Secuencia de cartas en El Mercurio

Jesus super starLa siguiente columna dio motivo a las cartas que siguen más abajo.

¿Progreso doctrinal en la moral sexual católica?

(El Mercurio, 6 de julio, 04)
El Papa Francisco ha convocado para 2015 un sínodo sobre la familia. Este abordará temas como la sexualidad, el matrimonio, los hijos, el control de la natalidad, los separados, los divorciados vueltos a casar y la participación en los sacramentos. El nivel de preocupación de los católicos sobre estas materias es muy alto. Por lo mismo, la frustración o la satisfacción con los resultados del sínodo pueden ser grandes.

Las respuestas a las 39 preguntas que el mismo Papa dirigió a fines de 2013 a todo el Pueblo de Dios son coincidentes: existe una enorme distancia entre lo que la jerarquía enseña en materia de moral sexual y lo que los católicos piensan y practican. Esta distancia, con el pasar de los años, no solo ha sido causa de grandes sufrimientos, sino que se acrecienta. De acuerdo a los informes de las iglesias de Alemania, Bélgica, Francia, Japón y Suiza -las únicas respuestas hechas públicas-, el abismo detectado afecta principalmente a la enseñanza oficial contraria a los métodos artificiales de control de natalidad, a la comunión de los divorciados vueltos a casar y a la posibilidad de una vida sexual fuera del matrimonio (relaciones prematrimoniales, convivencias hetero y homosexual) (www.sinodofamilia2015.wordpress.com). El Instrumentum Laboris -documento base del sínodo preparatorio que tendrá lugar en octubre próximo, el cual recoge los informes de los episcopados de todo el mundo- concluye prácticamente lo mismo, con la diferencia de que da mejor cuenta de la inmensa complejidad del tema y refleja un mayor celo doctrinal.

¿Qué es posible esperar? La cantidad de asuntos relativos a la familia son innumerables. Los tres recién mencionados son, desde el punto de vista doctrinal, los más complejos. Por lo mismo, en estas circunstancias cabe esperar un progreso doctrinal. La Iglesia no tendría dos mil años de existencia si no hubiera anunciado el Evangelio haciendo ajustes en su enseñanza acordes a los desafíos históricos y culturales que fue enfrentando. Una cosa es el Evangelio (que no cambia) y otra la doctrina (que, para ser verdaderamente «Buena noticia», tiene que desarrollarse). El Concilio Vaticano II constituye el ejemplo más impresionante de creatividad doctrinal, la cual también se dio en el plano del matrimonio y la familia humana.

La audacia de Francisco tiene pocos precedentes. Como pastor supremo de la Iglesia, ha consultado directamente a los católicos qué entienden por familia y sexualidad; cómo ven que la fe y la doctrina sirven para vivir cristianamente; cuáles son las enseñanzas que les ayudan y cuáles no. El Papa ha puesto en operación el sensus fidelium . A saber, la verdad de la fe de la Iglesia -propia de todos los bautizados- que él y el colegio episcopal tienen la obligación de interpretar y comunicar. Si la Iglesia enseña una cosa y la misma Iglesia practica otra diferente, algo hay que revisar. Es que el Pueblo de Dios vive inmoralmente o ignorante de la doctrina sexual de la Iglesia, o la doctrina que sirvió para una época ya no sirve tal cual para esta otra.

Que el Papa haya corrido el riesgo de escuchar en los bautizados lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia hoy es osado, aunque parezca obvio que los pastores siempre debieran actuar así. Pero lo que está en juego no es el prestigio de este Papa y del actual colegio episcopal, sino la transmisión de la fe. ¿Cómo interpelará el cristianismo a la siguiente generación? El sínodo en curso tiene por delante la noble tarea -como pide el primer Concilio Vaticano- de articular una vez más fe y razón. El pueblo cristiano espera una proclamación del Evangelio en los cánones de razonabilidad de nuestro tiempo.

Jorge Costadoat, S.J.

 

El Mercurio 7 de julio
Señor Director:
En febrero de 2013, en coloquio abierto con el clero romano en San Juan de Letrán, Benedicto XVI hizo importantes recuerdos de su experiencia conciliar, magno evento cuyo cincuentenario conmemoraba ese Año de la Fe. «Estaba el Concilio de los Padres -el verdadero Concilio-, pero estaba también el Concilio de los medios de comunicación», advirtió, espacio en el que se imponía el espíritu de la ruptura y discontinuidad versus el de la reforma en continuidad, propio del verdadero Concilio, según tan bien él mismo caracterizó. Situación, valga recordar, completamente distinta de la vivida al otro lado de la Cortina de Hierro, donde la prensa oficial desconocía y silenciaba todo sobre el Concilio, siendo este comunicado al pueblo católico por los propios Padres conciliares, como en Polonia, por ejemplo, con el resultado de esa Iglesia unida y vigorosa de Wyszynski y Wojtyla que todo el mundo admiró.

«Sabemos en qué medida este Concilio de los medios de comunicación… era lo dominante -continuó Benedicto XVI- lo más eficiente, y ha provocado tantas calamidades, tantos problemas; realmente tantas miserias: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada… y el verdadero Concilio ha tenido dificultad para concretizarse, para realizarse; el Concilio virtual era más fuerte que el Concilio real».

Por desgracia y no sin fundamentos, muchos advierten ya algo parecido con relación al próximo Sínodo sobre la Familia -institución básica cuya concepción cristiana es hoy auténtico epicentro de virulencia mediática- y no les falta razón. Como cuando tuvo lugar «el Concilio de los medios de comunicación», una legión de expertos afinan su puntería en el sentido de la ruptura y la discontinuidad. La carta de Jorge Costadoat S.J. publicada en este espacio es solo un ejemplo más. Así, consultar al pueblo cristiano, obispos o laicos, sobre determinada situación eclesial -estado de una diócesis, de una orden o de un movimiento religioso en crisis, de la propia institución familiar en determinada región , etcétera- equivale para él, torciendo la hermenéutica, a traducir lo constatado en signo de lo que el Espíritu indica como camino a seguir (y no por ejemplo a superar y resolver).
El Instrumentum laboris elaborado por el Sínodo para los que tomarán parte en él, en lugar de ofrecer la clave de lectura para el acontecimiento, parece que en cambio debería leerse en la clave hermenéutica de Costadoat, apenas con la salvedad, dice, «que refleja un mayor celo doctrinal…».
Conviene estar atento, a fin de que estas especies de dialécticas moralístico-relativistas y otras fórmulas de banalización ideológica de lo que es muy serio, no vuelvan ahora también a afligir conciencias y a confundir espíritus.
Jaime Antúnez Aldunate
El Mercurio, 9 de julio de 2014

Sr. Director

Jaime Antúnez Aldunate descalifica que yo me refiera a través de «El Mercurio» al proceso de auscultación que la Iglesia Católica ha abierto en vista a la celebración del Sínodo de 2015 sobre el tema de la familia. Le molesta que haya habido y pueda haber un «concilio de los medios de comunicación».
Por mi parte, pienso precisamente lo contrario. Creo que la Iglesia jerárquica no puede usar los medios de comunicación para enseñar y no para aprender. Ya que el Papa Francisco ha dirigido al Pueblo de Dios 39 preguntas sobre la familia, la sexualidad, la contracepción, el divorcio y la participación en los sacramentos, todo en vista a superar la crisis en la transmisión de la fe, me atrevo a sugerir la realización de un concilio local sobre estos temas. El Papa no ha querido que estos asuntos se traten entre cuatro paredes. ¿No sería posible un gran debate sobre la sexualidad a través de los medios de comunicación social? ¿No pudiéramos los católicos aprender de los que no lo son, aun de los no creyentes?
Un tal concilio -reunión, congreso, simposio u otra fórmula presidida por los obispos- podría tener su base en distintas organizaciones católicas. A modo de ejemplo, ¿no sería posible que en las parroquias se converse entre los padres acerca de los medios para evitar que sus hijas queden embarazadas en fiestas en las que pasa de todo?; ¿no sería conveniente que en los movimientos laicales se discuta acerca de la participación en la eucaristía de los divorciados vueltos a casar?, ¿pudieran las universidades católicas organizar foros en los cuales personas homosexuales compartan con las demás cómo viven su fe?
Los medios de comunicación -y tal vez el mismo «El Mercurio»- pudieran ayudar a la Iglesia a socializar estos debates. Bien podrían dar voz a los jóvenes, a los hijos de padres separados y a los cónyuges maltratados o abandonados.
Los periodistas y los medios de comunicación ayudaron muchísimo al Concilio Vaticano II. A su modo, hicieron participar a los católicos en discusiones que terminaron por alimentar los debates de sus aulas. Los medios hoy pueden ofrecer espacios de libertad de argumentación sin la cual el cristianismo no tiene futuro alguno.

Jorge Costadoat, S.J.

 

El Mercurio
9 de julio de 2014

Sr. Director:
El padre Jorge Costadoat, bajo el título «¿Progreso doctrinal en la moral sexual católica?», ha sostenido el domingo en esta página, en relación con el Sínodo sobre la familia convocado por el Papa para 2015, que hay un abismo de distancia entre lo que la jerarquía enseña y lo que los católicos piensan y practican sobre: I) anticoncepción artificial; II) la comunión de los divorciados vueltos a casar, y III) la vida sexual fuera del matrimonio: relaciones prematrimoniales y convivencias hetero y homosexual. Añade el padre Costadoat que la Iglesia no habría sobrevivido dos mil años sin hacer ajustes a su doctrina ante los desafíos históricos y culturales, y que el Papa y el episcopado tienen la obligación de interpretar el sentir de los fieles, cabiendo esperar ahora un «progreso doctrinal».
Estas opiniones del padre Costadoat merecen las siguientes observaciones:

a) Desde el Derecho Natural: que evidentemente la naturaleza no hubiera hecho la unión sexual y el amor conyugal si el ser humano no tuviera que reproducirse; y que, por tanto, la sexualidad tiene por fin primario la procreación, y por fin secundario, que no puede ir contra aquel, el amor y unión conyugales, y que tanto la reproducción como ese amor suponen el matrimonio estable y exclusivo; es decir, monogámico e indisoluble. En este supuesto, no pueden ser moralmente admisibles la anticoncepción artificial, ni el divorcio, ni las relaciones prematrimoniales, ni la convivencia, ni mucho menos la unión homosexual.
Por eso Platón, sin haber alcanzado luz evangélica, nos propone en Las Leyes como conforme con la naturaleza, una que exija la continencia hasta el matrimonio, que ha de ser de macho con hembra; la indisolubilidad de este; que no se siembre en surcos donde la semilla no ha de germinar; que no se dé muerte deliberadamente al género humano, y que el hombre se abstenga de unirse a otro hombre (Leyes, 839 a-b; 840 c).

El Derecho Natural es inmutable y obligatorio para todos, de modo que ningún «progreso doctrinal» puede esperarse en estas materias.

b) Desde el Evangelio: que el matrimonio es entre hombre y mujer, y que es indisoluble, de modo que quien repudia a su cónyuge y contrae nueva unión, comete adulterio: grave falta (Mateo 19, 3-9); que por no reconocer los infieles a Dios, cuyo esplendor invisible es manifiesto en las creaturas, Él los entregó a pasiones infames, «pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos con los otros» (San Pablo, Romanos, 1,26-27); y que no puede la santa eucaristía recibirse en estado de pecado grave (San Pablo, I Corintios, 11,27).

c) Desde el ejemplo decente de Cristo: que el Señor, cuando muchos discípulos se escandalizaron, y lo dejaron porque Él les dijo que habían de comer el propio Cuerpo y beber la propia Sangre de Él, no retrocedió, no atemperó su enseñanza, ni la cambió, para que no se fueran los doce; antes les preguntó si querían irse ellos también, y entonces Pedro le dio aquella histórica respuesta: «Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios» (Juan 6, 60 y ss).

d) Desde el Catecismo oficial de la Iglesia: que antes de la segunda venida de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final…: «‘el misterio de iniquidad’ bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad» (N.° 675).

José Joaquín Ugarte Godoy
Profesor de Filosofía del Derecho UC

 

El Mercurio: 10 de julio de 2014

Sr. Director:

El criterio fundamental que inspira a la Iglesia en su moral sexual es hacer más fecundo el amor mutuo, el cuidado y protección de los hijos y el bien y responsabilidad social que surge de esto.

Algunos puntos que complementan lo expresado por Jorge Costadoat, S.J., son que un criterio de validación del magisterio eclesial es la recepción que tiene una norma por parte del Pueblo de Dios. Una enseñanza magisterial no recepcionada y no vivida por muchos hace cuestionable su pertinencia. Así también que la cultura y la historia de la humanidad son «lugares teológicos» que van unidos integralmente al Evangelio, el magisterio, la tradición, los concilios entre otros. Es decir, lugares donde Dios también se manifiesta.
De igual modo, dentro de la doctrina moral, el reconocimiento del «criterio de la gradualidad». Es decir, que a la hora de discernir cómo vivir el amor, la vida de pareja, el cuidado de los hijos y la búsqueda del bien social, cada uno se tiene que preguntar adulta y honestamente «hasta cuánto y hasta dónde» me es posible vivir lo que la Iglesia me exige. Las realidades personales son tan diversas que no a todos les es posible llegar al ideal. Lo que no exime del esfuerzo por alcanzarlo; hasta dónde se pueda y sin sentirme menos o discriminado.
El criterio fundamental para modificar la doctrina magisterial no está solo en que la mayoría vive distante de lo que se exige, sino si podemos reconocer juntos, como Iglesia, que aquellos que usan métodos de control de natalidad o están divorciados y no pueden comulgar o tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio hacen igualmente fecundo su amor, se preocupan y cuidan a sus hijos y viven un proyecto en pos del bien común. Lo que no es nivelar hacia abajo, sino reconocer humilde y sencillamente que hay muchos que viviendo con enorme generosidad su amor, no quieren seguir sintiéndose hijos de Dios de segunda categoría, excluidos, sino que con toda verdad, reconocen qué es lo que Dios les invita a vivir según su propia historia y realidad.

Iván Navarro E.
Teólogo
El Mercurio: 10 de julio de 2014

Sr. Director

Fiel a su propia tradición de pensamiento, enraizada en el idealismo ilustrado, el padre Costadoat, S.J. no solo pone en entredicho lo observado por Benedicto XVI desde el interior del Concilio -acerca de los estragos que entonces produjeron los abusos mediáticos y que el propio Pontífice emérito relató al clero romano (carta «Sínodo de la Familia», martes 8 de julio)- sino que ahora va más allá.
Se trataría, en buenas cuentas, según Costadoat, de promover hoy unas asambleas constituyentes y legislativas -que incluyesen, ¿por qué no?, a clérigos y obispos civilmente juramentados con la voz de la mayoría del pueblo, cristiano y no cristiano, allí congregado- las cuales se diesen a la pronta y urgente tarea, no de aprender y asumir, sino de derogar, el actual e inmenso magisterio sobre la familia desarrollado por San Juan Pablo II en veintiséis años de pontificado.
En unión de espíritu con el querido Papa Francisco, mientras rezamos por el «Sínodo de la Familia» por el convocado, quisiera alimentar interiormente y sembrar exteriormente paz y confianza en la que este Pontífice invoca siempre, citando a su padre San Ignacio, como «la Iglesia católica y jerárquica».
Me reconforta profundamente, en tal sentido, que el propio Papa Francisco haya nombrado a quien proclamó el 27 de abril pasado, cuando lo canonizó, como «el Papa de la familia», San Juan Pablo II, patrono del próximo sínodo. Asimismo, que haya establecido el propio día en que clausurará la primera etapa del «Sínodo de la Familia», como fecha para la beatificación del Papa Pablo VI, Pontífice cuya crucifixión decretaron en julio 1968, a raíz de su encíclica «Humanae vitae», asambleas clérigo-mediáticas similares a las que hoy Costadoat pregona.

Jaime Antúnez Aldunate
Director Revista Humanitas
P. Universidad Católica de Chile

 

El Mercurio: 12 de julio de 2014

Sr. Director:
Don José Joaquín Ugarte discrepa de mi columna del domingo a propósito de la consulta abierta por el Papa Francisco para saber qué piensan y qué practican los católicos a propósito de la familia (y temas afines). Probablemente tampoco esté de acuerdo con el Papa por exponer la doctrina de la Iglesia al juicio del sensus fidelium (la ortodoxia en los creyentes).
En la Iglesia existe una enorme preocupación. Los católicos no están de acuerdo con su enseñanza. Pero a don José Joaquín parece interesarle más la norma que la realidad de las personas, justamente al revés de Jesús. Lo que de veras importa es un anuncio del Evangelio que pueda efectivamente orientar la práctica sexual de las personas. Asimismo, al Papa y a los obispos de las conferencias que hicieron públicas sus respuestas, también les interesa la realidad de las personas y se han abierto al hablar del Espíritu Santo a través de la práctica creyente o sincera de las personas.
Puesto que don José Joaquín insiste en el valor del Derecho natural, me restrinjo, a modo de ejemplo de la magnitud del problema, a la Humanae Vitae, conocida por su rechazo de la contracepción artificial, ya que esta encíclica se basa en la ley natural.
¿Qué responden aquellas conferencias episcopales tras haber recabo las respuestas de los fieles de sus iglesias?
Según los obispos de Bélgica: “Los encuestados subrayan que las posiciones de la Humanae Vitae (1968) sobre la paternidad responsable han hecho alejarse a muchas personas de edad de la Iglesia mientras que muchos jóvenes no tienen ningún conocimiento de estas posiciones”.
Los obispos de Japón señalan que “los católicos hoy son indiferentes respecto de la enseñanza de la Iglesia (sobre Humanae vitae) o no la conocen”.
Los obispos de Francia sostienen que: “Una gran mayoría de las repuestas subraya que la encíclica Humane Vitae, ha tenido como consecuencia que muchas parejas rompan con las enseñanzas de la Iglesia. La insistencia de la Iglesia sobre este punto parece incomprensible para estas personas”.
Para los obispos de Alemana: “la distinción entre los métodos de anticonceptivos ‘naturales’ y métodos ‘artificiales’ y la prohibición de utilizar estos últimos, es rechazada por la mayoría de los católicos y prácticamente ignorada. Para la mayor parte de los católicos, la ‘paternidad responsable’ comprende también la elección del método apropiado, seleccionado de acuerdo a criterios de seguridad, practicabilidad y tolerancia física”.
La conclusión de los obispos de Suiza es verdaderamente inquietante: “Las respuestas a la pregunta sobre los métodos artificiales o naturales de contracepción revelan la distancia, dramática y conocida desde hace largo tiempo, entre la doctrina y los participantes en la consulta. La prohibición de los métodos artificiales de contracepción está muy lejos de la práctica y de las ideas de la gran mayoría de los católicos”.
Esta situación es grave. No porque la inmensa mayoría de los católicos sea inmoral. No lo es. Es grave por la desautorización del Magisterio. Más grave aún, por no poder la Iglesia orientar realmente la vida humana en un ámbito tan importante como el de la familia y la sexualidad. Los católicos esperamos mucho del trabajo teológico de los obispos del Sínodo en curso.
Jorge Costadoat S.J.

13 de julio de 2014

Señor Director:

Comparto los argumentos que da Jorge Costadoat para mostrar cómo en temas de moral sexual, y específicamente en relación con el uso de anticonceptivos, los católicos se han alejado del Magisterio de la Iglesia. A los ejemplos que él cita, agregaría que también en Chile un porcentaje cada vez mayor de la población, incluyendo por cierto a la población católica, hace uso de los avances de la ciencia para tener el número de hijos que responsablemente pueden acoger. A diferencia de lo que opina José Joaquín Ugarte, esto no significa que sea algo inmoral usar métodos «artificiales» en oposición a los «naturales», que serían los moralmente permisibles según Ugarte.

Los derechos sexuales y reproductivos reconocen el derecho de todas las personas a «decidir libre y responsablemente el número y el espaciamiento de los hijos que se desea tener, y a disponer de la información y los medios para hacerlo». Para ejercer este derecho, las personas deben tener adecuada educación sobre regulación de la fertilidad y acceso a métodos anticonceptivos según sus preferencias.

El que algunas personas opten por métodos «naturales» o «artificiales» para regular su fecundidad es parte de su vida privada y a nadie se le debiese negar usar los beneficios de los avances científicos.

La resolución 2003/28 de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas señala que «la salud sexual y la salud reproductiva son elementos esenciales del derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de la salud física y mental», por lo que el acceso a los métodos anticonceptivos seguros y confiables, según su preferencia, son fundamentales para poder cumplir con este derecho, y el cómo ejercer este derecho no debiese estar subordinado a las creencias particulares de terceros.

Dra. Sofía Salas Ibarra
Profesora titular
Facultad de Medicina UDP

 

El Mercurio: 14 de julio de 2014
Sr. Director

Pareciera que Jorge Costadoat quisiera reeditar la oleada contestataria de fines de los sesenta que suscitó la encíclica Humanae Vitae. Pero han pasado 46 años y hemos comprobado cómo ese documento magisterial, breve, profundo, de gran densidad antropológica-teológica y ética ha sido del todo profético.
Se anticipó a gran parte de los males que hoy padecemos respecto de nociones como la dignidad y belleza del amor, la sexualidad, la mujer, la educación de la juventud, y advirtió de diversas patologías. ¿Acaso ha leído este presbítero la luminosa teología del cuerpo de Juan Pablo II o los sólidos argumentos filosóficos de Rhonheimer en «Ética de la procreación»? Quizás sea mucho pedirle a quien solo está atento al nivel de popularidad y aceptación que tiene entre los «católicos».
No creo que las Bienaventuranzas, verdadero núcleo de la doctrina de Jesucristo, alguna vez hayan sido populares y menos practicadas. Ello es posible solo con la ayuda de la gracia, pero sería ilógico exigir general aceptación por parte de los hombres.

Jorge Peña Vial

 

15 de julio de 2014

Sr. Director

Ante la persistente crítica que algunos clérigos jesuitas, como el señor Costadoat, le hacen a la Iglesia Católica, como historiador me pregunto: ¿Por qué no siguen el ejemplo, establecido siglos atrás por otros clérigos tan críticos como ellos, y tienen el coraje de fundar una nueva iglesia, para acomodarla a sus gustos y a los de la sociedad actual?

Así podría la gran mayoría, que aún cree que N.S. Jesucristo es el fundador y cabeza de la Iglesia, seguir creyendo en Él sin dudas, y respetando su palabra, sin adaptarla a los derivados de la moda o de lo que ahora se denomina lo «políticamente correcto».

Creo que podría ser una solución satisfactoria para los escépticos y aquellos que piensan que la Verdad podría derivar de algunos fieles y sus apetencias.

Julio Retamal Favereau

 

 

16 de julio de 2014

Sr. Director:

Julio Retamal Favereau me excomulga. Me hace compartir solidariamente la realidad de las personas divorciadas vuelta a casar que se sienten excomulgadas por su Iglesia. Jaime Antúnez me tilda de idealista ilustrado. No soy idealista. Me interesa ver la realidad. José Joaquín Ugarte me recuerda el Derecho natural. Pero la ley natural sirve poco para ver la realidad. Jorge Peña apuesta por la Humanae vitae a costa de la realidad de la culpa de una infinidad de católicos. A ninguno parece llamarle la atención que cinco conferencias episcopales declaren que hay un problema con la recepción de la doctrina de esta encíclica por parte de la inmensa mayoría de los católicos que realizan una planificación familiar con métodos artificiales, y no naturales, de control de natalidad.

Trataré de explicarme con más claridad. El Papa Francisco ha consultado directamente a todos católicos sobre la realidad de sus familias, acerca de cómo entienden la sexualidad y cómo les ayuda o no les ayuda la doctrina de la Iglesia. La tarea dada por Francisco no es defender la doctrina, sino formarse un juicio acerca de lo que realmente está ocurriendo con las personas. El deber del Papa y del del colegio episcopal es anunciar a las personas la Buena Noticia del amor de Dios de un modo inteligible. Las personas son fines, las doctrinas son medios; la Buena nueva no cambia, la doctrina a veces debe renovarse. Jesús enseñó que “el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado”, a quienes las prescripciones de la época les resultaban vivibles.

Insisto: El problema detectado por los obispos es grave. Ellos que han oído a sus iglesias sostienen que una cosa es la enseñanza del Magisterio y otra distinta lo que el Pueblo de Dios practica. El siguiente es el diagnóstico del Instrumentum laboris elaborado por el comité que prepara un primer sínodo (octubre de 2014) tras haber recabado las respuestas de los informes de todas las iglesias del mundo, incluida la chilena: “Existe una distancia preocupante entre la familia en las formas como se la conoce hoy y la enseñanza de la Iglesia al respecto. La familia se encuentra objetivamente en un momento muy difícil, con realidades, historias y sufrimientos complejos, que requieren una mirada compasiva y comprensiva. Esta mirada es lo que permite a la Iglesia acompañar a las familias como son en la realidad y a partir de aquí anunciar el Evangelio de la familia según su necesidades específicas (31).

El Papa ha preguntado por la realidad de lo que ocurre con la familia. Se le agradece que se haya abierto un espacio de opinión sobre moral sexual y familiar. Es una oportunidad para que los cristianos y cualquier que tenga algo que decir aún lo expresen. Si el Evangelio no es para todos, no es para nadie.

Jorge Costadoat S.J.

 

17 de agosto de 2014

Señor Director:

Como simple miembro de la Iglesia Católica, aprovechando la tribuna que ofrece «El Mercurio», quiero hacer pública mi petición a los obispos chilenos, pastores de la Iglesia, que respecto de la controversia sobre la moral sexual católica, ejerzan su rol de legítimos maestros, aclarando a los católicos cuál de las dos es la postura ortodoxa de la Iglesia: si la del presbítero Jorge Costadoat S. J., quien nos enseña que la doctrina debe ajustarse a la praxis habitual y mayoritaria de los fieles, o la de sus contradictores, quienes afirman que los fieles han de hacer un esfuerzo por vivir de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia, aunque estas no sean fáciles de comprender ni menos de poner en práctica.

Pienso que en un tema como este, que afecta directamente la conciencia y vida moral de los católicos chilenos, la omisión de los obispos sería desorientadora.

Juan Esteban Ureta C.
Médico

 

18 de julio de 2014

Señor Director:

El señor Juan Esteban Ureta C. hace un resumen del debate sobre la moral sexual católica publicada en «El Mercurio» y, como miembro de la Iglesia, pide a los obispos una aclaración.

Durante toda su historia, la Iglesia ha procurado cumplir el mandato de Cristo de hacer a todos los seres humanos discípulos suyos, «enseñándoles a observar todo lo que yo les he mandado» (Mt 28,20). La Iglesia lo ha hecho teniendo en cuenta la situación de las personas a las cuales anuncia el Evangelio y usando los métodos pedagógicos más eficaces para lograr su objetivo. Lo que no puede hacer la Iglesia es cambiar lo mandado por Jesús, porque eso no pertenece a ella; le ha sido encomendado para que lo anuncie sin adulterarlo, menos que nunca para congraciarse con las personas o procurar popularidad: «Si tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gal 1,10). La mejor demostración de que la Iglesia enseña la verdad que le ha sido encomendada es que lo hace aun al costo de ser impopular, pues nadie desea ser impopular gratuitamente. La Iglesia lo hace por fidelidad a Cristo. Él fue tan «impopular» que murió crucificado.

La Iglesia debe seguir el ejemplo de su Señor. Jesús anunció al mundo un mensaje, en el cual él manda cosas que eran difíciles de aceptar, no solo para un alto porcentaje de los hombres y mujeres de su tiempo, sino para la totalidad. A los judíos se les había mandado dar acta de repudio cuando se divorciaban de su mujer; Jesús manda esto otro: «No separe el hombre lo que Dios ha unido… el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio» (Mt 19,9-12). Este mandato era contrario a todo lo vivido por el mundo hasta entonces y fue recibido con escepticismo por los mismos apóstoles: «Si tal es la condición del hombre con la mujer, no conviene casarse». Pero Jesús no lo modificó ni aceptó la reacción de los apóstoles. Más bien lo reafirma vigorosamente llamando «eunuco» (castrado) al que no se casa, excepto si lo hace por el Reino de los cielos.

Respecto del tema de los anticonceptivos, no tenemos un mandato directo de Jesús, porque en su tiempo no existía la mentalidad antinatalista de nuestro tiempo. En su tiempo se consideraba la natalidad como un don de Dios y la fecundidad, como una bendición. Hay, sin embargo, un episodio en el A.T. que revela que a Dios desagrada la anticoncepción artificial; es decir, la separación de los dos fines del acto sexual, a saber, el unitivo y el procreativo. En Israel era considerado un acto de piedad fraterna que un hombre tomara a la viuda de su hermano que había muerto sin hijos para suscitar descendencia al difunto. Onán, hijo de Judá, por la razón que fuera, no quiso dar descendencia a su hermano mayor, Er, de su viuda, Tamar. Pero no dejó de unirse sexualmente con ella: «Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando el dar descendencia a su hermano. Pareció mal al Señor lo que hacía y lo hizo morir también a él» (Gen 38,9-10). Esa acción, a saber, tener relaciones sexuales y hacerlas infecundas, por los medios que se conocían en esa época, es lo que desagradó a Dios. Siendo que Dios no cambia, esa acción sigue desagradándolo cuando los seres humanos la hacen en toda época, también hoy.

¿Y qué piensa Jesucristo? Podemos deducir que para Jesús la finalidad procreativa es la que justifica la relación sexual de los esposos en esta tierra. En efecto, la finalidad unitiva y de ayuda mutua se puede obtener también por otros medios. Cuando le preguntan de quién será la mujer que sucesivamente tuvo como esposo a siete hermanos y todos murieron sin descendencia, Jesús responde: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles…» (Lc 20,34-36). En la resurrección -estamos hablando de resurrección de la carne- no existirá la unión sexual: «Ni ellos tomarán mujer ni ellas marido». Y la razón es que «no pueden ya morir». Queda en evidencia que en la mente de Jesús lo que explica la relación sexual en esta tierra -«los hijos de este mundo toman mujer o marido»- es que los seres humanos mueren y es necesario, por tanto, que se reproduzcan. Quitada esta necesidad, no es necesaria la relación sexual. Por tanto, para Jesús la relación conyugal tiene como fin la reproducción. Por eso, privarla artificialmente de ese fin es contrario al plan de Dios.

Esto es lo que la Iglesia siempre ha enseñado a observar en fidelidad a Cristo. Lo ha expresado el Papa Pablo VI en tiempos recientes en la encíclica » Humanae vitae «: «Hay que excluir, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda, además, excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación» (HV 14, 25 julio 1968). Esta enseñanza ha sido más recientemente reafirmada por el Catecismo de la Iglesia Católica (N.o 2.370), que califica como «intrínsecamente mala» toda acción anticonceptiva artificial.

Teniendo la mayor consideración por la situación de los esposos hoy, la Iglesia no puede privarlos del regalo de la verdad que ella ha recibido de Cristo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí» (Jn 15,6).

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles

 

 Defensa de la moral sexual católica

20 de julio de 2014

¿Debe la Iglesia Católica morigerar sus enseñanzas en materia de moral sexual luego de constatar que ellas, como se acaba de informar, no interpretan a la mayoría de quienes se dicen católicos?

El Papa Francisco encargó averiguar qué relación había entre la enseñanza doctrinal de la Iglesia y las convicciones de quienes se dicen católicos. El resultado fue sorprendente. La Conferencia Alemana informó que «las afirmaciones de la Iglesia sobre las relaciones sexuales prematrimoniales, la homosexualidad, los divorciados vueltos a casar, y el control de la natalidad, son temas que encuentran poquísimos consensos o son rechazados abiertamente». La Iglesia Suiza, por su parte, hizo saber que «la prohibición de los métodos artificiales de contracepción está muy lejos de la práctica y de las ideas de la gran mayoría de los católicos». Otros informes, de Francia o Japón, algunos de los que se han hecho públicos, son similares. La situación tampoco es muy distinta en Chile. La Encuesta Nacional de Iglesia (realizada por la Universidad Católica en 2001) mostró que apenas un 20% de los católicos se oponía al uso de anticonceptivos (la práctica que condenó Humanae Vitae ).

Así, entonces, allá y acá habría una abierta discordancia entre lo que los católicos declaran y lo que la Iglesia enseña.

¿Deberá entonces la Iglesia cambiar su punto de vista para así reducir la brecha entre lo que enseña y lo que la gente cree o hace?

Por supuesto que no.

Una de las cosas que impresionaron a Bertrand Russell cuando leyó la Biblia que su abuela le regaló fue una frase que ella había subrayado: «No seguirás a una multitud para hacer el mal» (Éxodo, 23:2). A partir de allí, confesó Russell, «nunca sentí temor de pertenecer a las pequeñas minorías». Russell nunca creyó las cosas que las religiones enseñaban; pero siempre pensó que esa frase ocultaba una profunda verdad: las cosas son buenas o malas, correctas o incorrectas al margen del número de personas que crea en ellas. Este principio epistemológico que contiene la Biblia es irrefutablemente cierto. La verdad de un enunciado no depende del número de personas que lo profieran o lo aplaudan. Luego, si la Iglesia Católica -como ha enseñado ya por siglos- piensa que el matrimonio es indisoluble porque Dios se hizo presente en él; que el comportamiento homosexual es un error grave; que el uso de métodos artificiales para el control de la natalidad, un crimen; y si piensa todo eso de veras, a pie juntillas, tal como lo ha proclamado una y otra vez, entonces debe seguirlo proclamando aunque eso equivalga -como acaban de informar las Conferencias Episcopales de Alemania, Francia o Japón- a ser «una voz que clama en el desierto» (Juan 1:23).

Alguien dirá que la tarea de la Iglesia es proclamar la buena noticia (que la muerte fue derrotada y nuestros pecados perdonados por el sacrificio del Hijo de Dios) y que entonces eso es lo que importa y no lo otro. Pero, ¿de qué valdría predicar esa buena nueva a costa de sacrificar las enseñanzas que la acompañan? ¿Qué buena noticia puede haber a costa de sacrificar la naturaleza, la verdad de la condición humana? Es verdad que la evangelización de América requirió una cierta flexibilidad hacia el sincretismo cuyo resultado es la religiosidad popular, pero esa concesión a las costumbres se hizo para esparcir la verdad no para sacrificarla.

Por supuesto alguien argüirá que la verdad se descubre poco a poco conforme avanzan la historia y las costumbres; pero ese argumento es falaz. Si se le sostiene, la Iglesia sería relativista. Y entonces, ¿quién sería el responsable de haber condenado a los homosexuales, excomulgado a los divorciados, anunciado las penas del infierno a los que emplearon métodos anticonceptivos? ¿Acaso las brumas de la historia y las costumbres, las telarañas del tiempo? Y si eso es así, ¿por qué los creyentes habrían de confiar en lo que se les dirá mañana, si pasado mañana podría revelarse como un error?

No, no hay caso.

Es inevitable que la Iglesia Católica siga el consejo de Shakespeare: morir con las botas puestas. Hacerse irrelevante, pero con la doctrina en los labios. Así no desilusionaría a los no creyentes que combaten su dogmatismo creyéndola un adversario y podrá decir como Macbeth: «Moriremos, al menos, vestidos de armadura».

 Carlos Peña

 

22 de julio de 2014

Una peculiar coincidencia

En las últimas semanas se ha argumentado en «El Mercurio» acerca de la obligatoriedad de un estricto código moral católico, promulgado por encíclicas y sustentado en extractos de textos bíblicos. Pero se ha visto que ese código no es compartido por la mayoría de los católicos a lo ancho del mundo, y encuestas muestran que la situación no es muy diferente en Chile. Sin embargo, no se trata de una mera cuestión estadística acerca de lo que piensan los católicos de a pie.

La discusión expresa algunas profundas diferencias al interior de la Iglesia. La primera se refiere a los grados en que cuestiones morales cotidianas deben ser resueltas por la jerarquía, mediante una interpretación doctrinal de autoridad; o bien, depositando mayor confianza en la capacidad de discernimiento moral común y personal de los católicos. ¿No se puede confiar más en la buena fe de los cristianos, asumiendo que a la luz de su convicción religiosa procuran discernir lo correcto y bueno (o lo menos malo, atendidas las circunstancias)?

La segunda diferencia no es procedimental, sino de fondo. Se refiere a la orientación de la doctrina moral del cristianismo. Más que un catálogo perfeccionista de mandatos y de prohibiciones, como piensan algunos, se puede pensar que las directivas de la moral cristiana deben definirse a la luz de las virtudes de la compasión, del amor y de la misericordia, que son más consistentes con la enseñanza práctica de Jesús y con su extremo acto de generosidad.

Carlos Peña en su columna del domingo afirma que esta segunda posición es una utopía o un falaz sinsentido. En otras palabras, coincidiendo con una de las posiciones del debate, afirma que la existencia de un código moral, que no solo es inmutable en sus principios, sino también en sus reglas, es consustancial a la moral católica. Tener un contrapunto nítido es, probablemente, lo que también conviene a un agnóstico militante, que no está dispuesto a aceptar que la concreción de los principios morales del cristianismo no sea una foto que quedó para siempre.

El dilema planteado es falso: no se trata de morir con las botas puestas, vestidos de la armadura de un código prescriptivo exhaustivo, ni de esperar que el último cierre la puerta. Al interior de la Iglesia, este no es un debate concluido. Lo relevante es que sigue siendo válido que la humilde aceptación de nuestras limitaciones, propia en mi opinión de la más genuina experiencia religiosa, hace que muchos católicos miren con distancia escéptica una moral en extremo heterónoma y prescriptiva, que desatiende los dilemas y la experiencia moral de muchos creyentes en nuestro tiempo.

Enrique Barros

 

 

23 de julio de 2014
Señor Director:

Temo que Enrique Barros elude una obvia conclusión en su nota de ayer. Si, como él sostiene, la doctrina católica está fundada en la virtud, y no en un código heterónomo y prescriptivo, entonces la Jerarquía ha incurrido en graves y reiterados errores al condenar la conducta homosexual, no admitir a los divorciados y prohibir del todo el uso de la píldora.

Carlos Peña

23 de julio de 2014
Señor Director:

Hace algunos meses, Gerhard Müller, editor de la Opera Omnia de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, nombrado por él prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe -cargo ratificado por el Papa Francisco, que lo hizo cardenal-, escribió que acaece a muchos cristianos, influidos por la mentalidad actual contraria a la indisolubilidad del matrimonio y a la apertura a la vida, que sus matrimonios están más expuestos a la invalidez que en el pasado. Dicho esto -y con referencia al tema de la comunión de los divorciados vueltos a casar-, agregó que «siendo todo el orden sacramental (la eucaristía, primordialmente) obra de la misericordia divina, no puede ser revocado invocando el mismo principio que lo sostiene».

A la dialéctica racionalista de la modernidad, que ve a Dios como un «Deus ex machina» -y a la ley, la norma o el mandato como una externalidad necesariamente sobrepuesta a la libertad-, le resulta muy difícil entender que ese Padre «lento a la ira y rico en misericordia» (Ps. 86 y 103) es también santidad y justicia, sin contradecir con ello la piedad.

El propio magisterio moderno de la Iglesia sobre la familia, caminando desde la normatividad necesariamente embrionaria de los tiempos de Pío XI y Pío XII hasta la inmensa doctrina -más allá de lo rigurosamente moral, rica en antropología teológica y hasta en literatura y arte- que nos legara el pontificado de San Juan Pablo II, es un luminoso ejemplo de lo anterior. No obstante, de ella también puede decirse, con G.K.Chesterton, que «el arte, como la moral, consiste en dibujar un límite en alguna parte».

Por lo dicho, no concuerdo con Carlos Peña, ni tampoco con mi amigo Enrique Barros.

Jaime Antúnez Aldunate

 

 

24 de julio

Señor Director:

He seguido, desde fuera, el interesante debate sobre moral sexual católica, y cómo no pocos participantes mencionan la «verdad» (y me imagino que se refieren a la verdad católica en asuntos de moral sexual), me pregunto si el cristianismo no es antes la religión del amor que de la verdad y, por lo mismo, me pregunto también si una Iglesia cristiana como la Católica no debería definirse antes por la caridad que por el dogma.

Sin perjuicio de lo anterior, ¿es que una iglesia juega su mejor y más propio partido en el terreno moral (que es distinto del religioso) y, más aun, en el de la moral sexual (el ámbito posiblemente menos relevante y más inestable de toda moral?)

Supuesto que no se compartiera mi apreciación de que el cristianismo es antes religión del amor que de la verdad, ¿depende la moral sexual católica propiamente de un dogma o de las cambiantes instrucciones que las autoridades de esa iglesia van dando a los fieles según el transcurso de los tiempos? Y si, como se afirma a menudo, la Iglesia no es la jerarquía, sino la totalidad de los fieles católicos, ¿no tiene acaso ninguna importancia lo que estos últimos piensan, sienten y practican en materia de moral sexual, o son ellos meros súbditos de una jerarquía que adopta acuerdos en nombre de la sana doctrina (que es siempre la propia, nunca la de los demás)?

La actual cabeza de la Iglesia Católica hizo hace poco una declaración que si hubiera sido formulada por un sacerdote común y corriente, habría desatado las iras del sector conservador. La idea era esta: si cada individuo cumpliera no con «la» moral, sino con lo que él cree que es bueno, el mundo mejoraría notablemente.

Con una idea como esa, al sacerdote lo habrían acusado de relativista.

Agustín Squella

 

25 de julio de 2014

Sr. Director

A veces pareciera que los buenos aires del Papa Francisco no hubiesen llegado del todo a nuestra Iglesia Católica en Chile. De hecho, lo demuestra la polémica suscitada en torno a la moral sexual.

Agradezco a mi estimado amigo Agustín Squella que ayude a «un sacerdote común y corriente» a entrar en lo que quisiera fuese un diálogo. A ello no ayuda habitualmente el carácter imperioso de cualquier argumento de autoridad que, con frecuencia, tiende a transformar la moral en dogma de fe.

Pienso que el cristianismo es una religión que procura hacer la verdad en la caridad (cf. Ef. 4, 15), es decir: hay siempre una verdad que construir (en el orden de la acción). Ella nos requiere a todos -no solo a los creyentes- como seres pensantes, críticos y de buena voluntad.

Jesús se define a sí mismo diciendo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Camino que hay que recorrer para llegar a la verdad más plena que no es un concepto, sino una persona. Para ello, hay que buscar: buscar el rostro de Jesús donde Él ha querido manifestarse y no quedarse en imágenes que tienden a permanecer como reducto de quienes han racionalizado la fe hasta sacarla de la historia.

Una fe que, en el presente, no se cuestiona, es una fe ideologizada, ha dicho el Papa Francisco. Mucho más una moral que prescinde del progreso de la ciencia y de los desafíos de la realidad histórica y cultural.

Percival Cowley V., ss.cc.

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