La paternidad responsable y Humanae vitae: la novedad del Sínodo

63. Según el orden de la creación, el amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida, se ordenan uno al otro (Cf. Gen 1, 27-28). De este modo, el Creador ha hecho partícipes al hombre y a la mujer en la obra de su creación y contemporáneamente los ha hecho instrumentos de su amor, confiando a su responsabilidad el futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana. Los cónyuges se abrirán a la vida formándose “un recto juicio: teniendo cuenta sea el propio bien personal como el de los hijos, tanto de aquellos nacidos como de aquellos que se prevé que nacerán; valorando las condiciones, sea materiales como espirituales de su época y de su estado de vida; y, en fin, teniendo cuenta del bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la iglesia misma” (GS, 50; cf. VS 54-66). Conforme al carácter personal y humanamente completo del amor conyugal, el justo camino para la planificación familiar es aquel de un dialogo consensuado entre los esposos, del respeto de los tiempos y de la consideración de la dignidad del partner. En este sentido, la encíclica Humanae Vitae (cf. 10-14) y la exhortación apostólica Familiaris Consortio (cf. 14; 28-35) deben ser redescubiertas con el fin de reavivar la disponibilidad a procrear en contraste con una mentalidad frecuentemente hostil a la vida. Es conveniente exhortar repetidamente a las jóvenes parejas a dar la vida. De este modo, puede crecer la apertura a la vida en la familia, en la iglesia y en la sociedad. A través de sus numerosas instituciones para niños, la Iglesia puede contribuir a crear una sociedad, pero también una comunidad de fe, que estén más a la medida del niño. El coraje de transmitir la vida se refuerza notablemente allí donde se crea una atmosfera adaptada a los pequeños, en la cual se ofrece ayuda y acompañamiento en la obra de educación de la prole (cooperación entre parroquias, padres y familias).

La elección responsable de la paternidad presupone la formación de la conciencia, que es “el núcleo más secreto y sagrario del hombre, donde él está solo con Dios, cuya voz resuena en la intimidad” (GS, 16). Cuanto más los esposos buscan escuchar en su conciencia a Dios y sus mandamientos (cf. Rm 2, 15), y se dejan acompañar espiritualmente, tanto más su decisión será íntimamente libre de un arbitrio subjetivo y del acomodamiento a los modos de comportarse en su ambiente. Por amor de esta dignidad de la conciencia, la Iglesia rechaza con todas sus fuerzas las intervenciones coercitivas del Estado a favor de la contracepción, la esterilización o aún más, el aborto. El recurso a los métodos fundados en “ritmos naturales de fecundidad” (HV, 11) tendrá que ser promovido. Se ha de hacer ver que “estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, animan la ternura entre ellos y favorecen la educación de una autentica libertad” (CCC, 2370). Ha de tenerse siempre a la vista que los hijos son un maravilloso don de Dios, una gloria para los padres y para la iglesia. A través de ellos, el Señor renueva el mundo.

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