El histórico discurso de Loncón

Feley, mary, mary, pu lamgen. Mary, mary, kom pu che. Mary, mary, Chile mapu.

Se hace necesario volver sobre el discurso de Elisa Loncón el día de la instalación de la Convención constitucional. Parece que no se ha captado la revolución cultural en curso, transformación que esperamos termine en una actualización institucional que nos ahorre la revolución violenta que despuntó el 18 de octubre. El giro en cuestión no tiene precedentes en casi 500 años de historia.

Es posible no ver la importancia del fenómeno. Primera razón: miedo a un pueblo oprimido cuyos conas y weichafes no dan tregua. Segunda razón: ignorancia de la historia de Chile. Tercera razón: falta de empatía política de la oligarquía y la intelectualidad que no tiene la gramática para leer los acontecimientos.

Se oyen quejas contra el indigenismo. El Mercurio, en picada. Por supuesto que hay razones para preocuparse por tal cual propuesta descabellada en la Convención. Tales mociones habrá de descartárselas con los 2/3 y el reglamento democrático que esta asamblea se ha dado para llegar a puerto.

Pero hay algo más. Se echa en falta la captación del alma del proceso en su nivel más profundo. A saber, la inversión del principio de la estructuración de la unidad de la nación. Hasta ahora, la unidad se la ha conseguido con uniformización. Así lo hizo la Corona, así el Estado chileno del siglo XIX. Esto y aquello con la ayuda aculturadora de las iglesias cristianas. De ahora en adelante esta estructuración de la unidad se intenta a partir de los oprimidos y excluidos.

Elisa Loncón lo dijo con una claridad meridiana. Oigo una y otra vez sus palabras: “todos”, “todas”. Kom pu = “a todos/as”. Se dirige a “El pueblo de Chile”. Este pueblo incluye a los pueblos originarios, a las mujeres, a los LGBT, a los habitantes del territorio y de las islas, a los niños, y se proyecta más allá de las fronteras a las víctimas indígenas en otros países.

Muchos convencionales se veían confundidos. Ese día vieron solo a una mujer humilde vestida de indiecita que hablaba fuerte. Fruncían el ceño. La inquietud pudo ser creciente al oír un discurso en una lengua completamente desconocida. Ellos y la inmensa mayoría de los chilenos no sabe que en la escuela a los niños mapuche y aymara (es lo que me consta) fueron castigados por hablar su lengua materna. La intellectualité no tiene categorías para entender que esta es una pieza oratoria de máxima calidad no por la retórica, sino por su capacidad performativa para cambiar el rumbo histórico de un país. A lo más sabe inglés.

“Un saludo grande a todo el Pueblo de Chile”, dice Elisa. Sigue: “Es posible refundar Chile”. “Estamos instalando aquí una manera plural, una manera de ser democráticos”. Ella no rodea la Convención como amenazó hacerlo el PC y como han prometido hacerlo “Los amarillos por Chile” días atrás. “Una manera de ser participativos”. “Establecer una nueva relación”, “entre todas las naciones que conforman este país”. “Tenemos que ampliar la democracia”. Insiste en la idea: un “Chile plurinacional, intercultural”, como si hubiera leído a los autores que nuestros ilustrados sacan a relucir los domingos. Un país “plurilingüe”, demanda una lingüista, maestra de mapudungún que sufre con la posibilidad de la extinción de su lengua.

Esta colección de máximas proviene de un inconsciente colectivo. “Este sueño, es un sueño de nuestros antepasados”. No sabíamos que habían soñado con nosotros. Soñaron la unidad del país desde su reverso. Somos un pueblo mestizo que ha vivido negándose a sí mismo para poder ser reconocido entre las naciones occidentales. Pero no. ¡No estamos condenados a la alienación! Desde antiguo, ¿desde cuándo?, ha habido un pueblo que ha imaginado un tipo de integración que se logra con el habla, parlamentando y empeñando su palabra una y otra vez. (“Cúmplaseles la palabra”, fue lo único que dijo el papa Francisco en su viaje a Chile). Reconocer a quienes han sido negados puede ser en adelante la alternativa a las pacificaciones militares y jurídicas violentas con que se nos han unido en un solo país. Reconocerlos, reconocernos. “Este sueño se hace realidad”.

¿Se entiende lo que digo? ¿Se comprende de qué refundación se trata? Si no se capta la hondura espiritual del discurso de Loncón, los chilenos seguiremos repitiendo las mismas boberías. En ningún caso busca Loncón una venganza. Antes bien trata de una reconciliación pendiente. Lo revolucionario en su caso es intentar excluir la exclusión. En este país, “todos, todas” debieran tener un espacio en una tierra, planeta, cosmos compartido en justicia y paz, viviendo bien, en equilibrio (küme mogen)

Mañúm pu lamgen. Marichiweu, marichiweu, marichiweu.

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