El mercado ha dinamitado la política. Nos ha convertido de ciudadanos en consumidores. Para hacernos esclavos del consumo, ha reducido al Estado y, en estos días, no son pocos los políticos que quieren disminuir el número de parlamentarios, por poner solo un ejemplo. El mercado, por fin, nos ha enemistado con nuestros políticos. Hemos terminado por creer lo mismo que Pinochet pensaba. Esto es, que los políticos no sirven para nada.
La sociedad neoliberal que hemos construido ha supuesto que la libertad es para consumir. Elegimos marcas, sabores, colores. ¿Y los que no pueden comprar? No es cosa que algún día lleguen a hacerlo. El problema es que se ha menoscabado gravemente el concepto de libertad. ¿No podemos con la libertad hacernos cargo del país?
Los políticos, que no han controlado suficientemente el mercado, heredaron una matriz de desarrollo que a ellos y a todos los chilenos les ha hecho pensar que era normal lo que nunca ha debido serlo. ¿Cómo ha podido llegar a ser normal que el sistema de pensiones haya hecho de los chilenos clientes de empresas que, por la vía del ahorro individual, ha minado la solidaridad sin la cual no somos un pueblo? Los viejos ven el futuro con terror. ¿Quiénes se harán cargo de ellos con la pensión miserable que les espera? En una sociedad así, no les queda otra que avergonzarse de vivir. Para sus familias habrán de convertirse en pesos tremendos de sobrellevar. La idea de libertad capitalista, a fin de cuentas, esclaviza a los clientes y descarta a quienes son caros de mantener.
Pongo un caso. Lamento hablar de mí. Años atrás terminé pagando una deuda que una anciana, pobre y anémica, había contraído para sobrevivir con una caja de compensación, cuyo nombre no doy para que no la apedrean como yo mismo deseé hacerlo en su momento. Fui a la caja. Pregunté con boletas en mano. Había pedido un préstamo por 200.000. Habría debido pagar, en 42 cuotas, 900.000. Es más, el cobro lo hacía un ministerio, no digo cuál para que no lo incendien, descontándole mes a menos algo así como 10,000 de una pensión de cien mil. A esto hemos llegado. Casos como este hemos creído que son normales.
¿A futuro? Lo que está en juego es hacer girar en 180 grados la relación entre mercado y política. Nos urge una repolitización del país: convertirnos (de corazón, mental y legalmente) de consumidores en ciudadanos. Nada necesitamos más que los jóvenes se politicen, que reconstituyan la ciudadanía de abajo hacia arriba. Lo que urge es perfeccionar la democracia que se recuperó después de la Dictadura. Pero no nos engañemos. No necesitamos una democracia directa, sin representantes, sin diputados ni senadores. Sería un caos. Tampoco algo que se parezca a las mesas planas universitarias en las que no se cumple la palabra dada el día anterior.
Lo que está en juego es que el país reconstituya su modo político de hacerse cargo de sí mismo. Para que Chile pertenezca a todos, todos tienen que responsabilizarse de él. Al que no le guste, no espere que el Estado le reparta lo que le toca. Más que del reparto, debiéramos vivir del compartir. La libertad no sirve solo para comprar. Si nuestros padres, madres, abuelas y abuelos nos han liberado desde muy pequeños de la necesidad imperiosa de buscar los medios para alimentarnos y educarnos; si nos han liberado de conseguir un techo y libremente nos cuidaron las enfermedades, hemos de reconocer que la libertad también sirve para encargarnos de los demás. El futuro depende del amor, del amor político, el amor más incluyente y la mayor expresión de la libertad.
Esperemos que la nueva constitución descarrile el neoliberalismo y encaje la política en los rieles de la solidaridad. Necesitamos a los políticos. Pero no debiéramos esperar que ellos hagan su pega si nosotros no hacemos la nuestra.