El texto constitucional en debate se refiere a la índole espiritual del ser humano: “El Estado reconoce la espiritualidad como elemento esencial del ser humano” (art. 67, 3). También en otros incisos alude al tema (1, 2, 4). Asimismo, valora las diversas cosmovisiones (arts. 11, 34, 65, 67). Tan importante afirmación pide decir algo sobre este reconocimiento, sobre su representación pública y, en el caso del cristianismo, sobre la innovación teológica que esto significa.
El texto innova. Va mucho más allá de las constituciones del 25 y del 80. En estas, se reconocía a las religiones respeto y lugares para desarrollar sus actividades. ¿Era exigible a estas constituciones reconocer la naturaleza espiritual de los pueblos originarios? No, porque la toma de conciencia histórica es progresiva. En Chile esta conciencia ha crecido con la lucha del pueblo mapuche y el descubrimiento de los derechos humanos. En la actualidad se levanta una demanda de justicia de pueblos víctimas de un tipo de cristianismo colonizador que no vio en la espiritualidad indígena más que paganismo. La Constitución de 2022 hace suya esta demanda. El reconocimiento político de la espiritualidad de todos los pueblos constituye tal vez el logro cultural más grande en quinientos años de historia.
La eventual nueva Constitución destapa, además, el asunto de la representación social y política del pluralismo espiritual. El texto reconoce variados espacios para que las chilenas y los chilenos, y pueblos, puedan expresar aquello que seguramente es lo más valioso de sus vidas. La más visible representación, hasta hoy, la ha tenido la Iglesia católica y, en las últimas décadas, la Iglesia Metodista Pentecostal. Tenemos el caso de la Presidenta o el Presidente que asiste a los respectivos Te Deum. El Te Deum católico ha hecho grandes progresos al constituirse en un factor de comunión de las diversas religiones y espiritualidades. En la celebración del 18 de septiembre lucen los pueblos indígenas. Aun así, queda planteada la pregunta por el anfitrión. ¿Debe hacerse en la catedral de Santiago? El Estado es laico. Ninguna creencia puede reclamar para sí la representación de todos los chilenos (art. 9: “El Estado es laico. En Chile se respeta y garantiza la libertad de religión y de creencias espirituales. Ninguna religión ni creencia es la oficial…”).
Aún más, las iglesias cristianas chilenas, especialmente la católica, deberían hacer un mea culpa histórico. Están en deuda. Tendrían que declarar públicamente que en el país ha habido modos de evangelización que constituyen una vergüenza. El papa Francisco ha pedido perdón a los pueblos originarios de Canadá por “la destrucción cultural y la asimilación forzada”. En Chile el nombre de Cristo ha sido usado exactamente para lo mismo.
Este atropello centenario debiera impulsar la creación de nuevos modos de representar el pluralismo espiritual. Los progresos teológicos cristianos del siglo XX favorecen algo así. Volvamos al caso del Te Deum, aunque pueden darse otros ejemplos como el de los capellanes. La celebración ecuménica, interreligiosa e intercultural del origen de la República de los últimos años apunta en la dirección correcta, pero no es suficiente. Se puede ir más lejos. La Iglesia católica abandonó hace rato el error de pensar que “fuera de la Iglesia no hay salvación” (extra Ecclesiam nula salus). En el Concilio Vaticano II la misma Iglesia concluyó que Dios conduce a todos los pueblos a su realización por caminos que ella puede desconocer (Gaudium et spes 22).
Por esto, los cristianos deben ver en las religiones abrahámicas (islam y judaísmo), en las demás religiones y espiritualidades filosóficas, en las cosmovisiones de los pueblos originarios e incluso en los ateos (en la medida que ponen en práctica la caridad y buscan la justicia) la acción del Espíritu Santo. El Espíritu del Cristo resucitado, desde el día de Pentecostés en adelante, promueve la diversidad y la comunión. No debiera extrañar que la teología hoy subraye este modo de entender la espiritualidad humana. Cuando el texto constitucional afirma que el ser humano es esencialmente espiritual, los cristianos, desde su ángulo, deben entender que ellos tendrían que abandonar la idea de su superioridad religiosa, celebrar la diversidad de modos de encontrar a Dios y dialogar con los demás en favor de la unidad del país.
Antes y después del plebiscito, las espiritualidades tienen y tendrán una misión de primera importancia.
Escrito con Benito Baranda