¿Qué haremos con la sal? Es una de las respuestas que se da cuando alguno pregunta por el agua de mar que desalinizaremos. Según parece, desalinizar implica juntar la sal en alguna parte. Si se trata de tirar tuberías a ciudades grandes como Santiago para tener agua suficiente, la cantidad de sal que se acumule puede ser enorme.
El caso es que, después de la revuelta y la pandemia, la sequía puede convertirse en una tercera bestia del Apocalipsis, y quién sabe si seremos capaces de aguantar tantas penurias. La situación ya es terrible para especies que como los peumos y tantos animalitos que deben estar muriendo por doquier. Otros árboles, lo mismo. He visto vacas muertas cada doscientos metros en las serranías, caballos en los huesos. La sequía mata al norte chico desde hace décadas. También en otros lugares del país no se vive sin camiones aljibes.
El panorama es muy preocupante. La capital, que tiene una cuenca acuífera respetable, comienza a vivir de glaciares que se licúan uno tras otro. También cede el Echaurren. No llueve. No quiere llover.
¿Qué hacer? Supongo que el gobierno se mueve. Habrá preguntado al gobernador de California cómo han enfrentado este mismo problema. En Antofagasta las mineras sacan mucha agua de mar. La ciudad se abastece en más de un 80% con agua desalinizada. La ministra Schmidt de Medio Ambiente, tiempo atrás, nos dio un ejemplo muy de imitar. Es posible ducharse en menos de tres minutos. Conozco otro ejemplo. Hay un obispo que se ducha una vez a la semana. El resto, se lava las alitas en el lavatorio como solían hacerlo los europeos después de la guerra.
¿Qué se puede hacer? Que el gobierno haga lo suyo. Pero también los ciudadanos. Apelo a la ética y a la mística. Dejemos de lado las procesiones y rogativas al Padre eterno. Terminaríamos echándole solo a él la culpa, cruzados nosotros de brazos.
La mística ha de ser franciscana. La mística ecológica de nuestra época nos hace hoy amar el agua. Podríamos irnos a alguno de los cajones y quebradas de la pre cordillera que son una maravilla. Observar el agua correr, tomarla en las manos, olerla, beberla, lavarnos con ella la cara y agradecerla a la Pachamama. Amar el agua, preguntarles a nuestros pueblos originarios cómo se la ama. Nada habrá más importante. Amarla, gozar con ella.
El segundo paso, también franciscano, será cuidarla como lo hace la ministra y el obispo. ¿Dejar de regar el pasto? Probablemente sí. Pero antes de esto, cerrar bien las llaves, llenar la lavadora antes de echarla andar, enjuagar la tazas con lo justo y otras cosas más que dependerán de la circunstancia de vida en la que cada uno se encuentre.
Ética y mística: cuidado del agua para que alcance para las plantas, los animales, los insectos y los humanos. Y para la pura belleza. Porque el agua es linda. Punto. Mística, ética y estética.
¿Qué hacer con la sal? No sé.