Al momento de votar Apruebo o Rechazo, los miedos tendrán gran importancia.
Nuestras decisiones muchas veces son tomadas por miedo. Temerosos de la salud de la población, los gobiernos la han protegido con medidas sanitarias. Bien. Un amigo no se atrevió nunca a pedir matrimonio a su pareja y terminó perdiéndola. Mal. Los equipos que juegan a no perder, a que no les metan goles, no pueden aspirar a encabezar la tabla. Mal.
En los miedos habitan las razones con que se toman las decisiones. En cualquier persona sana, digo. Pues es patológico no tener temor a nada. ¿Y si viene el león?
También es patológico decidir de un modo meramente racional. Quien actúa sin empatía nunca entenderá que las motivaciones de los demás pueden ser razonables y, por ende, que urge presentirlas para conversar con ellos hasta concordar una convivencia pacífica. Hay actuaciones impulsadas exclusivamente por los traumas del pasado. Pesa, en el caso chileno, el quiebre del 11 de septiembre del setenta y tres. Es normal que pese. Pero su evocación no debiera nublar el juicio como para evitar de malas maneras otro desastre histórico.
Intuir las motivaciones políticas del prójimo es fundamental. Adivinarlas prepara el entendimiento con las otras personas. Pensar The day after al plebiscito de un modo empático, tendría que moderar la ansiedad sobre el futuro. Lo mismo, un ejercicio de introspección, analizar en nosotros la conjunción de emociones y razones ayudará a acertar. Partamos de la base de que nadie tiene un punto de vista absoluto, tampoco nosotros, como para saber exactamente lo que nos conviene como país. El fanático cree tenerlo. Las personas sensatas saben que su óptica es relativa. Juzgamos desde el lugar del mundo en que la vida nos puso. Las biografías son siempre fuentes únicas de conocimiento, y por lo mismo limitadas. Es básico entender, por esto, que al resto de los ciudadanos les pasa lo mismo. Y que sus miradas nos son indispensables. Ciertamente sus posturas son relativas, pero también ellos pueden tener alguna buena razón que hacer valer en una discusión política.
Las campañas ayudan a defender un punto de vista con entusiasmo. Las campañas del terror, en cambio, convierten el miedo en pánico, fanatizan y transforman a los adversarios en enemigos.
No soy neutro. Mi opinión, basada evidentemente en mi propia vida, es que se hace necesario correr riesgos. En la actual situación hago fe en el elan de las generaciones más jóvenes, y apuesto por cambios profundos. Sintonizo con la larga historia de colectivos humanos oprimidos; los pueblos originarios y las mujeres. Hago mías las diferencias de género y que se reconozcan varias maneras de ser familia. Lamentaría que perdiéramos la oportunidad de acabar con estas discriminaciones. ¿Puedo dar por supuesto que los jóvenes, en tiempos de individualismo, serán solidarios con los excluidos? Ojalá que lo sean.
Audentes fortuna iuvat: a los audaces les ayuda la fortuna, decían los antiguos. Sería penoso que se apoderara de mi generación el miedo a dar un paso en falso. Nosotros los mayores nos volvemos con los años más conservadores. Podemos, por lo mismo, cerrarle el futuro a los que vienen detrás en nombre de nuestras experiencias. Si nuestras y nuestros jóvenes aun careciendo de experiencia se lanzan a la piscina sin más, que ellos mismos nos ayuden a completar nuestros serios discernimientos con algo de arrojo. “Que se vayan los viejos y que venga juventud limpia y fuerte, con los ojos iluminados de entusiasmo y de esperanza”, proclamaba Huidobro en su Balance patriótico. Será bueno que pasemos las riendas a la juventud y galopemos mejor al anca.