El Sínodo pide más participación

Dubois-16Debe destacarse como una de las mayores novedades del pontificado de Francisco, la de haber dado participación a los católicos en una decisión crucial de su gobierno de la Iglesia. No se está en vía de sustituir el régimen actual de gobierno por el de una democracia directa. Sería absurdo esperarlo. Sin embargo, el modo como el Papa ha querido abordar el tema del último Sínodo está despertando a unos católicos que languidecían de no ser tomado en cuenta. De no ser considerados, los laicos, y también los sacerdotes e incluso los obispos, son ahora exigidos a pronunciarse sobre materias decisivas para la transmisión de la fe.

Nuevamente el Papa larga a la Iglesia un cuestionario con preguntas (www.sinodofamilia2015.wordpress.com) para trabajar el documento final del Sínodo sobre la familia (Relatio Synodi). De aquí al Sínodo de octubre del año próximo, las conferencias episcopales del mundo tendrán que reflexionar sobre el tema, hacer llegar sus conclusiones a la comisión correspondiente y elegir al obispo que representará a la iglesia local.

¿Qué puede suceder en este tiempo? Dependerá evidentemente de las conferencias y de los obispos de cada diócesis. Sería lamentable que, como ocurrió en muchas partes con ocasión de las preguntas enviadas a fines de 2013, las nuevas preguntas no lleguen a los fieles y no se dé ocasión a conversaciones y debates a fondo. La vez anterior hubo poco tiempo para abrir un proceso tranquilo de escucha y de síntesis. Esta vez sí lo habrá. Y, por lo mismo, es deseable que las conferencias y los obispos colaboren con el Papa y, al igual que él, conduzcan con entereza un proceso de discernimiento en el que debiera importar tantos las voces de cada uno como la conversación por sí misma.

Es muy importante que las autoridades eclesiásticas creen instancias nacionales y diocesanas de diálogo y discusión, y que motiven un debate libre y atento a la opinión de los demás –tal como lo ha querido y realizado el Papa en el Sínodo-. Esto por tres razones: debe salvaguardarse la comunión, la Iglesia necesita que los pastores recuperen autoridad y porque urge un nuevo planteamiento de la moral sexual y familiar.

El Sínodo ha despertado pasiones. Hace mucho, para tantos, no había ocurrido que se viera a cardenales y obispos discutir en público y enérgicamente sobre temas que hasta hace poco se consideraban intocables. En los laicos el interés es creciente. En ellos emergen a la conciencia temas dolorosos, sentimientos de culpa soterrados por años, rabias contra el magisterio o el despotismo clerical. Si realmente se quiere que el Sínodo arroje resultados positivos, es indispensable que el proceso sea conducido con empatía y altura de miras. De los pastores, más que respuestas, se espera que salvaguarden la comunión. Es más, se abre la posibilidad de practicarla.

Segundo, si los prelados cumplen esta misión recuperarán autoridad. En esta materia la distancia diagnosticada entre lo que la jerarquía enseña y lo que los católicos practican, es enorme. El magisterio, en este campo, está descreditado. Los católicos en un alto número no practican la moral sexual católica ni tampoco les parece razonable. Los cambios de mentalidad son profundos, la culturas son muchas, los procesos de construcción de la moralidad no son comparables en unas zonas y otras del mundo. Así las cosas, evidentemente el mensaje de la Iglesia ha podido quedar desfasado y responder a los desafíos actuales. El magisterio recobrará autoridad si revisa la pertinencia de su enseñanza y hace los progresos magisteriales necesarios para incidir realmente en la conciencias.

Por último, al cabo de este proceso de aggiornamento la Iglesia podrá contar con nuevas ideas y nuevas expresiones del Evangelio. De esto se trata: hacer vivo y vivible el Evangelio en este ámbito del amor humano. Si hace vivir, será posible transmitirlo. Entre el primer sínodo y el segundo hay mucho en juego. Si hay participación real, dialogada y conducida, será posible una buena recepción de sus resultados. Si no la hay, pueden suceder varias cosas: una polarización de las posiciones, una celebración de un triunfo sobre los adversarios o desprendimientos definitivos del cuerpo de la Iglesia. La participación, por el contrario, repondrá a los católicos en los rieles que les tiró el Concilio Vaticano II.

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