Recuerdo esa película sobre Neruda en Capri. ¿El cartero se llamaba? Neruda le explicaba al cartero lo que es una metáfora. Metáforas se necesitan ahora.
¿Y los poetas dónde están?
El futuro del país, para que este país tenga futuro, debe indagar en una esperanza compartida. ¿Es posible pergeñarla? Hay que encontrarla, porque la esperanza nos es dada. Hay que inventarla, porque, a diferencia del optimismo, es trabajosa. Se consigue con esfuerzo y apaleos.
Está claro que en Chile predomina la incertidumbre. No sabemos qué pasará porque no sabemos qué está pasando. ¿Se ve alguna luz al final del túnel? Mala imagen. El tren avanza por rieles que le dirigen automáticamente a la salida. Lo que tendría que importarnos no es una salida, sino la creación de algo nuevo. La incertidumbre se vence con la imaginación.
Tal vez nunca hemos tenido una esperanza común. “Son campanas de palo, las razones de los pobres” (José Hernández, Martín Fierro). Sin duda, el 18-O hizo explotar un proyecto de país que por más de cien años –y no solo desde el imperio del capitalismo– ignoraba o ponía el pie encima a los sueños de liberación de oprimidos por variadas causas. Ha habido muchas esperanzas acalladas. Es insuficiente, por esto, ir a buscar en la tradición el alma del país cuando “nunca hemos tenido un alma” (Vicente Huidobro, Balance patriótico). La pacificación de La Araucanía fue atroz. La partición de las comunidades legalizada por el general Pinochet a instancias de la oligarquía, por la misma oligarquía que en el siglo XIX despojó a los mapuche de sus tierras, ha podido ser una estocada mortal –¡ah!, dirán, pero si los mapuche votaron Rechazo; ¿es que no han podido ellas(os) velar por el interés general del país y no por su causa particular?–.
La nostalgia no sirve porque no hay una esperanza unitaria que avivar. Cabe, sí, mirar hacia adelante y crear algo que verdaderamente aúne a chilenos y pueblos originarios, clases altas y bajas, oligarcas y demócratas, nacionales e inmigrantes (que si Chile tiene algo en común, lo conseguirá pariendo nuevas generaciones de mestizos). La elaboración de una Constitución debiera crear las condiciones para imaginar un país integrador. Una Constitución es un medio. Es un fin, cuando todos sin exclusión contribuyen a su elaboración y en esto estamos, por esto nos cuesta tanto. Demora que los legítimos motivos particulares sean tomados en serio y que ninguno en especial prevalezca sobre los demás.
El futuro es cuestión de esperanza. Pero la esperanza, aunque se expresa en conceptos, no cabe en estos del todo. Se dice mejor en poemas. En otras palabras, se bosqueja con lápices a mina. Nunca con lapiceras a pasta. La esperanza está ya “acá”, se anticipa con acciones congruentes con aquello que promete, pero solo más “allá” se realizará de una vez por todas. Entre las dificultades de la vida o de la historia, aparece y desaparece.
Es la hora de la metáfora. ¿Y los poetas dónde están? Un país de poetisas y poetas tendría que inventar nuevas comparaciones. No una metáfora, varias. Que nadie imponga la suya. Varias. Las de los poetas de salón y las de la autoedición. Los poemas de cuneta también valen, y más.