Osorno es más que Osorno. La resistencia de los osorninos al nombramiento del obispo Juan Barros, es representativa del rechazo de muchos católicos chilenos que se sienten alejados de una elite eclesiástica que perdió el contacto con sus vidas. La negativa de una diócesis pequeña a la imposición de un obispo que no quiere, además de un ejercicio de un derecho, corresponde a una correcta concepción de la iglesia como pueblo de Dios, como comunidad activa de hermanos en la fe. Por más de un milenio los obispos fueron elegidos por las comunidades cristianas.
En la carta que el Papa Francisco acaba de dirigir a los católicos de Chile, sostiene: “En el Pueblo de Dios no existen cristianos de primera, segunda o tercera categoría. Su participación activa no es cuestión de concesiones de buena voluntad, sino que es constitutiva de la naturaleza eclesial. Es imposible imaginar un futuro sin esta unción (del Espíritu Santo) operante en cada uno de Ustedes que ciertamente reclama y exige renovadas formas de participación”. Los católicos chilenos hace ya décadas que se sienten como visitas en su propia casa. No se les consulta. Si preguntan, nadie les responde. Si critican, se los trata de desleales. Se les dice que “cantan fuera del coro” o que “se ubican en la vereda de enfrente”. El Papa, en cambio, reivindica a los rebeldes.
Francisco urge a los católicos para que asuman en su Iglesia un rol activo: “Insto a todos los cristianos a no tener miedo de ser protagonistas de la transformación que hoy se reclama y a impulsar y promover alternativas creativas en la búsqueda cotidiana de una Iglesia que quiere cada día poner lo importante en el centro”. Su crítica ha sido -lo decía en la carta dirigía a los obispos reunidos en Roma- el haberse centrado la jerarquía eclesiástica en sí misma en vez de haber cumplido un rol profético, poniendo a Cristo en el centro.
Termina el párrafo: “Invito a todos los organismos diocesanos –sean del área que sean- a buscar consciente y lúcidamente espacios de comunión y participación para que la unción del pueblo de Dios encuentre sus mediaciones concretas para manifestarse”. Parece razonable pensar que estas palabras se apliquen a la elección de los obispos y otras autoridades, en particular a la diócesis de Osorno.
En este momento en que se debate la próxima nominación de numerosos obispos chilenos, celebramos la venida al país de Charles Scicluna y Jordi Bertomeu. Me gustaría pensar que estos dos emisarios de Francisco ayudarán a la Iglesia chilena a reunir la información necesaria para realizar estos nombramientos. Si el Papa fue incorrectamente informado en anteriores elecciones, no será tarea fácil reunir los antecedentes y las opiniones para discernir quiénes serán los nuevos obispos chilenos. Es decisivo “escuchar” –como pide Francisco en su carta- qué piensa y qué siente el pueblo cristiano acerca de lo que está ocurriendo con él en la particular situación histórica, cultural y eclesial en que se encuentra.
¿Qué mecanismo pudiera utilizarse para realizar esta escucha? Al menos sugiero que en las diversas diócesis que tengan que nombrar a un nuevo obispo, se realicen reuniones abiertas con la mayor participación posible incluidos jóvenes y personas que se sientan alejadas, en las que se elabore el perfil de obispo que necesitan y los principales problemas que se deben enfrentar. La información recabada sería riquísima. Tal vez no se pueda encontrar la persona que responda exactamente al ideal. Pero el nominado habrá recibido de las bases una indicación poderosa de las necesidades reales. Si prescinde de ellas, tendrá que atenerse a las consecuencias. Hoy, en todas partes, se pide rendición de cuenta en el ejercicio de los cargos. No se ve por qué en la Iglesia los obispos pueden continuar en su cargo si son incapaces de su desempeño.
En las actuales circunstancias tal vez varios deberán dejar pronto sus cargos, pero, creo, sería inconveniente apurarse en nombrar a quienes los van a reemplazar. Es necesario dar lugar a la participación, a oír a todos, escuchar con calma, discernir. Eso, hará más difícil equivocarse de nuevo.