Ha concluido en Roma el Sínodo sobre la Amazonía. Este reunió a un número significativo de obispos y personas relacionadas con esta extensa región (Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Brasil, Guyana, Surinam y Guayana Francesa), zona especialmente vulnrable al impacto de la acción humana en el cambio climático, para deliberar sobre la tarea evangelizadora de la Iglesia.
Los resultados del Sínodo, especialmente desde el punto de vista del cuidado del medio ambiente, y sobre todo, de la protección de la población nativa, son alentadores y desafiantes. Su éxito dependerá evidentemente de cuánto sea posible llevar a la práctica, yendo en contra, por ejemplo, de políticas económicas liberales como las del presidente Bolsonaro. También en Chile es imperioso que la Iglesia haga suyas las directrices de este documento y salga en defensa de nuestros pueblos originarios.
También ha sido auspicioso para la región, y sobre todo para los católicos de otros países y continentes, la apertura del sacerdocio a hombres casados. Dos son las razones que han exigido esta modificación pastoral. La primera, es la inmensa cantidad de cristianos que no tienen prácticamente ninguna posibilidad de participar en la eucaristía por falta de sacerdotes. “En ocasiones pasan no sólo meses sino, incluso, varios años antes de que un sacerdote pueda regresar a una comunidad para celebrar la Eucaristía” (SA 111). La segunda, es la presión del laicado católico mundial por terminar con el celibato obligatorio, debida a los abusos sexuales del clero y por el encubrimiento de sus superiores jerárquicos.
Este Sínodo, al igual que aquel anterior que abrió la posibilidad de comulgar en misa a los divorciados vueltos a casar, ha sido fuertemente resistido por sectores católicos conservadores minoritarios, pero muy poderosos. El cardenal Müller ha dicho que ““ni siquiera el Papa puede abolir el celibato”. El documento final tiene gran estima por el celibato de los sacerdotes. Pero recuerda que este no es materia de fe, sino una determinación pastoral con una larga tradición. Se ha recordado, por lo mismo la práctica de la Iglesia oriental que ha mantenido el sacerdocio de varones casados por dos mil años.
Las condiciones para esta importante innovación son las siguientes: debe tratarse de varones que puedan dedicarse plenamente a este servicio; de personas capaces de desempeñar la labor sacerdotal, cualidad que debe ser reconocida por la comunidad cristiana; de laicos que previamente han sido ordenados diáconos, y que hayan cumplido bien esta misión; de diáconos que hayan recibido una formación adecuada para desempeñar el servicio sacerdotal; de esposos con una “familia legítimamente constituida y estable”; y, por último, de personas que vivan en la zonas más remotas de la Amazonía. Este número 111 del documento fue aprobado por 128 contra 41 votos. El texto, además, reconoce que “algunos se pronunciaron por un abordaje universal del tema”.
Desde antes de la celebración del Sínodo hubo reacciones feministas contrarias. La extensión del sacerdocio a varones casados solo ha podido postergar el reconocimiento de la legitimidad teológica y de la necesidad pastoral del sacerdocio femenino. El único paso en esta materia fue haber solicitado los participantes compartir sus experiencias y reflexiones en la Comisión de Estudio sobre el Diaconado de la Mujeres creada por el Papa Francisco, la cual aún no llega a resultados concluyentes. En las consultas realizadas antes del Sínodo se valoró “el papel fundamental de las mujeres religiosas y laicas en la Iglesia de la Amazonía y sus comunidades, dados los múltiples servicios que ellas brindan” (SA 103). Pero esta mención laudatoria no ha sido suficiente.
No se puede seguir alabando a las mujeres y negándoles la posibilidad de participar en la toma de decisiones al más alto nivel de la institucionalidad eclesial, por la precisa razón de no ser sacerdotes. En suma, el Sínodo pide el sacerdocio para varones casados, pero no para todos; y diaconado para las mujeres, pero no todavía.