Dudo que en el plebiscito alguien vote con el puro cerebro. Las razones con que se sustente una de las dos opciones radican en el pathos de cada persona. Las ideas alojan en aquel lugar del corazón donde se toman las decisiones. Pensamos con el estómago y la garganta. La palabra motivo conjuga bien ideas y emociones. ¿Qué motivos se tienen para votar esto o aquello? Han de primar las argumentaciones, pues con ellas se expresa de un modo inteligible el punto de vista propio. Pero este está condicionado emocionalmente, a veces para bien y otras para mal. Sea lo que sea, si queremos construir o reconstruir algo juntos como país, la em-pathía con los motivos de quienes votarán distinto de nosotros es fundamental. El país se quebró. Solo podremos repararlo entre todos.
Votar Apruebo o Rechazo depende de buenas razones. Cada cual habrá debido informarse, leer el texto propuesto hasta donde pueda entenderlo, oír el parecer de los expertos, pero también tendrá que examinar interiormente qué lo motiva a votar esto o lo otro y, además, adivinar los sentimientos ajenos. ¿Se puede hacer? Este es un ejercicio espiritual en sentido estricto. Puesto que todo ser humano se halla bajo el influjo del Espíritu –lo creo yo como cristiano–, está capacitado para hacer este ejercicio, sea cristiano, no cristiano o agnóstico.
En consecuencia, propongo que antes de meter el voto en la urna se haga el ejercicio de adentrarse en el pathos. Allí adentro es posible intuir las motivaciones ajenas. ¿Qué duele a otras personas? ¿Cuáles son los miedos de las que piensan distinto? ¿Qué esperan los contradictores? Uno puede cuestionar sus ideas, desbaratarlas, es menester hacerlo porque lo que le conviene al país en última instancia depende de diálogos, de discusiones y de negociaciones. Pero, si las ideas se rebaten, los dolores se comparten. ¿Y si en este ejercicio empático nos convertimos al voto ajeno? Es un riesgo muy noble.
Pido que se aplique a mí mismo este predicamento. Votaré Apruebo. Si gana el Rechazo, espero que los vencedores consideren mis motivaciones y preocupaciones. Estimo preocupante que el país se eternice buscando la fórmula para elaborar un nuevo texto. Lo veo como una pesadilla. Quiero que el país haga el ajuste moral, cultural y constitucional que necesita. Puede perderse una buena oportunidad. Me duele que el movimiento de reivindicación de las mujeres quede a medio camino. Estoy convencido de que muchos de quienes votarán Rechazo tampoco quieren algo así, pero de hecho puede ocurrir. También muchos de ellos pueden lamentar que los pueblos originarios continúen ocupando un lugar secundario en la sociedad. Pero se arriesga perder la posibilidad de curar una vulneración centenaria. Será triste que no se afirme constitucionalmente el reconocimiento de que hay varias maneras de ser familia. Estoy seguro de que la mayoría de los que voten Rechazo piensa igual que yo. Son, en fin, tantos los derechos sociales que habrán podido asegurarse aunque sea, mientras no haya recursos, solo en el papel.
Es sorprendente que en esta disyuntiva electoral haya tantas buenas razones de lado y lado para votar diversamente. Esta situación debiera facilitar la convergencia después del 4 de septiembre. Por algo el 80% votó por una nueva Constitución. La polarización es circunstancial.
Por esto mismo las heridas son de evitar. Las campañas son legítimas, pero no las mentiras ni el odio. Toma demasiado tiempo volver a unir luego a las familias y al país. Se miente para engañar. El odio incapacita para levantar un techo que nos cobije a todos. Los gestos grotescos y malquerencias predominantes durante los trabajos de la Convención son un ejemplo de lo que debe terminar ahora mismo.
Quienes votaremos Apruebo queremos que la siguiente etapa de la gesta constitucional en la que estamos concluya pronto, y se abra una nueva etapa de correcciones del texto aprobado. Existe el peligro de que nuevamente el país se nos escape de las manos. Preocupa y apena que el proyecto acabe en el papelero. El país puede quedar a la deriva.