Tarea espiritual de un país pendiente

 

Un déficit de Chile es espiritual. ¿El más importante?

La falta de reconocimiento e integración con el pueblo mapuche es una prueba. Se habla del “problema mapuche”. Este modo de ver las cosas revela exactamente la causa de la dificultad. Lo mapuche para los chilenos es “lo otro”. Un otro difícil, alguien que no deja tranquilos, que algunas veces impide el desarrollo y que siempre conviene pacificarlo. Pero el verdadero problema debiera llamarse el “problema chileno”. Y su solución, que un día todos los chilenos lleguen a sentirse orgullosos de “ser” mapuche.

La dificultad es espiritual, no encuentro mejor nombre. Mientras no se reconozca que el mapuche tiene espíritu, que tiene un mundo interior y derechos propios de personas, Chile estará pendiente. Los reconocimientos en nuestro país son una tarea a medio hacer. Comenzó hace casi 500 años. Ercilla se enamoró de los mapuche. Descubrió en ellos una dignidad admirada por generaciones.

Pero este incipiente comienzo ha tenido un pésimo itinerario. La codicia de los conquistadores no fue mayor que la de la oligarquía chilena del siglo XIX que desconoció al carácter de pueblo a los mapuche. La Corona se había sido obligada a reconocérselo. La República los despojó de su territorio. La ambición cortó el camino a una amistad. Con una violación, difícilmente pudo regularizarse un matrimonio.

Chile es un país enfermo a causa de este pecado. Insisto: el problema es espiritual. Los chilenos han debido avergonzarse del maltrato centenario del pueblo mapuche. En vez de hacerlo, le han endosado la culpa. Inocularon en los mapuche la vergüenza de su cultura, de su lengua, de su raza y de su pobreza. Ha sido una crueldad inaudita. Necesitaban hacerlo para hacer patria en patria ajena con buena conciencia. Los culparon –como suele hacérselo- para defenderse o aprovecharse de ellos. Todo al revés. ¿No han debido ser los chilenos los avergonzados? Los despreciaron como indios, pero no han podido apagar su fogata.

¿Cómo proseguir? Una vez más la pista es el amor. No estamos en cero. Invóquese el amor de tantas nanas mapuche que han criado con cuidado niños chilenos. Recuérdese a personas mapuche que han amasado a los chilenos el “pan nuestro de cada día”. También ha habido avances en el “amor político”, porque los poetas y los intelectuales mapuche hace rato han obligado a revisar la historia. El Estado, por su parte, ha creado becas escolares para niños mapuche, ha iniciado acciones para devolver a los mapuche sus tierras y ha incentivado el aprendizaje del mapuzugun (lengua preciosa, según los entendidos).

La pista es un amor serio. En este caso se requiere una conversión personal y también política. Conversión política, porque la justicia y la reparación son condiciones y expresiones de un amor auténtico. Los temas pendientes son bastante conocidos. Los compromisos sin cumplir, también. No ha faltado buena voluntad, pero sí verdaderos pasos adelante.

Sobre todas las cosas, el país requiere adentrarse en el alma mapuche. Los chilenos han de asomarse a su cosmología y habitarla. En ella se da la posibilidad de armonizar con la tierra y el medio ambiente, de gozar y de sufrir con el mundo al que se pertenece. En el corazón mapuche hemos podido ver independencia, altanería de la buena, mucha inteligencia, porfía, arrojo, amor por la palabra y la conversación. Hay en él un perdón ofrecido a cualquiera que lo pida.

Valga el caso del pueblo mapuche para recordar que en Chile la valoración entre las diversas tradiciones religiosas, culturales, humanistas y raciales está pendiente. Si el chileno algún día llega a afirmar con orgullo “soy mapuche”, en ese mismo momento habrá sido capacitado para decir, con honor y alegría, “soy aimara”, “soy pascuense”, “soy evangélico”, “soy judío”, “soy haitiano” y “soy ateo”, porque los mapuche me han liberado de mi culpa, de mi miedo a los diferentes y de mi codicia. Antes de esto, estaremos en camino, el mejor de los caminos.

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