Chile está en peligro. En 2015 el 1 por ciento más rico del mundo llegó a tener el mismo patrimonio que el 99% del resto de la población (Credit Suisse Global Wealth). Los chilenos más ricos no trotan, galopan. Los multimillonarios aquí y en otras partes tienen cada vez más poder. El dinero consigue poder. El poder produce dinero.
Con plata se ha comprado a la clase política. Se dirá que los parlamentarios aceptaron financiamiento para su campaña, pero que no se beneficiaron en lo personal. Falso. El mero hecho de ser los diputados y senadores reelegidos, con tales platas, es una suerte de cohecho. Los empresarios que les dieron dinero, tarde o temprano les recordarán este favor y solicitarán algún tipo de compensación. La gente está aburrida de la falta de libre mercado. Unos pocos “grandes” acuerdan entre ellos, por ejemplo, los precios de los remedios y del papel higiénico, prometen seguros y cumplen apenas…. Para qué seguir. La población está airada.
También lo está en otras partes del mundo. En Túnez Mohamed Buazizi, un humilde vendedor de frutas se inmoló como reclamo por los sobornos que le pedía la policía. Las redes sociales viralizaron el hecho. Debido a las grandes desigualdades del norte de África, la chispa de la noticia incendió la región. El fuego llegó a Siria. Las protestas pacíficas por reformas políticas terminaron allí en varias guerras que nadie sabe cómo terminarlas.
La concentración de la riqueza en esta época en la que la identidad de las personas depende de su poder para comprar, es un peligro para las sociedades con aspiraciones de mayor desarrollo humano y para sus democracias. Ya genera frustración no adquirir todo lo que el marketing nos hace comprar. Muy pronto el dragón se morderá la cola. El día que se descubra que la desigualdad es una injusticia, la violencia se apoderará del estadio.
¿Por qué se acumula la riqueza entre tan pocos? ¿Por qué las consecuencias pueden ser fatales para el país? Por dos causas, al menos. Primera: los más ricos lo tienen todo para ser todavía más ricos. Son capaces de ganar cada vez más porque nacieron con un capital importante, estudiaron en los mejores colegios y universidades, crearon contactos y confianzas, se casaron entre ellos mismos y, por último, Dios nunca les falló. Segunda: el robo del capital al trabajo. Es cierto que la economía productiva genera trabajo y sin ella la sociedad involucionaría hasta destruirse. Pero la necesaria concentración del capital opera mediante sueldos de mercado, es decir, sueldos que para el dueño del capital –como otros costos de producción- deben ser lo más bajos para vencer a la competencia; así, se podrán, sobre todo, obtener las mayores ganancias posibles. La empresa privada funciona mediante la acumulación de capital. No puede ser de otra manera. Bien. Pero debe también reconocerse que los riesgos que corren los empresarios no son comparables con los sacrificios con que son sacrificados los asalariados. Peor aún es la economía financiera que genera burbujas que, cuando estallan, destruyen millones de empleos y exponen al planeta a recesiones que acaban en guerras. Los Estados, para evitar males mayores, “salvan” a los bancos y a los especuladores. Y la acumulación continúa.
¿Y los cristianos más ricos dónde están? ¿El católico “cota mil-mil” qué piensa?
Tal vez cree que las palabras de Jesús contra las riquezas no se aplican a él. No han oído, quizás, sus maldiciones: “Ay de ustedes, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo” (Lc 6, 24), les gritaba Jesús. ¿Les enseñaron sus padres algo de la Doctrina Social de la Iglesia? Tal vez no saben que la piedra angular de esta es El destino universal de los bienes, que la propiedad privada es un medio para su implementación, no un fin. El fin, en cambio, es que todas las personas que vienen a este mundo sean propietarias de la tierra. Los cristianos potentados, ¿han mirado a los ojos a uno de los miles de chilenos que viven en las calles de sus ciudades?
Propongo que los católicos pertenecientes al 1 por ciento más rico del país creen un Impuesto Moral Cristiano. No un impuesto legal. Los impuestos legales deben ser objeto de estudios cuidadosos de políticos y expertos. Su establecimiento es cuestión de justicia, pero no debieran desactivar la economía. Lo que sugiero es un impuesto voluntario de un 10 % al patrimonio anual (casas, propiedades, autos, acciones, etc.) de los más ricos. Los mismos católicos interesados en crear este impuesto podrían fundar una institución encargada de devolver a los chilenos una parte, siquiera una parte, de lo que les pertenece. Con este dinero, por ejemplo, se podría dar una justa pensión a las dueñas de casa.
Si las palabras de Jesús y de la Iglesia no les son una motivación suficiente, podrían servirles las de J. Stiglitz (Nobel de economía 2001): “Los miembros del 1 por ciento más rico poseen las mejores casas, los mejores colegios, los mejores médicos y las mejores formas de vida, pero hay una cosa que no parece que el dinero pueda comprar: saber que su suerte está unida a las condiciones de vida del 99 por ciento restante. Es algo que, a lo largo de toda la historia, el 1 por ciento ha acabado siempre por comprender. Pero demasiado tarde”.
Zaqueo creyó en Jesús, dio la mitad de sus bienes a los pobres y prometió a sus posibles defraudados el cuádruplo del perjuicio (Lc 19, 1-10).