La educación como instinto del prójimo

La educación consiste, primero, en un modo de ser caritativo y gentil con los demás. Educada es una persona que sabe que se debe a los otros/as, sea porque le agradece la vida y la humanidad, sea porque se preocupa de ellos/as, mayores, menores o pares. En segundo lugar, la educación es una tarea, una pedagogía, un empeño por urbanizarnos, por hacernos capaces de convivir con más gente.
¿Cómo estamos? Malón, al debe. Los mayores no sabemos bien qué hacer. Es triste llegar a viejos pues suele ocurrir que uno/a no se entiende con los que le siguen. El traspaso de la cultura a las siguientes generaciones siempre se ha dado con una cierta ruptura, y más de alguna vez con ingratitud. Pero nos hallamos en una circunstancia histórica inédita: los factores de orientación cultural están siendo cuestionados radicalmente: la religión y la escuela, por de pronto. ¿Cuestionados por los jóvenes? ¿Por Google? La inteligencia artificial nos puede quitar los controles de la vida tal como la conocemos.
El fenómeno se lo ha llamado anomia: falta de normas. Las manifestaciones pueden ser pintorescas, pero también enervantes. Una niña, durante la clase, sin permiso de nadie, se cambia de ropa. La profesora le llama la atención. La alumna responde de mal modo. Vienen los apoderados. Gritonean a la profesora. La directora del colegio le pide a la profesora que agache el moño, que el Ministerio, que los tribunales…
Hay otro tipo de anomia que pone los pelos de punta. Las reglas de la identidad se han vuelto corredizas. En Kínder, exagero un poco, se llama al niño y a la niña, y se les dice: “miren, ustedes pueden decidir ser hombres o mujeres”. Los párvulos se confunden. Muchos padres, madres y educadores en general están indignados.
El desorden entra a las aulas o proviene de ellas. Las ciudades están pintarrajeadas. Groserías, insultos de los peores. Orines. La barbarie vuelve a los estadios. Funas. Linchamientos mediáticos. Se ha comenzado a manejar con la bocina.
Pero asoman señales positivas. En las estaciones del Metro, tras los torniquetes, el pasajero se encuentra con tres guardias, trajes nuevos, piernas separadas, como diciéndole “se acabó la chacota”. Los directores del Metro hasta ahora han sido los culpables del deterioro del ferrocarril metropolitano, un servicio que fue magnífico. Hace años que la mala educación venía in crescendo. No se encontró nada mejor que echarle la culpa a los viajantes: “está prohibido comprar o dar limosna…”. ¿Por qué no quitan un par de guitarras? ¿Un micrófono? Requísenlos sin devuelta. En tres días se acabaría el cuento. Dos.
Hay otra señal positiva: la Comisión de expertos para la confección de la nueva constitución. Los políticos de todos los sectores, desde republicanos a comunistas, han conversado como personas civilizadas y, por esta vía, han llegado a un pre-texto que augura una reedición espectacular de la democracia. Lo que tendría que valorarse no es haber estado de acuerdo en todo, sino haberse probado que el diálogo es posible. Este debe considerarse un hito de educación cívica en la historia del país independientemente del resultado del plebiscito del próximo diciembre.
Seguramente hay más señales positivas. Son pepitas de oro.
¿Las hay en las familias? Seguramente sí. Es sobre todo la familia el lugar donde se forman los mejores sentimientos y actitudes, aunque no siempre. Por lo mismo la escuela es clave. En la familia, en la escuela y en la misma ciudad puede desarrollarse el olfato de la fraternidad. La educación es un músculo que sirve para agradecer, para pedir perdón y perdonar, para mirar con amor a la humanidad y cuidar de la naturaleza. La buena educación es un instinto del prójimo.

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