Pedimos unos espaguetis a la carbonara y unos ñoquis. Nos trajeron unos platos enormes. Cada uno equivalía a tres platos. Me pareció simpático. Hinqué el tenedor y empecé a enrollar la pasta. Bien. Comí un tercio. No pude más. Saciado, le pregunté al mozo que qué hacían con la comida que sobraba. Se bota, me dijo. Era un restorán enorme, estaba repleto. Se bota, quedé pensando. Prometí interiormente no volver nunca más. Pedí la cuenta. Me trajeron el vuelto, pero sin la boleta. Pedí la boleta, pero en vez de marcar 14,500 decía 13,600. Me paré y me fui amargado.
El mozo también me dijo que así se hacía en los otros lugares. Los restoranes botan la comida que sobra. Por otra parte supe que también en los restoranes caros ha entrado la costumbre de no dar boleta.
¿Fue siempre así? No. Antiguamente en Chile nadie iba a un restorán, era muy raro. Lo que sí era cotidiano era el hambre. Hambre, desnutrición, anemia, niños en manadas ratoneando en los basureros. Personas pobres, tristes, tocando timbres, pidiendo pan, cualquier cosa. Así era, pocos lo recuerdan. Las nuevas generaciones no piden comida, la tienen de más. No saben lo que es la adolescencia con el estómago vacío.
Si los restoranes botan la comida, si el dueño del restorán duerme tranquilo, si el cliente también, es que el país está enfermo. Los chilenos hacen dieta, el 75 % obeso, e involucionan en humanidad. Porque hay algo muy grave en juego: la comida es un símbolo del ser humano, de lo más alto y de lo más bajo. Comiendo se comparte la vida en todos los sentidos de la palabra. Cualquier cosa importante se celebra comiendo. Pero por comida los seres humanos también se han matado desde que el mundo es mundo. El hambre, ¡qué triste!, está a la base de muchas prosperidades. Dice Neruda a propósito de Macchu Picchu: “Hambre, coral del hombre, hambre, planta secreta, raíz de los leñadores, hambre, subió tu raya de arrecife hasta estas altas torres desprendidas?”
¿Cuántas toneladas de comida botan los restoranes en un año? ¿Saben los clientes que hoy en Venezuela hay días que los padres no comen para alimentar a sus hijos?
Pastas, verduras, carnes, pescados, arroz, suma y sigue, todo a la basura. Esto es “comprensible” en gente adinerada que confunde el hambre con el apetito. Pero cuesta entenderlo en el funcionario de clase media que alguna vez supo que su madre comía en un vertedero las sobras del supermercado.
¿Y cuando venga de nuevo la guerra, qué? Nuestra generación no sabe qué es una guerra, por suerte. ¿Pero no tendríamos que tener una mínima solidaridad con la historia trágica del ser humano?
Recuerdo que en kinder un compañero me enseñó a besar el pan antes de botarlo, en caso que uno no quisiera comer más. Había en esto una suerte de solidaridad con la humanidad, una sana culpa. Es de las cosas más importantes que aprendí en el colegio.
Pido que el próximo gobierno prohíba a los restoranes botar la comida sobrante.