Explosión social en Chile

Chile explotó en el momento menos pensado. Parecía el paraíso entre países latinoamericanos convulsionados. Explotó como ha podido hacerlo un volcán que hubiera dormido por miles de años debajo de Santiago.

La explosión

La autoridades del Metro de la capital anunciaron un alza en el precio de los pasajes que, sin ser desmesurado, gravaba otra vez más uno de los sistemas de locomoción, comparativamente, más caros del mundo. En respuesta, los jóvenes, a quienes sin embargo no se alzaba el pasaje, comenzaron a destruir los controles mecánicos y, tras ellos, personas adultas pasaron sin pagar. En solo dos días la ciudad estalló en protestas de todo tipo y, muy poco después, las manifestaciones se han extendido a otras ciudades del país.

Muchos han salido a las calles para hacer sonar cacerolas; otros han protestado con las bocinas de sus autos. Estos, por cierto, no han sido los mismos que han quemado buses, supermercados y numerosas estaciones del Metro, además de saquear diversos tipos de tiendas o destruir las señaléticas. Los daños son incalculables. Afectarán por largo tiempo el trasporte al trabajo de las mismas personas que se han manifestado en contra de varias formas de injusticia.

Las causas

Es difícil saber exactamente las causas más profundas de un fenómeno tan violento y tan extendido. Analistas importantes aventuran razones del estallido con un “quizás”. No hace mucho las estadísticas de felicidad de los chilenos señalaban que estos se consideraban bastante felices, aunque pensaban que la sociedad andaba mal. ¿Qué explica esta paradoja?

Aun así, las razones que la misma gente da, y que no cuesta mucho comprobar, es la desigualdad en la distribución de los bienes y las oportunidades y los abusos cometidos por empresas y negocios varios, entre los cuales ha llegado a ser emblemática la colusión de las redes de farmacias para subir los precios de los medicamentos; y, también, las corporaciones de previsión que preanuncian jubilaciones muy bajas. Además, es posible pensar que una sociedad de consumidores se ha sentido frustrada por no poder acceder a una infinidad de productos y que además, ante ofertas incumplidas del gobierno, teme retroceder en su bienestar.

Como causa de estas desigualdades y abusos, es posible reconocer al neoliberalismo, constituido en el motor de la sociedad chilena hace ya muchos años, muy difícil de gobernar por la clase política. El modelo económico de crecimiento ilimitado y deficientemente regulado opera a la vez atizado por aquella competencia mundial que favorece progresivamente a los super-ricos en desmedro del 82 % de la población mundial; las ganancias de los super-ricos chilenos, por otra parte, son las que disparan el PIB, ocultando que la gran mayoría de los chilenos gana sueldos modestos.

Otra causa que ciertamente ha tenido mucha importancia en esta crisis es una juventud anómica, jóvenes que median su subjetividad consigo mismos, que desconocen límites externos y solo creen que es verdadero lo que a cada uno le parece que lo es. Muchos de los jóvenes se comportan de un modo intolerante y violento.

Otra razón de descontento es el desprestigio (mundial) de las instituciones. La clase política, en particular, no ha auscultado el pathos social y, en vez de intentar hacerlo, ha dedicado mucho tiempo a la perpetuación en los cargos. La misma Iglesia, afectada por el desprestigio enorme de su jerarquía debido a los abusos sexuales del clero y a su encubrimiento, apenas ha hecho oír una voz que ya a nadie le interesa escuchar.

En lo inmediato, también ha exasperado a la población el mal manejo de la situación del gobierno de Sebastián Piñera, cabeza de la alianza de derecha. Él y sus ministros han hecho declaraciones muy lamentables que, sin embargo, no pueden ser consideradas simples errores no forzados sino expresiones características de la mentalidad de las derechas.

¿Qué ocurrirá a futuro?

En estos momentos urge controlar los desmanes e imponer el orden. No puede ser normal que los ciudadanos hayan perdido todo respeto a la policía e incluso a militares, desafiándolos abiertamente en plenas horas de toque de queda. Solo restableciéndose la legalidad institucional será posible abordar los problemas de fondo.

Estos días la clase política, con torpeza, procura reaccionar unida. Se ha dictado una ley para que los pasajes del Metro vuelvan al precio anterior. Pero las protestas continúan. Diversas organizaciones sociales y voces autorizadas llaman a la calma y al diálogo. Pero el futuro de Chile es incierto.

La principal pregunta en este momento es por la gobernabilidad. Algunos divisan en el horizonte alternativa populista a lo Bolsonaro, pero esta difícilmente puede tener futuro en un país traumado por la violencia de la dictadura de Pinochet ejercida por los militares y policías. Estos no quieren golpear a nadie ni menos usar las armas contra la población. La otra alternativa es el caos y todo lo que este puede devorar.

Obviamente, la apuesta solo puede ser por mejorar la democracia. Chile necesita una que contenga a una sociedad molesta con todo tipo de autoridades y también consigo misma.

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