La visita de Francisco a Chile comenzó como una bocanada de aire fresco. Hasta ahora la Iglesia chilena ha encontrado poca inspiración de parte de sus obispos. Por el contrario, ella se ha convertido en una especie de Boston, Irlanda o Australia en América Latina. Los abusos sexuales del clero y su encubrimiento, han estremecido al país y, en particular, a los católicos. Los jóvenes han llegado a asociar indisolublemente la palabra “pedófilos” con los sacerdotes.
La visita del Papa con sus gestos y palabra sencillas, con su conexión honda con la realidad de las personas, con su acercamiento a los más pobres (mujeres encarceladas, mapuches y “descartados”), ha confirmado la convicción más profunda de la Iglesia latinoamericana. Esta es, que la Iglesia opta por los pobres porque Dios opta por ellos.
En la zona indígena mapuche, altamente conflictiva, hizo un llamado a la unidad del país. Por lo mismo, denunció los brotes de violencia que, hasta el momento, se han expresado en quemas de camiones, iglesias y algunos crímenes. Afirmó: “La unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin. Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y reconciliación terminan amenazándolos”. Fue novedoso en condenar un tipo de violencia de la que se habla poco, pero que es la que está a la base del conflicto:
“En primer lugar, debemos estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero que al no volverse concretos terminan «borrando con el codo, lo escrito con la mano». Esto también es violencia, ¿y por qué? porque frustra la esperanza”.
Y, por supuesto, también condenó la violencia rebelde mencionada arriba.
A los migrantes –haitianos, colombianos, peruanos, venezolanos-, los animó tal como lo ha hecho en tantas otras partes:
“Estemos atentos a las nuevas formas de explotación que exponen a tantos hermanos a perder la alegría de la fiesta. Estemos atentos frente a la precarización del trabajo que destruye vidas y hogares. Estemos atentos a los que se aprovechan de la irregularidad de muchos inmigrantes porque no conocen el idioma o no tienen los papeles en «regla»”.
Ha salido al encuentro de los jóvenes con el lenguaje adecuado para darse a entender y para convocarlos a un compromiso cristiano. A ellos los llamó a hacerse cargo de su país. Los desafió a interpelar a la Iglesia. De un modo muy simpático les dio una receta para conectarse con Cristo. Les dio una contraseña que ellos debían instalar en sus teléfonos: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”. Esta fue una de las apelaciones más comunes de San Alberto Hurtado (+ 1952) a las personas de su generación, planteamiento que habrían de hacerse los cristianos en las circunstancias más diversas de sus vidas.
Por los lugares que pasó, reclamó a los católicos escuchar, mirar y pasar a la acción. Ha sido especialmente duro con el clericalismo.
“La falta de conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que decimos. «El clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cf. Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados”.
A propósito de este problema, refiriéndose a los obispos, le hizo poner atención al tipo de formación que reciben los seminaristas:
“Los sacerdotes del mañana deben formarse mirando al mañana: su ministerio se desarrollará en un mundo secularizado y, por lo tanto, nos exige a nosotros pastores discernir cómo prepararlos para desarrollar su misión en este escenario concreto y no en nuestros «mundos o estados ideales». Una misión que se da en unidad fraternal con todo el Pueblo de Dios. Codo a codo, impulsando y estimulando al laicado en un clima de discernimiento y sinodalidad, dos características esenciales en el sacerdote del mañana. No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie”.
A los religiosos y religiosas el Papa les dirigió una palabras de ánimo. La situación de la vida religiosa en Chile es muy preocupante. Las congregaciones religiosas femeninas prácticamente no tienen vocaciones. Las congregaciones de varones, por su parte, además de ver reducidos sus números, cargan con la sospecha de una homosexualidad mal asumida. Para todos los religiosos, el Papa tuvo palabras de ánimo:
“El reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites, lejos de alejarnos de nuestro Señor nos permite volver a Jesús sabiendo que «Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece… Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual»[8]. Qué bien nos hace a todos dejar que Jesús nos renueve el corazón”.
A los jesuitas les recordó la importancia del Concilio Vaticano II y la necesidad que tiene la Iglesia de aprender a discernir. Como los grandes concilios, el Vaticano II recién comienza a ser recibido, les dijo. Por otra parte, pidió que le ayuden a la Iglesia a aprender el arte de discernir.
Sus discursos y homilías, breves y profundos, merecerán una relectura y una meditación detenidas. Todavía es temprano para evaluarlos en toda su riqueza. Esto no obstante, la visita ha sido empañada por el tema “Barros”. Mons. Barros, nombrado, mantenido y reconfirmado como obispo de Osorno por Francisco en esta visita, captó la atención de los medios de comunicación más allá de lo esperado. Este obispo, al igual que los obispos Valenzuela (en Talca) y Kolkjatic (en Linares), formó parte del núcleo duro de la fraternidad de Fernando Karadima, sacerdote y guía espiritual de un grupo de seminaristas y sacerdotes de clase alta y conservadora, de los cuales abusó psicológica y sexualmente. Un grupo importante de laicos de Osorno se ha opuesto a su nombramiento desde el comienzo. Muchos otros católicos chilenos se han sumado a esta oposición. Para estos fue especialmente irritante que Barros, aun pudiendo ubicarse en un lugar discreto, asistiera a todas las actividades que pudo, exponiéndose a las preguntas de la prensa. ¿Pudo desempeñarse de esta forma sin la venia del Papa? El caso es que al irse Francisco de Chile deja una sensación de frustración enorme en muchos católicos chilenos
Esta situación ensancha el foso que existe en el Pueblo de Dios entre la jerarquía eclesiástica y el resto de los fieles. Entre ambos existe una incomunicación que la visita del Papa difícilmente habría podido superar. Dificulto que la sensación de orfandad y de distanciamiento entre los católicos chilenos y las autoridades de su Iglesia pueda subsanarse dentro de poco.
Es así que las primeras palabras de Francisco en Chile, “dolor y vergüenza” por las conductas de ministros de la Iglesia, el encuentro con algunas víctimas de los abusos del clero y de religiosos, con las cuales el Papa ha empatizado con el pueblo chileno, no sanarán la herida. Al mantener al obispo en su cargo, Francisco deja sin resolver un problema grave dentro de la Iglesia chilena y también dentro de la conferencia episcopal.
El futuro del catolicismo “a la chilena” es una albur.