Colaboración entre generaciones

Presenciamos un acontecimiento impresionante: el país será gobernado por una generación de jóvenes. ¿Con qué actitud asumimos los viejos algo así? Hagamos cuenta que, en esta relación, nosotros podemos ser una ayuda, pudiendo ser un problema. Miremos.

Ante todo, debemos distinguir nuestra filiación política del asunto en cuestión. Cuesta hacerlo. Cuesta aceptar a jóvenes por quienes no se votó. Muchos los veían desde la vereda de enfrente. Pero no se trata aquí de convertirnos a las ideas políticas de la generación que nos gobernará. El asunto es que nos gobernarán y que, no por una razón utilitaria, sino por el mero hecho de ser jóvenes, merecen de nosotros los mayores cariño en vez de envidia. La nueva generación nos regenera. Moriremos, pero un poco después de lo calculado.

¿Qué más? ¿Qué necesitan de nosotros? Humildad, ciertamente. Ellos/ellas también debieran ser humildes. Si no lo son, nada impide que lo seamos los mayores. Necesitarán además nuestro orgullo, sentirnos orgullosos como los padres y madres que quieren que sus hijas/os sean mejores. Son nuestros. Cometerán errores. Los están cometiendo. No importa. Los cometimos nosotros, era que no. Les criticaremos con cuidado. El país nos seguirá perteneciendo a todos. La crítica intergeneracional es indispensable. Solo así se adquiere el conocimiento que facilita la colaboración en la misma tarea. Requieren nuestra humildad, orgullo, corrección cuidadosa, perdón, alegría, paciencia, espíritu de colaboración, magnanimidad, en una palabra, amor, del amor que construye subterráneamente la “polis”.

Esto exige evitar la actitud de los veteranos que se las saben todas. El “siempre se ha hecho así”. “Este asunto ya se trató hace veinte años y lo resolvimos asá”. “No quieran inventar la pólvora”. Estas afirmaciones, además de odiosas, son equivocadas. Nunca, jamás nunca, los problemas son los mismos.

Algo extraordinariamente nuevo y positivo está ocurriendo en el país y, para verlo, no hay que perderse en el bosque de dificultades de todo tipo. La violencia en sus múltiples versiones es una de ellas. Esto no obstante, el país vive un momento espectacular: emergencia de los pueblos originarios, liberación de la mujer, expectativas varias de justicia social y redacción de una constitución que encauce estos inmensos valores. ¿Tendríamos las y los mayores fuerzas suficientes para sacar adelante estos progresos en humanidad tan grandes? No tantas como la nueva generación. Vamos perdiendo la chispa, “chispeza”. Felizmente no encabezaremos estas verdaderas revoluciones culturales.

Ellos/ellas tienen más energía que nosotros, pero no tanta como para cargar con nuestras zancadillas. Tienen pila, ganas, pero aún nos requieren: han de satisfacer las demandas sociales que el país ha levantado, en tiempos de pandemia y de inminente catástrofe eco-social. ¿Algo más?

¿Podrían cambiar el modo de hacer política? No creo que mucho. Se trata de un arte antiguo lleno de pillerías difíciles de evitar. La sociedad, y sobre todo la prensa, han de ser críticos con los nuevos gobernantes. No les pueden dejar pasar sus yerros. Por otra parte, tampoco podemos engrosar las filas de las masas contra los políticos. Las dictaduras están a la vuelta de las esquina. Hay grandes naciones que no son democráticas que querrán hacer valer su ideología política. ¿China? La democracia norteamericana tendrá que resistir la reemergencia de Trump, el personaje más peligroso del mundo.

Pedimos respeto a la nueva generación. Si no lo conseguimos, damos por fracasada la educación que le dimos. ¿De qué serviría que los jóvenes mejoraran sus puntajes, accedieran a las universidades, se jactaran de sus cartones y nos gobernaran si nos menosprecian?

En suma, que les vaya bien. Punto. Cuenten con nuestra esperanza. Con nuestra esperanza, colaboración, buenas vibras, experiencia y cualquier cosa en que pudiéramos ayudar.

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