¿Quiénes son? ¿Trabajan? ¿Estudian? Están destruyendo las ciudades. Los grafitis aumentan aceleradamente. ¿Pero son grafitis los grafitis? Me dicen que hoy se llama grafiti a cualquier porquería, que antes no fue así, que lo fueron obras pictóricas o mensajes de gran calidad. El caso es que en la actualidad cabe en la categoría de grafitero de chincol a jote. Hay cosas hermosas y otras horripilantes. RAYA TODO, escribió un inspirado, ¿inspirado? El Metro en pocas semanas, el ícono del Santiago impoluto, ha comenzado a ser atacado sin piedad. Me han dicho que algunas de las siglas corresponden a marcas territoriales de tribus urbanas. Dan ganas de aforrarle una chuleta al primer cabro que vea uno rayando una pared.
¿Qué se puede hacer? Dos cosas: es necesario contrarrestar los grafitis con los medios legales que corresponda. Pero pueden adoptarse medidas menos violentas, como las de locales comerciales, las casas particulares y el alcalde de Valparaíso que, brocha en mano, repintan con la esperanza de ganar el corazón de sus enemigos. Segundo: la ciudadanía debe auscultar lo que está sucediendo. Hay problemas en la vida que no se tapan con una manito de pintura.
Urge interpretar el fenómeno. Según parece, tiene varias causas. Conocidas las causas, será menos difícil solucionar el problema. Hay algo que arreglar, es obvio.
Comparto unas hipótesis. Los grafitis en sus variados géneros son un modo de expresión. ¿Pero no hay otros mejores? Tal vez para los grafiteros no los hay. Debiera haberlos. Paréntesis: me llamó la atención que, tras el anuncio del primer plebiscito, en una semana los barrios que me son cercanos estaban llenos de Apruebo. Ningún Rechazo. Para el segundo plebiscito, en cambio, ni Apruebo(s) ni Rechazo(s). Los muros hablan.
Otra hipótesis, una psicoanalítica, corresponde a los psicólogos aprobarla: ¿es posible que a las personas se les corten las cadenas? ¿Algo así como una falta de control mental de los esfínteres? Se me ocurre que entre esta gente y “nosotros” la distancia no sea absoluta. Tal vez quepa la posibilidad de que a los grafiteros se les arranquen los monstruos que se apoderan de las personas cuando duermen. Nuestro Yo diurno domeña al Ello que de noche parece una cloaca. También nosotros podríamos eventualmente perder el control y hacer salidas nocturnas a rayar o pintar. Otro paréntesis: cuidado, el Ello es también la sede de la espiritualidad. Es la fuente de la creatividad y de la belleza. Merece respeto.
Tercera hipótesis, por último, es la de la rebeldía. Es evidente que hay una cuota de reacción comprensible, hasta sana, animada por una o varias injusticias sociales o carencias muy tristes. Hay resentimiento. Sufrimiento no oído, penas no consoladas, abandonos. No puede decirse que los grafiteros sean delincuentes. Pero en muchos casos la cuna es la misma. El 93 % de las mujeres privadas de libertad (por delitos menores) son mamás. Se sabe también que dejan a tres niños desamparados en las casas. ¿Quién los educa para que quieran aprender en vez de destrozar? ¿Qué piden los niños vestidos de blanco que destruyen sus propios colegios? ¿Es esto solo divertimento? ¿Existe alguna relación entre los grafiteros y quienes el último año han quemado en Santiago más de cincuenta autobuses? Esta no es simplemente delincuencia y no se resuelve con puros castigos.
¿Qué hacer? Algo anda mal en lo hondo. Adentro de nosotros la mar está revuelta. Hay malestar en la cultura, rabias en los corazones, lágrimas.
Estamos siendo víctimas de violencias de distintas naturalezas: provienen de la mala educación, de promesas incumplidas o de políticas de reinserción de personas que, en realidad, nunca han estado insertas. De todas estas violencias y otras más. Pues bien, es fundamental reconocer cuál es cuál antes de tratar de resolverlas a tontas y a locas.