Le pedí a un amigo ateo que nos tomáramos un café. Me interesaba preguntarle por la “moral sexual atea”. Le extrañó mi planteamiento. Pudo sonarle impertinente. Le expliqué en qué estamos los católicos. Le hablé del Sínodo convocado por el Papa sobre la familia y sexualidad. Ya que todo ser humano tiene algo que saber sobre su vivencia de la sexualidad, le hice ver que él, en principio, tenía una experiencia sobre la materia que podía ser importante que los cristianos conociéramos. Él nunca había oído hablar de la “ley natural” –concepto que, según compruebo, se ha vuelto muy problemático -, pero para ambos resulta clave “hacer el bien y evitar el mal” (Santo Tomás), lo cual puede significar cosas muy diferentes en distintos contextos históricos y culturales. Él, por su parte, entendió que para mí era importante saber lo que pensaba.
Partimos por lo que para mi amigo era lo principal. “La clave” –me dijo sin querer generalizar, pues no era su intención hablar por todos los ateos- “es ser responsable”. Pero eso se aplica a todas las relaciones humanas, le objeté. Trató de ser más preciso: “Me refiero a que en el plano de la sexualidad la responsabilidad con los demás, en cuanto obligación moral, es decisiva. El amor debe ser siempre lo principal. Amar desinteresadamente, de un modo estable y queriendo que tal amor crezca y dure para siempre, aun cuando la ‘sensación’ del amor pase o se atenúe por períodos”. Le hice ver que los cristianos suscribimos este modo de pensar con todas sus letras. Añadí que creo Dios no actúa en los ateos menos que en los cristianos. Le gustó que se lo dijera. Siempre se había sentido despreciado por los católicos por no tener fe.
Donde descubrí que surgían las diferencias fue en el “área chica”, como se dice. Cuando tratamos algunos temas en particular, ya no fue tan fácil que entendiera el planteamiento moral sexual de la Iglesia. Me di cuenta que mi amigo tenía un concepto más dinámico y elástico de la sexualidad, como si para él la biografía de las personas fuera tremendamente importante. Es decir, que, según mi amigo, en este campo las cosas no son “blanco o negro” sino que deben existir normas, orientaciones, recomendaciones y consejos, todo un conjunto de ayudas que las personas tendrían que asimilar para vivir responsablemente sus relaciones de amor con los demás, en el entendido que tales ayudas deberían variar con los cambios de épocas. Le dije que esto a algunos católicos les sonaba a “relativismo”, a “acomodación” a la masa. Me retrucó que no veía otra manera de ser responsable con los demás que ajustándose a las circunstancias, como si estas determinaran el modo de relacionarse y de encargarse de las personas de un modo duradero.
Avanzamos en la conversación hacia temas como la familia, las relaciones prematrimoniales, la homosexualidad, el aborto, el sexo entre viejos, etc. En algunas cosas estuvimos de acuerdo y en otras no. Creo haber aprendido de mi amigo. Y sospecho que también él de mí.
En todo caso, me ha dejado pensativo su planteamiento general sobre moral sexual. No veo, en principio, que la moral católica tenga que ser ahistórica y descontextualizada. La responsabilidad con el prójimo, me parece, tendría que exigir progresos doctrinales en algunos temas.