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El legado de Francisco en Chile. Publicado en www.settimananews.it

La visita de Francisco a Chile comenzó como una bocanada de aire fresco. Hasta ahora la Iglesia chilena ha encontrado poca inspiración de parte de sus obispos. Por el contrario, ella se ha convertido en una especie de Boston, Irlanda o Australia en América Latina. Los abusos sexuales del clero y su encubrimiento, han estremecido al país y, en particular, a los católicos. Los jóvenes han llegado a asociar indisolublemente la palabra “pedófilos” con los sacerdotes.

La visita del Papa con sus gestos y palabra sencillas, con su conexión honda con la realidad de las personas, con su acercamiento a los más pobres (mujeres encarceladas, mapuches y “descartados”), ha confirmado la convicción más profunda de la Iglesia latinoamericana. Esta es, que la Iglesia opta por los pobres porque Dios opta por ellos.

En la zona indígena mapuche, altamente conflictiva, hizo un llamado a la unidad del país. Por lo mismo, denunció los brotes de violencia que, hasta el momento, se han expresado en quemas de camiones, iglesias y algunos crímenes. Afirmó: “La unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin. Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y reconciliación terminan amenazándolos”. Fue novedoso en condenar un tipo de violencia de la que se habla poco, pero que es la que está a la base del conflicto:

“En primer lugar, debemos estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero que al no volverse concretos terminan «borrando con el codo, lo escrito con la mano». Esto también es violencia, ¿y por qué? porque frustra la esperanza”.

Y, por supuesto, también condenó la violencia rebelde mencionada arriba.

A los migrantes –haitianos, colombianos, peruanos, venezolanos-, los animó tal como lo ha hecho en tantas otras partes:

“Estemos atentos a las nuevas formas de explotación que exponen a tantos hermanos a perder la alegría de la fiesta. Estemos atentos frente a la precarización del trabajo que destruye vidas y hogares. Estemos atentos a los que se aprovechan de la irregularidad de muchos inmigrantes porque no conocen el idioma o no tienen los papeles en «regla»”.

Ha salido al encuentro de los jóvenes con el lenguaje adecuado para darse a entender y para convocarlos a un compromiso cristiano. A ellos los llamó a hacerse cargo de su país. Los desafió a interpelar a la Iglesia. De un modo muy simpático les dio una receta para conectarse con Cristo. Les dio una contraseña que ellos debían instalar en sus teléfonos: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”. Esta fue una de las apelaciones más comunes de San Alberto Hurtado (+ 1952) a las personas de su generación, planteamiento que habrían de hacerse los cristianos en las circunstancias más diversas de sus vidas.

Por los lugares que pasó, reclamó a los católicos escuchar, mirar y pasar a la acción. Ha sido especialmente duro con el clericalismo.

“La falta de conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que decimos. «El clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cf. Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados”.

A propósito de este problema, refiriéndose a los obispos, le hizo poner atención al tipo de formación que reciben los seminaristas:

“Los sacerdotes del mañana deben formarse mirando al mañana: su ministerio se desarrollará en un mundo secularizado y, por lo tanto, nos exige a nosotros pastores discernir cómo prepararlos para desarrollar su misión en este escenario concreto y no en nuestros «mundos o estados ideales». Una misión que se da en unidad fraternal con todo el Pueblo de Dios. Codo a codo, impulsando y estimulando al laicado en un clima de discernimiento y sinodalidad, dos características esenciales en el sacerdote del mañana. No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie”.

A los religiosos y religiosas el Papa les dirigió una palabras de ánimo. La situación de la vida religiosa en Chile es muy preocupante. Las congregaciones religiosas femeninas prácticamente no tienen vocaciones. Las congregaciones de varones, por su parte, además de ver reducidos sus números, cargan con la sospecha de una homosexualidad mal asumida. Para todos los religiosos, el Papa tuvo palabras de ánimo:

“El reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites, lejos de alejarnos de nuestro Señor nos permite volver a Jesús sabiendo que «Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece… Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual»[8]. Qué bien nos hace a todos dejar que Jesús nos renueve el corazón”.

A los jesuitas les recordó la importancia del Concilio Vaticano II y la necesidad que tiene la Iglesia de aprender a discernir. Como los grandes concilios, el Vaticano II recién comienza a ser recibido, les dijo. Por otra parte, pidió que le ayuden a la Iglesia a aprender el arte de discernir.

Sus discursos y homilías, breves y profundos, merecerán una relectura y una meditación detenidas. Todavía es temprano para evaluarlos en toda su riqueza. Esto no obstante, la visita ha sido empañada por el tema “Barros”. Mons. Barros, nombrado, mantenido y reconfirmado como obispo de Osorno por Francisco en esta visita, captó la atención de los medios de comunicación más allá de lo esperado. Este obispo, al igual que los obispos Valenzuela (en Talca) y Kolkjatic (en Linares), formó parte del núcleo duro de la fraternidad de Fernando Karadima, sacerdote y guía espiritual de un grupo de seminaristas y sacerdotes de clase alta y conservadora, de los cuales abusó psicológica y sexualmente. Un grupo importante de laicos de Osorno se ha opuesto a su nombramiento desde el comienzo. Muchos otros católicos chilenos se han sumado a esta oposición. Para estos fue especialmente irritante que Barros, aun pudiendo ubicarse en un lugar discreto, asistiera a todas las actividades que pudo, exponiéndose a las preguntas de la prensa. ¿Pudo desempeñarse de esta forma sin la venia del Papa? El caso es que al irse Francisco de Chile deja una sensación de frustración enorme en muchos católicos chilenos

Esta situación ensancha el foso que existe en el Pueblo de Dios entre la jerarquía eclesiástica y el resto de los fieles. Entre ambos existe una incomunicación que la visita del Papa difícilmente habría podido superar. Dificulto que la sensación de orfandad y de distanciamiento entre los católicos chilenos y las autoridades de su Iglesia pueda subsanarse dentro de poco.

Es así que las primeras palabras de Francisco en Chile, “dolor y vergüenza” por las conductas de ministros de la Iglesia, el encuentro con algunas víctimas de los abusos del clero y de religiosos, con las cuales el Papa ha empatizado con el pueblo chileno, no sanarán la herida. Al mantener al obispo en su cargo, Francisco deja sin resolver un problema grave dentro de la Iglesia chilena y también dentro de la conferencia episcopal.

El futuro del catolicismo “a la chilena” es una albur.

No estamos solos

La despedida del Papa en Chile, a muchos católicos, nos ha dejado helados. No sin algún fundamento podemos pensar que sus últimas palabras de defensa del obispo Barros han sido calculadas. El viaje ha sido programado en todos sus detalles. Francisco ha procurado no fallar un solo tiro.

Por cierto, sus discursos y homilías han sido magníficos. ¡Qué diferencia con el lenguaje eclesiástico modoso e intrascendente! Francisco ha ido al hueso. Se focalizó en los pobres. Tocó los temas difíciles, dijo cosas nuevas. Nos abrió el corazón. Lloró con las víctimas de los abusos sexuales de los ministros de la Iglesia por los cuales reconoció sentir “dolor y vergüenza”. Sin embargo, a muchos su visita nos ha dejado un sabor muy amargo.

Lo digo yo –se me perdone que hable de mí – que he escrito dos libros sobre el Papa, ayudando a la renovación de la Iglesia que él ha impulsado. No puedo juzgar intenciones. Me falta además mucha información como para formarme un juicio cabal de lo que sucede en el episcopado chileno. (Pero puedo imaginar que en la conferencia el desconcierto pueda ser mayor que el mío). Con los datos que tengo, especialmente después de conocer la carta del mismo Papa al Comité permanente sobre la intención de sacar de sus cargos a los tres obispos de Karadima (2015), concluyo que no entiendo nada.

Otros tan o más perplejos que yo me piden mi opinión. ¿Qué puedo decir? La perplejidad es parte de la vida. Ante ella no hay que desesperar. Las aguas están muy revueltas para ver con claridad y, más aún, para tomar decisiones. Es más, está tan agitado el mar que es casi seguro que nos equivocaremos si actuamos con prisa.

A quienes me preguntan les respondo como lo hago conmigo mismo. Tal vez esta tremenda frustración sea el principio de un futuro nuevo para la iglesia chilena. Se me cruza por la mente la idea de una Iglesia que espera menos del clero y muchos más de los bautizados y las bautizadas. Una de las taras del clericalismo que el mismo Francisco combate es su falta total de imaginación. Es pura estrategia. ¿Y si los muchos que rezamos “venga a nosotros tu reino” comenzáramos practicarlo antes que la nave zozobre?

El que para muchos puede constituir un viaje fracasado del Papa, puede convertirse en el comienzo de algo por fin mejor. Tal vez sea cosa de quererlo y de inventarlo. ¿No habrá llegado la hora de dejar de pedirle peras al olmo, de cesar de lloriquear y de actuar como si nos hubieran dejado completamente abandonados?

Un papa jugando en cancha grande

En materia de fútbol, puede jugarse en los pasillos de un colegio, en la calle, baby, futbolito y en cancha grande, sobre pasto, cemento o maicillo. Es probable que el Papa Francisco tenga cicatrices en las rodillas. No tiene miedo de jugar la final que su equipo, la Iglesia, juega hoy en cancha grande.

Desde un punto de vista histórico, dos son los acontecimientos mayores: la catástrofe socio-ambiental y la posibilidad de que la Iglesia Católica deje de ser tan occidental.

Desde el surgimiento del homo sapiens hace 350,000 años nunca la humanidad, según parece, había corrido tanto riesgo de desaparecer. La peste negra en el siglo XIV diezmo en un tercio la población europea. Por entonces la sensación de extinción de la raza humana debió ser intensísima. Hoy las señales de un posible término total de la vida en el planeta son numerosas.

La respuesta de Francisco a este desafío global sin precedentes está contenida en Laudato si’. Esta encíclica social, en este contexto histórico, terminará constituyéndose sin duda en uno de los llamados evangélicos más importantes de la Iglesia en dos mil años. El Papa presta oídos, como lo haría Jesús, al “grito de los pobres y al grito de la Tierra”, convoca a los cristianos y a todos los seres humanos a una defensa de la creación, a una conversión cultural y a una reconfiguración de un tipo de desarrollo capitalista que nos están conduciendo a todos los seres vivos a la catástrofe. Su llamado es, en sentido estricto, apocalíptico: la esperanza de la superación del acabo mundi depende de una acción actual personal y política que interrumpa el curso de la historia. Justo cuando la humanidad, en la modernidad tardía, no cree en ningún gran relato, sale un papa precisamente con un tremendo relato que reclama, en nombre de Dios, el único “dueño de la tierra”, la re-construcción de una co-pertenencia que tenga sentido para todos sin exclusión.

Segundo gran asunto: para llegar a esta final de cancha grande, la Iglesia tendrá que ganar la semifinal. Su problema es que su versión occidental, la que predomina por doquier, se está agotando: en ella prima el catolicismo romano colonizador y los seminaristas, incluso en América Latina, son formados para perpetuarlo. Desde que el cristianismo el siglo II giró del judaísmo a la cultura dominante greco-latina-germánica, los pueblos con otras culturas, otras religiones, otros sistemas económicos y políticos, en su gran mayoría, han debido padecer a una religión que les ha sido impuesta por la fuerza de los poderes occidentales. Las diversas poblaciones nativas de América Latina –los mapuche particularmente en Chile-, las culturas africanas y asiáticas y las naciones en las que la Iglesia ha pretendido llegar con la cruz, han sido crucificados por Occidente con la complicidad ideológica de la religión que el emperador Teodosio el 380 hizo suya como el único credo del imperio y el único verdadero. Es cierto que desde los inicios de la conquista americana se dieron resistencias notables de cristianos contra los abusos y genocidios que se cometían: Valdivia en Chile y Las Casas en Chiapas. También es verdad los pueblos originarios algo han podido hacer para apropiar el cristianismo en sus propias categorías culturales. Pero estos logros, miradas las cosas en serio, son insuficientes.

El catolicismo chileno, exactamente igual que el catolicismo de los demás países latinoamericanos, del de Asia y del de África, funge de factor de dominación cultural europea que impide el acceso a la mayoría de edad a los cristianismos regionales. Tenemos un cristianismo infantil: niños los curas, niños los laicos. Los católicos chilenos hemos recibido los sacramentos impartidos en símbolos que poco tienen que ver con nuestra cultura. Además, hemos sido regidos por autoridades eclesiásticas nombradas por la Corona española y últimamente por una monarquía absoluta papolátrica parecida a la de Carlos III y Luis XIV.

En este contexto la elección de Jorge Bergoglio, argentino, el primer papa no europeo, representa un segundo giro gigante en la historia de la Iglesia. Un papa latinoamericano, que empuja a la Iglesia a salir de su ensimismamiento, que quiere que ella llegue y arraigue en las periferias geográficas, culturales y existenciales; que hace suya la opción por los pobres, resumen de la recepción latinoamericana del concilio Vaticano II; y que dice ser “el obispo de Roma”, reconociendo así la igual dignidad de los obispos de las demás diócesis de la tierra, en suma, un papa como Francisco ha querido ser papa, representa una ruptura que, si se mantiene la tendencia, logrará meter a la Iglesia en una tercera etapa –después de sus principales versiones, la judía y la occidental- extraordinariamente novedosa.

Lo que está en juego, a propósito de cancha grande, y el Papa lo sabe, es el reconocimiento del valor de la propia experiencia latinoamericana de Dios y el surgimiento de una organización eclesiástica que dé riendas sueltas a la creatividad de los fieles y ella misma sea configurada por todos los bautizados y todas las bautizadas, sea en la elección de las autoridades, la formulación de su credo, de su moral, de su liturgia y de su derecho canónico.

El catolicismo europeo importado en América Latina, y en otras partes del mundo, tiene poco futuro. Creo que sí lo tiene, en cambio, un cristianismo más franciscano, más humilde, más libre, más creativo, más solidario, más democrático y culturalmente más plural. El papa Francisco encarna esta diferencia.

El Papa Francisco encontrará una Iglesia Católica en crisis

¿Por qué el Papa visitará Chile? Es difícil saberlo. Pero una visita suya puede ayudar a una Iglesia chilena en crisis. Francisco puede reanimarla. Puede potenciar su compromiso con los más pobres.

Cobra especial relevancia que el Papa acuda a Temuco, territorio mapuche, donde se encuentran los más pobres del país. Su pobreza no es casualidad. Los mapuche fueron desplazados a las peores tierras por los chilenos que se hicieron del sur a mitad del siglo XIX. En las últimas décadas volvieron a entrar en la Araucanía empresas forestales y de extracción minera sin respecto por la sensibilidad eco-social de un pueblo que vive en paz con los demás y con la naturaleza. Hoy la zona, además de víctima de un genocidio histórico, experimenta la resistencia violenta de grupos mapuche extremos. La Iglesia en aquellos lugares desarrolla un trabajo pastoral importante en favor de los mapuche.

También es relevante que el Papa vaya a Iquique. Allí tiene lugar la fiesta religiosa de La Tirana, una de las más populares del país. Una fiesta de gente pobre y profundamente católica. Iquique es hoy, además, una ciudad de muchos inmigrantes. Personas que vienen de otros países latinoamericanos en busca de mejores condiciones de vida. Sabemos que el Papa tiene una especial preocupación por los migrantes. La Iglesia chilena también la tiene y desarrolla diversos apostolados en su favor.

Por otra parte, los católicos se encuentran en una situación de gran desencanto. Muchos abandonan la Iglesia. Los católicos en los últimos veinte años han disminuido prácticamente en un 20 %. En la actualidad deben ser un 57 % de la población (Latinbarómetro).

¿Cuáles son las causas? Sin duda la principal es un tremendo cambio cultural parecido al que tiene lugar en el resto del mundo, debido a una globalización que quiebra la cultura tradicional y socava por parejo las instituciones civiles y religiosas, incluidas las que promueven los mejores valores de la humanidad. Este cambio se debe en gran medida a la búsqueda económica de la máxima ganancia y el mercado que reduce las personas a individuos que han de competir para “ser alguien” por la vía del consumo, y no por el camino de la solidaridad. En este contexto el catolicismo chileno, de antiguo falto de vigor, se ha debilitado. Las pertenencias comunitarias están en crisis. Menguan las parroquias, las comunidades eclesiales de base, las comunidades religiosas, los movimientos laicales, el recurso a los sacramentos y la participación en la eucaristía dominical, y no hay visos de ningún brote de originalidad más o menos importante. Por otra parte, las ayudas internacionales se han reducido (clero, religiosos y religiosas) y las vocaciones han disminuido vertiginosamente.

¿Qué dirá el Papa a los católicos del 1% más rico que no tienen en qué más gastar su dinero mientras todavía hay gente que vive botada en las calles? ¿Mirará a los ojos a los católicos que acumulan el 0,1 % del patrimonio nacional, que compran de todo y a todos, que corrompen a la clase política y devengan pingües ganancias con sus favores?

La Iglesia chilena, por otra parte, ha sufrido como ninguna otra en América Latina el impacto de los escándalos de los abusos sexuales, psicológicos y espirituales del clero, y la falta de colaboración de las autoridades religiosas para hacer justicia a las víctimas. ¿Se reunirá Bergoglio con estas víctimas aunque sea solo para darles la mano? Es cierto que el Papa tendrá una agenda apretada. Pero podría priorizar un encuentro con ellas. También pudiera visitar las oficinas que han levantado las diócesis para acoger y atender los reclamos de justicia de personas abusadas. Ha habido aprendizajes importantes. Otras actividades de su agenda pueden caer.

Mi impresión es que los obispos y el mismo Papa no han caído suficientemente en la cuenta que lo laicos están estremecidos con estos escándalos. Los jóvenes no confían en el estamento eclesiástico. Las próximas generaciones exactamente por esta razón, no llegarán a creer en Dios. Se habrá cortado el testimonio del que depende la transmisión de la fe.

¿Qué dirá el mismo Francisco sobre la situación de la Iglesia de Osorno? Él nombró al obispo Barros a cargo de la diócesis y él lo ha mantenido a brazo partido. Rechazó el reclamo de los osorninos que no han querido tener como pastor a un hombre de Karadima. Haya sido Barros una víctima más, haya sido su colaborador, los católicos del lugar tienen perfecto derecho a reclamar (Nullus invitis detur episcopus, sostenía el Papa Celestino, “ningún obispo impuesto”). Por este reclamo el Papa ha tratado a la gente de Osorno de “tonta”. Debiera pedirle perdón. Urge, además, que encuentre una solución al problema creado. Los laicos están airados, los curas divididos y deprimidos, y los jóvenes no quieren recibir la confirmación del obispo Barros.

Los católicos chilenos necesitan ser reanimados. Pero no les bastarán consuelos pasajeros. La Iglesia chilena necesita curar su desconfianza. Si no hay reparaciones profundas, si los que tienen que dar un paso al lado no lo dan, la enfermedad le puede costar la evangelización. No se puede creer en Cristo sin creer en la Iglesia. De la confianza se llega a la fe, por medio del testimonio de la Iglesia se llega a Cristo.

Cambios que el Papa representa

El Papa Francisco es señal de grandes cambios. Algunos de estos, Francisco los ha comenzado, otros los desea, otros los deseamos nosotros. No sabemos si él también. Lo que nadie puede dudar es que el Papa agita las aguas adrede. Que los cambios que impulsa provoquen reacciones, no debiera extrañarnos. No son pequeños.

LOS CAMBIOS COMENZADOS

Francisco ha empezado cambios. El Papa pareciera querer dar un tranco adelante. La reforma de la Iglesia, según parece, le es aún más importante que la reforma de la Curia. Se dice que el cónclave de cardenales que lo eligió le pidió la reforma de esta. Todo indica que no imaginaron que comenzaría por lo más importante: procurar que la Iglesia vuelva al Evangelio.

“Una Iglesia pobre y para los pobres”

La frase “cuánto quisiera una Iglesia pobre y para los pobres” fue el pitazo inicial del partido que Francisco ha querido jugar. Mi opinión es que este constituye el motivo central de su pontificado. En la medida que Francisco ha querido gobernar la Iglesia con este motivo, ha debido enfrentar reacciones en contra de variada índole.

Francisco sorprendió a todos con sus primeros viajes fuera de Roma: Lampedusa, Albania… Fueron, sin duda, intencionales. A los latinoamericanos no nos sorprendió del todo que el Papa realizara estos gestos, pues son acordes de la “opción por los pobres” de la Iglesia de nuestro continente. El magisterio latinoamericano ha sido consistente en la proclamación de esta opción. Pero las palabras y gestos realizados por Francisco en esta línea han podido incomodar otros sectores de la Iglesia. En el mundo el neoliberalismo reina y la riqueza se acumula. La otra frase de Francisco: “esta economía mata”, ha podido servir para hacerse una idea clara de su manera de pensar. No todos los católicos están de acuerdo con él.

¿Qué hay en este giro hacia los pobres? Francisco ha re-puesto a la Iglesia en la vía del Evangelio. El primer papa latinoamericano, si algo tiene que aportar, es una compresión del Evangelio desde la periferia. Hace prácticamente 50 años la Iglesia latinoamericana, concretamente en Medellín (1968), se autocomprendió a sí misma como la Iglesia de un continente pobre y empobrecido. Hoy, con Francisco, la Iglesia de América Latina devuelve a Europa y comparte con el resto del mundo, el Evangelio que ella recibió de sus mayores.

Francisco pone a la Iglesia en camino a “las periferias existenciales”. A cada rato hace señales en la dirección de una opción por pobres y marginados. La otra expresión que dio vuelta al planeta fue: “quién soy yo para juzgar a un gay”. El puro uso de la palabra “gay” sonó a una aceptación de una realidad que la posición eclesiástica oficial no ha querido reconocer. El “no juzgarlos”, por otra parte, nos recordó al Jesús que pasó por Galilea escandalizando a los fariseos que se creían mejores y excluían a los demás.

En Amoris laetitia son muchas las indicaciones de lo mismo. No hay una familia ideal. Para Francisco, “hay un collage” de familias. El papa como papa tiene que tener una palabra de aliento para las familias y personas reales más que para las “ideales”. Estas, en realidad, no existen. Pero cuando la Iglesia juega en favor de esta hipótesis termina por excluir precisamente a aquellos que Jesús habría incluido e integrado. En Amoris laetitia hay un lugar para cada uno con su realidad familiar, con lo quedó de su familia, con su lucha por levantar un nuevo matrimonio y darle un hogar a niños regulares o irregulares.

Francisco ha hecho todo lo posible para que se dé la comunión a los divorciados vueltos a casar. ¿Quiénes no han querido? Figuras eclesiásticas y laicos muy parecidos a los fariseos que combatieron a Jesús. En contrario, merece un especial reconocimiento el coraje de los episcopados de Alemania y Malta que han explicado a sus fieles los alcances de la Exhortación apostólica.

Francisco ha puesto un grito en el cielo en favor de los migrantes. La Tierra es para todos. Nos recuerda la clave de bóveda de la enseñanza social de la Iglesia: el destino universal de los bienes. Un migrante es un ser humano al que se le niega un derecho fundamental. Se le niega y se le culpa de luchar por la vida propia y de sus hijos.

Este Papa, en fin, ha asumido el grito de los pobres y el grito de la Tierra, fenómenos dramáticos que tiene una sola causa: el capitalismo que se sirve de la tecno-ciencia. El planeta está al borde del abismo. La codicia y un sistema económico centrado en la búsqueda de la mayor ganancia posible, amenaza gravemente el futuro de la humanidad

Libertad de expresión

Otro cambio notable, pero talvez no suficientemente advertido y destacado, es la libertad para hablar y expresarse. Un Papa que habla en vez de leer, que da entrevistas, que a veces dice leseras como afirmar que la gente de Osorno “es tonta” porque rechaza al obispo que él mismo le ha impuesto, un Papa que, en suma, es capaz, por lo mismo, de decir “no soy infalible”, ha generado la posibilidad de que otros hagan lo mismo.

Hasta hace poco en la Iglesia la palabra estaba reservada para la autoridades y estas, las más, no hacían más que citar a los papas o salir del paso con respuestas alambicadas. Muchas veces hemos tenido la impresión de oír a obispos o sacerdotes que pareciera que, en realidad, no tienen nada que decir. Hemos vivido en silencio por muchos años. Miedo y silencio. Hemos tenido la impresión que nuestros propios obispos han vivido atemorizados y silenciados.

A decir verdad, esta situación persiste en buena medida. Es inevitable sospechar. ¿No será que las autoridades se están cuidando? Francisco es un hombre mayor… ¿Cuánto le queda? El efecto péndulo es conocido. Más en este caso. El próximo Papa probablemente será más comedido que este. Si un eclesiástico se entusiasma mucho con Francisco, puede quedar mal parado con el papa siguiente.

Pero también cabe la posibilidad de que se instale en la Iglesia la costumbre de hablar abiertamente y de discrepar. El mismo Sínodo, seguido con interés por la opinión pública, fue ocasión de ver a los prelados discutir abiertamente sobre temas hasta hace poco “intocables”. ¿Ha hecho mal esta apertura? Todo lo contrario. La libertad para hablar ha devuelto protagonismo a católicos ya cansados de no ser considerados en nada.

La Iglesia ingresa, con Francisco, al registro 2.0. Este no consiste en un progreso, sino en la posibilidad que ofrece el mundo digital de interactuar horizontalmente, de expresarse de igual a igual. En esta Iglesia ha de primar el diálogo y la argumentación. No la imposición de la verdad.

Si el Papa admite que puede equivocarse, este es un derecho de todo el Pueblo de Dios.

LOS CAMBIOS QUE ESPERO VER

No se puede decir que Francisco haya comenzado un cambio en cuanto a la participación de la mujer en la toma de decisiones y los cargos en la Iglesia.

Debe reconocérsele una mirada benévola, misericordiosa, con la mujer en Amoris laetitia. Las aperturas en la concepción de la sexualidad, el matrimonio y la familia, junto a la ya mencionada posibilidad de comulgar en misa para los divorciados vueltos a casar, deben imputarse como favorables a las mujeres católicas.

¿Cómo no será un enorme progreso haber entregado la decisión del control de natalidad a la conciencia de las parejas? Se dirá que esto atañe también a los esposos. No de igual manera. Tomar o no tomar la píldora ha sido un cuidado de la mujer. Ella ha sido quien ha debido cargar con un eventual embarazo y la angustia de dar a luz un niño no querido. Los hombres muchas veces se han desentendido de la paternidad responsable. Simplemente han descansado en que esta preocupación le corresponde a su pareja. La encíclica Humanae vitae (1968), por casi cincuenta años, ha sido un tormento moral para las mujeres. La pretensión de imponer su observancia sin contemplaciones ha significa una angustia moral y el motivo de la ida de la Iglesia de muchísimas mujeres.

Ahora último el Papa ha abierto un estudio sobre la posibilidad de ordenar diaconisas. Es otro paso, aunque tímido, en favor de la integración de la mujer. ¿Vendrá luego la posibilidad del sacerdocio femenino? Hoy es culturalmente impresentable su exclusión. La teología tiene dificultades para encontrar en la tradición de la Iglesia antecedentes significativos. Será necesario que la teología, y el magisterio que necesita fundamentar sus decisiones, se abran a considerar la autoridad que tiene oír hoy la voz de Dios en los signos de los tiempos.

Independientemente del sacerdocio femenino, se requiere que las mujeres sean admitidas por igual en los cargos de gobierno de la Iglesia. En este campo esperamos mucho de Francisco, aunque es improbable que tenga fuerzas para tanto.

Otro cambio importante, que esperamos se realice algún día, aunque estamos muy lejos de ello, es la constitución de una Iglesia policéntrica como la han pensado Rahner y Metz. Hoy la concentración del poder en Roma y la curia es impresionante. Las demás Iglesias tienen poquísima autonomía para desarrollarse. Aún conferencias como la latinoamericana son humilladas por Roma. Recuérdese aquí las intervenciones vaticanas en las dos últimas conferencias episcopales. En Santo Domingo la intervención de la curia fue grotesca. La conferencia estuvo a punto de fracasar. Luego en Aparecida una serie de textos aprobados por la asamblea volvieron del Vaticano gravemente cambiados. Estos son botones de muestra de una falta de respecto que no sería posible si el problema no fuera estructural.

Lo que está pendiente es el desarrollo de Iglesia regionales autónomas. Unidas unas a otras, sin duda, en virtud del obispo de Roma. Pero con la capacidad de abordar con creatividad las tareas de una evangelización que siempre debe ser inculturada. Los nuncios, en esto, no ayudan. Ellos, especialmente con los nombramientos de obispos afines, aseguran el predominio cultural del centro sobre las periferias.

Dudamos que este cambio sea posible con Francisco. Apenas podrá hacer algunos cambios en la Curia, plano en el que tiene mucho viento en contra. Solo podemos esperar que la libertad que el Papa está desencadenando en la Iglesia ayude a que las iglesias locales pierdan miedo y se atrevan a exigir mayor participación.

UN CAMBIO PROPUESTO

Francisco en Evangelii Gaudium promueve un “Iglesia en salida”. El diagnóstico callado es que la Iglesia está enferma de encierro, de volcarse sobre sí misma. Habría que agregar que la institución eclesiástica suele parapetarse contra un mundo que le parece equivocado y amenazante. En muchos aspectos esto es verdad, pero lo propio de la Iglesia no es defenderse, menos aún condenar al mundo sino colaborar con Cristo en su salvación.

Se trata de “salir”, de ir a los otros, de llegar todos. Es más, si se analizan bien los textos del documento, descubrimos que ir a los demás equivale a acogerlos con todas sus diferencias. Esta es la Iglesia católica. Es católica, es decir, universal: de ella nadie debiera ser excluido.

No podemos pasar por alto que una Iglesia “en salida”, tal como Francisco la quiere, es una Iglesia alegre. Fijémonos en los títulos de los tres documentos principales: Evangelii Gaudium, Laudato si, Amoris laetitia. Son títulos que evocan la alegría que predominó en la Iglesia de los orígenes. La Iglesia es alegre cuando se entrega por completo a anunciar que Jesucristo es una buena noticia. Ella sale contenta a anunciarlo, esta es su misión, aunque no sabe si este éxodo tendrá éxito o terminará en un fracaso. La Iglesia no debiera controlar resultados. Los frutos auténticos son obras del Espíritu.

Francisco entiende que la Iglesia es una realidad histórica cuyo éxito no se puede calcular ni controlar. Su actitud pastoral principal es la de acompañar al Pueblo de Dios, involucrándose con él, respetando el camino que las personas van haciendo. Los sacerdotes y otros guías han de ser cercanos y respetuosos de las decisiones que las personas toman. La Iglesia institucional ha de ayudar a discernir el llamado que el Señor hace a los católicos individual o colectivamente considerados. Al promover la actitud de discernimiento, el Papa da vuelta todo. La verdad fundamental no es la de la doctrina, sino la que las personas van descubriendo en sus vidas, no sin los demás, como una verdad personal y vivificadora. El cristianismo no consiste en ajustarse a una enseñanza sino en seguir a una persona, a Jesucristo, iluminados por su Espíritu.

UN CAMBIO DIFÍCIL DE ESPERAR

Confieso, por último, que tengo pocas esperanzas que Francisco cambie la concepción y el lugar del sacerdote en la Iglesia. Hoy predomina por doquier una versión eclesiástica de la Iglesia. Congar, años atrás, hablaba de “jerarcología”. Una Iglesia vertical como la que tenemos, en la cual el poder, además, se encuentra “sacralizado”, es culturalmente insostenible. Siempre habrá laicos sumisos a poderes sacros o deseosos de conseguir el favor de Dios por la vía de la magia. Pero en los sectores sanos del cristianismo un sacerdocio de seres revestidos de una divinidad que les exige evacuar su humanidad, no debiera tener autoridad alguna. El Papa ha sido dura con el clericalismo que se sirve de la separación de lo sagrado y lo profano para dominar a los fieles y, de paso, escalar posiciones. Dudo que Francisco, en esta materia, logre cambios importantes.

Francisco y Cirilo: la Iglesia todavía

AAA  dFFASFLa vida humana sigue adelante a pesar de todo. Lo experimentamos los adultos a los que en algún momento nos fracasó el matrimonio, nos quebró la empresa, se nos quemó la casa, cuando uno de los niños fue internado o lo devoró la droga… Cualquiera de estas experiencias humanas ha podido poner entre paréntesis nuestra motivación vital, nuestro ánimo, nuestro credo. Aun así, no hemos tenido más alternativa que continuar, pues de nosotros los adultos otras personas nos reclaman cuidado y ayuda.

El encuentro entre el Papa Francisco y el Patriarca ortodoxo Cirilo representa bajo algún respecto el drama de la existencia humana, su conflictividad, sus divisiones, la idiotez e incapacidad de superar sus yerros, en fin, la imposibilidad personal y colectiva de cargar con la necesidad de vivir, la necesidad de seguir adelante; pero también representa la esperanza de una reconciliación y de cumplir algún día con la tarea de existir. En este caso se trata de dos tradiciones cristianas, la de Oriente y la de Occidente, que tras haber recorrido mil años juntas, han sufrido otros mil años de infeliz separación.

Esta se produjo el año 1054. ¿Cuáles fueron las razones de la tragedia? Sería muy largo de explicar. Hubo un problema en el modo de concebir a Dios trino, es decir, un asunto teórico, pero lo realmente grave fueron las malas maneras como se trataron las partes; desde entonces quedó instalada una resistencia de la iglesia oriental a la jurisdicción del Papa. La solución de la ruptura no parece hoy teológicamente imposible, pero la llaga tiene mil años. Y en mil años han pasado muchas cosas.

Y, sin embargo, ambas confesiones, con formidable paciencia, trabajan por volver a la unidad. Ya en los años del Concilio Vaticano II, Pablo VI y el patriarca Atenágoras levantaron las excomuniones que católicos romanos y ortodoxos orientales se habían arrojado recíprocamente los años de la ruptura. La disposición ecuménica, por una parte, ha hecho mejorar las relaciones pero, por otra parte, ¿no representa el mismo Vaticano II una novedad tan grande, un cambio en la iglesia latina que puede ser difícil de aceptar para la mentalidad ortodoxa? Por cierto, Oriente no sufrió el desgarro traumático del segundo gran cisma de la Reforma protestante y, por ende, no experimentó en carne propia las guerras de religión ni tampoco los esfuerzos de reconciliación entre estos otros cristianos. Para Oriente no son obligantes las conclusiones del concilio de Trento, y tampoco las de la Vaticano I. Aunque parece ser que en la actualidad a los protestantes, los ortodoxos y los católicos no los divide un asunto doctrinal decisivo, los caminos recorridos por cientos de años han producido diferencias difíciles de allanar. Con todo, y esto es lo notable, Francisco y Cirilo aspiran a recuperar la unidad.

No lo han hecho de una manera simplona. Los patriarcas apuestan por la unidad justo allí donde la unidad encuentra su razón de ser: Cristo quiso que los cristianos fueran uno para que el mundo creyera que Dios ama al mundo. Unidad sí, pero no para concentrar poder, sino para colaborar en la misión de Cristo. De aquí que sea tan importante el reconocimiento que las partes hacen de la realidad de su división. No han banalizado los graves problemas que las dividen. Seguirán cargando con ellos quién sabe por cuánto tiempo. Y, esto es lo hermoso, hacen votos por superarlos. Los grandes líderes cristianos quieren ofrecer juntos la humanidad del cristianismo a un mundo el peligro de deshumanización.

El hecho que los patriarcas se hayan reunido en Cuba parecerá desconcertante. Vistas las cosas con gran angular, la Iglesia “unida” replantea las cosas con gran altura. En la isla del Caribe latinoamericano se hizo patente como en pocas partes el conflicto Oriente-Occidente y Norte-Sur. El encuentro entre Francisco y Cirilo ocurre justo allí donde se hizo especialmente visible el drama del siglo XX, pero también donde hoy comienza a cuajar una colaboración internacional.

La declaración de este encuentro compromete a 1200 millones de católicos y 200 millones de ortodoxos a trabajar “unidos no sólo por la Tradición común de la Iglesia del primer milenio, sino también por la misión de predicar el Evangelio de Cristo en el mundo contemporáneo” (24). Ambas tradiciones cristianas de sienten igualmente llamadas a escuchar el grito de dolor y de justicia de la gente de nuestro tiempo: “Nuestra atención está destinada a las personas que se encuentran en una situación desesperada, viven en la pobreza extrema en el momento en que la riqueza de la humanidad está creciendo. No podemos permanecer indiferentes al destino de millones de migrantes y refugiados que tocan a las puertas de los países ricos. El consumo incontrolado, típico para algunos estados más desarrollados, agota rápidamente los recursos de nuestro planeta. La creciente desigualdad en la distribución de bienes terrenales, aumenta el sentido de la injusticia del sistema de las relaciones internacionales que se está implantando” (17).

El llamado conjunto tiene a flor de piel el drama del Oriente Medio: Siria, Iraq, lugares donde cristianos han vivido desde los orígenes del cristianismo, en los cuales son masacrados o desplazados cruelmente. Pero en estas partes y en otras de la tierra también otras gentes emigran, huyen, se refugian. Los patriarcas claman en nombre de la paz. Deploran la injusticia, el terrorismo, reclaman contra el secularismo antirreligioso y la falta de libertad religiosa. Asimismo, se ocupan de los peligros que acechan a la familia. Levantan la voz contra el aborto y la eutanasia. Toman posturas. Saben que “la civilización humana ha entrado en un período de cambios epocales”. No quedan enredados en prologar una existencia de museo. Por el contrario, sostienen que “la conciencia cristiana y la responsabilidad pastoral no nos permiten que permanezcamos indiferentes ante los desafíos que requieren una respuesta conjunta” (7).

Hoy la humanidad experimenta algo parecido a aquellas vivencias personales angustiosas reseñadas más arriba. Por todas partes el ser humano entra en un ciclo de cambios tan radicales y tan acelerados –trasformaciones socioambientales, ensayos genéticos, innovaciones cibernéticas, crecimiento exponencial de los conocimientos- que es posible intuir que dentro de poco el planeta y la historia se nos pueden escapar definitivamente de las manos. Hoy, cuando entre las personas cunde el desconcierto, cuando no corresponde esperar de cualquier institución una palabra de ánimo y de orientación, la tradición cristiana todavía tiene algo que aportar. También otros pueden hacerlo. Pero que lo haga un cristianismo de dos mil años de experiencia de humanidad, no es lo mismo. La mera porfía de continuar anunciando a Cristo como perdón y paradigma de humanidad, augura que es posible lo que parece imposible. Una tradición así de duradera no garantiza el éxito de una historia que –como todo lo mortal- puede terminar en un completo fracaso, pero orienta porque, aun teniendo innumerables razones para desesperar, insiste en hacerse cargo del ser humano.

Concepto teológico de la homosexualidad

bandera papaEl tema de la homosexualidad en América Latina es nuevo. Tiene una década, a lo más dos. Pero la realidad es antigua, tal vez tanto, tal vez no, como su censura. La censura religiosa ha sido cruel a su propósito. Por esto la mera frase del Papa Francisco “quién soy yo para juzgar a los gay” ha sido liberadora.

Por cierto, el levantamiento del tema en algunos países ha sido incómodo para las generaciones mayores. También en otras partes del mundo hay inquietud. En algunas iglesias protestantes se ha aceptado que ministros del culto tengan una pareja homosexual. Pero en otras ha habido reacciones furiosas al respecto, y en contra de la posibilidad de legalización de uniones y matrimonios homosexuales. En el campo católico se experimentan las mismas tensiones. Las iglesias de los países desarrollados esperaban que en el Sínodo sobre la Familia se diera algún tipo de reconocimiento a las parejas homosexuales. Pero las iglesias de África, según se dice, no quisieron oír hablar del tema. El texto final parece recoger esta posición. El Catecismo de la Iglesia Católica, por su parte, frena en seco esta posibilidad. No considera que la homosexualidad sea una perversión, pero la trata como una inclinación “objetivamente desordenada” (Catecismo, 2357). Las personas homosexuales deben vivir su condición con resignación religiosa.

Con todo, los católicos aperturistas creen ver en el documento del Sínodo algo como una fisura en el muro. El Sínodo pide respeto por la dignidad de las personas homosexuales. Pero, además, demanda “una atención específica al acompañamiento de las familias en las que viven personas con tendencia homosexual” (76). ¿Quiénes? ¿Hijos e hijas homosexuales? Pensamos que sí, obvio. No es obvio, en cambio, pero tampoco el texto lo excluye, que la indicación se aplique a posibles padres homosexuales. ¿Ha sido esta una redacción descuidada o deliberadamente ambigua? Los moralistas de avanzada, además, hacen notar que el Sínodo no ha hecho una condena explícita de los “actos homosexuales”, como lo hace enérgicamente el Catecismo. En fin, el Papa tendrá que decir una palabra sobre este tema, el más importante para la Iglesia de EE.UU. y para muchos europeos. En el curso de 2016 debiera salir a la luz una exhortación apostólica con la cual Francisco dará una palabra orientadora final sobre estas materias de moral familiar, matrimonial y sexual.

Tenemos ante los ojos una situación poco frecuente. He aquí una cuestión que estaba cerrada a la discusión, que luego el Papa la ha abierto, pero que el mismo Francisco tendrá que cerrar dentro de poco. La Iglesia tiene por delante la obligación de pensar, iluminada por su fe, una realidad humana que, habiendo sido cruelmente soterrada por generaciones, ha emergido en nuestra época con una lucha por abrirse un espacio al interior de una cultura que le ha sido contraria; como un reclamo de amor y de justicia que merece ser conocido a fondo, y permitírsele abrirnos el corazón, modificar nuestras actitudes y perfeccionar los criterios para hacer de este reclamo un reclamo propio.

Me permito aquí una reflexión teológica, pues hemos de desmontar un maltrato antiguo e injusto que tiene un aspecto religioso. La teología, a propósito del tema de la homosexualidad, tiene que ofrecer argumentaciones que actualicen del modo más humanizador posible la revelación de Dios ocurrida en Cristo, el paradigma de humanidad de los cristianos (Gaudium et spes 22). ¿Qué dice la teología de las personas homosexuales mismas, independientemente de sus actos? ¿Qué son? ¿Las pensó Dios así?

Se hace necesario, pues, relacionar las argumentaciones magisteriales sobre la revelación, que se han desarrollado durante dos mil años, con las argumentaciones científicas contemporáneas, pues en los dos tipos de argumentación hay razones y hay convicciones que, en tanto correctas, la Iglesia debe considerar que vienen de Dios mismo. La Iglesia, por creer en el Creador de la humanidad, está obligada a hacer suyas la ciencia y las convicciones éticas de la cultura en la que ella cumple su misión, cuando se puede comprobar que estos logros hacen más feliz la vida humana. Si Dios no quiere otra cosa que el triunfo de la humanidad sobre sí misma, sería absurdo que la Iglesia se opusiera a su voluntad.

El caso es que las ciencias arrojan resultados importantes. Hoy se nos dice que la homosexualidad no es una perversión. Nadie elije ser homosexual. Se llega a serlo por razones biológicas (carga genética) y/o por razones biográficas (la historia personal). La homosexualidad es una realidad pre-moral. Se es libre en cuanto al modo de vivir la homosexualidad, pero no en cuanto a serlo o no. Otro resultado científico importante es que, según lo sostiene la Organización Mundial de la Salud (1990), no se trataría tampoco de una patología, sino de una variante de la sexualidad humana. Por de pronto, los esfuerzos médicos por sanarla han sido funestos.

Dicho en términos duros: si los homosexuales son inocentes de su condición, esta es un “pecado” de Dios. Dicho en términos blandos: Dios es el responsable de la sexualidad humana en todas sus versiones y, si nos cuesta entender cómo, debemos esforzarnos otra vez por entrar en el misterio del amor de Dios. La homosexualidad es obra de Dios. No es creación humana. Las personas homosexuales son criaturas de Dios, de su amor y, por tanto, lo único que pudiera frustrar su existencia es que no amen a su prójimo como Dios las ama a ellas. La persona homosexual es un “don” de Dios para ella misma, pero también un “don” para los demás, ya que es inherente al don donarse y no restarse egoístamente a los otros.

Desembocamos así en dos preguntas: ¿qué debe hacer una persona homosexual para amarse a sí misma como Dios la ama? Este es todo un programa de vida. Lo es también, y con igual importancia, para las personas heterosexuales. Segunda pregunta: ¿cómo una persona homosexual puede ser un don para los demás? Este es el punto teológicamente más difícil. Un amigo homosexual me dice: “¿Cómo Dios ha podido darle a las personas homosexuales la condición, pero negarles su ejercicio?”. La pregunta es difícil porque la misma Iglesia sabe y enseña que lo único que realmente arruina a las personas es el egoísmo y la indiferencia ante el sufrimiento del prójimo.

Cuestiones pendientes en la Iglesia

¿Hereje el Papa?

Papa anticristoFrancisco Papa fue a arreglar sus anteojos a una óptica común y corriente. ¿Hereje el Papa?

Poco tiene que ver una cosa otra. La herejía es una doctrina contraria a la fe de la Iglesia, y hereje la persona que la sostiene. No hay dogma alguno de la Iglesia que afirme que un papa no puede comprar anteojos como lo hace cualquier mortal.

Sin embargo, este episodio causa extrañeza porque las personas tienen una idea religiosa acerca de lo que un papa puede y no puede. El Papa sabía lo que hacía. Él ha sido perfectamente consciente de que su gesto es teológicamente provocador. No se ha tratado una extravagancia, aunque a alguno podrá parecerlo. Aún en el caso que el acto parezca exagerado, hemos de sospechar que tiene un filo pastoral. Francisco ha comprado unos lentes en una tienda romana en cuanto papa. Si se lo aplaude o se lo repudia, se lo hace por ser el papa.

Pues bien, a estas alturas muchos difidentes del Papa Francisco piensan que a la base de estos numeritos -estas faltas al decoro correspondiente a su investidura-, tienen una raíz heterodoxa. Pero juzgar la ortodoxia de un cristiano, más aún la de un papa, es muy riesgoso. El Papa “hereje” puede ser ortodoxo y sus acusadores, por el contrario, herejes.

En el acto de ir Francisco a una óptica, en vez de pedirle a los oftalmólogos que se trasladen al Vaticano, hay un símbolo potente del significado del cristianismo.

Remontando río arriba en la historia de la Iglesia, descubrimos que la clave de interpretación de los actos de los papas y de cada uno de los cristianos es el dogma de la Encarnación. De los primeros concilios extraemos una conclusión contundente: la unión en Cristo de Dios y del hombre no cuajó en un ser más divino que humano, sino en uno profundamente humano; uno cuya unión indisoluble con su Padre hizo de él el mejor representante de la humanidad.Jesús no fue un superhombre o un semidiós como creyó el hereje Arrio (Concilio de Nicea, año 325).

Pero hay más. Sila Iglesia piensa que el Verbo se hizo hombre, San Pablo subraya que “se hizo pobre” (1 Cor 8,9). Su manera de ser el más perfecto de los hombres fue su humildad y su opción por los pobres y alejados, como claramente enseñan los evangelios. De aquí que el gesto del Papa de arreglarse los anteojos en una óptica cualquiera está en línea con la fe de la Iglesia. Esta salida del Papa no debiera extrañar a un cristiano.

Sí debiera extrañarle una Iglesia rica, ceremoniosa, que marca a cada rato la diferencia entre lo sagrado y lo profano, y entre el clero y los laicos, porque una Iglesia así no es la del carpintero de Nazaret. Los innumerables gestos de Francisco son completamente conformes a la fe cristiana. De los cristianos no debieran sacar sino aplausos e imitaciones.

Los Papas se equivocan

papas-1El concilio de Constantinopla III (681) condenó al Papa Honorio por negarle un voluntad humana a Cristo. Recortaba su humanidad. Un Cristo así concebido no habría sido un ser humano capaz de discernir su camino a Dios como debe hacerlo cualquier cristiano.

El papa Bonifacio VIII le aserruchó el piso al Papa Celestino. Lo obligó a renunciar.

El papa Julio II emprendió la guerra contra Francia. ¡Qué hace un papa lanza en ristre!

El papa Pío IX condenó a quienes postulaban la libertad de culto. El Estado, según él, solo debía admitir una única religión, la católica. El Vaticano II lo habría condenado a él. Este Concilio innovó en la doctrina. Admitió la libertad religiosa. Pero sería talvez un anacronismo condenar a Pío IX a posteriori. Los tiempos cambian. El peor error que la Iglesia no cambie con los tiempos.

Todos los papas han debido confesarse. Dudo que alguno no se haya considerado pecador.

Pablo VI se equivocó.

Juan Pablo II declaró líder de juventudes a Marcial Maciel. Mal. Lo engañaron. Hicieron que se equivocara.

Benedicto XVI puso remedio al error anterior. Redujo a Maciel. Pero se equivocó en Aparecida (2007): enalteció la llegada del cristianismo con la Conquista de América. A los diez días tuvo que dar explicaciones.

El Papa Francisco, según los chilenos, no debió hablar del mar en Bolivia. Se esperaba que no lo hiciera. Sus propios consejeros diplomáticos han debido decirle que mejor que no. Pero este Papa es muy libre. Se salta los protocolos. No se deja presionar. Ha hablado del mar justo cuando se revisa un tema en La Haya. ¿No sabe que Chile ha querido establecer relaciones diplomáticas con Bolivia y es Bolivia que no ha querido? ¿Alguien le dijo que si insinuaba una solución justa en favor nuestros vecinos cerraba las puertas a convertirse a futuro en un mediador entre los dos país, como lo fue Juan Pablo II en el diferendo con Argentina? Se perdió esta posibilidad. Un error. ¿Uno o varios errores?

Pero también cabe la posibilidad de que Francisco no se haya equivocado. Tal vez los chilenos no hemos prestado suficiente atención a la opinión que tienen los demás países sobre nosotros. Decimos que los tratados no se tocan: pacta sunt servanda! Este es el quicio del derecho internacional. Tocarlos podría llevar el planeta al caos. Sí, pero el derecho cambia. Otra fuentes nutren la idea actual de justicia. Dicen.

El Papa ha dicho que no es injusto que Bolivia reclame. Hoy no se puede insistir tan fácilmente en que las guerras generen títulos de dominio justos. Puede ser que la apelación del Papa sea profética como otras muchas suyas. El profeta incomoda. Nunca tiene toda la razón. Es insoportable. Nadie lo acalla. Reclama justicia pero sin bajar a detalles. Si se le pide cuentas de cómo hacer las cosas seguramente no sabrá qué decir. El profeta acierta en lo fundamental y se equivoca en todo los demás.

¿Y si los chilenos fuéramos los equivocados y el Papa tuviera la razón? Los profetas apelan a la imaginación. ¿Cómo no se nos ocurrirá algo para acabar con una guerra que, según parece, no terminó bajo todos los respectos y que nunca debió ser?