La educación católica desafiada

La educación católica tiene la obligación de revisar sus propósitos y los medios para conseguirlos. No puede ser que en medio de cuestionamientos tan profundos a la educación chilena, ella se exima de replantearse su necesidad. ¿En qué colegios se vive el Evangelio y se da testimonio del amor cristiano? Esta es la pregunta que  los colegios católicos debieran hacerse hoy.

 A mi entender resulta básico considerar:

* Que la exclusión/inclusión es el signo de los tiempos sociológico que predomina por doquier (Profesor UC: Patricio Miranda).

* Que la Conferencia de Aparecida identifica a los pobres con los “excluidos”, es decir, los sobrantes y los desechables  (DA 65), lo cual constituiría, sub contrario, uno de los signos de los tiempos teológicos que merece ser atendido con prioridad.

* Que la sociedad chilena es clasista; al punto que mundos sociales desiguales prácticamente no se encuentran, no interaccionan y suelen menospreciarse; lo cual conspira a la paz y a la comunión cívica.

* Que los reclamos de las nuevas generaciones en favor de educación gratuita, de calidad e integradora, obligan a los colegios católicos  a revisar si su oferta educacional se ajusta a este anhelo de justicia o simplemente reproduce el tipo de organización de la educación que se deplora.

* Que no convence el argumento de educar a pobres y a ricos separadamente; tampoco convence  que haya que educar a las elites para que ellas hagan del país una nación más justa: la elite tiene la primera responsabilidad en haber acostumbrado al país a la injusticia. La exclusión, cuando se practica, se aprende y se enseña.

* Que la competencia del mercado educacional ha obligado a los colegios a elevar los estándares de calidad, en perjucio de su capacidad para incluir a los excluidos. Los «mejores» colegios han pasado a ser aquellos que seleccionan a sus alumnos de acuerdo a las posibilidades de pago de los padres.

* Que  el Estado sí anuncia el Evangelio cuando recibe a cualquier niño, a los «peores» alumnos: los más pobres, los enfermos, los «malandras», los fleites, los hijos de papás separados o de madres solas, etc. También la Iglesia recibe a estos alumnos. El 26% de los colegios católicos son gratuitos. Pero, ¿basta esto para quedarnos tranquilos? No creo.

En vista de estas consideraciones, propongo que los colegios católicos revisen a fondo sus criterios de SELECCIÓN de alumnos y adopten la INTEGRACIÓN económica, social y cultural, como el objetivo principal para hacer de Chile un país cristiano.

Hubo un film llamado Machuca. El colegio Saint George de los años setenta, debiera indicar el norte de la educación católica. La integración que intentó fue extrema. Los curas del Saint George hicieron de un colegio una «parábola». Exageraron, como lo hacía Jesús. Tarde o temprano ese experimento fracasaría. Pero dieron una señal clara en la dirección correcta: el Evangelio. Integraciones pueden darse a grados distintos. ¡No hay excusas!

 

 

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