La Plaza Brasil es un mundo de mundos. Suelo salir a caminar por el barrio, trato de hacerlo todos los días, doy la vuelta a la plaza y constato la convivencia pacífica y alegre de gente tan distinta que incluso yo mismo he llegado a sentirme incluido?
Personas de todas las edades. Niñas ensayando danzas. Flautistas. Acróbatas. Perros, harto perro. Mucha cerveza. Abrazos por poemas y poemas por abrazos. Hombres y mujeres reventados por el alcohol y la vida. Caminantes que giran en una y otra dirección, igual que en la plaza de Talca. Travestis bailando y cantando desaforados. Marihuana. Nunca he fumado, pero me gusta el olor. Olores, colores. Niños pequeños aprendiendo a jugar a la pelota. Guaguas recién paridas siendo amamantadas. Un monolito recuerda a Tom Jobim, músico que con Vinicius de Moraes compusieron La garota de Ipanema. Mascarillas, un 50%. Aforo, poco. Ladrones haciéndose los lesos. Ni los padres ni las madres dan asomo de preocupación por el ambiente en que se educan sus hijos.
He visto a una chiquilla de la UDP y otra de la UAH sentadas en el pasto comentando la Constitución del ochenta. Podría apostar que estas gentes votaron unánimemente Apruebo. No he visto ningún Rechazo en los grafitis de las inmediaciones. Pero no es solo el deseo de una nueva constitución lo que los une.
Hay comercio. Se venden cosas típicas: cassettes en desuso, ropas, maceteros con cactus, pizza al taglio. Una adivina tira las cartas del Oráculo cristosófico a un jubilado a pocos días de cobrar la pensión de la Bachelet. ¿Llegará la Coca-Cola a financiar la orquesta que canta al poeta Ho Chi Minh?
No logro entender qué está pasado en el país. ¿Cómo son posibles tantos mundos en una sola plaza? Puedo suponer que en otras ciudades se está dando el mismo fenómeno. Esto es real: un mundo en el que las diversidades no se restan, se acumulan. ¿Se comunican? ¿A qué nivel de profundidad lo hacen?
Mi primera aproximación a este espectáculo es ética. Pero algo me dice que no sirve observar con criterios morales. La segunda aproximación es estética. Se da en la plaza y en el barrio una mezcolanza de horrores y de obras de arte. En la esquina de Av. Brasil con Moneda unas lolas de Arte de la Chile pintaron todo un edificio de flores que es una maravilla. Hasta los grafiteros lo respetan. Pero la clave estética tampoco es suficiente.
Vengan entonces los filósofos. ¿Qué es esto? ¿Un reseteo del ser humano, o una simple reiniciación? Filósofos: dejen de contarle las plumas a Kant. Vengan los psicólogos, los historiadores, los arquitectos y todo especialista que pretenda saber algo, y aprenda, porque si no lo hace mejor sería que no enseñara. ¿En qué están las universidades? Pregunto a los sociólogos: ¿Por qué en Santiago hay niños que juegan en condominios protegidos con vigilantes y alambres, que viven alarmados por sus padres, asustados de lo que hay al otro lado de las rejas, y en el corazón de la ciudad hay otro tipo de niños, seres humanos formateados de un modo inédito, jugando sin temor y dispuestos a acoger en su ámbito incluso a la clase alta? En el Barrio Brasil no hay la lucha de clases. No la percibo.
Vengan los teólogos. La Plaza Brasil no parece ser una herejía. En este barrio Dios es distinto. El mismo, pero de nuevo. Si algún día pispo cómo hace Dios para emerger en esta confluencia de tantas vidas, le pediré a las borrachitas que me otorguen la misión canónica para enseñar teología que hasta ahora los cardenales me niegan. Si la teología no es reflexión sobre el hacerse Dios real en las vidas de las personas, ¿qué es? El caso es que salgo a hacer ejercicios físicos por las veredas del barrio y vuelvo habiendo hecho ejercicios espirituales. Retorno a mi casa sin entender palote, pero liberado de mis miedos y perdonado de mis pecados, bautizado en aguas de mucha humanidad.