El panorama internacional es malo. Conflictos y guerras por doquier: Ucrania, Birmania, Congo, Yemen, Siria, Gaza… Medio Oriente es un polvorín. EE.UU., siempre detrás.
António Guterres, secretario general de la ONU clama: “El mundo ha entrado en una era de caos”. Especifica: “¡Hay tanta rabia, odio y ruido en nuestro mundo actual! Cada día y a la mínima oportunidad hay guerra… Conflictos terribles que matan y mutilan a civiles a niveles sin precedentes. Guerras dialécticas. Guerras de territorio. Guerras culturales”. Denuncia divisiones en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pide rediseñar su organización. De momento, el Consejo no está cumpliendo su misión.
En este contexto, América Latina y el Caribe todavía goza de paz. Es verdad, la violencia asociada al narcotráfico y la criminalidad afecta a los países en su interior. ¿A dónde los llevará? Pero, salvo casos pintorescos como las amenazas de Maduro al Esequibo en Guyana, no hay choques mayores entre las naciones vecinas. El continente pudo originar, hace sesenta años atrás, una tercera guerra mundial con el caso de los misiles rusos en Cuba. Todavía hay fronteras sensibles entre algunos países. Pero no se atisban guerras en el horizonte cercano.
Cabe, con todo, preguntarse: ¿qué factores externos podrían conspirar contra esta paz? Es de observar con particular atención el factor económico. En este plano debe prestarse atención a dependencias antiguas y nuevas. Miremos un caso: el enorme despliegue comercial de China en el continente aumenta la dependencia económica y también política de esta potencia. ¿Y si China, en un determinado momento, exige a los latinoamericanos aliarnos contra terceros países? Otro ejemplo de vulnerabilidad: si los conflictos internacionales aumentan, la industria de la guerra verá en el continente un cliente apetitoso para vender armas. Puede hacer ofertas tentadoras.
“¿Quieres la paz, prepárate para la guerra?”. Sí, pero no. Es cierto que los países pueden disuadirse de entrar en conflictos entre ellos recurriendo a la compra de armentos. Pero también pueden hacerlo con la sensatez de no querer perder lo ganado en amistad, integración y solidaridad.
América Latina y el Caribe tiene una historia y una vocación pacífica. Es cierto que entre los países ha habido guerras, conflictos terribles e injustos que han dejado cicatrices difíciles de curar. Pero también ha habido, y hay, hermandad y muchos años de paz. Los latinoamericanos tienen vínculos estrechos en muchos ámbitos, comenzando el familiar. El cristianismo, aunque ha aupado colonizaciones que duran hasta hoy, es una religión capaz de hacer un mea culpa y exigir justicia y reconciliación entre los pueblos. Debe recordarse la autoridad de un papa, Juan Pablo II, para mediar entre Argentina y Chile. También debe destacarse la contribución de los países de la región en la elaboración de la Carta universal de los derechos humanos firmada en 1948.
El continente comparte una tradición humanista importante. Es un dato que, quienes hemos tenido el privilegio de trabajar con otros latinoamericanos, hemos crecido en humanidad. Los intercambios culturales son múltiples. Cantamos canciones que atraviesan las fronteras y en la escuela se nos hace leer la literatura latinoamericana y caribeña.
América Latina y el Caribe es, sumando y restando, una zona de paz. Nuestros países, en las actuales circunstancias, tendrían que desarrollar aún más su integración económica y cultural, y fortalecer los vínculos jurídicos que pueden eventualmente impedir el recurso a la violencia en casos de conflictos. Esta vía les convertirá en exportadores de paz.