Entre el nacimiento de Jesús y la situación del país se da una conexión subterránea extraordinaria. También en Chile la esperanza, a muchos los moviliza y les hará triunfar. Así lo creyó una pareja Galilea hace más de dos mil años y logró salir adelante.
María y José dejaron Nazaret y volvieron a Nazaret después de un periplo de años. No supieron que al partir a Judea pasarían tantas penurias. El niño nació en un pesebre. Animales, pañales, pastores, magos… A los pocos días partieron a Egipto, avisados de las intenciones del peligroso Herodes. ¿Qué habrán pensado los padres de Jesús de la matanza de los inocentes con que el rey quiso asegurar su trono? Seguramente huyeron llorando de Palestina por la sangre derramada.
De Belén en adelante la vida de los esposos debió ser impredecible: llegaron a Egipto como refugiados. Entraron al país con pocos bultos. Es probable que en los comienzos hayan pedido comida puerta a puerta. Luego, quizás, José tuvo la suerte de poder armar un taller de carpintero, pero es más probable que haya debido sacar la maleza en los jardines de una familia adinerada. ¿Lo vio María deprimido, avergonzado de no poder dar un pasar digno a su familia? Tal vez por lo mismo no quiso contarle que en la misma casa en que ambos trabajaban, el patrón le hablaba. Muerto Herodes, pudieron volver a su tierra, su casa y sus gallinas.
Para ellos su fe fue la causa de su esperanza. Creyeron en el Dios que no falla a los pobres. Pudieron no desesperar. Primó en María y José una fuerza interior tan poderosa que les impidió rendirse ante las adversidades. El caso es que una fuerza anímica muy semejante, la misma dirán algunos, alienta a Chile estos últimos años. Contra todas las apariencias, juzgo que el país se abre paso en dirección a Nazaret.
Estamos cansados. Lo estábamos después de la violencia, la cesantía y la incertidumbre de la revuelta social, y nos cayó la pandemia. La Araucanía arde. El territorio se seca. Se han vuelto a violar los derechos humanos. Mucha gente perdió sus ojos. Han sido heridos demasiados carabineros. Pero esto no es todo. Tampoco lo principal. Vistos los acontecimientos con atención podemos distinguir entre tantos males, a pesar de una increíble turbulencia, un crecimiento en humanidad sin precedentes.
El 15 de noviembre de 2019 los partidos políticos crearon un cauce democrático para cambiar la constitución, es decir, dieron una salida racional a la devastación de varias ciudades y a un caos inaudito. El 18 de octubre la ciudad había estallado por los cuatro costados. No puede culparse de ello a anarquistas, pelusones, delincuentes y amargados sociales sin más. Hubo connivencia en la ciudadanía. El estallido social tuvo que ver con una indignación ética, con el convencimiento de la justicia de la rebelión, y con un descontento por los más diversos motivos. A poco andar los políticos de oposición respaldaron la iniciativa del gobierno de endeudarse por miles de millones de dólares para salir al paso de una eventual catástrofe social. Y el 25 de octubre la población votó por inmensa mayoría el cambio de constitución.
El reconocimiento que el Parlamento ha hecho de los pueblos originarios, concediéndoles representación en la Convención Constituyente, merece una mención aparte. Este solo logro expresa un auge espiritual y ético de gran envergadura. No solo se comienza a hacer justicia. También se despeja la posibilidad de un intercambio y una compenetración cultural de las que solo pueden esperarse cosas buenas. Debe destacarse, por otra parte, que por primera vez habrá en el mundo una integración paritaria de una Convención Constituyente.
Este periplo aún no se cierra. Aunque la clase política merece que se celebren sus logros, ella misma ha dado espectáculos dignos de esconder debajo de la alfombra. ¿Qué decir de los parlamentarios(as) funeros(as)? La ciudadanía, empero, no es mejor que los políticos. Eligió a un presidente del que ahora abomina. Son los chilenos quienes suben en las encuestas nombres como para cerrar los ojos. Quieren otro sistema de pensiones, pero otro igualmente neoliberal. Uno que engorde los ahorros individuales con las platas estatales.
Por mi parte quisiera que en esta Navidad se pongan los ojos sobre todo en la esperanza que nos moviliza. La esperanza activa músculos en desuso y aúna voluntades en la mejor de las direcciones. Ella es la yunta que tira de la carreta. Los tiempos son muy complejos. Habrá que aprender a aprender porque a futuro los peligros y la complejidad de nuestro mundo global pueden aumentar. Volveremos a Nazaret, pero si hacemos la fuerza juntos, al mismo tiempo y con más humildad.
Vivo en la Alameda. El día 19 de octubre de 2019 me tocó ayudar a apagar el incendio del negocio de la esquina con el extinguidor de mi casa. Hoy veo que los propietarios comenzaron a reconstruir el local. La ciudad resurge.
El día 8 de marzo de 2019 hubo una gran marcha de mujeres. Las banderas de ese día eran las mismas de la marcha del millón doscientas mil personas del día 25 de octubre del mismo año en Plaza Baquedano, Plaza Italia y ahora Plaza de la Dignidad. Era de noche ese día. Vivo en la Alameda, digo. Juraría haber visto a la Virgen justo abajo de la tarima. El niño es sus brazos despertó. No estoy seguro si se trataba de ella. Este 25 de diciembre se lo preguntaré.