Los chilenos y chilenas acaban de rechazar un segundo texto constitucional sometido a
plebiscito. El primero fue ampliamente descartado en diciembre de 2023 (62% a 38%). El
segundo, el del domingo recién pasado, fue desechado también por una gran mayoría (56% a 44%).
¿Cómo se entiende?
El caso es este: el 18 de octubre de 2019 se produjo en Chile un estallido social de enormes
proporciones que fue enfriado gracias a un acuerdo transversal de los partidos políticos que se comprometieron a redactar una nueva constitución. La primera convención de representantes redactó un texto que, en pocas palabras, representaba la expresión de una diversidad cultural creciente y el malestar por abusos varios sufridos por la población. La ciudadanía no quiso el texto final. Esta vio en él el peligro de romper la unidad de la nación, especialmente advertido en la reivindicación de los pueblos originarios. Y, por otra parte, desconfió de un proceso llevado a efecto de modos muchas veces estridentes.
La segunda convención, por el contrario, se caracterizó como un intento de la derecha, y en
especial del Partido republicano, de hacer prevalecer en el texto constitucional los valores del liberalismo económico y del tradicionalismo católico. Habría sido muy complejo para el país aprobar una constitución que fuera a contrapelo de los cambios culturales y de los reclamos por mayor justicia social, a lo cual habría que agregar la dificultad de crear numerosas leyes para implementar la nueva constitución.
La ciudadanía una y otra vez rechazó las posiciones extremas. La ciudadanía, en realidad, no está polarizada. Las oscilaciones de las votaciones de los últimos años son circunstanciales. El electorado tiene mayor libertad respecto de las ideologías y de los partidos. Los polos no son capaces de atraer suficientes votantes como para imponer uno al otro sus propias posturas. Los ciudadanos salieron del primer plebiscito cansados. Ahora están exhaustos. No quieren que les vuelvan a tocar el tema de una nueva constitución.
¿En conclusión?
La constitución chilena seguirá siendo la impuesta en 1980 por Augusto Pinochet, pero con una importante salvedad: esta ha sido reformada numerosas veces. Es más, dadas estas enmiendas, fue refrendada por el presidente Ricardo Lagos, socialista, en 2005. ¿Qué problemas habrá con seguir con esta constitución? Muchos. Pero la constitución Pinochet-Lagos tiene una virtud. Ella representa un tipo de praxis política, la de los acuerdos, que dio al país el período más tranquilo y próspero de su historia. Es posible que lo más sensato en estos momentos sea reconocer la sabiduría política de Ricardo Lagos, y proseguir el modo de hacer política de la generación que recuperó la democracia y la generación pinochetista. Ambas supieron entenderse, aunque hubieron de tragar mucha agua salada.
El tema de una reforma constitucional probablemente no volverá a ser tocado por dos o más
años. Antes o después de esta fecha, si se sigue la senda de introducir reformas constitucionales una a una, el proceso que acaba hoy con otro fracaso habrá servido, sin embargo, para localizar algunas materias en las cuales los sectores coinciden con unanimidad.
El presidente Boric tras los resultados de este último plebiscito ha dicho que no hay nada que celebrar. Por el resto de su período se abocará a los grandes temas que inquietan a la población: la inseguridad provocada por la delincuencia, las pensiones de las personas mayores y el mejoramiento de los sistemas de salud y de la educación.
Lo que sí merece celebración es la praxis democrática de estos últimos cuatro años. La
democracia, como los músculos, se fortalece cuando se la ejercita.