Archive for Jorge Costadoat

EcoCristianismo: La luz del mundo

Dice Jesús: ἐγώ εἰμι τὸ φῶς τοῦ κόσμου: “Yo soy la luz del mundo”. “El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8, 12).

Jesús gritó y dijo: “El que cree en mí no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo” (Juan 12, 44-47).

Jesús habla en tiempos de tinieblas. Sus palabras tienen por objeto sacar a sus contemporáneos de la oscuridad. Jesús pide una sola cosa: que crean que Él es el Hijo de Dios, enviado para salvar y no para condenar.

τὸ φῶς = Luz: foto, fotocopia, fotogénica, fotoluminiscencia, fototerapia, fotosíntesis.

Me gusta la palabra “fotosíntesis”. Recuerdo los tiempos de la primaria. Si entendí bien, la fotosíntesis es el proceso mediante el cual los vegetales absorben la luz y la convierten en energía. Sin luz no habría flores ni lentejas. Tampoco maleza. Me pregunto si, en el fondo del mar —no sé, a unos tres mil o cinco mil metros de profundidad, donde todo es oscuro— habrá plantas. Da lo mismo. Estamos en otro tema. “Fotosíntesis” es una linda palabra para hablar de la experiencia espiritual. ¿Existirá la palabra “fototropía”? Pudiera servir para hablar de crecimiento espiritual.

La luz es vida. No se ve, pero es hermosa. Nadie la mira, pero es indispensable. Hace ver, pero también puede impedirlo. Uno de los grandes problemas de nuestra época es la contaminación lumínica. En las ciudades grandes no se ven las estrellas. Es triste. En el norte de Chile preocupa que las luces perturben el trabajo de los observatorios astronómicos. En este caso la oscuridad es fundamental. Es que a veces necesitamos la oscuridad. La noche es buena. Por esto es diabólico el exceso de luz en los malls. Nos hacen sentir que podemos seguir comprando todo el día. Peor aún son aquellos galpones en los que se mantienen las luces encendidas para que las gallinas pongan más de un huevo al día. ¿Existe todavía esta crueldad o se prohibió?

Existe también un enceguecimiento psicológico. Hay personas —y a todos nosotros nos pasa— a quienes ciertas realidades nos deslumbran y enceguecen. El enamoramiento tiene algo de engañoso porque nos hace ver más de la cuenta, pero sin discernimiento. Si baja el voltaje, aparece otra cosa.

Se da también un oscurecimiento moral. Podemos quedar atrapados en el pecado. No digo que, en determinados momentos, no distingamos el bien del mal. Pensemos en las veces en que, sabiendo perfectamente que habitamos en las tinieblas, no queremos salir de ellas. Pero también existe el engaño. En la película de Kazantzakis La última tentación de Cristo, el demonio prueba a Jesús no como un diablo de cola y horqueta. Satanás, en esta ocasión, comparece como una niñita rubia y dulce que habla de un modo convincente. Es una adolescente luminosa. En la tradición espiritual de la Iglesia hay conciencia sobre este modo de actuación de Lucifer. “Lucifer” alude a un tipo de luz. San Ignacio de Loyola hablaba de “Luzbel”. En los Ejercicios Espirituales, el jesuita advierte a las personas ejercitantes acerca de la posibilidad de una tentación sub angelo lucis: algo que se presenta como bueno, en realidad es malo. ¿Un ángel? No, un demonio. Jesús, los evangelios, la Biblia y la extensa tradición de la Iglesia son un acervo de criterios para reconocer la luz verdadera de la falsa; la que ilumina, de la que enceguece y extravía.

También dice Jesús en el Evangelio de Mateo:

“Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5, 14-16).

Dicho de otro modo, los cristianos habrían de sintetizar la luz de Cristo. Dice Wikipedia que la palabra “fototropismo” sí existe. Servirá para entender que la vida espiritual puede consistir en ser atraídos por la luz de Cristo e iluminar con nuestro amor a los demás.

Esta metáfora, sin embargo, es insuficiente. Debe tenerse en cuenta que Cristo nos ilumina y habla a través de las criaturas: los animales nos hablan, el cielo, el viento, los colores, los mismos artefactos humanos o los grandes edificios. A través de cualquier criatura Dios puede estarnos diciendo algo.

EcoCrististianismo: La Inmaculada

Esto fue en el año 2002. Visitaba la toma de Peñalolén con la intención de que la comunidad cristiana me aceptara como cura. Una familia me hizo entrar a su casa: una mediagua. Eran cartoneros; se ganaban la vida recogiendo cartones que acarreaban en un triciclo. Rastreaban en los basureros, buscando algo que luego pudieran vender. La dueña de casa me mostró, con enorme orgullo, lo más importante que tenía: una Virgen de greda, o algún material similar, de color terracota. Estaba feliz.

Nunca había visto una Virgen así. Era preciosa. Salía totalmente de los cánones porque, ¿cómo decirlo?, era gordita, o más bien gruesa. Tenía una corona en la cabeza también muy especial: grande, enorme. Me dieron ganas de comprarle la Virgen, pero no habría tenido suficiente dinero para hacer una transacción justa. Sin embargo, me abstuve de hacerle una propuesta de esta naturaleza porque habría sido humillarla, incluso corromperla. Sentí vértigo de haberlo pensado. Ella estaba mimetizada con su Virgen; comprársela habría sido como pasarle por encima con un camión de basura.

A la Virgen la Iglesia la llama la Inmaculada, la Purísima. Su día es el 8 de diciembre, y no puede ser otro. Supe de una comunidad cristiana que se rebeló cuando los párrocos adelantaron la celebración un día. ¿A alguien se le ocurriría cambiar el día de la Navidad? Es el cumpleaños de su madre. Su día es el 8. Es feriado. Los peregrinos atiborran los santuarios, visitan a la Virgen para pedirle y agradecerle. Ella no tiene mácula, es sin mancha. Mácula significa mancha, impureza, suciedad, basura. La mujer cartonera la había rescatado de la basura para venerarla en su casa como lo más importante de su vida.

Lo que no se dice normalmente es que lo más santo de la Inmaculada es su honda humanidad. Conocemos quién fue la Virgen gracias a Jesús, y a la vez conocemos a Jesús gracias a su madre. Lo que distingue la divinidad de Jesús es su profunda humanidad. No son tanto sus milagros y las cosas portentosas que hacía, sino su amor a los pobres, a los enfermos, a los despreciados y a los que no tenían con qué comprar una gallina para ofrecerla en sacrificio en el Templo. Jesús ponía la mirada en quienes vivían al día, como los jornaleros, los afuerinos, los trabajadores independientes. Hoy se fijaría en las personas que tienen un cartoncito, lo sacaron con esfuerzo, con ilusión, pero nadie los considera. Pondría sus ojos en los esfuerzos de los pequeños por sacar adelante a sus familias. La santidad de Jesús consistió en su empatía.

La humanidad de Jesús es la prueba de su divinidad. Por años he enseñado cristología. Esta es la conclusión a la que he llegado acerca de la identidad del Hijo de Dios. Su divinidad nadie ha podido verla en vivo y en directo. Solo conocimos a Jesús de Nazaret.

La fiesta de la Inmaculada, María, la mujer sin mancha, es espejo de la fiesta de la Encarnación. La Virgen fue simplemente humana. No fue divina, sí humana, criatura de Dios e hija suya. En ella, cree la Iglesia, no hay pecado porque participa anticipadamente de la humanidad extraordinaria de su hijo Jesús. Donde hay solo amor, el pecado no tiene lugar. El caso es que Jesús fue profundamente humano debido a su madre. Y María también lo fue a causa de su hijo. Esto lo saben muy bien las mamás: ellas crecen en humanidad gracias a sus hijos; los hijos llegan a ser hombres y mujeres íntegros cuando han tenido madres con la fe de María.

También recuerdo que, años atrás, debió ser más o menos en 1998, conocí a una mujer mayor que me contó que no había tenido mamá, no había conocido a su madre. Para ella, la Virgen había sido su mamá. Me lo decía con un entusiasmo parecido al de la señora cartonera que me presentó la imagen de María. En el mundo hay miles, millones de personas que quieren ser mejores acogiéndose a la Virgen.

Habría sido un error tremendo comprarle la Virgen a la señora cartonera. Vivía en medio de la basura. Probablemente pensaba que la imagen era lo único puro en su casa. Tal vez creía que ella y los suyos también eran basura. Pero si la Inmaculada irradiaba amor por los pobres en aquella vivienda, a sus integrantes no les habría faltado el ánimo para salir nuevamente con su triciclo, de noche, buscando cualquier cosa que al día siguiente pudieran vender para comer.

Haber intentado comprarle la Virgen a esta humilde mujer habría sido un horrible pecado.

EcoCristianismo: Apocalypse Now


Hubo una película mala con un buen título: Apocalypse Now. En la actualidad, nos falta el título para llamar la crisis planetaria. Algo parecido nos sucedió con la pandemia. Por esto esta es vista como un anticipo de un colapso global.

La pandemia fue una amenaza total. Abarcó la totalidad del planeta. Todos nos vimos en peligro. Por primera vez en la historia, la humanidad en su conjunto tuvo conciencia de un peligro de tal amplitud. Algo similar ocurre hoy con la amenaza de extinción de la vida en el planeta: la vida vegetal y animal enfrentan un riesgo semejante al de los dinosaurios en el Era Mesozoica. La pandemia fue como una pelea de 15 rounds. Terminó el catorce. Comenzó el número quince. Nos hallamos en un ring, lanzando aletazos ante situaciones apocalípticas. ¿Perderemos por nocaut o ganaremos por puntos?

Encierros por todas partes. Gente enfermando y muriendo. Familiares sin poder despedir a sus seres queridos: ancianos, niños, personas con discapacidad, mascotas; padres y madres sin poder trabajar; migrantes apiñados en espacios reducidos; hambre; muchas lágrimas; inseguridad máxima; autoridades sanitarias desorientadas, intentando calmar a la población. Visto con distancia, nos queda un borrón en el tiempo: 2020, 2021, y aún el monstruo pandémico da coletazos de vez en cuando. Se alteró en nosotros la noción del tiempo. Hoy sabemos que la tragedia ocurrió en esas fechas, pero en la memoria quedó una mancha, una época que no sabemos bien cómo ubicar en nuestra biografía.

Recuerdo al Papa Francisco, solo, rezando por la humanidad en la plaza de San Pedro: una plaza enorme, rodeada en círculo por las columnas de Bernini, un día lluvioso, por la tarde, casi al anochecer. El Papa explicó el episodio de Jesús en la barca con sus discípulos calmando la tempestad (Marcos 4,35-41). Según Marcos, Jesús exigió enérgicamente fe a sus discípulos. El peligro era total. Solo la fe sirve en circunstancias terroríficas. Todos los que iban en la barca habrían muerto. Ese día, el Papa hizo un llamado a creer en Dios, quien sacaría adelante a la humanidad.

Jesús tuvo algo de apocalíptico. Pertenecía a una tradición espiritual y teológica de tintes apocalípticos. Los apocalípticos creían que Dios vendría al final de los tiempos y se revelaría como Salvador en circunstancias de acabo mundi. En la predicación de Jesús hay palabras que anuncian que el mundo acabará y exhortan al pueblo a convertirse. Para la apocalíptica judeocristiana, sin embargo, lo importante es hacer algo: cambiar de vida para cambiar el rumbo de la tragedia. Esto, según Lucas, dijo Jesús:

“Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida. Entonces les dijo: ‘Se alzará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, y en diversos lugares hambres y pestes; habrá también fenómenos espantosos y grandes señales en el cielo… Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas, y sobre la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, porque las potencias de los cielos serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando comiencen a suceder estas cosas, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación’” (cf. Lucas 21,5-36).

Jesús exhorta a los suyos a perseverar, a resistir todo tipo de calamidades; en una palabra, a creer en Dios. Él esperaba que la gente de su tiempo creyera en el Reino de Dios y lo pusiera en práctica, de modo que el final de los tiempos consistiera en la realización del plan que Dios tuvo al crear el mundo.

La pandemia nos deja una pregunta: sabemos qué pasó, pero ¿nos pasó algo? Una cosa es que ocurran situaciones difíciles —suceden a diario— y naturalmente tratamos de superarlas. Pero, ¿esas dificultades nos cambian? ¿Nos dejan una enseñanza personal? ¿Nos mejoran? ¿Nos hacen más humanos? Dicho de otra manera: la humanidad generó vacunas, desarrolló medios de comunicación insospechados como Google Meet y Zoom, pero ¿cultivamos la vida interior? ¿Nos convertimos en personas más solidarias? ¿Nos ocurrió algo en el corazón que nos ayudará a enfrentar mejor la próxima pandemia?

El futuro de la Tierra es apocalíptico. Pero no nos engañemos: no basta confiar en lo que la ciencia y la técnica pueden hacer para impedir una próxima pandemia o guerra mundial. Contaremos con ellas, pero, antes que nada, debemos ganar una batalla interior.

EcoCristianismo: Somos mirados

Somos mirados. Somos mirados por los pájaros, por las flores, por las piedras. A las piedras les damos lo mismo. Los pájaros nos miran de frente o de reojo. De las flores, en realidad, no puede decirse que nos vean, pero nos presienten de un modo parecido a como lo hacen los ciegos. Los ciegos nos observan con sus oídos, ven nuestra aura y confían o desconfían de nosotros.

No he sabido que los duraznos nos espíen como los delatores en los regímenes dictatoriales. No creo que puedan tanto. A lo más, las codornices se avisan unas a otras de nuestros acercamientos. Pero lo hacen para arrancar de nosotros, no para atacarnos.

También entre los seres humanos nos miramos unos a otros. Reservo la palabra ver para aquello que atañe a una revelación; momentos impredecibles e improducibles en los que se manifiesta lo mejor y más hermoso de los seres de este mundo. Una cosa es mirar; otra es ver. Podemos mirar sin ver. Podemos mirar con la intención de ver, pero no ver. La visión es completamente gratuita. Se da. Ocurre incluso a pesar de nosotros. Sucede cuando pedimos a Dios que suceda. Mientras más lo pedimos y procuramos que acontezca, más se da. Pero se da cuando quiere y como quiere.

El ojo se ejercita mirando. Algunas personas, las personas espirituales, ejercitan este órgano dotado de cristalino, pupila, córnea, retina, humor vítreo, coroides, etcétera, para ver. Mientras más gimnasia hacen con sus ojos, más posible les es la visión. ¿Y qué ven? El que ve un árbol ve más que un árbol. El que ve a una persona botada por la calle, a un hombre destruido por la droga y el alcohol, constata su dignidad infinita. Los cristianos ven en las personas despreciadas a hermanos y hermanas suyos, a hijos e hijas de Dios. La vida espiritual, en este sentido, consiste en ejercitarse regularmente en mirar para ver.

Jesús fue un superdotado en mirar y en ver. Fue un místico. Los verdaderos místicos, como lo fue Jesús, encuentran a Dios en todas las cosas. No ven el mundo como una amenaza de la que hay que escapar, tampoco como una magnitud carente de espíritu. Jesús miraba en derredor y veía cómo era visto por las realidades creadas. Estas le hablaban de Dios. Él sabía de Dios porque había aprendido de Dios a través de otras personas y de otras criaturas; había sintetizado personalmente su enseñanza y, por eso, dice el Nuevo Testamento, hablaba con autoridad (Mt 7, 28-29). Enseñaba como quien ha aprendido en primera persona de realidades que le son dadas.

Para educar a sus oyentes, y particularmente a sus discípulos, acerca de la necesidad de confiar en Dios, les hacía mirar la naturaleza. Así como las criaturas confían en el Creador, también ellos debían hacerlo. Hay un pasaje evangélico precioso. Me permito citarlo. Dice Jesús:

“Mirad las aves del cielo: no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una sola medida a su estatura? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo, cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al fuego, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?” (Lc 12, 22-31).

Tenemos, sin embargo, un problema cultural. La cultura moderna con la que funcionamos no nos pide que confiemos en Dios, y no le importa que lo hagan las aves del cielo y los lirios del campo. Muchos de nosotros confiamos más en un médico que en la oración. No hemos sabido relacionar adecuadamente ciencia y fe. La ciencia tantas veces ha llegado a suplir la fe, hasta hacernos creer que dependemos de un desarrollo infinito de nuestras capacidades y de un planeta ilimitado en recursos. La modernidad ha sido magnífica en muchos sentidos, pero adolece de un vicio de cuna: observa el mundo para apropiarse de él. No pretende ver en él nada trascendente. El mundo, diría Descartes, es una magnitud desprovista de inteligencia y de espíritu. Según el filósofo francés, lo único que tiene consistencia es el cogito, es decir, el ser humano en cuanto ser racional capaz de investigar a los demás seres, controlarlos y sacar provecho de ellos. La mirada moderna es invasiva, extractiva y dominadora. El capitalismo moderno, que ve la realidad con estos ojos, tiene al planeta apunto de desbarrancarlo.

La encíclica Laudato si’ del Papa Francisco invita a una “conversión ecológica” (216-221). Hemos de cambiar nada menos que de civilización. Esto será posible si miramos el mundo como criatura de Dios; si observamos hasta ver que el Cristo cósmico nos mira y nos ve como seres trascendentes. Somos mirados por criaturas que, como nosotros, son lo que son porque Dios las conoce por dentro. El día que Dios deje de vernos, volveremos a la tierra y al agua que somos, pero que no siempre reconocemos ser.

EcoCristianismo: Julia Chuñil, comunera mapuche desaparecida

Berta Cáceres, Marielle Franco, Isidro Baldenegro, Julián Carrillo, Sikito Mukutay y líderes waorani, Carlos Caballero, Paulo Paulino Guajajara, Bruno Pereira y Dom Phillips, Máxima Acuña.

Según informes de Global Witness, entre 2012 y 2022, al menos 1.910 personas defensoras de la tierra y del medio ambiente fueron asesinadas en el mundo. El 70% de estos asesinatos ocurrieron en América Latina. En 2023 se cometieron 196 crímenes de activistas ambientales en el mundo. De estos, el 85% se dieron en nuestro continente.

La Iglesia latinoamericana lamenta especialmente el asesinato de la religiosa Dorothy Stang. La mataron en Brasil en represalia por su lucha en defensa del medio ambiente y los derechos de los campesinos amenazados por grandes intereses económicos. En Chile conocemos el caso de la activista ambiental Javiera Rojas. Su cuerpo fue encontrado el 28 de noviembre de 2021 en una vivienda abandonada en Calama, atada de pies y manos, con múltiples lesiones.

Dorothy era cristiana. Javiera no sé. Se dirá que da lo mismo que un o una activista sea o no cristiana, pues no se necesita serlo para defender el medio ambiente y las poblaciones nativas. De haber coincidido en alguna causa, Dorothy y Javiera habrían colaborado oponiéndose a la creación de una hidroeléctrica que, por ejemplo, hubiera despojado a unos indígenas en Ecuador. Pero no, no da lo mismo. Para los cristianos, el martirio es una forma sublime de seguimiento de Cristo, el primer mártir. Los cristianos no tienen ninguna obligación de ser mártires. La misma Iglesia ha desconfiado de quienes buscan deliberadamente una muerte sangrienta. Pero un cristianismo que no implique ningún riesgo, un amor al prójimo sin sacrificio, no tiene buen aspecto. Un cristiano o una cristiana no deberían irse a la tumba sin ningún rasguño. Alguna vez alguna capilla debiera ser incendiada por sacar la voz por los campesinos. ¿En qué están las comunidades? Supongamos que unas de sus iglesias les han quebrado unos pocos vidrios. La fe implica la cruz por amor a los demás.

Jesús proclamó: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 10). La bienaventuranza siguiente dice: “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros toda clase de mal por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mt 5, 11-12). Las personas mencionadas arriba habrían sido alentadas, consoladas y confirmadas en su lucha por Jesús.

En estos momentos, en mi país, Chile, se encuentra desaparecida Julia Chuñil. Ella es una dirigente mapuche, presidenta de la Comunidad Indígena Putreguel en la comuna de Máfil, Región de Los Ríos. Desde 2018 ha sido amenazada por empresarios locales interesados en la explotación de 900 hectáreas de bosque nativo que ella se ha empeñado en defender. ¿Quién la asesinó?

Se dirá que, mientras no se encuentre su cuerpo, no se puede afirmar que esto haya sido un crimen. En la historia de mi país, debe decirse, en cambio, que es muy improbable que una persona desaparecida en contextos de lucha social esté viva. Mientras Julia no aparezca, creeré que fue eliminada por quienes se sintieron afectados por su activismo. No quiero dudar de la inocencia de los sospechosos, pero no puedo ignorar la gravedad de las circunstancias. Las autoridades políticas deben esclarecer los hechos con urgencia. Lo necesita el país, los mismos sospechosos y Julia antes que nadie.

La Iglesia del continente está preocupada por el medioambiente y las personas víctimas de su deterioro y la avidez de los grandes propietarios. El papa Francisco en su Exhortación apostólica Querida Amazonía afirma: “Reconocemos que, tristemente, en la Amazonía hay muchos mártires. Los crímenes no son aislados, sino una parte de una mentalidad depredadora que no respeta los derechos de las comunidades originarias ni la protección de los territorios. Las comunidades cristianas están llamadas a acompañar estas luchas y a levantar la voz contra estas injusticias” (QA 46).

En lo inmediato, urgimos saber qué ha ocurrido con Julia Chuñil.

EcoCristianismo: Effatá

En las ciudades de mi país aumenta la costumbre de los automovilistas de tocar la bocina innecesariamente. Que la toquen alguna vez, se entiende. En el campo también puede ser necesario. Si un conductor ve delante suyo a cierta distancia a un jinete un día domingo ladeado sobre el caballo, un pequeño bocinazo puede servir para despertarlo. Si unos perros cruzan de lado a lado la calzada y se prevé que podría atropellárselos se comprende que, además de bajar la velocidad, se les avise que viene un auto. Pero en mi ciudad los conductores han comenzado a usar la bocina para cualquier cosa. Da la impresión de que les sirve para descargar agresividad o simplemente para agredir. Mal, mal. La contaminación acústica enferma.

Effatá dijo Jesús a un sordomudo y le destapó los oídos (Marcos 7,31-37). Hizo barrito con su saliva, untó con sus dedos los labios del pobre hombre y lo sacó de la tartamudez. Nada dice el evangelio de Marcos acerca de la alegría que, seguramente, causó Jesús en el sordomudo. Escuchar, oír es maravilloso. La sordera en cambio aísla, deja fuera, impide entender el mundo y a las personas que nos rodean. Ese hombre, cuyo nombre también nos es desconocido, nunca había podido imaginar el castañatear de los chercanes. Tampoco imaginar el relinchar de los caballos e imitarlo, ladrar como los perros, aullar.

La empatía de Jesús es notable. Tuvo una conexión interior con las necesidades humanas increíble. Parecía oír los quejidos silenciosos de la gente. ¿Cómo pudo proclamar la palabra de Dios sin intuir primero la realidad de las personas? Las palabras religiosas son pertinentes o impertinentes. Jesús había desarrollado la capacidad de percibir a los más necesitados incluso en medio del bullicio.

Es de esperar que la cultura urbana cambie. Los decibeles deben disminuir.  Gustar el silencio es bueno, amarlo es mejor. Si el vecino duerme, podemos bajar el sonido del televisor. Cuidar su sueño es una manera óptima de quererlo. En el otro extremo de las posibilidades, el ruido puede matar. Hay bombas de ruido, son preferibles a las bombas de verdad, pero han sido diseñadas para aterrar. Me pregunto cómo irán a terminar sus vidas esos trabajadores municipales que clavan el taladro en el cemento, unos con audífonos y otros no. Perderán la audición, ¡seguro!

Effatá murió. Effatá pasaron a llamarle los amigos. Lo que nadie imaginó es que resucitaría en el siglo XXI. El problema es que se reencarnó en un motorista que prefiere la bulla al silencio. Se entusiasmó con este modo de vida y fue incorporado a un club de motoristas. Él sabía lo que era no oír nada. Poder hacerlo gracias al milagro lo trastornó. Se le ve de casco en los semáforos esperando la verde. Hace ronronear la moto con los guantes y apenas dan la luz aserrucha. Le saca cincuenta metros a los demás entre semáforo a semáforo.

¿Qué se puede hacer? Poco. Es como si al ex sordo hacer ruido le diera la sensación de valer la pena para los demás. “Oigo, luego existo. Existo, por tanto, óiganme”. Pero los demás piensan distinto. Effatá recuperó el oído, pero de empatía sabe poco.

EcoCristianismo: El “regalo eterno”

Supe del caso de un “regalo eterno”. Se trataba de un frasco de miel de la zona del Maule. Había sido confeccionado por una cooperativa agrícola creada en los tiempos de la Reforma agraria. Vendían allí otros productos: quesos de distinto tipo, quesillos frescos, panes, jugos, frutos secos e higos.

La historia es esta: la jefa de la cooperativa regaló un frasco de miel a un amigo, el amigo regaló el regalo a su abuela, la abuela a su nieto, el nieto a un compañero de curso, el compañero de curso a su papá que era un narcotraficante y este a un capo mafioso que, a su vez, lo envolvió en un papel color paquete de vela y lo envió en pago de un favor a aquel mismo amigo que, meses atrás, lo había recibido de la jefa de la cooperativa. Este no tuvo idea del circuito del obsequio, pero recordó a su amiga y se alegró otra vez más. El mismo frasco lo hizo feliz en dos oportunidades. Fue tal su entusiasmo que le mandó la miel a uno de sus trabajadores que se había ido a vivir a un pueblo del norte en no quedaban espinos ni flores.

La jefa de la cooperativa nunca se imaginó el itinerario eterno de uno de sus productos. De haberlo sabido, habría perdonado a su amigo por no quedarse con la miel. Tampoco las abejas supieron que habían hecho felices a tantas personas.

Jesús miraba en el templo cómo todos echaban dinero en las arcas (Marcos 12, 41-44).  Los ricos echaban mucho, pero de lo que les sobraba; los pobres echaban poco, pero de lo que les faltaba. Jesús observó cómo una viuda famélica echaba dos moneditas de cobre que eran las únicas que le quedaba para vivir. El Maestro empezó a fantasear. Quiso creer que la mujer había querido empatar con Dios. De Dios la viuda había recibido la vida; ella habría deseado corresponderle de la misma manera. Pasando y pasando. “Amor con amor se paga”, enseñaba el Arcipreste de Hita.

Algunos al ver la escena imaginaron que la viuda había abandonado el templo muy triste de haberlo perdido todo. Jesús, en cambio, adivinó su enorme alegría.

La verdadera alegría es eterna. Es imbatible. Se alimenta de la gratuidad. Funciona con regalos caros y baratos, da lo mismo. Vistas las cosas desde la eternidad, los bienes materiales son importantes cuando se comparten. No importa que algunos de estos se vendan. Interesa mucho, en cambio, que, aun teniendo precio, faciliten la donación gratuita de las personas.

Jesús dio su vida con la misma idea que tuvo la viuda al echar su moneda en la alcancía del templo. Hizo exactamente lo mismo que esta mujer. Su generosidad fue extrema. Él pudo comprender a la mujer porque su programa de gobierno, el Reino de Dios, debía ser una buena noticia para los pobres. Más aún, para quienes no tenían cómo corresponder un regalo más que consigo mismos. Estos, según Jesús, son los verdaderos “pobres de espíritu” a los cuales él llamó felices (Mt 5,3).

El que queda atrapado en la lógica de las Bienaventuranzas vive de la alegría para siempre.

EcoCristianismo: Quien mató a Moyano, ¿tiene perdón de Dios?

Los grafitis dan para todo. Las murallas del centro de la ciudad están rayadas por completo. Contienen mensajes de varios tipos: a veces son solo rayas ininteligibles, otras veces siglas, insultos, obscenidades, junto a verdaderas obras de arte. En suma, los barrios céntricos especialmente son un horror.

“Ke viva la bala ke mató a Moyano”. ¿Qué malo hizo Moyano?

Los grafitis, ¿desde cuándo existen? ¿Desde los tiempos de la antigua Roma? Es probable que hoy ensucien todas las ciudades del mundo. Hay costumbres que se contagian de un país a otro. He sabido que incluso Roma, que en sí misma es una hermosura, está comenzando a ser pintarrajeada.

Dice san Juan que Jesús, sentado en el suelo, escribía en la tierra (Jn 8, 1-11). ¿Grafiteaba una idea?  Quizás dibujaba círculos o cuadrados como cuando oímos una charla que no requiere mayor atención, o ninguna. Nadie sabe. El evangelista no aporta más información.

El caso es que le trajeron una mujer infiel para apedrearla, porque la ley, la Torá, castiga el adulterio con la lapidación. Los que la acusaban invocaban el cumplimiento de las Escrituras. Jesús puso atención: miró a la mujer, a los hombres que la denunciaban, consideró la ley y pidió misericordia para ella. Lo hizo de un modo sorprendente: “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. Juan relata que, comenzando por los más viejos, se fueron retirando uno a uno. ¿Por qué se fueron? Más años, más pecados. ¿O más viejos, más compasión?

Jesús no dijo nada que contradijera la ley, solo apeló al corazón de los acusadores, recordándoles su propia necesidad de misericordia. No los juzgó, les pidió que hicieran propia la mirada compasiva de Dios: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?”. “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”. Jesús no se saltó la ley, no la derogó, pero la interpretó según el espíritu del legislador, el Dios del amor.

Volvamos a los grafitis. Muchos ciudadanos estamos indignados contra quienes destruyen la estética de nuestra ciudad. ¿A quién puede gustarle que le garabateen los muros de su casa? Seguramente existe una ley que sanciona a quienes grafitean las tiendas, las gasolineras, las iglesias, los tribunales, los paraderos, los edificios o el pavimento.

Tal vez a Moyano lo mató un marido traicionado.  No lo creo. Seguramente debió hacerlo un sicario contratado por una agrupación criminal. Sea lo que sea, es aún más triste que alguien haya celebrado el balazo con un grafiti. No tiene perdón de Dios.

¿O lo tiene?

EcoCristianismo: La botella de brandy

Tengo delante de mí una botella de brandy. Está vacía. La encontré en una bodega. Es de una marca llamada Carlos I. Dicen que es lo mejor en España.

Me acordé de Jesús: lo criticaban, decían de él que era comilón y borracho porque se juntaba y comía con personas de mala fama (Mt 11, 18-19). Los fariseos, en cambio, comían entre ellos; se creían mejores que los demás, pero seguramente se habrían tomado un vasito de brandy, como cualquiera de nosotros querría hacerlo.

La botella que tengo delante la recogí porque me pareció muy linda. Tiene un buen corcho, la etiqueta es elegante, con letras doradas, y su forma es preciosa.

Me pregunto quién la habrá diseñado. Tiene que haber sido un artista, porque si este es un brandy de gran calidad, los dueños de la empresa habrán contratado a un verdadero profesional. No cualquiera es capaz de diseñar una botella con estas líneas, estas curvas, esta forma. Es una botella firme, gruesa; si se cae al suelo, es probable que no se rompa. Dependerá, ciertamente, de la altura. Me imagino que el diseñador, además de haber ganado dinero por su trabajo, tuvo en mente hacer algo estéticamente valioso. Para hacer algo hermoso se requiere amor, y el amor es casi seguro que fue más importante para este artista que lo que pudo ganar diseñándola. Es probable que ambas cosas hayan sido importantes para él, porque un trabajador depende de su trabajo. Pero esto no es lo único importante. Y quién sabe si, aun teniendo medios económicos, la habría hecho gratis.

Los fariseos fueron criticados por Jesús en la parábola del fariseo y el publicano porque no soportaban su gratuidad (Lucas 18, 9-14). Ellos mantenían una relación comercial con Dios: pensaban que si observaban las normas de la ley, Dios los recompensaría. Tenían una religión de cumplimientos: “Dios me da, yo le doy; yo le doy, Dios me da”. El modo de Jesús de observar la Ley era totalmente contrario a este. Él estaba convencido de la gratuidad del amor de Dios, y por eso podía juntarse con todo tipo de personas. No excluía a nadie. No tenía necesidad de sentirse superior a los demás. Creía que toda persona era digna del amor de Dios por el mero hecho de ser criatura suya.

Voy a guardar esta botella. Me recordará a su autor. ¿Se habrá inspirado en la gratuidad de Jesús? En todo caso, este artista me ayudará a comprender el Evangelio. En vez de botarla al basurero, incluso si se tratara de separarla del resto de la basura y ponerla entre los vidrios, será mejor conservarla, porque su pura belleza mejorará mi oficina.

EcoCristianismo: Las semillas que somos

En la parábola del sembrador, Jesús nos dice que un grano de trigo que cae en tierra puede llegar a producir cien, sesenta o treinta veces más (Mateo 13,8). ¿Cien, sesenta y treinta granos más? No, porque de cada semilla nace una planta, y cada planta puede producir entre 5 y 15 espigas, y, como sabemos, cada espiga puede contener unos 50 granos. Todo sumado, dadas las mejores condiciones, una semilla puede dar origen a unos 200 o 300 granos.

Otro ejemplo de exuberancia: una palmera datilera, a lo largo de su vida, puede producir 7.000 kilos de dátiles, o lo que es equivalente, unos 500.000 dátiles.

Y un ser humano, ¿cuánto puede producir? Importa menos que calculemos su productividad en gametos o hijos criados. También es poco relevante si es capaz de producir 1 dólar al día o 1 millón. Más interesante es reflexionar sobre cuánto puede amar. No existe instrumento para medir el amor. La mejor imagen, sin embargo, es la de un niño que abre los brazos lo más que puede para decirle a su madre cuánto la quiere. Este gesto, dado que el ser humano es más humano cuando ama, vale más que horas y horas de trabajo o que el sueldo más alto del planeta.

Dice la Biblia que “la tierra está llena del amor del Señor” (Sal 33, 5). ¿De qué está hablando? Los brazos no se pueden abrir tanto, pero la imaginación nos permite creer que, si respiramos amor además de oxígeno o toxinas de distinto tipo, y si somos seres capaces de sintetizar amor y exhalarlo a la atmósfera, entonces también somos capaces de vivificar el planeta. ¿Cuánto amor recibimos y cuánto damos?

El amor es un material espiritual. Se recibe y se da espiritualmente, es decir, de un modo libre y creativo. Ya podrán discutir los filósofos si los animales tienen alma o no, y si pueden amar. Parece que sí. Lo que importa, de momento, es que no hay nada más humano que amar, y quien ama engendra infinitamente más de lo que ha podido recibir cuando es amado.

“El sembrador salió a sembrar”, dice Jesús, tirando semillas por todos lados, como diciendo: “La que agarra, agarra”. Pero, ¿a qué apunta Jesús con todo esto? A que él habla y espera que sus palabras sean escuchadas. Quien las oye, dará mucho fruto.

Si Jesús es la Palabra del Padre, si Jesús es el amor de Dios por su creación, quien escucha esta palabra y vive de ella, amará sin medida. Así, amando, hará girar la tierra sobre su eje.