¿Cuánto queda por recorrer en esta materia? ¿Hemos avanzado? Hacia allá va el camino. Nos llevamos juntos todos los cristianos, unas veces cargando los sacerdotes con los laicos y otras, los laicos con los sacerdotes; además, entre otros pueblos de la tierra que también consideramos hermanos por compartir la misma vocación al Padre de Jesús.

Más que Juan 24, preferiría que el nuevo Papa conserve el nombre de pila. Conservándolo, será progresista. Progresista en la línea señalada por el Gran Concilio. Progresista, porque en un mundo tan desigual y estratificado, el bautismo cristiano tendría que ser una fuerza revolucionaria.