El documento no tiene en cuenta uno de los principales signos de los tiempos. Lo más extraordinario en esta materia a nivel mundial es la toma de conciencia del daño producido por las colonizaciones culturales. Recientemente la Iglesia Católica en Canadá ha hecho público su remordimiento por la muerte de miles de niños entre los años 1831 y 1996 en los internados que ella gestionaba y en los que se llevó a cabo la supresión de la lengua, la cultura e identidad de los pueblos indígenas. El gobierno canadiense ha reconocido que en estos lugares se perpetraron todo tipo de abusos. La reivindicación de las identidades oprimidas está en auge en el mundo. Se pide justicia. Se demandan reparaciones.
La Colonia en América Latina se abrió paso con el Requerimiento. El conquistador alzaba la cruz delante del indígena y, en latín, le pedía una confesión de la fe católica. Si aceptaba la fe, bien. Si no, se le hacía esclavo.
El catolicismo chileno consideró pagano al pueblo mapuche. Los esfuerzos de la Iglesia Católica contemporánea por una inculturación del Evangelio entre los pueblos indígenas, aunque constituye un aprecio de sus culturas y religiones, merece una revisión. Las comunidades evangélicas en la Araucanía exigen a sus fieles no asistir a los Nguillatún. Los ejemplos de invasión y conquista religiosa de estos pueblos pueden multiplicarse.
Los líderes religiosos firmantes de la carta a la Convención lamentan la quema de iglesias, templos y capillas. Hacen mención de algunos apoyos económicos del Estado para sus actividades porque consideran que la religión es esencial al ser humano. Pero, ¿no han debido también decir algo sobre la colonización del país desde 1541 a la fecha? ¿Sobre el daño enorme causado a los pueblos originarios? Tal vez no era el momento. ¿Lo habrá? En el Estrecho de Magallanes todavía se recuerda el caso del patagón que hicieron subir a una de las naves del navegante y lo bautizaron Pablo. Murió poco después.
Lo único que parece tener futuro en materia cristianismo en Chile es un replanteo a fondo de la evangelización. El Evangelio exige hoy un diálogo intercultural. Si se trata de emparejarle la cancha, los cristianos tendrían que promover el cultivo de las religiones originarias, hacer todo lo posible por potenciarlas, porque su Dios no es mejor que el de estos. Aún más, el Dios de los cristianos es el Dios de los pueblos oprimidos, como lo ha subrayado la Iglesia post conciliar latinoamericana y la teología de la liberación. Pues tampoco Cristo es monopolio de los cristianos.
El testimonio de Millaray Garrido Paillalef sirva como prueba de lo que vengo diciendo: “Cuando yo llegué (a la escuela) ya no había curas, había profesores del Magisterio de la Araucanía, que es como un mafia de la Educación en la Araucanía. Ellos están metidos en las comunidades indígenas y han tenido un rol importantísimo en el blanqueamiento del mundo mapuche, metiéndose como agentes pasivos con la excusa de la educación y la evangelización. Ellos nos enseñaban a cantar el himno nacional de Chile en mapudungun, a rezar el Padre Nuestro y el Ave María en mapudungun. Nos enseñaban que la Ñuke Mapu era lo mismo que la Virgen María y que Chao Ngenchen era lo mismo que Dios. Mi mamá era la única apoderada que iba a reclamar y a decir que no me podían confundir de esa manera” (Elisa García Mingo (coordinadora), Zomo newen, Lom, 2017).
Pido a los líderes religiosos de la carta a la Convención que la redacten de nuevo. También para los hijos de Abraham llegó la hora de la conversión.