Razonabilidad de la sexualidad atea

Aún celebramos las 38 preguntas que ha dirigido la Santa Sede al Pueblo de Dios. Obispos, sacerdotes, laicos y laicas nos hemos sentido tomados en cuenta en áreas clave de la vida de las personas y de la pastoral. La Iglesia ejercita el sensus fidelium. El Papa ha abierto a los católicos la posibilidad de decir, también en público, cómo entienden el Evangelio en el plano de la sexualidad (afectividad, matrimonios, familias).

 Algunas preguntas indagan acerca del conocimiento de la “ley natural”. La referencia me parece muy interesante, pues obliga a confrontar la razonabilidad de la ética cristiana con la razonabilidad de otros sistemas de pensamiento. Hay diversas maneras de entender la “ley natural”. Entre los estoicos hubo algunos, no todos, que estimaron que el incesto era conforme a esta ley. Lo que importa, en cualquier caso, es la necesidad de fundamentar con argumentos lo que se piensa acerca de las acciones humanas.

 Para Santo Tomás lo fundamental de la “ley natural” es una apelación a la conciencia y a la libertad. Por lo que, a propósito del tema que nos concierne hoy, cabe preguntarse algo así: “¿cómo los ateos hacen el bien y evitan el mal’?”; “¿cómo los ateos están viviendo con recta conciencia su sexualidad?”; “¿cuál es su razonabilidad?”. Entiendo aquí por “ateos” personas que no creen en Dios, pero que han de ser tan éticamente responsables como los creyentes. Pues, si Dios al modelar la “natura” humana ha dejado impresas en todos los seres humanos sus huellas digitales, siendo Dios amor, la humanidad, cristiana o no cristiana, se realiza amando. El “cómo amar”, puede variar para unos y otros. Pero la “obligación” de hacerlo, y rectamente, es tan inmutable como Dios mismo.

 Me parece importante que el documento de la Santa Sede aluda a la “ley natural”. Si Dios dice algo con valor universal, lo que vale para “unos”, consideradas las circunstancias, también vale para “otros”. Pues bien, si Dios dice algo a los ateos, los cristianos tendríamos que poner atención a cómo estos viven su sexualidad cuando lo hacen con honesta conciencia. Algo podríamos aprender de ellos. No podemos olvidar, por lo demás, que el Cristo resucitado, que ha asumido la “natura” humana y la ha llevado a su máxima expresión, a través de su Espíritu también actúa en ellos exigiéndoles discernir las vías de una mayor humanización, y en concreto en el plano de la sexualidad. La posibilidad de aprender “nosotros” de “ellos”, es una convicción del Vaticano II. 

 Pues bien, ¿hay en los ateos algo que valga la pena observar? Creo que sí. Advierto que en mi medio cultural algunas personas ateas verdaderamente creen discernir en conciencia cómo vivir su sexualidad. Estas personas, ilustrando su mente con los conocimientos que tienen a la mano, desean ser responsables en este ámbito de la vida. Les es decisivo ser serios. Nosotros cristianos podemos discutir si sus conclusiones son universalmente válidas, pero sería un despropósito descartarlas a priori.

 Me restrinjo aquí a algunos temas centrales para el documento de la Santa Sede:

 + Acerca de los padres y madres: Los ateos –digo, que procuran actuar con recta conciencia- consideran que se deben tener los hijos que se pueden educar (alimentar, vestir, enseñar y proteger). Por el contrario, consideran una irresponsabilidad echar numerosos niños al mundo, si los progenitores no tendrán posibilidades de cuidarlos. El abandono de los hijos es, según ellos, causa segura de su miseria. El control de natalidad mediante métodos artificiales les parece obvio. Constituye un medio para el ejercicio de su responsabilidad parental.

 + Acerca de los jóvenes: Sé de jóvenes ateos que se consideran a sí mismos responsables al demorar la elección de pareja, hasta no constarles que su relación amorosa sea suficientemente sólida como para levantar sobre ella un compromiso de por vida. En ellos el conocimiento en la pareja es clave, para lo cual la experimentación sexual previa al matrimonio no es algo negativo, sino positivo. Aún más, algo necesario. Puesto que la vida contemporánea se ha vuelto sumamente fluida, los compromisos definitivos son escasos y, en todo caso, vulnerables. Por supuesto que entre los jóvenes de nuestra generación hay procesos complejos, y a veces experimentaciones disparatadas, de ejercicio de la sexualidad. Pero aquellos que se toman la vida en serio no pierden el tiempo: para construir una relación afectiva duradera, deben ya, y deberán a lo largo de toda la vida, elucidar vías nuevas, y seguramente empeñosas de convivencia.

 + Acerca de embarazos: Hay un tipo de ateísmo de índole “estatal”, podríamos decir, que procura elevar las condiciones de vida de las personas y, para cuidarlas, sale al paso, por ejemplo, de los embarazos no-deseados, especialmente los de las adolescentes. Una niña que es madre antes de tener la madurez suficiente comienza la vida muy cuesta arriba. Probablemente habrá de interrumpir para siempre sus estudios, con lo cual, si es además pobre, acrecentará su hándicap social. Su hijo, por cierto, también sufrirá las consecuencias. De aquí que el Estado no confesional desarrolle programas de prevención, de educación y de cuidado de los sectores juveniles vulnerables. Para las oficinas estatales correspondientes, la contracepción artificial es una cautela básica.

 + Acerca de la homosexualidad: Hay ateos que han abogado por sacar a la luz pública el tema de la homosexualidad y de las uniones y matrimonios homosexuales. En términos generales, se estima un progreso en humanidad que las personas homosexuales puedan ser respetadas y se reconozca dignidad a sus opciones de vida, sobre todo si consisten en vínculos de amor estable. En este horizonte de pensamiento resulta inconcebible que se pida a los homosexuales abstinencia. Ellos piensan que no hay reconocimiento de la dignidad de su condición, si se les veta su ejercicio. Por el contrario, les parece que la dignidad de la homosexualidad no solo se juega en el respeto que merece, sino también en su ejercicio responsable.

 + Nuevos matrimonios y nuevas familias: Forma parte de la cultura ambiente, y no solo de los sectores ateos, la valoración de la posibilidad de reconstruir una vida matrimonial; y de recomponer una familia con los restos de la zozobras. La vida matrimonial se ha vuelto extremadamente difícil. Las separaciones y los divorcios son normalmente el gran fracaso; para muchos no habrá un sufrimiento mayor en sus vidas. Que alguien vuelva a entusiasmarse con establecer un vínculo de amor estable, se considera un triunfo modesto y loable. Muchas personas lamentan que, tras una colapso matrimonial, un hombre o una mujer deban sacar adelante a sus hijos solos, tanto económica como afectivamente. Por lo mismo celebran la reconstitución de nuevas familias con menos recursos, sin renunciar a las responsabilidades que arrastran, como el medio más ético y más feliz. Un nuevo matrimonio, una nueva familia, es, para muchos ateos un deber antes que un motivo de felicidad.

 ¿Podemos los católicos aprender algo de la razonabilidad de la sexualidad atea? Sí, creo que sí. Es más, las situaciones arriba descritas, el modo de abordar tales problemas es prácticamente el mismo del de muchos católicos. Las maneras de razonar, y sobre todo la práctica efectiva de muchos católicos que procuran regir sus vidas de acuerdo a su conciencia en materia de sexualidad, se asemeja extraordinariamente a las de los ateos más serios. Esto debiera hacernos pensar.

 Quede a la discusión si en las situaciones anteriores hay o no un discernimiento conforme a la “ley natural”. Los teólogos podrían objetarlo. Pero la Santa Sede, que espera que todos se rijan por ella -“nosotros” y “los otros”-, debe considerar estos modos de comprender el ejercicio de la sexualidad hoy. De lo contrario, la formulación de las 38 preguntas no será más que un recurso retórico nunca sabremos para qué. No puede serlo. No debiera. Pensemos mejor que a la Santa Sede le interesan las respuestas a las preguntas que hecho y que, por ende, merece un voto de confianza.

 

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