Archive for Jorge Costadoat

Espiritualidad medioambiental: Reglas de oro

Los miramos con sorna, pero tenían razón. No les dimos importancia. La tenían. Nos alejamos de su fanatismo, ¿y los profetas, qué? Los profetas se adelantan siempre. ¿O no? No, dirán los que apedrean a los profetas. Hablo de los ecologistas, los del siglo pasado. Hoy su experiencia, y la de sus seguidores, se convierte en la espiritualidad del siglo XXI. ¿No el cristianismo? El cristianismo occidental está exhausto. Es un acorazado varado en la arena. ¿No tiene nada más que aportar? Puede ser que sí, pero está por verse.

Conozco poco la experiencia espiritual de los amantes y defensores de la naturaleza; admiro a los activistas, me inspiran las personas comunes y corrientes que separan el papel del plástico o quienes se han convertido en veganos. Es difícil seguir sus pasos, ¡nos piden tanto! Aun así, merecen mucha atención.

Los observo a la distancia. Espero que ellos suban al Sinaí y desciendan con nuevas Tablas de la Ley. Mientras tanto yo, este simple aficionado, ha redactado dos leyes que, cuando las recuerda, trata de cumplirlas.

Regla número uno: “De todo, la mitad”. Por ejemplo, la mitad de pasta de dientes… un poquito basta. ¿Si nos aumentan las caries? La experimentación en esta causa es clave. ¿Mitad de duchas? Es mejor para la piel, es lo que dice la inteligencia artificial. ¿Lavada de pelo? Lo mismo, la mitad. Carne, la mitad. Azúcar, licores, envases, bencina, ¿no podrían disminuirse a la mitad?

Regla de oro número dos: “Menos consumo, máximo goce”. “Ah, no, no es posible”, piensa el devoto del qué-dirán. “Goce, consuma”, sugiere Satanás. ¡Qué manera de comprar idioteces! ¡Salir de paseo a un mall! Sobran cartones, corbatas, autos, lapiceras, sombreros, libros, zapatos, ropa para qué decir.

Se puede gozar infinitamente más con menos. Se necesita inventar otra civilización, la de quienes se contentan con el mínimo de lo mínimo. Gozan con lo ínfimo: un nido de chercanes. Allí están, juntan ramitas, trapos, giran eléctricos, pían, despistan… Son asombrosos. Observarlos es gratuito. Lo mismo los chincoles que en primavera improvisan cantos uno tras otro. Nunca se repiten. Su creatividad supera la algorítmica. Se puede gozar sin consumir, no me digan que no.

La espiritualidad del siglo XXI habrá de ser laica, así no más, sin apellidos. El cristianismo podrá contribuir con san Francisco, reeditar el voto de pobreza, volver al Primer Testamento, el del pueblo judío, lleno de alabanzas a Dios por su creación. Pero si el cristianismo no se conjuga con otras tradiciones religiosas ni promueve el amor a Gaia, el planeta viviente, distraerá de lo que hoy es esencial.

¿Habrá otras reglas de oro?

Los visionarios del siglo XX, esos hombres y mujeres ecologistas que se nos adelantaron, deberían enseñárnoslas. Si no lo hacen o no las tienen, hemos de seguir legislando a la buena de Dios. Entre los seres hay una maravillosa interdependencia. Pero la comunión se agrieta, estamos en un grave peligro.

Peligra Gaia. Nos amó, nos ama. Pero nosotros a ella, poco o nada.

Entrevista del Instituto Humanitas – Unisinos

https://www.ihu.unisinos.br/645573-o-grande-sinal-dos-tempos-e-a-consciencia-da-catastrofe-ecologica-e-ambiental-entrevista-especial-com-jorge-costadoat

¿Cómo recibió la Iglesia chilena la noticia de la nominación cardenalicia del arzobispo de Santiago de Chile, Monseñor Fernando Natalio Chomalí? ¿Cómo evalúa esta nominación?

La Iglesia chilena está contenta con el nombramiento de Fernando Chomalí. Es inevitable decir que sus predecesores fueron cuestionados por los y las católicos, sea por su responsabilidad en el abordaje de las acusaciones por abusos sexuales del clero y su encubrimiento, sea por su falta de representación pública. En la Iglesia las autoridades desempeñan una labor de representación del Pueblo de Dios. El caso es que los y las católicas, incluidos muchos sacerdotes, se han sentido abandonados por muchos años.
Fernando Chomalí, por el contrario, ha salido al espacio público llenando un vacío muy grande. La gente esperaba una voz de la Iglesia. El nuevo cardenal de Santiago no le quita el cuerpo a ningún tema. Y el mismo pone asuntos nuevos en el debate que interesan a cristianos y no cristianos. El obispo se expone a la crítica. No faltarán razones para objetar algunas de sus ideas. Aun así, y precisamente por esto, se valora su ánimo amistoso y dialogante con la sociedad.

¿Cómo reaccionan hoy la Iglesia chilena y la Compañía de Jesús en Chile ante la crisis de los abusos sexuales?

La crisis de los abusos sexuales del clero en Chile ha tenido efectos catastróficos en la Iglesia chilena. También ha impactado a gente no católica que tenía una buena idea de la Iglesia.

Los casos de abusos son numerosos y han afectado a personas que tuvieron una enorme figuración pública. Es una triste paradoja que los representantes de la “fe”, nosotros los curas, nos hayamos convertido en personas “no dignas de fe”.

Aun así, la Iglesia chilena y la Compañía de Jesús, sumando y restando, han hecho un proceso de arduo aprendizaje para investigar, sancionar y reparar a las víctimas de estos abusos. Se han creado protocolos de cuidado en los colegios y otras organizaciones eclesiales; se han realizado estudios científicos y publicaciones; se ha procurado aprender de experiencias comparadas y someterse a instancias de supervisión internacional.

Le confieso que, en lo personal, me duele mucho saber que compañeros y amigos míos han sido denunciados y castigados. Por otra parte, me alegra sobre manera que personas que golpearon la puerta de su Iglesia pidiendo justicia hayan sido escuchadas, y no se les haya dado un portazo como se hacía antes.

Agrego algo que seguramente pocas personas han captado. Las situaciones de abuso de conciencia, a veces vinculadas con abusos sexuales, y otras veces no, nos han abierto los ojos sobre el sacramento de la confesión. Hay dos razones para revisar la viabilidad de la confesión auricular. Una es antigua: quienes hemos sido confesores a menudo hemos acogido personas que han vuelto a confesarse treinta años después -años más, años menos- de haber tenido una experiencia traumática con un sacerdote que las maltrató. Otra razón es nueva: hoy caemos en la cuenta de que la revelación de la intimidad no puede obligarse, instarse o sugerirse. La intimidad es sagrada. Solo puede compartirse con plena libertad y en un ambiente de suma confianza.

El problema no es que haya buenos y malos sacerdotes, y que, en consecuencia, haya que mejor su formación. La institución misma de la confesión auricular es abusiva, pues espera o expone a los católicos a una experiencia inhumana.

¿Qué evaluación hace de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad hasta el momento? ¿Podría destacar tres puntos positivos y tres desafíos del Sínodo?

No tengo información suficiente. No me siento capaz de evaluar el conjunto de requerimientos porque, según entiendo, algunos de estos tienen más que ver con peticiones que ya existen en el derecho canónico que, sin embargo, en la práctica no se implementan; otros, con cambios doctrinales que seguramente no se conseguirán, como podría ser la ordenación sacerdotal de las mujeres o de diaconisas. Tal vez se pudiera autorizar la ordenación de los viri probati. No sé

No se me ocurre que al final de todo el proceso el Papa vaya a derogar la encíclica Humanae vitae que tiene trancada la posibilidad de ofrecer a las nuevas generaciones una enseñanza moral-sexual verdaderamente orientadora. La prohibición de la píldora anticonceptiva en 1968 no ha sido aceptada por el Pueblo de Dios, ya nadie la cumple. Pero, por años, condenó a las mujeres a confesarse periódicamente para poder comulgar. Tuvieron que confesarse de un pecado que, en realidad, fue un acto de responsabilidad con sus familias. El daño ha sido enorme.

Otro asunto: se requiere perfeccionar la accountability, es decir, que haya instancias de rendición de cuentas y de control del ejercicio del poder. En la Iglesia no puede haber un estamento como el clerical que se escoge a sí mismo y permite participar muy poco en el gobierno de su Iglesia al resto del Pueblo de Dios. ¿Por qué los católicos/as no eligen a sus autoridades? ¿A los obispos? No está bien que haya comunidades que deben soportar a párrocos despóticos por años.

Se necesitan cambios canónicos. Pero estos no bastarán si se el clero no quiere observar las reglas del juego y, digamos la verdad, el clero es el obstáculo número uno a la sinodalidad. No quiere perder poder.

El clero no ha sido formado para interactuar con el laicado. La reforma de la formación del clero del Vaticano II ha fracasado. La Iglesia volvió al seminario tridentino: seminaristas formados entre cuatro paredes, representantes de lo sacro y adiestrados recordar litúrgicamente el sacrificio de un inocente, separados del resto de los cristianos y supuestamente superiores en dignidad y santidad. La Iglesia no será jamás sinodal mientras sea gobernada por el “hombre sagrado”.

¿Cuáles son los tres temas más urgentes que deben discutirse en la Iglesia hoy?

Este último es un tema clave. Trento, en su tiempo, reaccionó correctamente contra la lamentable situación de los sacerdotes. Su formación era escasa. Los resultados, pésimos. Pero lo que fue válido hace quinientos años ya no sirve tal cual.

El Vaticano II en el siglo XX volvió a los orígenes: la identidad de los presbíteros es distinguible pero no separable de la de los y las laicas, pues lo fundamental es ser “cristianos”, haber sido bautizados, y la única razón de ser del ministerio ordenado es el servicio de actualización del sacerdocio común de los fieles y conducir sus comunidades.

Otro tema: la participación de la mujer. Sobre esto se ha dicho mucho. No me alargo. Hay un punto, eso sí, que me parece clave: si la enseñanza del Evangelio depende ulteriormente de la experiencia espiritual de los cristianos, el día que la experiencia cristiana de las mujeres sea tomada en cuenta tendremos una Iglesia mejor, más humana.

Un tercer o cuarto asunto es el desarrollo de una Iglesia católica en versiones regionales diversas. En la antigüedad hubo grandes patriarcados: Alejandría, Antioquía, Jerusalén, Constantinopla y Roma. ¿No podría darse algo parecido en el siglo XXI?

Usted dijo, en un artículo publicado en Religión Digital en 2022, que “el principal problema de la Iglesia no es el clericalismo, sino la versión sacerdotal del catolicismo”. Y, más adelante, que “la Iglesia católica no necesita solucionar el problema del clericalismo. Necesita, en primer lugar, des-sacerdotalizarse”. ¿Puede explicar esta idea? ¿Qué significa des-sacerdotalizarse? ¿Cómo fundamenta teológicamente esta posición? ¿Qué consecuencias prácticas y espirituales vislumbra para la Iglesia con esta propuesta?

No espero que las mujeres sean ordenadas sacerdotes. Corremos el riesgo de duplicar el problema. Sería aún peor si las mujeres quisieran serlo como un merecimiento y accedieran a la casta de los que tienen “vocación”.

No hace mucho escribí un artículo en la revista Seminarios titulado «Desacerdotalizar» el ministerio presbiteral. Un horizonte para la formación de los seminaristas” (2022). Tenía la idea de que, con el paso de los siglos, el ministerio de conducción de las comunidades se había sacralizado de un modo ajeno a la sencillez querida por Jesús para los que tendrían que cumplir un servicio de este tipo. En la medida que avanzaba en la investigación descubrí que no era para nada original en la materia. Muchos otros teólogos habían escrito sobre la necesidad de desacerdotalizar, desacralizar o desclerizalizar el ministerio.

El Vaticano II en el decreto Presbyterorum ordinis quiso poner las cosas en su lugar. Dio por misión prioritaria a los ministros anunciar el Evangelio. A tal efecto, reordenó los tria munera (los tres servicios ministeriales) en este orden: profeta (de la Palabra), sacerdote (de los sacramentos) y rey (conducción o gobierno). Además, quiso que los ministros fueran llamados presbíteros como se hacía en la antigüedad y no sacerdotes (palabra que nunca se usa en el Nuevo Testamento para los ministros y que, por otra parte, deja abierta la puerta a reeditar el sacerdocio veterotestamentario que, según la Carta a los Hebreos, Jesús derogó).

A pocos años de su promulgación esta reforma tan importante se echó al canasto de los papeles. Ya el primer documento importante sobre la formación del clero en 1970, a cinco años de Presbyterorum ordinis, fue titulado Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis. Las rationes nacionales siguieron esta pauta hasta el día de hoy.

Volvimos en muy pocos años al “hombre sagrado” que inspira temor sacro, que establece distancias con el mundo y las personas, que se viste distinto, que lleva en su propia psiquis una escisión entre la perfección que debe representar y la imperfección que esconde.

Usted escribió, en un artículo publicado en Religión Digital en 2018, que el Papa “Francisco debiera fomentar el desarrollo autónomo de la Iglesia Latinoamericana”. ¿Qué significa eso en la práctica? ¿Qué entiende por “desarrollo autónomo”? ¿Puede dar algunos ejemplos?

El teólogo Karl Rahner en un artículo titulado Interpretación fundamental del Concilio (1980) sostiene que es posible pensar en una tercera gran etapa “teológica” comenzada con el Vaticano II, que él identifica como la de una “Iglesia mundial”. Una primera etapa habría sido la del judeocristianismo que san Pablo terminó por superar. El Apóstol de los gentiles convenció a los apóstoles de Jerusalén que no era necesario ser judíos para ser cristianos. Desde entonces, hasta hoy, prima por doquier la Iglesia greco, latina y occidental que conocemos hemos conocido. Las nuestras son exportaciones de esta Iglesia. Somos colonias. La tercera etapa, la de la “Iglesia mundial”, podría parecerse a la de aquellos cinco antiguos patriarcados. La Iglesia africana, por ejemplo, podría expresar el dogma católico en nuevas categorías, elaborar una moral de acuerdo a sus problemas, celebrar la eucaristía con especies tan significativas como lo son para nosotros el pan y el vino, y redactar un derecho canónico ¿Por qué no?

A esto me refiero conque el Papa debiera fomentar el desarrollo autónomo de la Iglesia latinoamericana. Pienso en iglesias regionales que reúnan a católicos que comparten características culturales semejantes.

La tensión aumenta. En el desarrollo del Sínodo abundan los tironeos entre sectores eclesiásticos diversos culturalmente, y no solo entre conservadores y progresistas. Al término del sínodo sobre la familia el papa constataba una gran diversidad entre los participantes. Se habían dado diversos pareceres en temas importantes.

A este tipo de autonomía me refiero. Se requeriría una obra de ingeniería eclesiástica mayor para organizar las relaciones entre la iglesia romana y las otras iglesias. Roma tiene la responsabilidad de mantener unida a la Iglesia. Las demás iglesias tienen la obligación de ayudar al Papa a cumplir con este deber. No es cosa fácil.

En el mismo texto, usted dijo: “La Iglesia chilena necesita urgentemente que el Papa introduzca cambios claves en la doctrina, en la estructuración y en el gobierno de la Iglesia universal.” ¿Qué necesita cambiar en la doctrina y por qué tales cambios serían positivos? ¿Y en cuanto a la estructura y el gobierno de la Iglesia universal, qué alteraciones sugiere y por cuáles razones?

Lo que digo de la Iglesia chilena creo que sirve para Iglesia en otras regiones. Me refiero a asuntos que ya he mencionado.

En Chile hay un tema que merece especial atención. También se da en otros países latinoamericanos, pero en Chile de un modo acelerado. La transmisión de la fe se ha frenado.

Las razones pueden ser varias. Una muy poderosa es cultural. Al ya antiguo desarrollo de la secularización, deben sumarse las nuevas maneras en que los jóvenes están siendo “formateadas”. Las nuevas generaciones, según parece, creen poder editarse solas. Da la impresión de que los jóvenes piensan que es posible empezar como si nadie los precediera. No necesitan de padres, madres, profesores ni curas ni monjas. ¿Cómo habrían de necesitar de una tradición religiosa milenaria? Se la sacuden. En realidad, no parten de cero, pero da la impresión de que funcionan como si el mundo comenzara con ellos. Si esto es realmente así, el cristianismo será totalmente distinto o terminará por desaparecer no solo porque los catequistas no tendrán alumnos, sino porque a poco andar tampoco habrá catequistas.

En Chile se han cerrado los seminarios. En el más grande de estos entra uno a cinco seminaristas al año. Entran y se van. Los jesuitas en 2024 no tuvimos novicios y en los años anteriores casi ninguno. La vida religiosa femenina también está en picada. De mantenerse esta tendencia en cincuenta años más tendremos una Iglesia totalmente diferente.

Sería lamentable perder una tradición milenaria de sabiduría en tiempos de tanta confusión. Pero también es verdad que se abre la posibilidad de tener un cristianismo desacerdotalizado. Pero, ¿quién sabe realmente lo que ocurrirá?

¿Qué desafíos y posibilidades para el hacer teológico en América Latina emergen de las provocaciones del Papa Francisco en la Carta Apostólica Ad theologiam promovendam para una reflexión teológica “que comprometa a ser una teología fundamentalmente contextual, capaz de leer e interpretar el Evangelio en las condiciones en que los hombres y las mujeres viven cotidianamente…” (§ 4)?

No me esperaba esta pregunta. Se trata de algo muy nuevo que ha pasado desapercibido.

El texto continúa con una oración aún más fuerte: “Por ello es necesario que en primer lugar se privilegie el conocimiento del sentido común de las personas, que es de hecho el lugar teológico en el que se encuentran tantas imágenes de Dios, que a menudo no corresponden al rostro cristiano de Dios, sólo y siempre amor”. Este motu proprio reconoce lo que de hecho ocurre en las comunidades cristianas latinoamericanas y, especialemente, en las CEBs. En ellas se da autoridad teológica a la experiencia creyente de los y las cristianas. Hasta ahora se ha solido pensar que las fuentes de la revelación son fundamentalmente las Escrituras y la Tradición de la Iglesia. En este texto se admite y se pide hacer espacio entre los “lugares teológicos propios” a la vida de las personas y a los acontecimientos históricos.

La constitución del Vaticano II Gaudium et spes inauguró este modo de hacer teología a nivel magisterial. Ella, en suma, la inventó Joseph Cardjin, el creador del método del ver-juzgar-actuar (recomiendo el excelente libro de Agenor Brighenti acerca de este método). En el Vaticano II los más grandes teólogos discutieron este método. No les parecía posible aceptar un método teológico que incluyera un momento inductivo. Tímidamente se habló de “signos de los tiempos”, aunque esta fue la categoría teológica que sirvió para esquematizar la constitución en vista a establecer un diálogo de la Iglesia con el mundo contemporáneo.

En todo caso, no conozco un documento magisterial que afirme con tanta claridad, como lo hace Ad Theologiam promovendam, que Dios habla hoy y no solo en la Biblia. Este sencillo texto -no sé si lo han traducido al portugués, no está en español- da cuenta de una revolución en la historia de la teología. Los tratados de Teología fundamental, a futuro, se dividirán entre los que le den máxima importancia a Ad Theologiam provovendam y los que lo consideren una referencia interesante o simplemente se lo salten.

¿Qué intuiciones de las constituciones del Vaticano II pueden inspirar renovaciones pastorales y una iglesia más sinodal?

Lo más importante es seguir la convicción de Juan XXIII de hacer del Vaticano II un concilio pastoral. La Iglesia, según el Papa Bueno, debía hacer un aggiornamento para anunciar el Evangelio de un modo que los contemporáneos pudieran considerarlo una Buena noticia.

Un elemento clave fue presentar a la Iglesia como una comunidad en la que los integrantes tuvieran entre ellos relaciones fraternales. El capítulo II de Lumen gentium tiene una relevancia mayor. La Iglesia es Pueblo de Dios. El bautismo empareja la cancha. Antes que cualquier organización y autoridad que nos demos, somos hermanos y hermanas por haber sido bautizados en Cristo.

Si la misión de la Iglesia es anunciar la posibilidad de un mundo fraterno, ella debe vivir la fraternidad. La sinodalidad consiste en hacer este camino quienes hemos sido hermanados por Cristo, el hermano mayor. El “Hermano universal”, diría Pedro Trigo.

¿Cómo ve el panorama teológico en América Latina?

El panorama más importante es el abierto por Leonardo Boff.

El gran signo de los tiempos es la toma de conciencia de la catástrofe ecológica y medio-ambiental. En línea con Ad Theologiam promovendan, creo que necesitamos desarrollar una teología que parta de la experiencia de espiritual de todas las personas sensibles al “clamor de la tierra y el clamor de los pobres”, como dirá Francisco en Laudato sí’.

Pero el futuro del planeta es incierto. Una guerra atómica terminaría con los “lugares teológicos” y con los teólogos progresistas o conservadores. La incertidumbre que recientemente se ha generado con la Inteligencia artificial es prueba de que el planeta se nos puede escapar de las manos de un momento a otro.

¿Cuáles son los desafíos para construir una civilización del agradecimiento, de la gratitud y reconocimiento?

Precisamente el desafío teológico anterior ofrece una posibilidad única de contribuir a gestar una nueva civilización. Tiene que terminar la civilización capitalista que nos puso a competir por la vida a todos los niveles, que ha puesto precio a todas las creaturas, incluidas las personas, y que nos ha dejado en banca rota.

La experiencia de la creación exige reconocer que nadie se merece a sí mismo. Siempre hubo Alguien o algo, tendrán que reconocer también los ateos, que nos antecedió. Puede ser que tuviéramos un mal padre o una mala madre. Pero el reconocimiento de esta antecedencia es el principio exacto de un mundo mejor. El agradecimiento, aunque sea como meta, abre las puertas a agradecernos unos a otros. Y para esto hemo sido creados. La gloria de Dios estriba en compartirnos entre las creaturas, las vivas y las inertes.

Murió Gustavo Gutiérrez

Gustavo Gutiérrez Merino (1928-2024), dominico, es un ícono en la Iglesia latinoamericana del posconcilio. Nadie se equivocará si lo llama “Padre” de la Teología de la Liberación.
La contribución de Gutiérrez a la Iglesia del continente se enmarca en la difícil aceptación del Vaticano II, ciertamente uno de los concilios más importantes en la historia de la Iglesia Católica. El teólogo peruano tuvo una notable participación en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín (1968), cuya misión era implementar el Concilio en nuestro continente. En esa ocasión, la Conferencia, al igual que lo había hecho el Vaticano II, levantó la mirada y se hizo la pregunta por los “signos de los tiempos”. ¿Qué vio? Enormes transformaciones culturales y, particularmente, graves injusticias sociales cuyas consecuencias eran la violencia y la miseria.
En esos años, quien más tarde entraría en la Orden de los Dominicos, hacía los primeros intentos de redacción de su afamada obra Teología de la liberación. Perspectivas (1971). Esta debía ser, en sus propias palabras: “Una teología que no se limita a pensar el mundo, sino que busca situarse como un momento del proceso a través del cual el mundo es transformado: abriéndose —en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva sociedad, justa y fraternal— al don del Reino de Dios”.
No estaba solo. Una pléyade de teólogos caminaba con él: Juan Luis Segundo, Leonardo Boff, Hugo Assmann, Jon Sobrino, Joseph Comblin, Pedro Trigo, Ronaldo Muñoz, Pablo Richard, Juan Carlos Scannone, Diego Irarrázaval y Sergio Torres. Años después, en América Latina se ha desarrollado una teología feminista de extraordinaria calidad. Aunque con matices, en los años siguientes, muchas de estas teólogas han compartido un enfoque metodológico similar: Elsa Támez, Ivone Gebara, Maria Clara Bingemer, Virginia Azcuy, Ana Maria Isasi-Díaz, María Pilar Aquino y Nancy Bedford, entre otras. Son muchos y muchas.
Aunque esta teología se ha desarrollado en tensión con la jerarquía eclesiástica, en particular con la Congregación para la Doctrina de la Fe, y ha sido censurada dentro de algunas facultades de teología, también es cierto que obispos y teólogos/as han coincidido en lo fundamental: la convicción de que Dios opta por los pobres, y que los cristianos/as, para serlo auténticamente, deben optar también por ellos.
Desde una perspectiva milenaria de la Iglesia, es aún más importante señalar que, más allá de ser una teología liberadora, esta corriente ha contribuido a que la Iglesia en América Latina despunte como una institución adulta. Nuestro continente ha dependido intelectualmente durante siglos. Aquí, en particular, los católicos/as han sido vistos como minus habens. Hoy, sin embargo, tenemos una mayor conciencia de haber sido víctimas de un catolicismo occidental romano de exportación. Los obispos latinoamericanos y los teólogos/as de la liberación representan a una Iglesia que alcanza su madurez. En el contexto del posconcilio, ha aparecido en sociedad una Iglesia mayor de edad.
Lo expresa Gutiérrez en estos términos: “La teología de la liberación es una de las expresiones de la adultez que comienza a alcanzar la sociedad latinoamericana y la Iglesia presente en ella en las últimas décadas. Medellín tomó acta de esta edad mayor, lo cual contribuyó poderosamente a su significación y alcance históricos”.
¿Qué hay por delante? La Iglesia Católica experimenta hoy una tensión mayor. En las distintas regiones del mundo, en los diversos continentes en los que está presente, surgen reclamos por el respeto a una síntesis cultural propia y determinada localmente. Roma tiene la responsabilidad de velar por la unidad de la Iglesia, pero el Papa no puede convertir una Tradición de dos mil años en una multiplicidad de tradicionalismos infantilizantes.
La Iglesia en este continente debe su futuro a quienes, como Gutiérrez, han tenido la osadía de pensar por sí mismos/as y el valor de correr el riesgo de responder a una pregunta crucial: “¿Cómo decirles a los pobres que Dios los ama?”.

Anglo American o Santiago de Chile

El honor no tiene precio. ¿O lo tiene? Lo tiene.

El Estado de Chile devenga pingües ganancias con los impuestos que paga Anglo American con Los Bronces al precio de tener a esta minera a pocos kilómetros de Santiago. Esto tiene algo de humillante, ¿o no? ¿Aceptarían los ingleses que una empresa chilena abriera una mina de carbón a las afueras de Londres? Tampoco el Reino Unido querría que le ensuciaran el Támesis.

Chile lleva años de sequías severas. Los glaciares pierden masa. Los pronósticos son malos. Estamos aprendiendo a cuidar el agua. Años atrás logramos canalizar las aguas sucias del Mapocho. Ahora corre barrosa, pero no hiede.

El caso es este: El proyecto Los Bronces Integrado tiene por objeto extender la vida útil de la mina hasta el año 2036, a efecto de lo cual debe realizar labores de expansión del actual rajo y abrir un nuevo túnel en la alta montaña.

Me parece que la capital de Chile no puede arriesgar una zona estratégica. Ningún pueblo ni ciudad chilenos pueden seguir siendo dañados por las transnacionales multimillonarias tal como está ocurriendo en otras partes de Latinoamérica a altísimos costos medioambientales y humanos. Téngase en cuenta que los nuevos mártires del continente son defensores del Medio ambiente.

Inteligencia artificial: “Anglo American, una de las mayores compañías mineras del mundo, ha enfrentado diversas quejas y críticas en diferentes partes del mundo relacionadas principalmente con problemas ambientales, derechos humanos, y el impacto social de sus operaciones”.

En nuestra América Latina, se ha sufrido el extractivismo de Anglo American en Moquegua, Perú, a causa del proyecto Quellaveco; en La Guajira, Colombia, la población indígena Wayuu “ha sufrido las consecuencias del desplazamiento forzado, la contaminación del agua y la violación de derechos humanos” (Inteligencia artificial). Sudáfrica, Australia, Zimbagüe, Zambia… En Santiago peligran las aguas de Las Condes y Vitacura que se abastecen del río Mapocho. Lo Barnechea está angustiada. ¿Quién podría defender comunidades chicas, Til Til, Lampa y Colina?

El INDH, en su informe de enero de 2024, advierte: “El hallazgo más significativo, lo constituye el riesgo de afectación por parte de la actividad minera, ejemplificado con filtraciones ya descritas que contaminan el flujo de agua, provocando potenciales afectaciones al recurso hídrico utilizado para el consumo de la población aledaña. En este sentido, cabe destacar dos aspectos; en primer lugar, la existencia de las filtraciones denota una falla de la empresa en la fiscalización de su infraestructura para evitar que estas situaciones se produzcan y, en segundo lugar, la lenta y deficiente respuesta para subsanar las filtraciones, lo cual cuestiona su eficiencia para hacer frente rápida y diligentemente a eventos que pudieran poner en riesgo a las comunidades cercanas” (p. 54).

El presidente Gabriel Boric ha instado a respetar la institucionalidad del país para controlar la actividad minera en Los Bronces. Él debe velar por el crecimiento económico de Chile. De acuerdo, señor presidente. Pero estamos preocupados. Los diques se trizan, las instituciones también. El Segundo Tribunal Ambiental de Santiago debiera fallar en derecho. Pero este no es solo un tema económico ni tampoco de meras eventuales filtraciones químicas. El honor del país no tiene precio, tampoco los jueces debieran tenerlo. Lamentablemente hemos llegado a este punto. ¿Será necesario revisar las cuentas corrientes…?

“Dios es ateo”

En un muro de la calle Alonso Ovalle con San Ignacio un grafitero escribió “Dios es ateo”. Dio en el clavo.

Es que la posibilidad de confesar a Dios en vano es tan antigua como peligrosa. No ha habido nada más dañino en la historia del cristianismo que traducir a Dios en cruzadas, privilegios y derechos sobre los demás. Hasta antes de Constantino (siglo IV), los cristianos fueron perseguidos por el Imperio. Después de la conversión del emperador, los cristianos comenzaron a perseguir a los que no lo eran.

La oración en común de los líderes de las grandes tradiciones religiosas de las últimas décadas –recuerdo la de Juan Pablo II con representantes protestantes, musulmanes, judíos y otros– apunta en la dirección contraria. No así los actos atroces de terrorismo en nombre de Dios o el inveterado colonialismo confesional. Pues bien, la globalización, que imbrica las creencias o las opone, nos exige más que nunca encontrarnos en lo fundamental. Dicho en términos coloquiales, demanda “poner la pelota en el piso”. Juguemos, pero en condiciones que nos hagan gozar a todos por parejo.

La humanidad requiere ir a la raíz. Se sea creyente o increyente, se crea esto o aquello, solo si se comparte lo más hondo de lo hondo se conseguirá una comprensión recíproca, favorable a una coexistencia y a una copertenencia dichosa. Estas son ciertamente más deseables que hacer prevalecer el propio credo sobre el de los demás.

Si creemos que hay un principio –Espíritu, lo llaman los cristianos– que genera diferenciación y convergencia de la humanidad consigo misma, un agnóstico no valdrá más que un budista ni un musulmán más que un cristiano.

“Dios es ateo”

¿Existe la posibilidad de una experiencia espiritual que pueda ser compartida? Sí la hay. Está a la mano. Se da casi en todos los seres humanos, aunque no lo sepan del todo. Si nos ubicamos en el plano meramente racional, cualquiera debe reconocer que Alguien o Algo le dio la vida, que no se merece a sí mismo; y, sub contrario, que no tiene nada que alegar si sufre y muere porque la existencia no es cuestión, en primer lugar, de justicia sino de haber sido donados a nosotros mismos.

Exactamente por esto, además, ninguno puede reclamar un derecho a apoderarse de los demás y de los bienes que hacen posible que estos sean lo que son. Podrá suceder. Por cierto, ocurre. Es cosa de ver cómo el planeta ha sido loteado y apropiado por unos pocos. Alguien troqueló en una moneda de un dólar In God we trust. Sinceridad pura. Pero si se acepta que el ser humano es un caso de gratuidad, a nadie se le puede poner precio ni aprovecharse de él

Si alguien cree que su vida es un don y piensa que la de los demás también lo es, va bien encaminado. Cualquier religión que reconozca esta convicción filosófica tendría que contribuir a que los otros credos religiosos prosperen. Si no se piensa que la vida es un don, difícilmente podrán evitarse el fanatismo, el proselitismo, el terrorismo y las guerras religiosas. Y, antes que nada, el capitalismo.

La paz, una vez más, se ha convertido en desiderátum de la humanidad. Nuevamente la religión puede reconciliar a los seres humanos o enemistarlos. Ella aportará lo mejor de sí misma si incorpora una ignorancia absoluta acerca de “Dios”, y una certeza irrebatible en que, contradiciendo a Descartes, “somos independientemente de lo que pensemos o creamos”.

Superación de la versión “sacerdotalizada” del cristianismo

Dicho en breve: el “hombre sagrado” sigue siendo el problema. Ha de tenerse en cuenta que la nuestra es una versión “sacerdotalizada” de la Iglesia Católica. Esta no ha sido ni tiene por qué seguir siendo la expresión de la Iglesia de Cristo, pues parece agotada en su capacidad de transmitir el cristianismo. En la actual figura de la Iglesia latinoamericana y caribeña, la pertenencia eclesial pasa por la persona sacra de los sacerdotes. En nuestro medio, los principales sacramentos los realizan los presbíteros. También sucede que las instituciones que oficialmente rigen la convivencia eclesial se consideran en cierto sentido divinas e irreformables.

La Iglesia latinoamericana y caribeña quiere avanzar en sinodalidad. Pero, mientras en la Iglesia no se acabe con la idea del presbítero, cura o sacerdote como “el hombre sagrado”, las relaciones intraeclesiales seguirán haciendo cortocircuito.

Estas son las expresiones más preocupantes de esta situación:

1.- El “hombre sagrado” es un problema ad intra de la Iglesia:

• El “hombre sagrado” establece relaciones insanas: el cura tiene una prestancia tal que inhibe la inteligencia y la libertad de las personas. Es insano que entre el ministro y los laicos las relaciones sean solo asimétricas (tendrían que poder ser, entre adultos, también ser simétricas).

• “El hombre sagrado” infantiliza a las personas y a la misma Iglesia, la que es guiada por pastores que tratan a los y las cristianas como ovejas (un animal poco inteligente).

• La investidura mágica de los presbíteros seduce y favorece la comisión de abusos sexuales, de conciencia y de poder como lo denuncian los informes de Australia y de Francia sobre esta materia.

• El “hombre sagrado” hace girar la Iglesia / comunidades en torno a lo que solo él puede hacer (sacramentos). Él no genera comunidades, sino “público”, “clientes” o “fieles” (gente “fidelizada”).

• El sacerdote se inciensa a sí mismo y a los demás.

2.- El “hombre sagrado” es un problema ad extra:

• Frustra la misión evangelizadora de la Iglesia: Jesús no reclamó un reconocimiento de “sacralidad”, sino que invocó su unión con su Padre como fundamento del advenimiento del reino; Jesús no tuvo la pretensión de ser “sacro”, quiso en cambio ser compasivo.

• Jesús fue víctima de una institución “autosacralizada”. Por esto, el catolicismo sacerdotalizado que tenemos es un anti-testimonio del Evangelio.

A efectos de crecer en sinodalidad se requieren una reforma de las estructuras y una conversión del corazón. Ambas se necesitan recíprocamente. Nos detenemos aquí en un solo asunto: la formación del clero (religioso y diocesano).

Deben tenerse en cuenta que en el documento Síntesis narrativa de la Asamblea eclesial latinoamericana y caribeña, se dijo: «Desterrar la clericalización. Cambiar la visión y misión de los seminarios porque es donde se forja el clericalismo» (2021, p. 135). Y, en otro lugar: «El clericalismo comienza a formarse desde el ingreso al Seminario de los candidatos al Sacramento del Orden» (p. 107). En la Iglesia del continente constatamos que la doctrina del Concilio Vaticano ha sido recibida de un modo incompleto. Es aún más preocupante que, en muchas partes, esta enseñanza ha sido simplemente olvidada. Esta falta es evidente en las Normas de formación de los seminaristas (rationes).

Como antecedente para superar el problema, hemos de recordar que el Concilio de Trento, siglos atrás (siglo XVI), supo responder a una crisis eclesial profunda causada por abusos de distinta naturaleza de los obispos y los sacerdotes. A tal efecto, creo seminarios en los que separó a los seminaristas de las demás personas; puso énfasis en el desarrollo de las virtudes de los jóvenes; subrayó que la eucaristía es un sacrificio más que una cena; hizo pasar la vida de la Iglesia a través de las acciones ejecutadas por el sacerdote (los sacramentos).

Si Trento puso el acento en los sacramentos, el Vaticano II (siglo XX) lo hizo en la predicación del Evangelio. Buscó un diálogo con la Reforma protestante (que provocó la respuesta tridentina) y con la modernidad (que amenazaba a la Iglesia con arrinconarla en el fideísmo). Así exaltó la importancia de la Palabra (Dei Verbum); demandó a los presbíteros que se consagraran con prioridad a su proclamación (Presbyterorum ordinis); asimismo, quiso que las Escrituras fueran “el alma de la teología” que habría de estudiar los seminaristas (Optatam totius); subrayó la prioridad del sacerdocio común de los fieles y subordinó a este el sacerdocio ministerial, y promovió la santidad de todos los bautizados y bautizadas, queriendo acabar con los “estados de perfección” (status de superioridad de los clérigos y religiosos/as) (Lumen gentium). Además, el Vaticano II puso a la Iglesia en diálogo con las culturas y los tiempos (Gaudium et spes).

Sin embargo, el Concilio no armonizó las innovaciones teológicas referentes a los presbíteros y su formación. En los documentos convivieron las innovaciones junto con las que Trento introdujo. El Concilio toleró la contradicción. Lo más complejo ha sido no acabar con la idea de superioridad de los clérigos en virtud de su ordenación sacerdotal.

Después de unos años de experimentaciones y de crisis de identidad sacerdotal, Juan Pablo II golpeó la mesa y exigió un retroceso. El Papa, en Pastores dabo vobis (1992) – el documento que reinterpretó Optatam totius- sostuvo: “ha llegado el tiempo de hablar valientemente de la vida sacerdotal como de un valor inestimable y una forma espléndida y privilegiada de vida cristiana” (n° 39). Según Gilles Routhier, desde entonces “por desplazamientos sucesivos, se vuelve a considerar el presbiterado, que se designa más y más a partir de la categoría sacerdotal, como un estado de perfección. Después de cincuenta años, prácticamente se ha invertido la perspectiva señalada por el Vaticano” (2014).

Recomendaciones

• Es necesario hacer una armonización teológica entre los documentos que se refieren a la identidad y misión de los presbíteros, pues ellos contienen elementos del antiguo régimen que facilitan el retorno al seminario tridentino que protege a los formandos del mundo y los envía luego a él como personas sagradas superiores a las demás.

• Es preciso que el régimen de formación no separe a los seminaristas del común de la gente, antes bien los exponga a relaciones afectivas, espirituales, intelectuales y pastorales que, según el paradigma de la Encarnación, les haga más humanos.

• La formación de los futuros ministros debe ser una responsabilidad de todo el Pueblo de Dios. Los y las católicas deben tener una palabra decisiva al momento de aceptar personas a la formación y al de concederles el sacramento del orden, además de establecer los criterios que deben regir esta larga etapa.

Una espiritualidad radical para otra civilización

En el planeta tierra se están dando episodios de catástrofes medio ambientales de enormes proporciones. En América Latina las inundaciones en el sur de Brasil han hecho daños incalculables. Dicen que las de 2024 fuero peores que las de 2023.

Los vientos de 124 km por hora de días atrás en Santiago de Chile no hicieron tantos estragos como en Porto Alegre, pero son inéditos. Ellos mismos son una excelente metáfora: el día menos pensado, el viento puede arrasar con la luz, el agua, techos y personas. ¿Acaso nuestra propia vida no está expuesta a ventoleras que nos están haciendo difícil mantenernos en pie? No es solo cuestión de climas. Un virus, la creciente criminalidad, la gran minería y nuevas guerras arrasan con pueblos generando migraciones masivas. La Inteligencia artificial acelera la historia. Aumentará la velocidad de entrada a un túnel que no sabemos si tiene salida.

¿Aguantarán las raíces de los árboles santiaguinos el ciclón de 2025? ¿En qué radicaremos en nuestra existencia en lo que queda de 2024? Esta es la pregunta radical, válida igualmente para creyentes y no creyentes.

Cabe, entonces, preguntarse: ¿hay una espiritualidad tan profunda que nos permita agarrarnos a la vida como las raíces permiten a los árboles resistir los tornados? ¿Existe algún modo de existencia que nos arraigue hondo en el cosmos en el que dependen recíprocamente las piedras y el fuego, el aire y el agua, los seres vivos y los inertes, los ricos y los pobres? ¿Hay alguna manera de amarrarnos las personas de diversos credos religiosos y filosóficos en un solo hato?

Claro que sí.

Los seres humanos somos individuos espirituales. Contamos con el Espíritu para co-pertenecer y hacernos corresponsables de la más lejana de las galaxias y del suspiro del más pequeño de los átomos. El mismo Espíritu arrecia contra el ego y el egoísmo. La suerte del universo es una exigencia colectiva. La mayor pobreza es no contar con nadie.

Pero, llevadas las cosas a su origen, cualquier ser humano venido a la existencia es pobre. Esta misma condición de pobreza constituye el tocón del que brotan las ramas que resisten una vida tan difícil como la que se nos está escapando de las manos. La persona pobre -lo sea económicamente por razones de salud, de falta de vivienda, de trabajo o porque perdió a su esposa, a sus hijos; el pobre migrante, desplazado o refugiado; la gente que aloja en carpas o entre tablas a la orilla de los rieles del tren; incluso cualquiera de nosotros(as) víctima de la propia ineptitud- ha de reconocer que no es capaz de darse a sí mismo la vida y, en cambio, ha de agradecerla. Agradecerla a Alguien o a Algo. Nadie es capaz de decir “me merezco”. El agradecimiento es la más alta expresión espiritual. Es solo comparable al reconocimiento avergonzado de quien se jactó de ganarse la tierra, los humedales, la mejor de las universidades y personas que le sirvan y le tengan miedo. Ser rico es un pecado. Compartir las riquezas tampoco es ningún mérito. Corresponde.

Los pobres de espíritu -diría Jesús- solo tienen a Dios, pues se han desprendido o se desprenderán de lo que pertenece a toda la creación. Ser pobre también es un pecado, las veces que se trabaja o se roba para ser ricos. No, en cambio, cuando se lo hace para alimentar a los hijos. O tomarse un terreno. La tierra pertenece a todos por parejo.

La solidaridad es la prueba de la espiritualidad auténtica No debiera haber otra prueba de la existencia de Dios. ¡Atención teólogos(as)!

La espiritualidad radical, la inspiración de debernos la vida unos a otros y la coexistencia mutua nos hace mejores, nos une estrechamente y nos realiza como personas al nivel más profundo. Uno llega a ser alguien si reconoce su dependencia de los demás. La invocación de la vida eterna no es alienante cuando la eternidad se anticipa entre los mortales a modo de triunfo de una conjunción cósmica.

Compartir la vida espiritual de los pobres es fundamental. Ellos saben que viven de fiado y que la existencia tiene sentido cuando consiguen el pan de cada día. Las riquezas, en cambio, aíslan y desorientan. Introducen a las personas en la superficialidad. Terminan por matar a los ricos -dice la Biblia- y su acumulación mata a los pobres.

Compartir es el tema. Compartir lo que se tiene y lo que no se tiene, y recibir como si no se mereciera recibir absolutamente nada. Esta es la clave de una nueva civilización. La civilización del agradecimiento que superará a la del merecimiento.

La cruz y las mujeres

La teología feminista constituye una revolución en teología, y está por verse si activa una revolución en la historia del cristianismo. Si este tipo de teología se ocupa de la experiencia espiritual de las mujeres, si pone atención, sigue el curso y alienta la lucha de las mujeres por su dignidad, el cristianismo, que hasta ahora solo ha procesado el camino espiritual de los varones y de los eclesiásticos, evidentemente cambiará.

En el mejor de los escenarios, esta transformación se traducirá en un verdadero aporte social y cultural. Se está lejos de tal influjo, pero las teólogas no descansan, apuestan a su posibilidad. La producción intelectual de la teología de la liberación de las mujeres es enorme. Es muy creativo e inquietante.

Las teologías feministas más cuestionadoras se han enfocado en el concepto mismo del Dios de los cristianos. Ha habido teólogas que han puesto un pie fuera del cristianismo, pues les ha parecido que la representación masculina de la divinidad es irreductible. Dado que no es inocuo referirse a Dios como Padre e Hijo, estiman que la confesión trinitaria configura al cristianismo como una religión patriarcal y androcéntrica nefasta para las mujeres.

Otras cristólogas han seguido otro curso. Han incluido la perspectiva de género en otro campo semántico. Han zafado la dificultad señalada haciendo propio el proyecto de Jesús consistente en su anuncio del Reino de Dios, proyecto liberador para las oprimidas(os) de toda condición (Elizabeth Schüssler Fiorenza, Madrid, 2000). En esta óptica, nadie en la Iglesia debiera poder invocar el género masculino para poner a las mujeres en su lugar o darles uno especial, aunque sea decoroso. ¿No pueden las mujeres ser sacerdotes porque los apóstoles eran varones? Las teólogas recurren a las teorías de género precisamente para desenmascarar este tipo de argumentaciones.

En consideración a lo anterior, es fundamental revisar qué es “salvación” en el cristianismo y cómo tiene lugar. Las teologías de la liberación han preferido el término “liberación”, para hablar de una salvación “más acá” de la historia, sin perjuicio de la que el cristianismo afirma para un “más allá”. El caso es que, aún si se libera al cristianismo de los sesgos machistas de su vocabulario trinitario, es imperioso revisar cómo se entiende que la cruz de Cristo salve/libere, pues en la teología, en la piedad cristiana y en la liturgia de la Iglesia se ha llegado a entender exactamente lo contrario. Mirar con atención qué se dice de la cruz de Cristo es fundamental para liberar a mujeres, y hombres, de una versión opresiva del mismo cristianismo.

Las cristologías feministas se han empeñado en denunciar teologías de la salvación que han facilitado el abuso contra las mujeres. En su perjuicio, los padecimientos de Cristo han sido utilizados para justificar sus sufrimientos. Las mujeres, especialmente, a partir del último milenio, han debido encontrar en el crucificado la fuerza para resistir con paciencia los atropellos y tratos indignos que los varones y, en especial los eclesiásticos, les han impuesto de un modo injusto. Joane Carlson B. y Rebbeca Parker llegan a afirmar: “El cristianismo ha sido una fuerza primordial –en la vida de muchas mujeres la principal fuerza- para moldear nuestra aceptación del abuso”. Continúan: “El cristianismo es una teología abusiva que glorifica el sufrimiento” (New York, 1989).

Las mujeres han hallado en el cuerpo lastimado, llagado y sangrante de Cristo un principio de identificación que, en vez de liberarlas de su opresión y de haberles hecho caer en la cuenta de su inocencia, ha servido para mantenerlas en su lastimosa condición y continuar aprovechándose de ellas. Ha sido mérito de las feministas, por lo mismo, haber recuperado el vínculo entre Jesús y las mujeres. Si las mujeres pueden apegarse al crucificado para encontrar en él consuelo y compañía, es porque Jesús fue clavado en la cruz por haber querido hacer suyas las consecuencias de la violencia ejercida contra los seres humanos, por haber procurado dignificar e integrar a las mujeres a una sociedad que las marginaba. Bien puede, este Jesús, generar en ellas esperanza, no menos que rebeldía para intentar su reivindicación.

A este efecto, las cristólogas han exigido volver a la historia de Jesús. Lo dice Elizabeth A. Johnson en estos términos:

“La conducta característica de Jesús de parcialidad hacia los marginados, incluía a cada momento a las mujeres como las más oprimidas de los oprimidos en cada grupo. Tratando a las mujeres con benevolencia y el respeto correspondiente a su dignidad humana, Jesús sanó, exorcizó, perdonó y restauró a las mujeres al Shalom. Su comunidad de la mesa era inclusiva, y las mujeres, tanto las pecadoras como aquellas que formaban parte de los ‘suyos’, como llamó Lucas al conjunto de sus seguidores, compartían la alegría de la próxima venida del reino de Dios” (New York 1990).

¿Qué hacer con la palabra “sacrificio”?

La invocación de la cruz como sacrificio, en perspectiva feminista, ha sacrificado a las mujeres. La palabra es odiosa para las madres, las esposas y las mujeres en general. Bien puede decirse que el término -propio de una religión antigua dos mil años- es tolerable si sirve para expresar que el único sacrificio auténtico es el del amor. A Jesús le costó caro, pagó con su vida, se entregó por entero, se “sacrificó” por liberar a las palestinas de su época. La cruz, por esto, no puede equivaler a ofrecer un sacrificio a las divinidades del Neolítico. En cambio, la contemplación de las manos y pies vulnerados de Jesús, deben recordar los motivos históricos de su crucifixión e inspirar una lucha liberadora de las cristianas por las mujeres crucificadas de un lado al otro de la tierra.

Esto dicho, la teología debe a las teólogas feministas un progreso en la ortodoxia. Esta nueva comprensión del misterio de Cristo todavía tiene mucho trabajo en mostrar que quienes, por ser mujeres, han sido tratadas como culpables siendo, en realidad, inocentes. Porque lo correcto, lo ortodoxo, es creer que el crucificado, antes que el representante de los pecadores, fue el diputado de víctimas como las enfermas, las prostitutas, las extranjeras, y toda suerte de marginadas por quienes en el Israel de la época eran los expertos en Dios.

Queda un largo camino por recorrer.

Si algunas mujeres se rebelaron y se fueron de la Iglesia Católica, otras, tal vez, se rebelen y se queden. Difícilmente la casta eclesiástica masculina entienda que se requieren cambios grandes en la Iglesia. Las cristianas que quieran seguir siendo cristianas, tendrán que doblarles la mano a las autoridades de su Iglesia y avanzar con ellas, a pesar de ellas o contra ellas.

El Cristo de las y los cristianos chilenos

Autor del Mural: Mico

Publicado en revista Mensaje, 714 (2022) 40-43, con el título: En la Iglesia chilena: El Cristo del Concilio

A sesenta años del inicio del Concilio Vaticano II, conviene observar la imagen de Cristo viva en el Pueblo de Dios(1). Interesa la noción más novedosa que la Iglesia chilena gestó de él, con la inspiración del Espíritu y con los documentos de tal concilio. Este Cristo, a su vez, ha indicado a nuestra Iglesia por dónde seguir.

Quedarán fuera del radio de interés de este artículo otras imágenes muy importantes de Cristo. Por ejemplo, la predominante en el pre-concilio, la de la religiosidad popular y otras que son nuevas pero no sintonizan con el Concilio. Se parte de la base de que la originalidad de esta imagen tiene que ver con la formidable ilustración acerca de Jesús impulsada por Dei Verbum, la constitución conciliar sobre la Sagrada Escritura. Este documento propició un conocimiento amplio de la Biblia de parte del Pueblo de Dios y ha favorecido una renovación cristocéntrica de la teología, de la pastoral y de la espiritualidad.

Este artículo pretende ofrecer esta imagen, a sabiendas del déficit metodológico de su intento. Faltan trabajos de campo. Las fuentes consideradas en este artículo son algunas reuniones grupales, consultas a católicas/os que vivieron su fe en la Iglesia pre-conciliar, la experiencia pastoral del autor y un par de investigaciones suyas sobre este asunto(2). Y no mucho más.

UN CRISTO PRESENTE

El Cristo del Vaticano II se hace presente en el mundo y está presente en la Iglesia. Se hace presente, se manifiesta, mira con los ojos de los pobres y llama a atender a sus miradas. No es nuevo en la historia del cristianismo ver a Cristo en el pobre. Alberto Hurtado habla de ello: «El pobre es Cristo»(3), dice. Pero en los años sesenta y siguientes, se acentuó la conciencia —que también estaba en el jesuita— de que el pobre es víctima de injusticias sociales estructurales. El cristianismo progresista quiso cambiar la organización económica de la sociedad, haciendo así real a Cristo en la actualidad.

Por entonces, además, los sectores vanguardistas, inspirados en el Concilio y de la mano de la conferencia de Medellín (1968), procuraron atender los signos de los tiempos para discernir en ellos la acción de Cristo en la historia y sumarse a los cambios más significativos de la época. El método teológico del ver-juzgar-actuar, que sirvió a la Iglesia del continente para escrutar la presencia de Dios en los acontecimientos, constituyó la clave de la naciente Teología de la liberación y llegó a ser el instrumento pastoral con que las conferencias episcopales realizaron su trabajo en su contexto específico. La opción por los pobres de Medellín, formulada en estos términos por la conferencia de Puebla (1979), proseguida por las de Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007) y, finalmente, ratificada por los papas, radica en Cristo. Así lo entendió Medellín (Documento sobre la Pobreza). Puebla mandó ver en los diversos «rostros» de pobres el rostro de Cristo (DP 131-139). Las conferencias de Santo Domingo (Conclusiones 178-179) y Aparecida (65, 393, 402, 407-430) ampliaron la lista de estos rostros.

Por otra parte, en las comunidades de base y en las celebraciones eucarísticas se hizo costumbre atender a los «hechos de vida» que, compartidos, fueron la base para identificar a Cristo en la actualidad. En las comunidades cristianas de todos los sectores sociales se han recordado las palabras de Jesús: «Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mt 18, 20).

El Cristo presente en la Iglesia chilena ha sido alguien que no juzga, que acompaña y comprende a las personas. Para muchos, es su confidente. Es en virtud de esta cercanía que los cristianas/os reprochan a las autoridades de la Iglesia su distancia y poca empatía.

EL CRISTO ATENTO A LAS NECESIDADES HUMANAS Y LIBERADOR

El Cristo del posconcilio es tanto el Jesús de los evangelios como el Señor resucitado, actuante en el presente o, como crucificado, padeciendo en las víctimas de diversos tipos de sufrimientos. La evangelización ha permitido a las católicas/os conocer y atesorar los hechos y palabras de Jesús, los episodios de su vida y sus parábolas. Los cristianos retienen en su memoria la actividad misericordiosa del Jesús atento a las necesidades humanas, sus gestos comprensivos y sus milagros.

Este fue un hombre sensible, como pueden serlo las mujeres. Por cierto, se lo recuerda querido y seguido por las mujeres por su capacidad para comprenderlas y sus actos de defensa. Se piensa que su trato con ellas era fluido. También en Chile ha calado hondo la imagen cinematográfica de quien las mujeres, e incluso él mismo, pudieron haberse enamorado. Jesús fue un verdadero ser humano.

Pero fue sobre todo el profeta que siguió adelante con su misión, pudiendo caer en tentación, haciendo suyo el sufrimiento de su pueblo, llorando con los que lloraban y dando de comer a las muchedumbres. La piedad cristiana posconciliar se nutre especialmente de las parábolas del Buen Samaritano (Lucas 10, 25-37), de la del Rey eterno (Mateo 25, 31-45) y la del Hijo pródigo (Lucas 15, 11-32). Esta ayuda a entender la bondad inaudita del Padre de Jesús.

El Cristo conciliar latinoamericano, en cuanto resucitado, suscita en el presente compromisos solidarios y políticos en favor de los oprimidos, los obreros, los campesinos y las víctimas de las dictaduras militares que azotaron el continente hasta que cesó la Guerra Fría. No ha sido novedoso en Chile que Cristo fuera visto comprometido en las causas sociales. En la comuna de Estación Central, de Santiago, una parroquia lleva el nombre de Jesús Obrero. En el preconcilio se incubaba, por ejemplo, el movimiento de los Cristianos por el socialismo. En nuestro medio no hubo sacerdotes que engrosaran las filas de la guerrilla, como los hubo en Colombia y El Salvador. Pero los hubo asesinados por la dictadura, como Joan Alsina, Gerardo Poblete, Miguel Woodward, André Jarlan y Antonio Llidó. Otros han podido identificarse con el cura del filme de Aldo Francia Ya no basta con rezar, y dejar el sacerdocio.

La dictadura militar cortó tempranamente los intentos de identificar el Reino de Dios con proyectos de trasformaciones sociales. La Teología de la liberación, en Chile particularmente, motivó la resistencia. La Iglesia del cardenal Silva y una pléyade de obispos tildados de «rojos» fueron vistos como representantes del Cristo profeta y perseguido. La Vicaría de la Solidaridad, que reunió en sus oficinas a cristianos y no creyentes, tuvo por ícono al Buen Samaritano. Enrique Alvear, con su pastoral Desde Cristo solidario construimos una Iglesia solidaria ayudó a vincular a Cristo con la Iglesia. Esta sufrió las consecuencias de su modo de entender el cristianismo. En la capital aún se conservan los restos de la capilla de la «Comunidad Cristo quemado», incendiada por agentes del gobierno. En los via crucis de la Solidaridad, que juntaban a miles de personas y que solían terminar en enfrentamientos con la policía, bombas lacrimógenas y detenciones de manifestantes, además de cantarse «caerán los que oprimían la esperanza de mi pueblo», se entonaban cantos como el «Credo nicaragüense» que identificaba a Cristo con los oprimidos, los obreros, los campesinos y los maltratados de todo tipo o el «Nosotros venceremos» (con Cristo vencedor). Esta misma fue la Iglesia que organizaba el festival «Una canción para Jesús», que movilizó a miles de jóvenes.

No ha sido nuevo en la Iglesia chilena que Cristo haya motivado fundaciones de beneficencia y variados actos de amor al prójimo. Hubo casos de mujeres notables que a comienzos del siglo XX acudían a ayudar a barrios muy modestos. En continuidad con estas mujeres, y en la senda del Concilio, también la caridad con los pobres ha podido nutrirse de la ilustración evangélica desencadenada por el Vaticano ii. La Palabra de Dios, mejor conocida en la Iglesia posconciliar, ha enriquecido la solidaridad de izquierdas y derechas.

JESÚS, UN LAICO ADULTO

No ha sido nueva la devoción de los cristianos al niño de Jesús en Navidad. Lo novedoso en esta fecha y el resto del año es el Jesús que deja Nazaret y sale a predicar, como un laico adulto, obligado a discernir su misión de anunciar el advenimiento del reino de Dios a todo tipo de personas. Es el Cristo que entró en discusiones con fariseos, escribas y saduceos, los representantes autorizados para hablar de Dios.

El fenómeno debe relacionarse con una Iglesia latinoamericana que tomó conciencia del valor del catolicismo regional y del derecho a la originalidad. La Iglesia de la recepción chilena del Concilio activó en los fieles su sacerdocio bautismal, exigiendo a los ministros estar a la altura de personas capaces de pensar su vida a la luz de la fe, y algunas veces en virtud de sus conocimientos teológicos. Los mismos obispos chilenos en el Vaticano ii no fueron comparsa de los europeos. Antes bien, participaron en él como mayores de edad.

El laicado posconciliar latinoamericano y chileno demanda horizontalidad. Pide al clero espacio, mayor protagonismo en la conducción de la Iglesia y difícilmente soporta imposiciones. Los laicos del Vaticano II han recibido una mejor formación. Los mismos habitantes de los barrios populares, que en el siglo XX aprendieron a leer, con la Biblia en sus manos han sacado sus propias conclusiones.

Este mismo laicado ha reaccionado airadamente contra los abusos sexuales, de conciencia y de poder del clero, y el encubrimiento con que la dirigencia eclesiástica ha querido salvar su autoridad. En los últimos quince años los católicos chilenos han disminuido en aproximadamente un tercio y, en tres décadas, un 40%. Entre los jóvenes de la clase alta, la que más ha dispuesto de clero, el abandono de la iglesia de sus padres ha sido una estampida. Estos laicos no creen necesitar a una casta de sacerdotes fijada en los temas sexuales y, a la vez, gravemente inauténtica.

Pero esta caída en la pertenencia católica no se ha debido exclusivamente a estos escándalos. La secularización de la sociedad chilena se ha acelerado. La Iglesia chilena, al igual que en otras partes del mundo, experimenta un proceso de exculturación sin retorno(4). Lo que alguna vez fue obvio ya no lo es. Durante la pandemia, por ejemplo, católicos devotos no podían entender que el gobierno permitiera a la gente ir a los malls y no a los templos. Mucha de esta gente habría considerado una rareza que el gobierno cediera a presiones de las dirigencias eclesiásticas.

A partir de los años sesenta las mujeres, desde el momento que pudieron controlar su fecundidad, dieron un salto en autonomía sin precedentes históricos. La jerarquía de la Iglesia no supo discernir un mega-signo de los tiempos. La condena y oposición eclesiástica a los métodos artificiales para impedir la concepción ha parecido al laicado irracional. Muchas mujeres se fueron de la Iglesia. Otras siguieron en ella con fuertes sentimientos de culpa. Este ha sido su tema en el confesionario. Las católicas hoy, en virtud de una convicción adulta, no toman en serio la enseñanza magisterial y, como el resto de los católicos, casi no se confiesan.

Las católicas y los católicos hoy pueden concluir: «Cristo sí, la Iglesia no». ¿Qué tan adulta es esta sentencia? Dependerá de cómo se la entienda. Se deja entrever, en todo caso, que los cristianos no encuentran en la institucionalidad eclesiástica al Cristo en el que creen. Muchos se declaran en rebeldía en nombre de un Jesús que no acepta imposiciones infantiles.

CRISTO, AMIGO DE «LOS OTROS»

El Concilio Vaticano II quiso restablecer relaciones con las iglesias y comunidades de la Reforma protestante. Se ha tratado de una deuda que al tiempo del Vaticano II tenía casi quinientos años.

La «Catequesis familiar chilena» —que exige, a niñas/os y apoderados, dos años de preparación para la primera comunión— ha tenido un enorme impacto evangelizador. La columna de su método es cristológico. El Jesús del posconcilio chileno es el profeta de Galilea, que anuncia la buena noticia del Reino de Dios. Él ha sido visto como un evangelizador. El mayor aprecio por la Palabra ha facilitado que, especialmente los metodistas pentecostales, sean vistos como «hermanos». Los católicos chilenos no se ríen más de ellos y, además, van dejando atrás el complejo que les produce su manejo de la Biblia. Por otra parte, el ecumenismo de la Iglesia chilena posconciliar ha tenido expresiones prácticas muy importante. En su momento, luteranos y católicos defendieron juntos a las víctimas de las violaciones de los derechos humanos. Los cristianos de distintas denominaciones han creado movimientos ecuménicos como la Renovación carismática y Cristianos para un mundo nuevo (Fondacio). En el Te Deum de septiembre los católicos han acogido en las catedrales a las otras iglesias y comunidades cristianas para rezar juntos por la patria.

Además de ecumenismo, el Concilio ha estimulado en la Iglesia chilena un encuentro con las otras religiones. Cristo, de algún modo, deja de ser un factor de superioridad y, en cambio, suscita una valoración de ellas en términos de igualdad. Cae, por lo mismo, la consideración de paganos de los pueblos originarios. Últimamente se valora su espiritualidad. En ellos se intuye, de algún modo, la presencia del Espíritu de Cristo.

PREGUNTAS AL CIERRE

Los cristianos creen que Jesús continúa hablando y revelándose en la historia a través de su Espíritu. Aún es necesario descubrir esta presencia en el postconcilio chileno. Hay algunas preguntas que, a este respecto, pueden servir:

¿Cómo afecta la exculturación —el arrinconamiento o creciente insignificancia del cristianismo en la cultura— a la concepción actual de Cristo? Dos campos de búsqueda importantes son la experiencia espiritual personal y el espacio público.

¿Cuánto ha sido acogido el Cristo que nos deja el Concilio Vaticano II y, en particular, el que aquí hemos esbozado, en la religiosidad popular? Podemos pensar, por ejemplo, en los bailes religiosos del norte del país.

(1) Sobre el Cristo del Concilio, ver Salvador Gil Canto, Cristo en el Concilio Vaticano II. Una relectura a los cincuenta años (Salamanca: Secretariado trinitario, 2015).
(2) Jorge Costadoat, «La imagen de Cristo de Edith Cabezas», Teología y vida LVI, n.o 4 (2015): 407-29; Jorge Costadoat, «El cristianismo de Hilda Moreno. Un estudio de caso», Cuadernos de teología IX, n.o 1 (2017): 126-54.
(3) S03 y 01b, S10 y 08; S10 y 18.
(4) Daniele Hervieu-Léger, Vers l’implosion? Entretiens sur le présent e l’avenir du catholicisme (Paris: Seuil, 2022). 54ss.

Mística del “metro cuadrado”

A estas alturas la comunidad científica internacional está de acuerdo con que la catástrofe medioambiental inminente es el gran tema. Pregúntesele también a los brasileros anegados de Rio Grande do Sul o a los habitantes de Nueva Delhi que han debido soportar más de cincuenta grados de calor.

¿Qué hacer? ¿A quién corresponde hacerlo? Ayudará combinar ciencia + sabiduría; y, en lo inmediato: técnica + conversión. La ciencia y la técnica son instrumentos indispensables para revertir el curso a la catástrofe. La sabiduría, por su parte, exige una conversión del corazón, un giro en la mirada o un nuevo modo de experimentarse en el mundo indispensable para modificar el rumbo, una transformación subjetiva que integre el sentir de la Madre Tierra.

Son dos saberes diferentes que debe conjugárselos para forjar otra civilización o, al menos, en el campo doméstico, estilos de vida más humanos. Es inimaginable pretender salir de la debacle en marcha sin la ciencia y la técnica. Pero, aún en el caso que a la larga el planeta se nos escape de las manos, siempre será posible sanarlo y mejorarlo en el propio “metro cuadrado”, es decir, en ese reducido lugar del que nos ocupamos, el jardín, la distinción entre basuras o el tipo de envases que usamos.

Hemos llegado a esta situación –opinión no solo mía– por haber confiado ciegamente en que la mera ciencia/técnica podían, por sí solas, ofrecer a la humanidad el sentido de la vida. La articulación entre este tipo de conocimiento y las sabidurías humanistas, filosóficas y teológicas que no se ha dado hasta ahora, debiera intentarse en adelante para frenar urgentemente el calentamiento global.

Si queremos gestar otra humanidad, es preciso avanzar en los dos frentes, comenzando por desarrollar una mística del “metro cuadrado”. Por pequeña que sea nuestra conversión –no dejar correr el agua de la llave, no comprar plásticos, acabar con el consumo superfluo, evitar los viajes en avión, ahorrar luz, aprovechar la energía solar en lo que se pueda, restaurar la vegetación y usar los medios públicos de locomoción–, esta será la más importante, ya que, sin ella, los cambios “macro” no se darán. Sin lo “micro”, lo “macro” no se conseguirá.

La integración de los saberes es la clave. Pues tampoco puede bastar una mística de lo pequeño que se desentienda de la suerte del resto de los seres del planeta. La falsa mística es siempre individualista. El egoísmo aliena de los demás y, como sin estos no hay futuro, la falsa mística también conducirá al desastre.

En estas circunstancias, es menester observar la experiencia espiritual de los medioambientalistas. No hablo de activistas que son cristianos o pertenecientes a otros credos. Me refiero a esos hombres y mujeres que, como los profetas de Israel, han sido ignorados, ridiculizados por décadas, e incluso martirizados por las empresas mineras y madereras extractivistas, como consecuencia de su compromiso medioambiental. Es cierto que hay varias formas de ecologismo. La mejor de ellas ha sabido conjugar aquellos dos órdenes de conocimientos. Algunos de ellos, como intelectuales orgánicos, nos llevan la delantera en los estudios y la generación de nuevos conocimientos, a la vez que en tomarse la calle para protestar y denunciar.

Unos últimos ejemplos: quizás alguien no pueda dejar de comer carne, pero puede pasar de la bencina a la electricidad y colaborar con las acciones mencionadas anteriormente; por lo menos grite al Estado para que no siga entregándole los humedales a la empresa privada.