No es del todo claro, pero se vaticina el fracaso del segundo intento por aprobar un nuevo texto constitucional. Lo afirman los políticos, los expertos y las encuestas. Seguimos atascados.
Supongamos que en verdad tenemos un problema jurídico constitucional. Algo hay que hacer. Sería una irresponsabilidad dejar las cosas como están. Es imperioso cerrar este capítulo.
Propongo sacar ideas de las experiencias de la vida. ¿Cuáles?
En la vida hay problemas que no tienen solución. Son dificultades de diversa índole. Existen personas que nacieron sordas. Otras, que perdieron la vista. ¿Cuántos matrimonios han fracasado para siempre? La traición de un amigo difícilmente tiene reparación. “Pérdida total”, se dice de un auto destrozado en un accidente. El auto puede dar lo mismo, pero no para un taxista que no tenía con qué pagar un seguro, endeudado con la compra de su instrumento de trabajo y sin ilusión de conseguir otra pega. ¿Hay pérdidas totales? Sí, las hay.
En algunos casos, sin embargo, aunque la dificultad en sí misma sea insuperable, es posible encontrar un acomodo. Hemos visto avenencias entre esposos que facilitan la constitución de una relación con una tercera persona. Segundos matrimonios pueden ser muy buenos, sobre todo si las personas han aprendido del fracaso del primero. Existen prótesis para los mancos, audífonos para las personas sin audición, bastones para los ancianos, etc. No siempre se da con una buena solución. Pero tampoco es raro el caso en que, porque nos vimos forzados a hacerlo, ingeniamos una salida. El “alambrito” para reparar un vehículo es un buen ejemplo. La vida, como reza un cartel en una fuente de soda en Estación Central, “Es más maña que fuerza”.
Días atrás, debió ser el sábado, leí una columna de Jorge Correa Sutil que me resultó inspiradora. El constitucionalista, ante un fracaso inminente para el próximo diciembre, ofrece una batería de ideas que pueden ayudar a salir del atolladero. Correa ve necesario que el país zanje el tema pronto. Pues bien, entre la salida que plantea Correa y los ajustes que hacemos en la vida común y corriente, opera el mismo principio que nos puede indicar por dónde seguir.
Estamos en una tercera etapa. La primera es la de la Constitución del 80. La segunda, la de la Constitución del 80 enmendada por la clase política y sancionada simbólicamente por el ex Presidente Lagos. La tercera es esta que nos tiene empantanados, pero no impedidos de resolverla. Ya se ve que los plebiscitos no nos han ayudado a zafarnos. Entonces, el Parlamento tendría que recurrir a su propia experiencia y a la sabiduría de personas cuyas vidas parecen carrera de vallas. Todavía se puede mejorar la Constitución que tenemos y seguir adelante. Sería necesario realizar un acto colaborativo y enérgico para acordar enmiendas fundamentales, mínimas.
Debe recordarse que Senado significa consejo de ancianos. En la Antigüedad, también en nuestra época, la voz de la gente mayor tuvo, y puede tener, un peso decisivo. Es la hora de los sabios. Ojalá lo entiendan los jóvenes idealistas. De los puritanos de derechas y de izquierdas se puede esperar poco, pero este poco también servirá. No hallaremos una solución definitiva, pero con buena voluntad se puede inventar el acomodo.