Se oye decir que la pandemia, de la que talvez no salgamos nunca más porque de aquí en adelante los virus variarán al infinito, es la señal más clara de una crisis medio ambiental planetaria que quizás la humanidad no podrá revertir. Así de gris es el horizonte. ¿Cuál será es el nombre del tiempo en el que estamos?
Se dirá que la nueva etapa se caracterizará por la necesidad de adaptarse a cambios múltiples, provocados unos por otros y de un modo acelerado. ¿Qué más? Los nuevos tiempos tienen visos de catástrofe. Si el derretimiento de los polos hace subir el nivel de los mares, poblaciones completas migrarán a zonas más altas, quitándoles las tierras a sus vecinos. ¿Algo más? Los equilibrios geopolíticos muy probablemente se quebrarán. Las guerras pueden multiplicarse. ¿Algún otro asunto? Sí, si la mayoría de los países tienen a China como su primer socio comercial, los embajadores de las naciones democráticas se verán forzados a aplaudir de pie a los próximos emperadores en el Gran Salón del Pueblo. Adaptación, migración, guerra y dictadura pueden convertirse en el nombre de la nueva era, entre otros muchos posibles.
Pero el asunto decisivo no es cómo se llamará este tiempo intermedio, sino como queremos que se llame. La creciente adversidad no impide que el porvenir pueda ser mejor, pues el qué siempre depende en alguna medida del cómo. ¿Vienen años de hambre? El nuevo tiempo puede llamarse la Estación del Pan. ¿De violencia? Podríamos hablar del Ciclo de la Paz. Si se multiplican los ratones, ¿no podríamos inaugurar el Año del Gato? No es cosa de voluntarismo. El voluntarismo mata. Mejor sería recurrir a aquella imaginación con que tarde por la noche o temprano por la mañana, intentamos cerrar el círculo para agradecer el día que termina y encarar el que está por comenzar.
Todos los nuevos nombres de esta nueva etapa pueden ser positivos, aunque el cataclismo sea inminente. Lo serán, si entramos en ellos como protagonistas y no como ovejas enviadas al matadero, sumisas al destino que les impone. El espíritu es invencible. El nombre de los nuevos tiempos debiera ser uno performativo. La denominación de esta etapa histórica tendría que depender de los que se impliquen activamente en crearla. Esta etapa entre la pandemia, que anuncia que en adelante todas las crisis serán globales, y un acabo mundi impajaritable si no llegamos a enfriar el medio ambiente, podría ser ojalá dramática pero no trágica. Las tragedias ocurren independientemente de los sujetos que las padecen. Se imponen como el hado. La superación del drama, en cambio, depende del amor por la vida, de la clarividencia para identificar las fuerzas en conflicto y de empujar juntos en la dirección correcta.
Todavía es hora para el drama. Esperemos que no llegue la de la tragedia.
El nombre de esta era, se ha dicho, es el Antropoceno. Este es el mundo que creó el ser humano y del que hoy es su víctima. Lo que no se ha dicho es que la superación en tabla no depende de la pura ciencia, ni del solo ñeque. La ética a secas amarga. Necesitamos una nueva creación. Urge dejar atrás el paradigma de humanidad que ha convertido la Tierra en un vertedero y empezar de nuevo, de la mano de un dios, de una diosa, que no ame a la humanidad más que los atardeceres de primavera.
Empezó la primavera.