Rodrigo Rojas Vade debe dejar la Convención. Si no lo quiere hacer, ínstenlo sus cercanos. Si nadie lo convence, que lo saque el Ministerio público. Si este tampoco puede, legisle el Parlamento e invente una salida. Quítenle el sueldo. El problema no es que haya mentido. Es que fue elegido porque logró engañar a sus electores. Esta ha sido una sinvergüenzura que debe ser castigada para que nunca más un estafador se haga pasar por el representante de los estafados.
Pero el caso merece otra mirada. Hay en Rodrigo un daño similar al de gente inocente que podemos tener por dañina, sin serlo. Entre sus electores debe haber de todo, como ser personas honestas que vieron en el constituyente alguien que pelearía por sus justas causas. Deben estar indignados por la gravedad del fraude. Otros, igual o más dañados que Vade, votaron por un compañero de esa primera línea que destruyó el país y lo volvería hacer. En Chile hay daños muy profundos, males, violencias convertidas en muecas y tendones. ¿Qué vieron los y las jóvenes más sufridos en este personaje como para darle el voto en vez de votar por Eleonora Espinoza, su competidora, la derrotada? ¿Qué hay en sus corazones que convendría que sanaran?
Empero, no hay que ir muy lejos. Se da algo lúgubre en ellos que también se halla en muchos de nosotros. Pongo un ejemplo. Deploramos la violencia pero, ¿nos duele la violencia de las violaciones de derechos cometidas el año pasado? ¿Los ojos vaciados? La violencia mata por lado y lado. Esperemos que nunca más una primera línea destruya semáforos, iglesias y locales comerciales. Lo ocurrido en la Bonilla en Antofagasta, el atrio de los tribunales de Concepción, la Avenida Pedro Montt en Valparaíso y en la Plaza Baquedano, fue completamente irracional. Pero, ¿no se desató esta violencia también, en alguna medida, por culpa nuestra?
El día de mañana, como esperamos que ocurra, celebraremos la aprobación de una nueva constitución. Ese día nos felicitaremos. Nos atribuiremos la victoria. Olvidaremos poco a poco que sin estallido social el cambio no se habría producido o meteremos bisturí a la historia: aquí nosotros, los demócratas, y allí los violentos que logramos domeñar.
La hipocresía es la argamasa de la historia. La violencia, sigo con el tema, es una lacra. Pero hemos de reconocer que, debiendo serlo a priori, no siempre lo es a posteriori. Chile se ha abierto un espacio en la geografía con guerras. El sur arde porque el Estado quiso pacificar la Araucanía. El país exalta la violencia cuando le conviene, llega incluso a sacralizarla. El ícono de la reconciliación cínica en la historia de Chile es haber convertido a la Virgen –la mujer que hizo de Jesús un hombre manso, reconciliado consigo mismo- en la Patrona de las Fuerzas Armadas, tras la Batalla de Maipú. La Independencia se consiguió con las armas. Hoy los cañones se veneran.
Rojas Vade no puede representar a nadie en la Convención. Dé un paso al lado lo antes posible. Sáquenlo. Le quitó el cargo a alguien que compitió por él sin trapas. Pero, bajo otro respecto, no se debe olvidar que su daño como persona algo tiene que ver con jóvenes, muchos jóvenes, niños y pueblos víctimas de menosprecios, olvidos, usurpaciones, despojos, descalificaciones, y ahora último de cancelaciones y funas. La droga deteriora el país. Algo de estos daños también puede estarnos dañando a nosotros, los “buenos”, que vivimos en paz porque antes hubo quienes se ensuciaron las manos.
Se dirá que Rodrigo no merece misericordia, pero la necesita lo mismo que nosotros. Su “pecado” en algún grado, siquiera de un modo análogo, es el nuestro. Sin justicia ni compasión, la violencia tarde o temprano vuelve por sus fueros. Con justicia ponemos orden. El que la hace la paga. Que pague. Con misericordia nos redimimos unos a otros. La justicia, la misericordia, y la verdad y el diálogo que las hacen posibles, debieran ser los ladrillos de la refundación del país en que estamos embarcados.
Pido una última cosa, nada más: cuando veamos por la calle jóvenes en harapos negros, traspasados de alambres, rapados y amenazantes, no pensemos que son peores que nosotros. Nadie lo sabe.