Los pobres tienen algo que darnos

Por más que lo hemos intentado no hemos podido superar la pobreza. Se nos ha dado, sin embargo, otra oportunidad: no hemos vencido la miseria, pero tenemos a los pobres. Aunque todavía haya que dar a los pobres, falta sobre todo recibir de ellos. Si nuestro sueño patriótico fuera hacer de Chile un gran mall, si se tratara de que las demás naciones nos reconocieran como nuevos ricos, recibir de los pobres sería una idea absurda. Pero si los pobres tienen algo que dar, ¿por qué va a ser absurdo acogerlo?

Si nos atreviéramos a encontrarnos cara a cara con un pobre, descubriríamos que su peor desgracia no es carecer de una casa, de una alimentación adecuada, sino el trato que le damos. Pobre es una persona humillada por los demás, un individuo que debe agachar la mirada ante los otros, alguien a quien se le puede faltar el respeto o reírse de su manera de hablar, de vestir, pues nadie saldrá a defenderlo. Si en Chile no se humillara al pobre no habría tanta pobreza. El desprecio del pobre despeja el camino para luego aprovecharse de su trabajo. Pero él también es desgraciado cuando le ayudamos interesadamente. La caridad, siempre necesaria, se corrompe cuando se la practica para ganar prestigio con un voluntariado de moda, para conseguir votos, para vender un producto o para cumplir con una obligación religiosa. En pocas palabras, cuando hacemos del pobre un «medio» para otros «fines». La mendicidad es nociva porque, aun en el caso que se nutra de una caridad desinteresada, fija a los pobres en el rol de infelices. La mendicidad perpetúa al agraciado como desgraciado.

En cambio, si recibiéramos al pobre, en vez de clasificarlo, usarlo y protegernos de él, el mismo pobre nos sanaría, enseñándonos de paso un modo más humano de relacionarnos unos con otros. Habría que dejar que el pobre se nos meta en el corazón, que nos desordene las ideas, que su dolor nos toque. Compartiendo su desgracia llegaríamos a entender que nadie puede ser humillado, que la dignidad del ser humano no depende del consumo, de la raza o de la clase social. El pobre puede dignificarnos porque no tiene nada que darnos más que su persona. Así, dándose a sí mismo nos enseña que cualquier persona es un «fin», jamás un «medio».

Definitivamente la superación de la miseria no depende del crecimiento o de la distribución de los ingresos. Mientras haya quienes usen a los demás para hacerse más ricos o para ganarse el cielo, seguirá habiendo pobres. La inhumana pobreza sólo se revertirá cuando nos demos gratis a los demás y recibamos a los otros como los pobres suelen hacerlo, generosamente.

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