Algo más se puede decir de la película “Una mujer fantástica”. El cine ayuda a redescubrir nuestra humanidad.
En el cristianismo –como no ocurre en los otros credos- existe la teoficción. Los cristianos creen que la historia tendrá un cumplimiento feliz en la medida que amen con el amor con que Dios los ama. Imaginar este destino les es posible, pero además necesario. Plantearse nuevas realizaciones humanas no es para ellos un divertimento, sino una obligación. La dignidad humana implícita en el Cristo crucificado es inagotable, siempre será posible liberar más víctimas, liberar su capacidad de perdonarnos y recrearnos.
Vamos al grano. Recurramos a la ficción.
¿Ha sido posible que un sirio del primer milenio intentara lo mismo que intentó Jesús? Un tal sirio perfectamente pudo pedir a un grupo de discípulos que confiaran en la Providencia divina que cuida de las aves del cielo y de las flores del campo. ¿Pudo una mujer de esa época hacer las mismas cosas que Jesús? Una mujer de entonces ha podido, por qué no, subir a la montaña y proclamar a los pobres que el Reino de Dios les pertenece. Pero habría sido raro. En ese tiempo las mujeres pertenecían a los varones, como los animales y las chacras. ¿Puede un gato amar como lo hizo “el hijo del hombre”? No, imposible. Por mucho que nos queramos con nuestras mascotas es imposible que ellas den y reciban amor al modo como lo necesita un ser humano darlo y recibirlo: con libertad e incondicionalidad, con un lenguaje, una corporalidad y un simbolismo que solo un corazón humano puede comprender.
Los cambios culturales plantean dos preguntas. Las comparto: ¿pudo una persona transexual amar con la misma entrega total con que lo hizo Jesús? Dificulto que haya alguien que pueda llegar tan lejos como Jesús. Pero, en línea de máxima, pienso que todos los seres humanos por parejo, incluidos por cierto las personas transexuales, debieran tratar de hacerlo. Es más, seguramente una persona transexual habría tenido mayor sensibilidad que yo, por ejemplo, para captar los infinitos matices de la realidad que, por lo menos a mí, se me escurren a cada rato. Una persona nacida varón con identidad sexual femenina ha podido, ciertamente, acoger a los enfermos, mirarlos con benevolencia, curar sus heridas. Lo mismo una persona nacida mujer con orientación sexual masculina. Me imagino a un transexual prestando oídos a los ninguneados. Una persona así ha podido también sacar a patadas a los mercaderes del Templo. Una persona transexual es, sin duda, capaz de dar y recibir cariño, al igual que otros que no carecen de nada para llegar a ser profundamente humanos. ¿Pudo Jesús elegir entre sus discípulos a una persona transexual? ¿Por qué no? Los criterios que Jesús tuvo para escoger a su gente son bien difíciles de entender. Pueden parecer disparatados. Lo más característico suyo, en todo caso, fue nunca excluir a nadie.
La otra pregunta es: ¿pudo Jesús ser un transexual? No lo fue. No nos enredemos. Fue un varón. Varón y célibe. El amor extremo pide a veces celibato. Pero, ¿pudo el Hijo de Dios encarnarse en un transexual y, en esta condición, convertirse en el centro de la fe cristiana? A mí parecer, el Hijo de Dios sí pudo encarnarse en una mujer porque la identidad sexual no impide comunicarse y amar humanamente, y esto es lo fundamental en la encarnación. Una mujer como María, pensamos los cristianos, no solo aquilató lo mejor de Dios sino que capacitó a Jesús para ser tan humano como solo Dios puede serlo. Y bien, por último: ¿se dan en una persona transexual las mismas condiciones de humanidad como para que Dios, con ella, ame a su creación y a su prójimo cómo Jesús llegó a amarlos?
El film “Una mujer fantástica” obliga a darle otra vuelta al misterio de Cristo. Por de pronto un cristiano tendría que poder hacerse estas preguntas sin miedo. Tendría que, aún más, abrirse a la posibilidad de que el arte le revele al Dios que nos sale al encuentro en los crucificados de hoy, ampliando su corazón y sus criterios. Esta película es “divina”. La prueba de su divinidad es su máxima humanidad. De Cristo no tenemos ningún otro tipo de prueba de ser Dios más que la de su extraordinaria humanidad (concilios de Calcedonia, Constantinopla II y III). Otras comprobaciones suelen ser heréticas y, por esto, nocivas.
En nuestra época, quien quiera asomarse al misterio del ser humano habrá de poner la atención en los crucificados de nuestra época. Estos, más que otros, facilitan el acceso al Cristo resucitado que tendrá compasión de nosotros y nos liberará de nuestros prejuicios.