Entrevista del Instituto Humanitas – Unisinos

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¿Cómo recibió la Iglesia chilena la noticia de la nominación cardenalicia del arzobispo de Santiago de Chile, Monseñor Fernando Natalio Chomalí? ¿Cómo evalúa esta nominación?

La Iglesia chilena está contenta con el nombramiento de Fernando Chomalí. Es inevitable decir que sus predecesores fueron cuestionados por los y las católicos, sea por su responsabilidad en el abordaje de las acusaciones por abusos sexuales del clero y su encubrimiento, sea por su falta de representación pública. En la Iglesia las autoridades desempeñan una labor de representación del Pueblo de Dios. El caso es que los y las católicas, incluidos muchos sacerdotes, se han sentido abandonados por muchos años.
Fernando Chomalí, por el contrario, ha salido al espacio público llenando un vacío muy grande. La gente esperaba una voz de la Iglesia. El nuevo cardenal de Santiago no le quita el cuerpo a ningún tema. Y el mismo pone asuntos nuevos en el debate que interesan a cristianos y no cristianos. El obispo se expone a la crítica. No faltarán razones para objetar algunas de sus ideas. Aun así, y precisamente por esto, se valora su ánimo amistoso y dialogante con la sociedad.

¿Cómo reaccionan hoy la Iglesia chilena y la Compañía de Jesús en Chile ante la crisis de los abusos sexuales?

La crisis de los abusos sexuales del clero en Chile ha tenido efectos catastróficos en la Iglesia chilena. También ha impactado a gente no católica que tenía una buena idea de la Iglesia.

Los casos de abusos son numerosos y han afectado a personas que tuvieron una enorme figuración pública. Es una triste paradoja que los representantes de la “fe”, nosotros los curas, nos hayamos convertido en personas “no dignas de fe”.

Aun así, la Iglesia chilena y la Compañía de Jesús, sumando y restando, han hecho un proceso de arduo aprendizaje para investigar, sancionar y reparar a las víctimas de estos abusos. Se han creado protocolos de cuidado en los colegios y otras organizaciones eclesiales; se han realizado estudios científicos y publicaciones; se ha procurado aprender de experiencias comparadas y someterse a instancias de supervisión internacional.

Le confieso que, en lo personal, me duele mucho saber que compañeros y amigos míos han sido denunciados y castigados. Por otra parte, me alegra sobre manera que personas que golpearon la puerta de su Iglesia pidiendo justicia hayan sido escuchadas, y no se les haya dado un portazo como se hacía antes.

Agrego algo que seguramente pocas personas han captado. Las situaciones de abuso de conciencia, a veces vinculadas con abusos sexuales, y otras veces no, nos han abierto los ojos sobre el sacramento de la confesión. Hay dos razones para revisar la viabilidad de la confesión auricular. Una es antigua: quienes hemos sido confesores a menudo hemos acogido personas que han vuelto a confesarse treinta años después -años más, años menos- de haber tenido una experiencia traumática con un sacerdote que las maltrató. Otra razón es nueva: hoy caemos en la cuenta de que la revelación de la intimidad no puede obligarse, instarse o sugerirse. La intimidad es sagrada. Solo puede compartirse con plena libertad y en un ambiente de suma confianza.

El problema no es que haya buenos y malos sacerdotes, y que, en consecuencia, haya que mejor su formación. La institución misma de la confesión auricular es abusiva, pues espera o expone a los católicos a una experiencia inhumana.

¿Qué evaluación hace de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad hasta el momento? ¿Podría destacar tres puntos positivos y tres desafíos del Sínodo?

No tengo información suficiente. No me siento capaz de evaluar el conjunto de requerimientos porque, según entiendo, algunos de estos tienen más que ver con peticiones que ya existen en el derecho canónico que, sin embargo, en la práctica no se implementan; otros, con cambios doctrinales que seguramente no se conseguirán, como podría ser la ordenación sacerdotal de las mujeres o de diaconisas. Tal vez se pudiera autorizar la ordenación de los viri probati. No sé

No se me ocurre que al final de todo el proceso el Papa vaya a derogar la encíclica Humanae vitae que tiene trancada la posibilidad de ofrecer a las nuevas generaciones una enseñanza moral-sexual verdaderamente orientadora. La prohibición de la píldora anticonceptiva en 1968 no ha sido aceptada por el Pueblo de Dios, ya nadie la cumple. Pero, por años, condenó a las mujeres a confesarse periódicamente para poder comulgar. Tuvieron que confesarse de un pecado que, en realidad, fue un acto de responsabilidad con sus familias. El daño ha sido enorme.

Otro asunto: se requiere perfeccionar la accountability, es decir, que haya instancias de rendición de cuentas y de control del ejercicio del poder. En la Iglesia no puede haber un estamento como el clerical que se escoge a sí mismo y permite participar muy poco en el gobierno de su Iglesia al resto del Pueblo de Dios. ¿Por qué los católicos/as no eligen a sus autoridades? ¿A los obispos? No está bien que haya comunidades que deben soportar a párrocos despóticos por años.

Se necesitan cambios canónicos. Pero estos no bastarán si se el clero no quiere observar las reglas del juego y, digamos la verdad, el clero es el obstáculo número uno a la sinodalidad. No quiere perder poder.

El clero no ha sido formado para interactuar con el laicado. La reforma de la formación del clero del Vaticano II ha fracasado. La Iglesia volvió al seminario tridentino: seminaristas formados entre cuatro paredes, representantes de lo sacro y adiestrados recordar litúrgicamente el sacrificio de un inocente, separados del resto de los cristianos y supuestamente superiores en dignidad y santidad. La Iglesia no será jamás sinodal mientras sea gobernada por el “hombre sagrado”.

¿Cuáles son los tres temas más urgentes que deben discutirse en la Iglesia hoy?

Este último es un tema clave. Trento, en su tiempo, reaccionó correctamente contra la lamentable situación de los sacerdotes. Su formación era escasa. Los resultados, pésimos. Pero lo que fue válido hace quinientos años ya no sirve tal cual.

El Vaticano II en el siglo XX volvió a los orígenes: la identidad de los presbíteros es distinguible pero no separable de la de los y las laicas, pues lo fundamental es ser “cristianos”, haber sido bautizados, y la única razón de ser del ministerio ordenado es el servicio de actualización del sacerdocio común de los fieles y conducir sus comunidades.

Otro tema: la participación de la mujer. Sobre esto se ha dicho mucho. No me alargo. Hay un punto, eso sí, que me parece clave: si la enseñanza del Evangelio depende ulteriormente de la experiencia espiritual de los cristianos, el día que la experiencia cristiana de las mujeres sea tomada en cuenta tendremos una Iglesia mejor, más humana.

Un tercer o cuarto asunto es el desarrollo de una Iglesia católica en versiones regionales diversas. En la antigüedad hubo grandes patriarcados: Alejandría, Antioquía, Jerusalén, Constantinopla y Roma. ¿No podría darse algo parecido en el siglo XXI?

Usted dijo, en un artículo publicado en Religión Digital en 2022, que “el principal problema de la Iglesia no es el clericalismo, sino la versión sacerdotal del catolicismo”. Y, más adelante, que “la Iglesia católica no necesita solucionar el problema del clericalismo. Necesita, en primer lugar, des-sacerdotalizarse”. ¿Puede explicar esta idea? ¿Qué significa des-sacerdotalizarse? ¿Cómo fundamenta teológicamente esta posición? ¿Qué consecuencias prácticas y espirituales vislumbra para la Iglesia con esta propuesta?

No espero que las mujeres sean ordenadas sacerdotes. Corremos el riesgo de duplicar el problema. Sería aún peor si las mujeres quisieran serlo como un merecimiento y accedieran a la casta de los que tienen “vocación”.

No hace mucho escribí un artículo en la revista Seminarios titulado «Desacerdotalizar» el ministerio presbiteral. Un horizonte para la formación de los seminaristas” (2022). Tenía la idea de que, con el paso de los siglos, el ministerio de conducción de las comunidades se había sacralizado de un modo ajeno a la sencillez querida por Jesús para los que tendrían que cumplir un servicio de este tipo. En la medida que avanzaba en la investigación descubrí que no era para nada original en la materia. Muchos otros teólogos habían escrito sobre la necesidad de desacerdotalizar, desacralizar o desclerizalizar el ministerio.

El Vaticano II en el decreto Presbyterorum ordinis quiso poner las cosas en su lugar. Dio por misión prioritaria a los ministros anunciar el Evangelio. A tal efecto, reordenó los tria munera (los tres servicios ministeriales) en este orden: profeta (de la Palabra), sacerdote (de los sacramentos) y rey (conducción o gobierno). Además, quiso que los ministros fueran llamados presbíteros como se hacía en la antigüedad y no sacerdotes (palabra que nunca se usa en el Nuevo Testamento para los ministros y que, por otra parte, deja abierta la puerta a reeditar el sacerdocio veterotestamentario que, según la Carta a los Hebreos, Jesús derogó).

A pocos años de su promulgación esta reforma tan importante se echó al canasto de los papeles. Ya el primer documento importante sobre la formación del clero en 1970, a cinco años de Presbyterorum ordinis, fue titulado Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis. Las rationes nacionales siguieron esta pauta hasta el día de hoy.

Volvimos en muy pocos años al “hombre sagrado” que inspira temor sacro, que establece distancias con el mundo y las personas, que se viste distinto, que lleva en su propia psiquis una escisión entre la perfección que debe representar y la imperfección que esconde.

Usted escribió, en un artículo publicado en Religión Digital en 2018, que el Papa “Francisco debiera fomentar el desarrollo autónomo de la Iglesia Latinoamericana”. ¿Qué significa eso en la práctica? ¿Qué entiende por “desarrollo autónomo”? ¿Puede dar algunos ejemplos?

El teólogo Karl Rahner en un artículo titulado Interpretación fundamental del Concilio (1980) sostiene que es posible pensar en una tercera gran etapa “teológica” comenzada con el Vaticano II, que él identifica como la de una “Iglesia mundial”. Una primera etapa habría sido la del judeocristianismo que san Pablo terminó por superar. El Apóstol de los gentiles convenció a los apóstoles de Jerusalén que no era necesario ser judíos para ser cristianos. Desde entonces, hasta hoy, prima por doquier la Iglesia greco, latina y occidental que conocemos hemos conocido. Las nuestras son exportaciones de esta Iglesia. Somos colonias. La tercera etapa, la de la “Iglesia mundial”, podría parecerse a la de aquellos cinco antiguos patriarcados. La Iglesia africana, por ejemplo, podría expresar el dogma católico en nuevas categorías, elaborar una moral de acuerdo a sus problemas, celebrar la eucaristía con especies tan significativas como lo son para nosotros el pan y el vino, y redactar un derecho canónico ¿Por qué no?

A esto me refiero conque el Papa debiera fomentar el desarrollo autónomo de la Iglesia latinoamericana. Pienso en iglesias regionales que reúnan a católicos que comparten características culturales semejantes.

La tensión aumenta. En el desarrollo del Sínodo abundan los tironeos entre sectores eclesiásticos diversos culturalmente, y no solo entre conservadores y progresistas. Al término del sínodo sobre la familia el papa constataba una gran diversidad entre los participantes. Se habían dado diversos pareceres en temas importantes.

A este tipo de autonomía me refiero. Se requeriría una obra de ingeniería eclesiástica mayor para organizar las relaciones entre la iglesia romana y las otras iglesias. Roma tiene la responsabilidad de mantener unida a la Iglesia. Las demás iglesias tienen la obligación de ayudar al Papa a cumplir con este deber. No es cosa fácil.

En el mismo texto, usted dijo: “La Iglesia chilena necesita urgentemente que el Papa introduzca cambios claves en la doctrina, en la estructuración y en el gobierno de la Iglesia universal.” ¿Qué necesita cambiar en la doctrina y por qué tales cambios serían positivos? ¿Y en cuanto a la estructura y el gobierno de la Iglesia universal, qué alteraciones sugiere y por cuáles razones?

Lo que digo de la Iglesia chilena creo que sirve para Iglesia en otras regiones. Me refiero a asuntos que ya he mencionado.

En Chile hay un tema que merece especial atención. También se da en otros países latinoamericanos, pero en Chile de un modo acelerado. La transmisión de la fe se ha frenado.

Las razones pueden ser varias. Una muy poderosa es cultural. Al ya antiguo desarrollo de la secularización, deben sumarse las nuevas maneras en que los jóvenes están siendo “formateadas”. Las nuevas generaciones, según parece, creen poder editarse solas. Da la impresión de que los jóvenes piensan que es posible empezar como si nadie los precediera. No necesitan de padres, madres, profesores ni curas ni monjas. ¿Cómo habrían de necesitar de una tradición religiosa milenaria? Se la sacuden. En realidad, no parten de cero, pero da la impresión de que funcionan como si el mundo comenzara con ellos. Si esto es realmente así, el cristianismo será totalmente distinto o terminará por desaparecer no solo porque los catequistas no tendrán alumnos, sino porque a poco andar tampoco habrá catequistas.

En Chile se han cerrado los seminarios. En el más grande de estos entra uno a cinco seminaristas al año. Entran y se van. Los jesuitas en 2024 no tuvimos novicios y en los años anteriores casi ninguno. La vida religiosa femenina también está en picada. De mantenerse esta tendencia en cincuenta años más tendremos una Iglesia totalmente diferente.

Sería lamentable perder una tradición milenaria de sabiduría en tiempos de tanta confusión. Pero también es verdad que se abre la posibilidad de tener un cristianismo desacerdotalizado. Pero, ¿quién sabe realmente lo que ocurrirá?

¿Qué desafíos y posibilidades para el hacer teológico en América Latina emergen de las provocaciones del Papa Francisco en la Carta Apostólica Ad theologiam promovendam para una reflexión teológica “que comprometa a ser una teología fundamentalmente contextual, capaz de leer e interpretar el Evangelio en las condiciones en que los hombres y las mujeres viven cotidianamente…” (§ 4)?

No me esperaba esta pregunta. Se trata de algo muy nuevo que ha pasado desapercibido.

El texto continúa con una oración aún más fuerte: “Por ello es necesario que en primer lugar se privilegie el conocimiento del sentido común de las personas, que es de hecho el lugar teológico en el que se encuentran tantas imágenes de Dios, que a menudo no corresponden al rostro cristiano de Dios, sólo y siempre amor”. Este motu proprio reconoce lo que de hecho ocurre en las comunidades cristianas latinoamericanas y, especialemente, en las CEBs. En ellas se da autoridad teológica a la experiencia creyente de los y las cristianas. Hasta ahora se ha solido pensar que las fuentes de la revelación son fundamentalmente las Escrituras y la Tradición de la Iglesia. En este texto se admite y se pide hacer espacio entre los “lugares teológicos propios” a la vida de las personas y a los acontecimientos históricos.

La constitución del Vaticano II Gaudium et spes inauguró este modo de hacer teología a nivel magisterial. Ella, en suma, la inventó Joseph Cardjin, el creador del método del ver-juzgar-actuar (recomiendo el excelente libro de Agenor Brighenti acerca de este método). En el Vaticano II los más grandes teólogos discutieron este método. No les parecía posible aceptar un método teológico que incluyera un momento inductivo. Tímidamente se habló de “signos de los tiempos”, aunque esta fue la categoría teológica que sirvió para esquematizar la constitución en vista a establecer un diálogo de la Iglesia con el mundo contemporáneo.

En todo caso, no conozco un documento magisterial que afirme con tanta claridad, como lo hace Ad Theologiam promovendam, que Dios habla hoy y no solo en la Biblia. Este sencillo texto -no sé si lo han traducido al portugués, no está en español- da cuenta de una revolución en la historia de la teología. Los tratados de Teología fundamental, a futuro, se dividirán entre los que le den máxima importancia a Ad Theologiam provovendam y los que lo consideren una referencia interesante o simplemente se lo salten.

¿Qué intuiciones de las constituciones del Vaticano II pueden inspirar renovaciones pastorales y una iglesia más sinodal?

Lo más importante es seguir la convicción de Juan XXIII de hacer del Vaticano II un concilio pastoral. La Iglesia, según el Papa Bueno, debía hacer un aggiornamento para anunciar el Evangelio de un modo que los contemporáneos pudieran considerarlo una Buena noticia.

Un elemento clave fue presentar a la Iglesia como una comunidad en la que los integrantes tuvieran entre ellos relaciones fraternales. El capítulo II de Lumen gentium tiene una relevancia mayor. La Iglesia es Pueblo de Dios. El bautismo empareja la cancha. Antes que cualquier organización y autoridad que nos demos, somos hermanos y hermanas por haber sido bautizados en Cristo.

Si la misión de la Iglesia es anunciar la posibilidad de un mundo fraterno, ella debe vivir la fraternidad. La sinodalidad consiste en hacer este camino quienes hemos sido hermanados por Cristo, el hermano mayor. El “Hermano universal”, diría Pedro Trigo.

¿Cómo ve el panorama teológico en América Latina?

El panorama más importante es el abierto por Leonardo Boff.

El gran signo de los tiempos es la toma de conciencia de la catástrofe ecológica y medio-ambiental. En línea con Ad Theologiam promovendan, creo que necesitamos desarrollar una teología que parta de la experiencia de espiritual de todas las personas sensibles al “clamor de la tierra y el clamor de los pobres”, como dirá Francisco en Laudato sí’.

Pero el futuro del planeta es incierto. Una guerra atómica terminaría con los “lugares teológicos” y con los teólogos progresistas o conservadores. La incertidumbre que recientemente se ha generado con la Inteligencia artificial es prueba de que el planeta se nos puede escapar de las manos de un momento a otro.

¿Cuáles son los desafíos para construir una civilización del agradecimiento, de la gratitud y reconocimiento?

Precisamente el desafío teológico anterior ofrece una posibilidad única de contribuir a gestar una nueva civilización. Tiene que terminar la civilización capitalista que nos puso a competir por la vida a todos los niveles, que ha puesto precio a todas las creaturas, incluidas las personas, y que nos ha dejado en banca rota.

La experiencia de la creación exige reconocer que nadie se merece a sí mismo. Siempre hubo Alguien o algo, tendrán que reconocer también los ateos, que nos antecedió. Puede ser que tuviéramos un mal padre o una mala madre. Pero el reconocimiento de esta antecedencia es el principio exacto de un mundo mejor. El agradecimiento, aunque sea como meta, abre las puertas a agradecernos unos a otros. Y para esto hemo sido creados. La gloria de Dios estriba en compartirnos entre las creaturas, las vivas y las inertes.

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