Se descartó la idea de una refundación del país, pero conviene reponerla al menos bajo el respecto espiritual.
Desecho un posible malentendido. No me refiero a una recristianización. Tampoco a una convergencia entre las religiones. Estas encausan la espiritualidad humana, pero no la agotan. La espiritualidad tiene también otros modos de expresarse.
¿De qué hablo? Entiendo lo espiritual como una capacidad de trascender. En la vida humana existen asuntos trascendentes e intrascendentes. La intrascendencia no puede ser despreciada. Amplias áreas de nuestra existencia se despliegan de un modo automático, divertido, irrelevante o sin mayores compromisos.
Trascender, en cambio, tiene que ver con mirar lejos y con conectarse interiormente. Las dos cosas: es un movimiento consistente en tomar distancia y en achicar la distancia. ¿Cuál es el objeto que observar? Todo, pero como si en este todo hubiera relaciones fundamentales sin las cuales la vida personal y colectiva se vendría guarda abajo. Trascender es ser capaz de crítica y de autocrítica. Es cargar con los demás cuando apenas se tienen fuerzas para cargar consigo mismo. Es también idear las vías de una convivencia con los otros, amigos o adversarios.
¿A qué voy? La pregunta por la refundación del país al más hondo nivel nos precede y tendría que seguir inquietándonos. Se trata de una pregunta incesante. Hoy observamos una performance democrática del país que no sabemos cómo terminará. Comenzó el 2018, seguirá el 2024. El caso es que, si en diciembre gana el Rechazo, la pregunta seguirá siendo la misma. Si gana el Apruebo, la pregunta tendría que continuar quitándonos el sueño.
El asunto de aquí al plebiscito de diciembre es interiorizarnos con lo que “nos” está pasando, no solo a “mí”, sobre todo a “nosotros”. No basta con tratar de saber “qué” está ocurriendo. Cualquier información que ayude a entenderlo puede servir. Es necesario tener conocimiento de lo temas y de lo que sucede. Lo decisivo, sin embargo, es vigilar, auscultar, sintonizar y contactarnos entre “nosotros” en lo que nos une o tendría que unirnos.
La empatía es indispensable en dos sentidos: ponerse en el lugar de los demás y compartir sus emociones, sean sus sufrimientos o alegrías. Trascender es salir de uno mismo y acoger a los demás. Es algo así como un músculo que, en su versión política, se ejercita organizando la vida en sociedad para que los bienes del país alcancen y sobren para todos/as.
Hoy esta empatía política exige elaborar una constitución que responda a los cambios culturales de las últimas décadas y ajuste el funcionamiento del sistema político. Pero si se trata realmente de trascender, habrá que volver otra vez a las causas que motivaron el estallido social. Una de estas son las injusticias sociales en materias de salud, educación, transporte y pensiones. Mucha gente ha estado airada con la provisión de estos bienes por las empresas privadas que lucran con ella, y con que el Estado les pague para que lo hagan. En estas materias se ha avanzado poco o nada.
Cuando hablo de trascender me refiero a hacernos cargo del país real. La tarea es espiritual en sentido estricto. Se trata de encargarnos unos de otros/as con espíritu fraterno, con voluntad de compartir, como si el país tuviera que pertenecernos efectivamente a todos/as.