Entiendo que el feminismo es una lucha por la igualdad. Sé que es mucho más que esto, pero, si no me equivoco, su principal objetivo es superar una desigualdad, un modo de ser diferentes que hasta ahora se ha traducido en servidumbres, menoscabos y abusos de diverso orden en perjuicio de las mujeres. Mi opinión es que se hace necesario convertirse al feminismo.
Tal igualdad, me dicen, tiene por fin último un incremento en humanidad para hombres y mujeres, lo cual sería imposible de lograr sin una colaboración entre ambos. Debiera quedar atrás un modo ideologizado de entender la diferencia (que convierte a las mujeres en objetos de manipulación). A cambio, debiese prosperar una diferencia realizadora (que consista en que las mujeres sean sujetos capaces de relacionarse en términos de igualdad en dignidad y derechos con los varones, y también entre sí).
(Sé que hablo de un campo desconocido. Tengo pendiente leer a Judith Butler. Conozco, del tema, la teología feminista. Una amiga teóloga me obliga a citar mujeres. No lo hago por ser políticamente correcto. Estoy convencido de su enorme valor).
¿Dónde estamos? Hemos avanzado mucho. Tantos hombres reconocemos que la liberación de las mujeres nos ha hecho mejores. Es más, veo que hombres y mujeres en la casa y el trabajo están creando algo completamente nuevo, distinto a los productos de las relaciones asimétricas tradicionales. No es cuestión solo de cambiar pañales. Se progresa en pagar sueldos parejos, en reconocer también un valor monetario a aquello que no es posible calcular en pesos, eso que se llama amor y que hace las veces de locomotora de esta causa.
(Los cristianos tendríamos que ver en el objetivo final del feminismo una nueva creación. No basta desideologizar la relación entre Adán y Eva. Es necesario tomar en serio la intuición de San Pablo, de acuerdo a la cual en Cristo “no hay hombre ni mujer”, pues en él todos son uno (Gál 3, 28)).
Por cierto, debe reconocerse que los avances realizados son fruto de una lucha. Todos juntos tendríamos que llegar a ver que hay prácticas y actitudes que tenemos por naturales, pero que debieran dejar de serlo. Hay tironeo, obvio. Los hombres tendremos que aguantar el chaparrón. Estamos hablando de injusticias milenarias. Pero la lucha es lucha. Para que se cumpla el objetivo, los hombres no podemos tolerar demandas irracionales. Aquello de que se trata lo conseguirán los géneros juntamente y no mediante la imposición de uno sobre el otro. Ambos están obligados a un discernimiento de los mejores caminos.
(El feminismo es una actividad espiritual. Es fruto de una inspiración. El Espíritu moviliza, da fuerzas. Es una pasión animada por el mártir Jesús, dirían los cristianos).
Hablo de conversión. No se trata de cambios exteriores, de concesiones, menos aún de simulaciones. Se hace necesario un cambio que provenga del corazón. La locomotora que tire de los carros, digo, ha de ser el amor. El amor conjura miedos atávicos. Hombres y mujeres han de cambiar por dentro, dejando atrás el machismo que los barbariza y reconociendo en el otro algo sin lo cual no se llegará a ser sí mismo.
(En la Iglesia católica reina la barbarie. Cristianos y cristianas se distancian cada vez más de una institución eclesiástica masculina impermeable al Evangelio. No parece que las conversiones singulares de los sacerdotes sean suficientes para reformar estructuras fosilizadas. Lo único que parece tener futuro, según parece, es una nueva versión del cristianismo, una en que hombres y mujeres participen en su Iglesia con igual dignidad).
La liberación y dignificación de la mujer equivale a una salida de las cavernas. La lucha por esta posibilidad no es exclusiva de las mujeres. También los hombres tendrían que ser feministas. No es necesario que se vuelvan femeninos. Sería ridículo. Bastaría con que fueran los varones que están llamados a ser.