El Cristo de las y los cristianos chilenos

Autor del Mural: Mico

Publicado en revista Mensaje, 714 (2022) 40-43, con el título: En la Iglesia chilena: El Cristo del Concilio

A sesenta años del inicio del Concilio Vaticano II, conviene observar la imagen de Cristo viva en el Pueblo de Dios(1). Interesa la noción más novedosa que la Iglesia chilena gestó de él, con la inspiración del Espíritu y con los documentos de tal concilio. Este Cristo, a su vez, ha indicado a nuestra Iglesia por dónde seguir.

Quedarán fuera del radio de interés de este artículo otras imágenes muy importantes de Cristo. Por ejemplo, la predominante en el pre-concilio, la de la religiosidad popular y otras que son nuevas pero no sintonizan con el Concilio. Se parte de la base de que la originalidad de esta imagen tiene que ver con la formidable ilustración acerca de Jesús impulsada por Dei Verbum, la constitución conciliar sobre la Sagrada Escritura. Este documento propició un conocimiento amplio de la Biblia de parte del Pueblo de Dios y ha favorecido una renovación cristocéntrica de la teología, de la pastoral y de la espiritualidad.

Este artículo pretende ofrecer esta imagen, a sabiendas del déficit metodológico de su intento. Faltan trabajos de campo. Las fuentes consideradas en este artículo son algunas reuniones grupales, consultas a católicas/os que vivieron su fe en la Iglesia pre-conciliar, la experiencia pastoral del autor y un par de investigaciones suyas sobre este asunto(2). Y no mucho más.

UN CRISTO PRESENTE

El Cristo del Vaticano II se hace presente en el mundo y está presente en la Iglesia. Se hace presente, se manifiesta, mira con los ojos de los pobres y llama a atender a sus miradas. No es nuevo en la historia del cristianismo ver a Cristo en el pobre. Alberto Hurtado habla de ello: «El pobre es Cristo»(3), dice. Pero en los años sesenta y siguientes, se acentuó la conciencia —que también estaba en el jesuita— de que el pobre es víctima de injusticias sociales estructurales. El cristianismo progresista quiso cambiar la organización económica de la sociedad, haciendo así real a Cristo en la actualidad.

Por entonces, además, los sectores vanguardistas, inspirados en el Concilio y de la mano de la conferencia de Medellín (1968), procuraron atender los signos de los tiempos para discernir en ellos la acción de Cristo en la historia y sumarse a los cambios más significativos de la época. El método teológico del ver-juzgar-actuar, que sirvió a la Iglesia del continente para escrutar la presencia de Dios en los acontecimientos, constituyó la clave de la naciente Teología de la liberación y llegó a ser el instrumento pastoral con que las conferencias episcopales realizaron su trabajo en su contexto específico. La opción por los pobres de Medellín, formulada en estos términos por la conferencia de Puebla (1979), proseguida por las de Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007) y, finalmente, ratificada por los papas, radica en Cristo. Así lo entendió Medellín (Documento sobre la Pobreza). Puebla mandó ver en los diversos «rostros» de pobres el rostro de Cristo (DP 131-139). Las conferencias de Santo Domingo (Conclusiones 178-179) y Aparecida (65, 393, 402, 407-430) ampliaron la lista de estos rostros.

Por otra parte, en las comunidades de base y en las celebraciones eucarísticas se hizo costumbre atender a los «hechos de vida» que, compartidos, fueron la base para identificar a Cristo en la actualidad. En las comunidades cristianas de todos los sectores sociales se han recordado las palabras de Jesús: «Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mt 18, 20).

El Cristo presente en la Iglesia chilena ha sido alguien que no juzga, que acompaña y comprende a las personas. Para muchos, es su confidente. Es en virtud de esta cercanía que los cristianas/os reprochan a las autoridades de la Iglesia su distancia y poca empatía.

EL CRISTO ATENTO A LAS NECESIDADES HUMANAS Y LIBERADOR

El Cristo del posconcilio es tanto el Jesús de los evangelios como el Señor resucitado, actuante en el presente o, como crucificado, padeciendo en las víctimas de diversos tipos de sufrimientos. La evangelización ha permitido a las católicas/os conocer y atesorar los hechos y palabras de Jesús, los episodios de su vida y sus parábolas. Los cristianos retienen en su memoria la actividad misericordiosa del Jesús atento a las necesidades humanas, sus gestos comprensivos y sus milagros.

Este fue un hombre sensible, como pueden serlo las mujeres. Por cierto, se lo recuerda querido y seguido por las mujeres por su capacidad para comprenderlas y sus actos de defensa. Se piensa que su trato con ellas era fluido. También en Chile ha calado hondo la imagen cinematográfica de quien las mujeres, e incluso él mismo, pudieron haberse enamorado. Jesús fue un verdadero ser humano.

Pero fue sobre todo el profeta que siguió adelante con su misión, pudiendo caer en tentación, haciendo suyo el sufrimiento de su pueblo, llorando con los que lloraban y dando de comer a las muchedumbres. La piedad cristiana posconciliar se nutre especialmente de las parábolas del Buen Samaritano (Lucas 10, 25-37), de la del Rey eterno (Mateo 25, 31-45) y la del Hijo pródigo (Lucas 15, 11-32). Esta ayuda a entender la bondad inaudita del Padre de Jesús.

El Cristo conciliar latinoamericano, en cuanto resucitado, suscita en el presente compromisos solidarios y políticos en favor de los oprimidos, los obreros, los campesinos y las víctimas de las dictaduras militares que azotaron el continente hasta que cesó la Guerra Fría. No ha sido novedoso en Chile que Cristo fuera visto comprometido en las causas sociales. En la comuna de Estación Central, de Santiago, una parroquia lleva el nombre de Jesús Obrero. En el preconcilio se incubaba, por ejemplo, el movimiento de los Cristianos por el socialismo. En nuestro medio no hubo sacerdotes que engrosaran las filas de la guerrilla, como los hubo en Colombia y El Salvador. Pero los hubo asesinados por la dictadura, como Joan Alsina, Gerardo Poblete, Miguel Woodward, André Jarlan y Antonio Llidó. Otros han podido identificarse con el cura del filme de Aldo Francia Ya no basta con rezar, y dejar el sacerdocio.

La dictadura militar cortó tempranamente los intentos de identificar el Reino de Dios con proyectos de trasformaciones sociales. La Teología de la liberación, en Chile particularmente, motivó la resistencia. La Iglesia del cardenal Silva y una pléyade de obispos tildados de «rojos» fueron vistos como representantes del Cristo profeta y perseguido. La Vicaría de la Solidaridad, que reunió en sus oficinas a cristianos y no creyentes, tuvo por ícono al Buen Samaritano. Enrique Alvear, con su pastoral Desde Cristo solidario construimos una Iglesia solidaria ayudó a vincular a Cristo con la Iglesia. Esta sufrió las consecuencias de su modo de entender el cristianismo. En la capital aún se conservan los restos de la capilla de la «Comunidad Cristo quemado», incendiada por agentes del gobierno. En los via crucis de la Solidaridad, que juntaban a miles de personas y que solían terminar en enfrentamientos con la policía, bombas lacrimógenas y detenciones de manifestantes, además de cantarse «caerán los que oprimían la esperanza de mi pueblo», se entonaban cantos como el «Credo nicaragüense» que identificaba a Cristo con los oprimidos, los obreros, los campesinos y los maltratados de todo tipo o el «Nosotros venceremos» (con Cristo vencedor). Esta misma fue la Iglesia que organizaba el festival «Una canción para Jesús», que movilizó a miles de jóvenes.

No ha sido nuevo en la Iglesia chilena que Cristo haya motivado fundaciones de beneficencia y variados actos de amor al prójimo. Hubo casos de mujeres notables que a comienzos del siglo XX acudían a ayudar a barrios muy modestos. En continuidad con estas mujeres, y en la senda del Concilio, también la caridad con los pobres ha podido nutrirse de la ilustración evangélica desencadenada por el Vaticano ii. La Palabra de Dios, mejor conocida en la Iglesia posconciliar, ha enriquecido la solidaridad de izquierdas y derechas.

JESÚS, UN LAICO ADULTO

No ha sido nueva la devoción de los cristianos al niño de Jesús en Navidad. Lo novedoso en esta fecha y el resto del año es el Jesús que deja Nazaret y sale a predicar, como un laico adulto, obligado a discernir su misión de anunciar el advenimiento del reino de Dios a todo tipo de personas. Es el Cristo que entró en discusiones con fariseos, escribas y saduceos, los representantes autorizados para hablar de Dios.

El fenómeno debe relacionarse con una Iglesia latinoamericana que tomó conciencia del valor del catolicismo regional y del derecho a la originalidad. La Iglesia de la recepción chilena del Concilio activó en los fieles su sacerdocio bautismal, exigiendo a los ministros estar a la altura de personas capaces de pensar su vida a la luz de la fe, y algunas veces en virtud de sus conocimientos teológicos. Los mismos obispos chilenos en el Vaticano ii no fueron comparsa de los europeos. Antes bien, participaron en él como mayores de edad.

El laicado posconciliar latinoamericano y chileno demanda horizontalidad. Pide al clero espacio, mayor protagonismo en la conducción de la Iglesia y difícilmente soporta imposiciones. Los laicos del Vaticano II han recibido una mejor formación. Los mismos habitantes de los barrios populares, que en el siglo XX aprendieron a leer, con la Biblia en sus manos han sacado sus propias conclusiones.

Este mismo laicado ha reaccionado airadamente contra los abusos sexuales, de conciencia y de poder del clero, y el encubrimiento con que la dirigencia eclesiástica ha querido salvar su autoridad. En los últimos quince años los católicos chilenos han disminuido en aproximadamente un tercio y, en tres décadas, un 40%. Entre los jóvenes de la clase alta, la que más ha dispuesto de clero, el abandono de la iglesia de sus padres ha sido una estampida. Estos laicos no creen necesitar a una casta de sacerdotes fijada en los temas sexuales y, a la vez, gravemente inauténtica.

Pero esta caída en la pertenencia católica no se ha debido exclusivamente a estos escándalos. La secularización de la sociedad chilena se ha acelerado. La Iglesia chilena, al igual que en otras partes del mundo, experimenta un proceso de exculturación sin retorno(4). Lo que alguna vez fue obvio ya no lo es. Durante la pandemia, por ejemplo, católicos devotos no podían entender que el gobierno permitiera a la gente ir a los malls y no a los templos. Mucha de esta gente habría considerado una rareza que el gobierno cediera a presiones de las dirigencias eclesiásticas.

A partir de los años sesenta las mujeres, desde el momento que pudieron controlar su fecundidad, dieron un salto en autonomía sin precedentes históricos. La jerarquía de la Iglesia no supo discernir un mega-signo de los tiempos. La condena y oposición eclesiástica a los métodos artificiales para impedir la concepción ha parecido al laicado irracional. Muchas mujeres se fueron de la Iglesia. Otras siguieron en ella con fuertes sentimientos de culpa. Este ha sido su tema en el confesionario. Las católicas hoy, en virtud de una convicción adulta, no toman en serio la enseñanza magisterial y, como el resto de los católicos, casi no se confiesan.

Las católicas y los católicos hoy pueden concluir: «Cristo sí, la Iglesia no». ¿Qué tan adulta es esta sentencia? Dependerá de cómo se la entienda. Se deja entrever, en todo caso, que los cristianos no encuentran en la institucionalidad eclesiástica al Cristo en el que creen. Muchos se declaran en rebeldía en nombre de un Jesús que no acepta imposiciones infantiles.

CRISTO, AMIGO DE «LOS OTROS»

El Concilio Vaticano II quiso restablecer relaciones con las iglesias y comunidades de la Reforma protestante. Se ha tratado de una deuda que al tiempo del Vaticano II tenía casi quinientos años.

La «Catequesis familiar chilena» —que exige, a niñas/os y apoderados, dos años de preparación para la primera comunión— ha tenido un enorme impacto evangelizador. La columna de su método es cristológico. El Jesús del posconcilio chileno es el profeta de Galilea, que anuncia la buena noticia del Reino de Dios. Él ha sido visto como un evangelizador. El mayor aprecio por la Palabra ha facilitado que, especialmente los metodistas pentecostales, sean vistos como «hermanos». Los católicos chilenos no se ríen más de ellos y, además, van dejando atrás el complejo que les produce su manejo de la Biblia. Por otra parte, el ecumenismo de la Iglesia chilena posconciliar ha tenido expresiones prácticas muy importante. En su momento, luteranos y católicos defendieron juntos a las víctimas de las violaciones de los derechos humanos. Los cristianos de distintas denominaciones han creado movimientos ecuménicos como la Renovación carismática y Cristianos para un mundo nuevo (Fondacio). En el Te Deum de septiembre los católicos han acogido en las catedrales a las otras iglesias y comunidades cristianas para rezar juntos por la patria.

Además de ecumenismo, el Concilio ha estimulado en la Iglesia chilena un encuentro con las otras religiones. Cristo, de algún modo, deja de ser un factor de superioridad y, en cambio, suscita una valoración de ellas en términos de igualdad. Cae, por lo mismo, la consideración de paganos de los pueblos originarios. Últimamente se valora su espiritualidad. En ellos se intuye, de algún modo, la presencia del Espíritu de Cristo.

PREGUNTAS AL CIERRE

Los cristianos creen que Jesús continúa hablando y revelándose en la historia a través de su Espíritu. Aún es necesario descubrir esta presencia en el postconcilio chileno. Hay algunas preguntas que, a este respecto, pueden servir:

¿Cómo afecta la exculturación —el arrinconamiento o creciente insignificancia del cristianismo en la cultura— a la concepción actual de Cristo? Dos campos de búsqueda importantes son la experiencia espiritual personal y el espacio público.

¿Cuánto ha sido acogido el Cristo que nos deja el Concilio Vaticano II y, en particular, el que aquí hemos esbozado, en la religiosidad popular? Podemos pensar, por ejemplo, en los bailes religiosos del norte del país.

(1) Sobre el Cristo del Concilio, ver Salvador Gil Canto, Cristo en el Concilio Vaticano II. Una relectura a los cincuenta años (Salamanca: Secretariado trinitario, 2015).
(2) Jorge Costadoat, «La imagen de Cristo de Edith Cabezas», Teología y vida LVI, n.o 4 (2015): 407-29; Jorge Costadoat, «El cristianismo de Hilda Moreno. Un estudio de caso», Cuadernos de teología IX, n.o 1 (2017): 126-54.
(3) S03 y 01b, S10 y 08; S10 y 18.
(4) Daniele Hervieu-Léger, Vers l’implosion? Entretiens sur le présent e l’avenir du catholicisme (Paris: Seuil, 2022). 54ss.

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