La vida tras la pandemia

La palabra “tras” significa después de, más allá de, una superación de lo que hubo antes, un salto. Ella favorece varias combinaciones. Un de estas es tras-cender. Otra, trans-mitir. Hagamos jugar ambas palabras. El juego consiste en responder esta pregunta: ¿habrá algo “trascendente” después de la pandemia que merezca ser “transmitido” a las siguientes generaciones? ¿Algo importante que haya de ser aprendido para luego ser enseñado?

Supuesto que llegará el momento en que nos sacaremos las mascarillas, ¿diciembre o julio?, proyectemos un balance. A unos bastará celebrar la vuelta a la normalidad. Otros, en cambio, habrán podido caer en la cuenta que somos seres sociales, que ha sido importante recuperar el sentido colectivo de la vida, que es necesario obedecer a las autoridades, que la política debe velar por el bien común y el Estado proteger y promover a los ciudadanos. Pienso que todo esto será verdaderamente relevante porque significará enmendar el rumbo equivocado del individualismo y del neoliberalismo.

Un “tras la pandemia” puede significar cosas opuestas. Bajo un respecto, será volver a lo antiguo. Bajo otro, descubrir lo nuevo, inventarlo. Para descubrir algo, eso sí, se tendrá que hacer una experiencia nada de fácil. Se ha de ir al fondo y encontrar en sí mismo la manera de sobreponerse a esta tragedia. El asunto no consistirá en que la pandemia “pase”, sino que “nos pase”. Es decir que nos duela en el estómago, que nos haga dejar ordenaditos los papeles de la herencia que dejaremos a la familia y pensar en cómo nos gustaría que fuera nuestro funeral. La pandemia, en fin, esta posibilidad cierta de la muerte propia o cercana, obliga a revisar el sentido de la vida.

¿Es la vida trascendente? ¿Qué es trascendente de la vida? Si alguien dice que ni esto ni aquello le importa porque, por ejemplo, perdió gente muy querida o volvió a la miseria, porque no le parezca ya que algo valga más la pena, esa persona merece máximo respeto. Sería una brutalidad imponerle una determinada razón para vivir. Pero otras personas, en la actual catástrofe, habrán podido apostar a algo que la muerte no puede devorar o, dicho en términos menos rotundos, apostar a que hay ideas, costumbres, recuerdos, mártires, figuras o menospreciados sin merecerlo, que guían para siempre. El caso es que este par de años de tormentos varios, pueden ser ocasión para ellas y nosotros de revisar qué necesitamos, y que no, qué ajustes hacer y por qué, para dar una orientación definitiva, decisiva, a tantos esfuerzos.

Conjuguemos lo trascendente con su transmisión. ¿Qué ha de ser transmitido como trascendente tras la pandemia? ¿Qué ayuda a encarar las dificultades que se nos imponen que merezca ser recordado y educado? Mi opinión es que el día de mañana nos moriremos igual, pero habrá tenido un valor eterno haber creado juntos un mundo más amigo, uno en que la vida haya llegado a ser mejor porque se ha tratado de salvar vidas, vidas de todo tipo, como si cada una de estas valiera más de lo que parece.

Por lo mismo, creo que los padres darán un mal ejemplo si hacen pucheros por el virus, si a cada rato miran el calendario o se alistan para abuchear al gobierno su próximo yerro. Estos comportamientos son intrascendentes. Son comprensibles, pero no educan. Nacemos llorando, el asunto es morir sonriendo o al menos serenos, con dignidad, sin desmoronarse. Así sí que se enseña.

No sabemos qué pasará tras la pandemia. ¿La dejaremos atrás? Supongámoslo. El asunto de veras novedoso es qué tipo de triunfo hagamos sobre ella. La vacuna acabará con el covid 19, pero no con la insolidaridad de los seres humanos. Las ollas comunes, sí lo harán. El amor con que el personal médico ha puesto en curar a los enfermos, también lo hará. La atención de los padres, madres, apoderados y maestros para enseñar a los niños que la humanidad tiene un valor imperecedero, lo mismo. Estos son los aprendizajes colectivos que el país tendría que somatizar a modo de enseñanzas que más nos mejorarán.

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