“Los ricos roban, el Pueblo recupera”. Este grafiti de la revuelta social de octubre aterra. Todavía está en los muros del negocio de la esquina. La pandemia del COVID-19 ha agravado aún más la situación del país. ¿Qué quedará para recuperar?
La catástrofe en la que estamos, sin embargo, es ocasión para una verdadera mejoría. El país tiene una oportunidad única de hincarle el diente a la desigualdad. Pero no bastarán los US $ 12 mil millones que, a modo de respirador artificial, han de salvarlo. Llegó la hora de pelar bien el chancho. ¿Cómo? Urge modificar el concepto de impuestos.
¿Qué son los impuestos? Los que tienen más suelen creer que son una injusticia. Piensan que el Estado les sustrae lo suyo. Que les quita lo que han ganado con esfuerzo o que los priva de la herencia sagrada que les dejaron sus antepasados. Es posible, sin embargo, afinar el concepto. Entre varios aspectos que tiene la idea de impuestos debe estar la de una devolución. Miradas las cosas con lupa, a generaciones completas se les despojó de lo suyo o de lo que merecieron con sudor y sangre. ¿Se lo robaron los ricos? ¿Roban los ricos hoy? Es odioso plantear las cosas en estos términos. No se puede meter a todos los ricos en el mismo saco. Pero estos, por parejo, deben reconocer que el acervo monetario, patrimonial, social, político, cultural y religioso, contribuye significativamente a asegurar e incrementar su capital y su poder.
El caso es que los impuestos afectan a ganancias y posesiones actuales, pero no siempre se considera que, además, tienen que ver con historias de enriquecimiento injusto. Las herencias tienen rostros. Unos han heredado el color. Son rubios, ojos claros. Heredaron la manera de hablar, de caminar y de reírse. Los gustos. De padres a hijos se transmitieron apellidos y contactos. Pudieron estudiar en el colegio de sus padres, de sus abuelos. Entraron sin problema a las mejores universidades. Aún más, han llegado a sacralizar su estatus con una religiosidad que les ha hecho creer que son superiores al resto.
Los pobres, en cambio, han heredado la miseria por generaciones. Apellidos, rostros, estatura, taras, pintas, modos de saludar, modos de despedirse, ¿Algo más? Son huesos, son pieles, de pueblos originarios, de migrantes, de mineros y de campesinos. Es cierto que según los estándares quienes fueron pobres en Chile hace algunas décadas han pasado a formar parte de una gran clase media. Pero esta es vulnerable porque el Estado hoy no le asegura educación de calidad, ni vivienda, ni salud, ni pensiones dignas. Cuando termine esta pandemia, ¿seguirán esperando los herederos de los daños lo que cae de la mesa de los herederos de los privilegios?
Terminada la catástrofe el capitalismo volverá rampante. Pero el neoliberalismo, un hijo legítimo suyo, hijo que juega en favor de la acumulación de la riqueza, del prestigio y de variados privilegios, podría ser contrarrestado. El neoliberalismo (de derecha y de izquierda) ha desprestigiado a la política, ha hecho de los chilenos seres individualistas, ha liberado el voto, ha endilgado la jubilación a gentes con trabajos precarios y se ha servido del Estado para favorecer al 1% más rico de Chile. Estos poseen el 22,6 % de los ingresos y riquezas (Cepal 2019).
Se dirá que no es el momento para tocar el sistema impositivo mas que para reactivar una economía a punto de colapsar. Probablemente sí. Pero se puede remirar el concepto y, a reglón seguido, crear las condiciones para modificarlo. El país no debiera perder una oportunidad única de hacer un pacto social en serio. Los partidos políticos, hasta aquí, han dado dos grandes pasos. Falta el más importante. Pactaron un plebiscito para revisar el orden constitucional y pactaron un endeudamiento para superar la crisis del COVID-19. Ahora tendrían que concordar una idea de país más justa, a saber, una basada en un modo de entender la propiedad que integre en la noción de impuestos las restituciones debidas a las víctimas históricas de los mecanismos de acumulación y concentración de la riqueza.
¿Podrán los políticos innovar al respecto? ¿Les ayudarán los economistas en esta tarea? ¿Votará la ciudadanía en favor de un nuevo concepto de impuestos o seguirá votando a tontas y a locas por la derecha o por la izquierda, confundiendo la justicia social con la repartición de cajas de alimentos y bonos?
En Chile se hereda la riqueza y se hereda la miseria. Justo ahora que el país enfrenta una crisis económica y social de marca mayor, se abre la posibilidad de reparar. Es bueno que continúe la costumbre de que todos los ciudadanos sean contribuyentes. Los más pobres pagan y debieran seguir pagando el IVA o algo parecido. Pero ningún peso que impongan los más ricos debe considerarse el precio de una contraprestación ni tampoco un acto de caridad. En su caso, los impuestos debieran ser sobre todo, además de una forma de redistribuir las ganancias, un modo de restituir a los histórica y sistemáticamente defraudados.