Día 21 de febrero de 2015
Sr. Director,
Mons. Jorge Medina objeta que, a propósito de la admisión a la comunión de personas divorciadas vueltas a casar, se tome un “criterio pastoralmente muy negativo, además de doctrinalmente inaceptable”. A saber, dar la impresión que es cosa buena o aceptable que comulguen “personas que viven en pecado grave”. También a mí me parece delicado que los católicos estemos discutiendo en público la doctrina de la Iglesia. ¿Cómo puede enseñarse lo que está siendo revisado?
Solo puedo entenderlo cuando, en materia de moral sexual y familiar, se diagnostica un foso entre lo que la Iglesia enseña y lo que la Iglesia practica. Este problema, en estos meses, se aborda en las iglesias locales en vista al Sínodo de octubre próximo. En relación al tema de la comunión, lo que también parece “pastoralmente muy negativo” es que se diga a “todas” las personas divorciadas vueltas a casar que viven “en pecado grave”. Me pongo en su lugar y sufro, me siento humillado. Su situación es objetivamente anómala. Verdad. Pero solo Dios conoce su historia. Y lo más probable es que Dios mismo esté alentando a los que fracasaron (con o sin culpa) a sacar adelante a sus nuevas familias, aprendiendo de los errores y mirando el futuro con alegría.
¿No habría que distinguir casos y casos? ¿No podrían levantarse condiciones serias y razonables? Esta es la propuesta de la Conferencia episcopal alemana (www.sinodofamilia2015.wordpress.com). Me parece que negar la comunión por parejo a los divorciados vueltos a casar constituye una negación de la “verdad” del Evangelio. Esta no se basa en un solo texto de los muchos textos de Jesús. La “verdad” cristiana se constituye a lo largo de una Tradición eclesial que, en dos mil años, abre posibilidades a la creatividad pastoral.
El mismo Papa Francisco ha sugerido una innovación pastoral. En una entrevista dijo:
“Y en el caso de los divorciados y vueltos a casar, nos planteamos: ¿qué hacemos con ellos, qué puerta se les puede abrir? Y fue una inquietud pastoral: ¿entonces le van a dar la comunión? No es una solución si les van a dar la comunión. Eso sólo no es la solución: la solución es la integración. No están excomulgados, es verdad. Pero no pueden ser padrinos de bautismo, no pueden leer la lectura en la misa, no pueden dar la comunión, no pueden enseñar catequesis, no pueden como siete cosas, tengo la lista ahí. ¡Pará! ¡Si yo cuento esto parecerían excomulgados de facto! Entonces, abrir las puertas un poco más. ¿Por qué no pueden ser padrinos? ‘No, fijate, qué testimonio le van a dar al ahijado’. Testimonio de un hombre y una mujer que le digan: ‘Mirá querido, yo me equivoqué, yo patiné en este punto, pero creo que el Señor me quiere, quiero seguir a Dios, el pecado no me venció a mí, sino que yo sigo adelante’” (Entrevista con Elizabeth Piqué, Diario La Nación, 7 diciembre de 2014)
Estas palabras espontáneas del Papa no pueden tener el mismo peso que las del Catecismo. Pero exigen remirar el Catecismo. Estas palabras del Papa pueden incluso estar equivocadas. En este momento lo único obligatorio para el Papa y para todos los católicos es auscultar lo que Dios está pidiendo hacer para integrar a los que Jesús jamás excluiría.
Jorge Costadoat S.J.
Día 19 de febrero de 2015
Señor Director:
El día que Jesús instituyó la Eucaristía recibió la comunión un hombre que ya lo había traicionado y otro que después lo negó tres veces y luego llegó a ser Papa. Casi todos los que estaban ahí, y comulgaron, después lo abandonaron cuando iba camino a la cruz. En ningún lugar de ese episodio se habla ni de casados, solteros, separados, convivientes.
¿A quién se acercó Jesús? Justamente a los que en ese tiempo se creía que estaban en pecado grave. Tanto se acercó a ellos que terminaron diciendo que era borracho, amigo de publicanos, de mujeres impuras, de leprosos, de soldados de Roma, de samaritanos, etcétera. Tanto se acercó que terminaron matándolo.
Me parece de una soberbia impresentable que un cardenal haga juicios públicos sobre quienes han fracasado en su matrimonio sacramental y tenido que rehacer sus proyectos familiares. Hacer un juicio denominando pecado grave situaciones tan duras y difíciles sin conocer las causas ni a las personas que han vivido este triste desenlace es excluyente, discriminatorio y abusivo. Hoy muchos de esos hombres y mujeres han conformado nuevas familias llenas de amor, con hijos y con un proyecto de familia y bien común quizás con mayor compromiso que su matrimonio anterior. ¿Puedo llamarlos pecadores públicos? No, en absoluto.
Es triste, doloroso e indignante ver que miembros de la jerarquía de la Iglesia discriminen con tanta liviandad este tipo de situaciones. Más aún, que se nieguen a presentar respuestas creativas y fórmulas inclusivas para la comunión. Si frente al llamado del Papa Francisco vamos a repetir de manera mecánica el Catecismo, nada se podrá avanzar. Si aceptamos el desafío de repensar el Evangelio frente a la realidad de tantas familias de hoy, bienvenido el diálogo y la comunión.
Iván Navarro E.
Teólogo
Día 19 de febrero de 2015
Señor Director:
La discusión acerca del acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar es un tema complejo que exige una gran acuciosidad en los argumentos que se den en un sentido o en otro. Por lo mismo, pienso que los puntos que intenté aclarar en mi respuesta al artículo del P. Jorge Costadoat no son “temas menores” que se puedan fácilmente soslayar.
Concuerdo con el P. Costadoat en que dos asuntos fundamentales en el debate son si la Iglesia “puede” cambiar su enseñanza y si “debe” hacerlo. Nuevamente, me parece que se trata de preguntas muy complejas que no admiten una respuesta simple, basada en argumentos afectivos o generalidades. Me limito solo a la primera de estas preguntas: ¿Puede la Iglesia cambiar su enseñanza en el asunto que estamos debatiendo? Responder a esta pregunta supone responder previamente a otras interrogantes: ¿Es vinculante para la Iglesia la palabra explícita de Jesucristo? ¿O el valor de esta palabra puede depender de las circunstancias de los tiempos? ¿Qué valor tienen la tradición y las declaraciones magisteriales del pasado (y de un pasado incluso muy reciente)? Y en el supuesto de que la doctrina se mantiene (en este caso la indisolubilidad del matrimonio), ¿hasta qué punto una práctica pastoral puede separarse de dicha doctrina? No pretendo entrar en un debate acerca de todas estas preguntas; tan solo señalo la complejidad de la problemática que está involucrada.
Sin duda, el Papa Francisco ha querido que estos temas se conversen, pero de ahí no se puede deducir sin más, como insinúa el P. Costadoat, una respuesta en un sentido. Una cosa es reflexionar acerca de qué se pueda cambiar, y otra cosa muy distinta es afirmar que se pueda cambiar. Del mismo modo, la preocupación por anunciar la misericordia a todos, en especial a los últimos, enseñada con tanta fuerza por el Papa y sus predecesores, nos debe interpelar a todos los miembros de la Iglesia. Quizás el asunto más importante en esta discusión sea justamente cómo compatibilizar la misericordia con la verdad, ya que pasar por alto uno de estos términos implica necesariamente falsear o negar el otro.
Con estas reflexiones doy por concluido este intercambio, esperando haber contribuido a plantear la complejidad del asunto discutido sobre bases serias.
Pbro. Francisco Walker Vicuña
18 de febrero de 2015
Señor Director:
El artículo del R.P. Jorge Costadoat, S.J. (“Comunión para divorciados vueltos a casar”, viernes 13 de febrero), aborda un tema complejo y doloroso. Nadie ignora los sufrimientos de las personas que están en esa situación ni tampoco los de tantas mujeres abandonadas por sus maridos, así como los de sus hijos.
La Iglesia puede modificar normas disciplinares, pero no tiene autoridad para cambiar lo que el mismo Señor Jesús ha establecido. Es extraño que en el texto del P. Costadoat no aparezca ninguna mención explícita del adulterio, situación claramente descrita por Jesús en Mt 19, 9; Mc 10, 11s; Lc 16, 18, y repetidamente mencionada por San Pablo en los varios catálogos de pecados incompatibles con la condición cristiana señalados en sus cartas.
¿Tiene presente el P. Costadoat la enseñanza del Concilio de Trento que define el arrepentimiento como “dolor del alma y detestación del pecado cometido, unido al propósito de no volver a cometerlo”? ¿Olvida el P. Costadoat la clara enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica en sus nn. 1648 al 1651, aprobado con alto compromiso de su autoridad apostólica, por el Papa San Juan Pablo II?
Es cierto que la mentalidad reinante, en que nada parece ser estable y definitivo, plantea interrogantes acerca de la validez de algunos matrimonios contraídos ante la Iglesia y ese tema debe estudiarse. Pero sería un criterio pastoralmente muy negativo, además de doctrinalmente inaceptable, el de dar a personas que viven en pecado grave la impresión de que su situación es buena, o por lo menos aceptable, y que por lo tanto pueden recibir con tranquilidad de conciencia el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Recibir la Comunión en estado de pecado es un gravísimo pecado de sacrilegio, mencionado ya por San Pablo en 1 Cor 11, 27-29. En momentos de confusión es preciso adherir firmemente a la verdad, aunque ella comporte abrazar la cruz de Cristo. Caridad sí, siempre; pero nunca a expensas de la verdad.
Cardenal Jorge A. Medina Estévez
Día 16 de febrero de 2015
Sr. Director,
El P. Francisco Walker objeta algunos puntos de mi carta sobre la admisión a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Le pido que acepte una respuesta única y global porque, de lo contrario, podemos perdernos en temas menores, olvidando el asunto de fondo que está en juego en el debate del sínodo sobre la familia.
A propósito del tema en cuestión creo que se plantean fundamentalmente dos asuntos conexos: uno es si la Iglesia “puede” hacer innovaciones en su enseñanza; otro, si “debe” hacerlo. En mi carta creo dar suficientes argumentos en favor de lo primero. Bastaría incluso uno: el Papa Francisco considera que el tema se puede tocar. La Conferencia episcopal alemana, por su parte, ha propuesto condiciones bien pensadas y precisas para aceptar que personas divorciadas vueltas a casar lleguen a participar plenamente en la eucaristía.
En mi carta, sin embargo, no di suficientes razones por las cuales la Iglesia “debe” acoger la propuesta de los alemanes o alguna parecida. Lo hago ahora.
A nuestra generación –hablo en el más amplio de los términos- se nos han abierto los ojos y no toleramos más las exclusiones. Este progreso ético en humanidad hunde sus raíces en un cultura que debe muchísimo al Evangelio que Jesús anunció a las víctimas de una religiosidad marginadora. Muchas veces debió enfrentarse a los maestros de la ley para defender a los excluidos. A esta generación también pertenecemos una infinidad de sacerdotes que nos hemos visto puestos al límite de la razonabilidad en el desempeño de nuestro servicio. A muchos de nosotros que hemos abierto el corazón a la realidad de los separados, divorciados y vueltos a casar, su exclusión eucarística, a la luz de la “verdad” del Evangelio, nos resulta despiadada.
En la homilía que el Papa Francisco dirigió recién hace dos días a los nuevos cardenales encontramos fundamentos bíblicos del progreso doctrinal que la Iglesia puede y debe hacer para admitir a la comunión a los divorciados vueltos a casar:
“Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos. Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo. Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación, que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento (cf. Jn 10). Son dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio. Estas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar”.
La Iglesia tiene la obligación delante de Dios de ofrecer a las personas que han fracasado en su matrimonio y en sus familias, una pertenencia de primera y no de segunda categoría. Mientras esto no ocurra, el cristianismo estará pendiente.
Jorge Costadoat
Día 15 de febrero de 2015
Señor Director:
No pretendo abordar todos los aspectos teológicos y pastorales implicados en la discusión acerca del acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Me parece, sí, necesario aclarar algunas de las afirmaciones vertidas por el P. Jorge Costadoat S.J., en vista de la seriedad del debate.
1. El P. Costadoat afirma que el Concilio Vaticano II, en el Decreto “Orientalium Ecclesiarum”, reconocería la legitimidad de una interpretación distinta de la de la Iglesia Católica. Esto es totalmente falso. Cuando el decreto conciliar dice confirmar la disciplina sacramental de las iglesias orientales, se refiere, al igual que todo el documento conciliar, a las iglesias orientales católicas, es decir, en plena comunión con el Romano Pontífice. No está aludiendo a la praxis de algunas iglesias ortodoxas.
2. El P. Costadoat insinúa que, tal como Jesús rompió con muchas actitudes que parecían lógicas en la Palestina de la época, su mensaje sobre el perdón y la misericordia debería llevar a una actitud distinta respecto de los divorciados vueltos a casar. Se debe recordar aquí que es justamente la enseñanza de Jesús acerca de la indisolubilidad del matrimonio la que trastoca las ideas y costumbres imperantes en su tiempo. Y, para escándalo de los mismos fariseos, es precisamente p Jesús quien afirma que el que se divorcia y contrae una nueva unión comete adulterio (Mc 10, 1-12).
3. Sin duda que la misión de la Iglesia es la de anunciar la misericordia divina. Pero la misericordia no puede oponerse a la verdad, y la acogida de la misericordia supone siempre el arrepentimiento del corazón. El Magisterio reciente de la Iglesia ha buscado caminos para anunciar la misericordia también a quienes viven en una situación irregular, siempre en el respeto de la verdad (cf. Familiaris Consortio 84 y Sacramentum Caritatis 29). Me da la impresión de que queda mucho por hacer para que estas enseñanzas sean debidamente asimiladas por todas las instancias de la vida de la Iglesia. Lo mismo que el acceso a la justicia de la Iglesia para verificar la eventual nulidad de muchos matrimonios.
Pbro. Francisco Walker Vicuña
Doctor en Derecho Canónico
Día 13 de Febrero de 2015
Sr. Director:
Terminado el Sínodo extraordinario sobre la familia, el Papa Francisco ha convocado a los católicos a continuar reflexionando sobre el tema en vista al Sínodo ordinario de octubre próximo.
Uno de los temas en discusión ha sido la exclusión de la comunión eucarística de los divorciados vueltos a casar. Para unos, la indisolubilidad del matrimonio exigida por Jesús (Mc 10, 9.11-12, Lc 16, 18) y sostenida a lo largo de dos mil años por la Iglesia lo impide. El Papa ha querido que se hable de este y otros temas con libertad y ánimo de escucha. El tema se puede tocar.
En la Iglesia Católica la tradición es muy importante. Esta es un acervo de experiencia espiritual y colectiva de humanidad que permite abrir el futuro sin improvisar, sino buscando responsablemente caminos nuevos más felices de crecimiento y de convivencia. A propósito del tema en cuestión, la tradición occidental (romana) es casi unánime en entender que la indisolubilidad del matrimonio no admite que, tras un fracaso de los esposos, puedan estos volver a casarse y, en consecuencia, comulgar. Ahora último, por ejemplo, al Cardenal Scola le parece una contradicción afirmar la indisolubilidad y, a la vez, aceptar una excepción. ¿Cómo podría educarse a los novios en el valor del matrimonio para toda la vida si, de fracasar, es posible casarse de nuevo?
Sin embargo, la tradición, a este respecto, conoce algunas variantes. Ya en la misma tradición bíblica hay matices en la comprensión de la indisolubilidad (1 Cor 7, 10-15; Mt 5, 32, 19, 9). Estos matices dieron lugar a interpretaciones diversas en la historia de la Iglesia. Orígenes, por ejemplo, aceptó un segundo matrimonio como un mal menor. Recientemente, en 1981, Juan Pablo II repropuso a los divorciados vueltos a casar la abstinencia sexual como condición para poder comulgar (Familiaris consortio 84, 5). Es muy importante, además, que la Iglesia Católica considere conforme a la fe la práctica de las iglesias orientales que aceptan o toleran una segunda y una tercera unión matrimonial (Concilio Vaticano II, OE 18, 6). Es decir, ella reconoce la legitimidad de un modo de interpretar las palabras de Jesús distinto del suyo.
La Iglesia Católica puede desarrollar su doctrina. Mi opinión es que ahora nuevamente la Iglesia debiera reinterpretar su propia tradición a la luz de todas las palabras de Jesús, especialmente aquellas referentes al perdón de los pecadores y la misericordia con los que han fracasado. ¿Puede la Iglesia impedirse a sí misma ofrecer la reconciliación con Dios y con los demás? ¿Hay algo más propio de la Iglesia que ser ella misma sacramento de reconciliación?
Esta tradición exige a la Iglesia articular fe y razón (Concilio Vaticano I). Ella debe ofrecer caminos razonables para vivir el Evangelio. Ella debe hoy acoger con amor a los que han fracasado con o sin culpa. La razonabilidad evangélica no consiste solo en adaptarse a la época, sino sobre todo en ir en busca de la oveja perdida. Si en la Palestina de la época parecía lógico que los fariseos comieran entre ellos y despreciaran a los demás, Jesús por el contrario optó por los pobres: compartió la mesa con los pecadores y con los mal mirados. ¿Cómo se aplica la lógica evangélica a los fracasos matrimoniales irreversibles? Ciertamente no será sensato pedir a los divorciados vueltos a casar que retornen a sus primeras parejas y abandonen a las actuales. Esto causará más sufrimientos y tal vez mayores males.
La Conferencia episcopal alemana, después de años de estudio y discusión sobre el tema, ha planteado nuevas condiciones para que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar. Cito las palabras del Cardenal Marx, presidente de la Conferencia, en el Sínodo pasado: “Cuando un divorciado vuelto a casar se arrepiente de haber fallado en su primer matrimonio; cuando aclaradas las obligaciones del primer matrimonio es definitivamente imposible que regrese a él; cuando no puede abandonar sin mayores perjuicios los compromisos asumidos con el nuevo compromiso civil; cuando se esfuerza para vivir el segundo matrimonio según la fe y educa en ella a sus niños; cuando desea los sacramentos como fuente de vigor en su situación, ¿debemos y podemos negarle, después de un periodo de reorientación, el acceso a los sacramentos de la Penitencia y la Comunión?”.
El Papa tendrá que decidir. Lo hará en base a las conclusiones del Sínodo de octubre próximo. Este está en preparación hace más de un año. A los obispos corresponde hacer participar a sus fieles en este proceso y auscultar con ellos lo que el Espíritu quiere decir hoy a la Iglesia.
Jorge Costadoat